Asymmetry.

«Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra.» Rayuela, Julio Cortázar.

Afuera llueve. Están las persianas bajadas y el viento las golpetea. En la pantalla se proyecta una película española a la que no presta atención. Le aburre la clase de filosofía. Lleva quince minutos dibujando corazones en los bordes y escribiendo frases de canciones, no van por nadie más que por ella.

I wanna go home, man. Levanta la vista al escuchar un par de palabras más altas que otras, se encuentra a los protagonistas discutiendo. Los observa. Él la pega, ella llora. Baja la vista y continúa escribiendo. ¿Cuándo se ha inmunizado ante la violencia? Todos están callados, miran la pantalla, pestañean y no se sorprenden. Antes, en la escena de sexo, rieron, azorados, sin saber qué hacer. ¿Cuándo se han cambiado las tuercas de esa manera?

Suena el timbre, todos se levantan, ella se toma un momento para meter el lápiz en el estuche y el cuaderno en la mochila, cuando acaba de recoger se levanta y sale la última. Con la cabeza agachada, mirándose las converse azul marino. Mira de reojo por la ventana del pasillo y sigue lloviendo. Coge ambas asas de la mochila con las manos y se pone la capucha de la sudadera. No ha traído paraguas y no van a venir a buscarla. Están en pleno mayo, ayer y anteayer hizo sol, hoy llueve, mañana clareará. Camina por un lado de la calle, yendo bajo portales y repisas. No entiende por qué la gente con paraguas se empeña en hacer lo mismo, la enfada, es estúpido.

Tú. Tienes. Paraguas. Mamonazo, piensa tras esquivar a uno. Se ha mojado. Coger un taxi no es una opción, el autobús tardará quince minutos en llegar, pero sopesa que esperar le compensa. Se sienta en la parada, está sola. Apuesta que también va a estar sola en el autobús. Esa ciudad es pequeña, está cursando el bachiller nocturno, aún sabe sumar dos y dos.

Se sienta en la fila al lado de la puerta trasera, dejando la mochila en el asiento que da al pasillo y apoyando la cabeza en la ventana. De fondo suena una canción pop sobre una chica con el corazón roto, no le hace sonreír pero sí pensar que está dentro de un videoclip. Uno sobre una chica que viaja sola en un autobús por la noche y que no está triste, pero tampoco especialmente feliz.

Él recorre las filas de asientos desérticas con la mirada hasta que la ve. Todo está completamente vacío, ha tardado menos de dos segundos en decidir dónde sentarse. Avanza con paso seguro, toqueteando los hombros de los asientos con las manos. El autobús arranca y se sujeta, después continúa andando.

— Disculpa—dice—, esto está tan absolutamente lleno que..., ¿te importaría si te hago compañía?

Levanta la cabeza, lo mira. Quita la mochila y se la coloca sobre el regazo. Asiente y él se sienta a su lado.

— Oye, ¿sabes que tienes el pelo verde?—tiene ganas de tocarlo, pero no estira la mano.
— Es una mutación genética muy peligrosa—asegura él, asintiendo.

Él la estira, ella se la estrecha.

— Drew.
— May—responde.

No se conocen de nada. Pero lo harán.

«Por eso ahora estoy escribiendo. Soy de ese tipo de personas que no acaban de comprender las cosas hasta que las ponen por escrito». Tokio Blues, Haruki Murakami.

Sigue el camino que marca la gota de lluvia por fuera del cristal. Suspira. Alguien en los asientos delanteros ríe. Ella va atrás, tan atrás que no es capaz de seguir la conversación, entre eso, la lluvia y la música..., tampoco le importa, es la Rookie. Tamborilea los dedos por la puerta al llegar al final del cristal. Entre las gotas de lluvia puede ver unas luces de neón. Tras un par de maniobras la furgoneta se para.

Levanta la cabeza, una mano se mueve delante de su cara. Enfoca a Drew. Él abre la puerta lateral de la furgoneta y sale tras atarse la chaqueta.

— Menuda está cayendo.

Están en pleno mayo, ayer y anteayer hizo sol, hoy llueve, mañana clareará. Hace dos semanas fue igual. Ella no debería estar allí. En tres semanas tiene selectividad. Drew es eléctrico.

Se baja. Cierra la puerta y le sigue hasta el maletero; tiene que ayudarle a descargar los instrumentos y los amplificadores, por eso está allí, la han permitido entrar gratis a cambio de que haga de mula de carga. Los amplificadores pesan tanto como parecen. Deja todo en una esquina del escenario y se va a la barra, a sentarse en un taburete mientras bebe una coca-cola y espera a que los chicos acaben de montar todo. No se aburre, le gusta. Ve a Drew enchufar el bajo para la prueba de sonido y sonríe. También sonríe cuando se acercan a ella.

— Qué puto asco, macho. Me he desteñido—le pasa una mano manchada de verde por la cara.
May arruga el gesto, se echa un poco hacia atrás.
— ¡Bobo!

Y él le saca la lengua. Qué niño es. Pero bebe una cerveza con limón, y ella una coca-cola. Y él toca el bajo, y ella no sabe nada. Y él dejó de ir a clases a los dieciséis, y ella aún va. Y él prefiere Oasis, y ella Blur. Y él fuma porros, y ella cigarrillos. Pero sonríen a la vez, saben hacerlo, ni si quiera tienen que sincronizarse, desde el día en el autobús. La misma parada.

— Yo no sabía que este lugar existía.
— ¿Tú sabes algo, May?—Ash se lleva un codazo.
— Sé que eres idiota y con eso me basta.

Se caen bien, antes de venir estaban contándose chistes sobre negros. Cuando Ash la vio por primera vez, le preguntó si tenía un mechero, ella se lo dio y él aún no se lo ha devuelto, lo perdió en algún lugar de la furgoneta de Paul. Cuando Aura le vio por primera vez, le llamaron la atención las cicatrices de sus manos, pero no dijo nada, ni si quiera le preguntó a Drew.

— El caso es que me parece guay.
— Qué tierna, le parece guay.
— ¡Piérdete, Ash!

Drew se ríe, y todos lo hacen tras él. Poco después llega otro grupo de gente junto a ellos. May no se queda sola cuando Drew sube al escenario. Hace buenas migas con Dawn, es simpática, y lleva una camiseta de Nirvana y unas creepers, le gusta su estilo.

— Blush.
— From the country, loves the city—responde Paul desde el micrófono, con una risa.

Blush, la banda; formada entre porros y una botella de whiskey barato días antes de la graduación en el instituto. Drew tiene veinte años, May dieciocho. Nadie daba un penique por ellos, sobretodo con ese nombre. Ash quería sujetadores y algo que aporrear, Paul quería algo que hacer y Drew un sitio al que pertenecer. En el fondo él y May buscaban lo mismo: poder dormir en lo concreto.

Congeniaron demasiado bien en el trayecto de autobús. Ninguno estaba triste, pero tampoco especialmente feliz.