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[Fan Fic] Una Simple Esmeralda
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[Fan Fic] Una Simple Esmeralda
Advertencias: (Sí "as")
Género: Fantasía, Aventura, Drama, Romance (poco, creo), Comedia (O algo así), y mucha diarrea verbal
Sinopsis:
May Balance, hija de los reyes del conocido como próspero reino de Hoenn, siempre ha vivido en una realidad de fantasía; desde muy joven, su madre le inculcó el hábito de la lectura dando paso a un cotidiano pasatiempo en ella, dando por preferidas las historias románticas que nunca podían faltar en la biblioteca por su petición. Y aun en su cabeza ya adolescente, la realidad debía de ser así, como esas historias a las que denominaban: de hadas. Nisiquiera la historia de su reino y los dioses que veneraban en este la llegaban a encantar de tal manera con esas historias, mucho menos los complejos libros de procesos inentendibles que tenía que aprender de un tutor molesto; pues para ella era mucho más importante soñar, hacer lo que quería todo el día y esperar por la persona correcta, en el momento correcto. Pero, poco sabía ella que esa ilusión se rompería el mismo día del cumpleaños catorce de su hermano menor: Max Balance, el próximo heredero al trono. Ese día, tanto él como sus progenitores le recordaron que estaba comprometida con un completo desconocido por razones ajenas a su persona, su reino estaba colapsando. Y ese mismo día, aún con sus incertidumbres y molestia, es hostigada por un extraño con maneras raras, que quiere quitarle uno de sus recuerdos más preciados: Una simple esmeralda, de la que él proclama ser el dueño y que ella no se dejará arrebatar tan fácil.
Prefacio:
“En el inicio todo era gobernado por la catástrofe, estallidos sin un fin específico que culminaron en la formación de un minúsculo, bello y extraño planeta. No existía más que agua y tierra batallando entre sí por el dominio total de un espacio de nadie. Fuerzas controladas por la furia de Kyogre y los celos de Groudon, respectivamente; ambos, seres divinos de fuerza colosal que movían sus elementos como extensiones de su propio espíritu, tan estruendosa y tan indomable como nadie podría imaginar, tanta era su fuerza que llegó a despertar a la divinidad de los cielos: Rayquaza, quien en castigo por su egoísmo se encargó de ambos seres y desapareció junto a ellos en un holocausto nunca presenciado por nada ni nadie. Ni siquiera la divinidad, Arceus, se acercó a este problema, o más bien, no quiso intervenir, pues fue entonces, en el apogeo de la calma y el silencio, que pudo dar rienda suelta a la semilla de la vida en aquel lugar, ahora abandonado, al que dejó decidir, por sí mismo, su propia evolución y destino, Así nadie del exterior tenía derecho a reclamarlo como suyo, ni siquiera él.”
El libro había sido cerrado por las delicadas manos de la mujer, y para su poca sorpresa faltaban justamente dos de los pequeños a los que más les debería de interesar aquella leyenda, pero por suerte aún tenía a uno frente a ella, quien a pesar de ser menor atendía con mayor ilusión inocente que cualquiera, y esperaba tanto que fuese algo que lo acompañase por siempre. Al final decidió tomar un descanso y darles un momento a los otros dos niños, quienes esperaba pudiesen poner sus diferencias a parte y comenzar a hacer buenas migas.
— ¿Qué haces? — El niño de verdes cabellos y porte digno atravesó el jardín hasta el arbusto arqueado al otro lado de la pileta y al ver a la pequeña de cabellos castaños y ojos zafiros acuclillada bajo este, la imitó, con la diferencia de que ella, a sus ojos, parecía más bien una rata escondida.
— Tener miedo. — Contestó ella apenas levantando la cabeza.
— ¿Razón? — Preguntó con una mueca que demostraba la incomprensión hacia las palabras de la pequeña.
— ¿Estás sordo acaso? — Enfurecida con la cara inflada lo miró en regaño. — Mamá dijo que nunca se sabe cuándo Groudon y Kyogre volverán a reclamar su territorio. No quiero que le quiten el reino a papá.
— Oh, vamos, es un cuento de hadas.
— No, los cuentos de hadas son bonitos y con finales felices, ese simplemente es feo.
— lo que digo es que es mentira.
— Los cuentos de hadas no son mentira. — Lo miró feo, él se quedó mudo y luego suspiró. — Además, es la historia de la creencia de este reino, decir que es mentira es blas… blas… ¡Blastequia!.
— Blasfemia. — Corrigió.
— Lo que sea. — Avergonzada hizo caso omiso. — La cosa es que son creencias que se respetan; o eso siempre ha dicho mamá.
— Olvida eso, simplemente, dudo que alguna vez vengan a reclamar algo como eso, es decir… no les sirve de nada.
— Mamá me ha dicho que el que algo no te sirva a ti, no quiere decir que a alguien más no le sirva. Así que no es opción.
— Bien, no van a volver.
— ¿Por qué?
— Porque… — Se quedó pensativo por un tiempo que dejó a la niña cambiar su posición a una de indio en la que se sintió más cómoda. — Porque son tan pero tan grandes que no entrarían en nuestro reino.
— Eso da más miedo. — Ella palideció, y él empezó a balbucear nervioso en busca de otra excusa, hasta que por fin la encontró y con toda seguridad reiteró:
— De hecho no, este castillo es muy puntiagudo, así mismo las casas, estoy seguro de que si pone un pie por aquí, se les enterraran las astas de las torres y el dolor de la hinchada los hará retroceder. — Explicó, la niña quedó expectante aunque no había evitado reír al imaginar lo dicho. — Y aún si no ocurriese así — añadió con altanería. — Yo estaré cerca para protegerte, y llevarte a mi reino de ser necesario.
— ¿Que te dice a ti que tu reino no sería el primero al que fuesen.
— Por favor, es más pequeño que este lugar, ni siquiera podría estar de pie. — Le quitó importancia. Ambos se miraron y volvieron a reír ante la imagen que habían creado de ello.
— Entonces, si ocurre vas a venir por mi ¿Verdad? — Ella le dedicó una sonrisa entusiasta y él se la regresó con más sutileza.
— Solo si es de urgencia, y si se trata de ti, nada más. — Aceptó volviendo a recibir las risas de la niña.
— Por favor, sé que no moverías ni un dedo por mí, Drew de la Rosa.
— Que poca fe me tienes ¿Tanto me odias? — Preguntó el niño en desacuerdo.
— No es que te odie, simplemente me doy cuenta de que no es como si te emocione realmente pasar el tiempo aquí.
— Eso es verdad… Preferiría una biblioteca o una llanura llena de rosas y mariposas. Pero me conformo. — Observó como a May se le inflaron y enrojecieron las mejillas, claramente ofendida.
— Pues entonces regresa a tu reinito de rosas. Jum — Pronunció con agudeza que hizo sonreír al muchacho y ella solo logró verse más molesta con el ceño fruncido, hasta que notó como se levantaba a un rosal del cual aun a costa de sus delicadas manos de niño arrancó una roja y regresó corriendo hasta ella.
— No es necesario. — Le dijo, May notó como un suave hilo de sangre bajaba de su dedo al pedúnculo de la rosa y acababa en el suelo en forma de gota, manchando la tierra y haciendo ese pequeño espacio más oscuro que el resto. — Puedo usar mi imaginación. — Le extendió la rosa hacia ella, quien indecisa de tomarla la observó bien, y a parte del lugar donde él la sostenía no había espinas, así que la aceptó tomándola con cuidado de la base superior. — Puedo hacer ilusión de que este Jardín es una llanura de rosas, aunque no sea lo único que haya, y que tú eres una mariposa.
— ¿Yo? — La incredulidad se apoderó del rostro de la pequeña y él se volvió a sentar junto a ella.
— Sí, tú. Una gigante, molesta, ruidosa y llorona mariposa. — Concluyó antes de ver como la chica se ponía de pie y frente a él con mirada amenazante dijo fuerte y sin una sola lágrima antes de salir corriendo:
— ¡Le diré a mamá que estás arrancando sus preciosas flores!
Y él asustado de ello, sin pensarlo dos veces fue tras ella para intentar detener la furia de un ser capaz de encerrarlo de por vida en los calabozos (Historias que le había metido en la cabeza la misma niña) solo por una rosa.
— ¡Espera, aún soy muy joven para no ver la luz del sol! — Corrió tras ella en un desesperado intento de no perder el cuello tan joven.
1.Capítulo uno : Un intercambio injusto.
En el Reino de Hoenn en un valle oculto por sus altas y empinadas montañas se levantaba la gran ciudad principal de Petalburgo, donde los altos árboles con ocres en hojas, y los abundantes pétalos marchitos de flores, a los que debía su nombre, caídos en sus alrededores resaltan el inicio del Otoño, época en la que extranjeros son atraídos como imanes a la calidez de sus calles y habitantes; quienes con afán de recibir un nuevo y productivo día, despiertan con los primeros rayos del sol. Entre ellos se podía incluir a la princesa May Balance, quien aún a sus dieciocho años, siempre despertaba al llamado de su nombre emitido fuertemente por una de las damas de compañía de su madre, misma que con esfuerzo retiraba de sus brazos el libro del que mantenía un regocijante recuerdo de una espléndida lectura fantástica, misma con la que seguramente había soñado y la mantenía imperturbable aún en su despertar de quejas.
La joven se estiró con pereza, tomó el libro que durmió junto a ella y salió de la cama con dirección a la biblioteca de aquel palacio, debía devolver los prestado, como siempre había sido dicho. En el camino se encontró con su madre, quien la miró de arriba a abajo con gran sorpresa en su semblante pero no le dijo nada respecto a ello; simplemente le pidió el libro y le ordenó que regresara a su cuarto a alistarse, a lo que May obedeció con poco ánimo ante su arruinado plan de tomar otro libro para la noche.
A veces se cuestionaba qué había ocurrido con su madre, puesto que de pequeña la mal acostumbró al hábito de la lectura, y ahora parecía reacia a todo lo que ella quería leer, y detestaba tanto que ya nunca más la fue a despertar con una felicitación a su valentía, por el increíble logro de pasar la noche fuera del alcance de los espantosos monstruos nocturnos, mismos que su madre tan alegremente se encargó de meter en su cabeza a una temprana edad, aprovechando su asustadiza personalidad, misma que no la había detenido de causar disturbios a altas horas de la noche, o eso hasta la llegada de estas historias de terror.
A su edad, no es que siguiese creyendo en las invenciones de su progenitora, o eso le gustaba creer cuando el trauma de salir a lo desconocido la embargaba y necesitaba darse valor a sí misma, algo que aprendió con los años gracias a sus mini aventuras con diferentes amigos que había hecho a lo largo de los años, mismas en las que su madre fue partícipe o cómplice, cosa que cambió en cuanto cumplió los doce años de edad. De vez en cuando, aún se ponía a rememorar y a pensar que si le gustaría que su madre regresara a ser de esa manera, pero intentaba no dejar que ese cambio la entristeciera; no podía dejarse decaer, nunca le gustó estar triste por lo que siempre necesitaba razones que la mantuvieran en buen humor, y así poder continuar con su estricto horario de princesa. Para su desgracia o fortuna las únicas razones que la mantenían así eran: la comodidad de su cama y sus lecturas nocturnas; cosas tan simples que quien entablara una conversación larga y tendida con ella creería que su título de princesa no le servía de nada más que eso, ser una princesa de título y ya. Una realidad innegable, pues su felicidad llegaba con la tranquilidad de la noche, misma que la ayudaba a concentrarse de lleno en su hobbie sin la molesta interrupción de sus “labores de princesa” como era: más que nada, soñar despierta y los estudios diarios que le imponían para cada día acercarse más a lo que era ser una persona de alta alcurnia, como se necesitaba que fuese al tener el peso de su apellido sobre sus hombros. Algo que a ella al final del día no le importaba nada.
Al llegar a su cuarto, sus lacayos personales le tenían preparada una tina con agua caliente y aceites esenciales, por lo que pudo darse un aromático y relajado, pero rápido baño; seguido por la postura de un vestido de seda rojo, de ostentoso volumen y bordados azules; bello e incómodamente ajustado gracias al corsé, que aunque resaltaba su agraciada figura, también la torturaba impidiéndole dar grandes bocanadas de aire cuando las necesitaba. Y ella detestaba ese corsét con todo lo que daba su pequeña alma de doncella atrapada; mas, reglas eran reglas y se veía obligada a usarlo, especialmente en un día tan importante como era aquel, donde las puertas del castillo, eran abiertas en celebración, por el cumpleaños catorceavo del heredero al trono y su hermano menor: Max Balance.
— Se ve espléndida. — Halagó su amiga más querida, una mujer de cabellos largos y rosados, una hija de nobles especializada en la costura, la misma que desde sus diez años la había ayudado a vestir los más complejos trajes y como extra, también acompañado en sus más extrañas locuras. Su nombre era Solidad, mujer que se había ganado en completo la confianza de May, a tal punto de conocerla mejor que sus propios familiares; tanto que sabía que todas las muecas que salían horrorosas del rostro de May, no eran de disgusto por lo que veía en el espejo, sino de incomodidad por lo que sentía en su cuerpo.
— ¿Está segura de que está bien puesto? — Con gran esfuerzo comenzó a aspirar aire por la boca y contenerlo hasta necesitar de la siguiente respiración.
— Por supuesto, esa es su talla señorita. — Le sonrió la mujer. May inhaló hondo nuevamente convenciéndose mentalmente de que había pasado por peores cosas y debía soportarlo como pudiera, al menos, por ese día. Además, si ordenaba a Solidad aflojar aquella prenda asesina, era muy probable que después sería regañada al no cumplir con las peticiones de la encargada de su vestimenta: la reina, ósea su madre
.
Se colocó los zapatos que la hacían seis centímetros más alta y con porte elegante se acercó a la ventana, dejando a los suaves y claros rayos del sol acariciar su rostro, derritiendo toda expresión de malestar. Y al pensar con más claridad, se reclamó internamente por todo lo que había comido en esa semana.
— Gracias por la ayuda, Solidad. — Volvió el rostro para verla tan sonriente y amable como siempre. Esa mujer era tan hermosa y bien cuidada, que a pesar de estar más abajo en una jerarquía social a la que no encontraba sentido, la llegaba a envidiar de una manera perjudicial para su propia autoestima. No importaba qué, Solidad siempre se veía bien y siempre parecía estar bien; aun cuando sabía que no era para nada el caso. May estaba segura de que aun en los más bajos harapos Solidad resplandecería una elegancia propia de su personalidad. En cambio, ella misma, la princesa de ese lugar… no tenía ni punto de comparación con: Un cabello castaño rebelde que no valía la pena peinar en exceso porque solo lo hacía peor, añadiendo un singular corte desigual que se negaba a perder porque sentía que era lo que mejor le sentaba, aun contra los deseos de sus progenitores y peluqueros, pero creía que la ayudaba a disimular el gran volumen de su cabeza comparado con su pequeño rostro, Y luego estaba lo único de lo que se sentía realmente orgullosa que eran sus hermosos ojos azules, heredados por su padre, pero mucho más brillantes y soñadores; mismos que siempre eran comparados con zafiros, cobre, y hasta con el propio y amplio cielo de verano.
Bajó para desayunar junto a los demás miembros de la familia, y antes de siquiera sentarse, tomó un pan, del que deshilachó un pedazo sin mucho esfuerzo y llevó a la boca comenzando una pequeña fiesta al saborear su exquisito sabor de recién horneado, perfecto para comenzar el día tan trajinado que sería aquel.
— May. — La voz de su madre la regañó por su comportamiento, lo que ella trató de ignorar sentándose a la mesa y llenando su plato de todas las delicias que veía a lo largo de la mesa, como acostumbraba en esos pequeños banquetes matutinos. — May, por favor... — Nuevamente su madre llamó su atención con menos paciencia, ella atendió de buena gana al sentirse satisfecha con lo que había podido probar hasta el momento. Se sabía que como primera hija, era un poco quisquillosa y eso incluía una regla muy recordada por todos los que habitaban no solo ese castillo, sino el reino entero: “No hablar a Lady May hasta después de un buen desayuno o no atenderá debido a su acostumbrada desatención matutina”.
— Lo siento, tengo hambre. — Observó sus manos, que se juntaban en un juego nervioso de dedos, estaba muy apenada. El Rey, Norman Balance, hombre de piel morena y cabellos azules, echó una pequeña carcajada; mientras que su madre, la reina, Caroline Balance mujer de clara tez, cabellos castaños claros y ojos verde olivo, simplemente mostró una pequeña sonrisa.
— Querida, sabes que frente a nosotros no hay ningún problema en mostrarte así. Pero, por hoy, te pediré de favor que procures mantener esos instintos bien ocultos. — Recalcó con suave pero firme movimiento de manos que descendió hasta tocar la mesa. May sabía que por muy agradable que se viese su madre por fuera, aquello significaba que debía de acatarlo como si su vida dependiera de ello.
— Pero... Solo es un cumpleaños... — Los demás se miraron entre sí, y May sentía que se había perdido un capítulo del libro de su vida.
— May, linda... ¿Recuerdas lo que platicamos ayer? — La nominada quedó mirando a sus recuerdos, y marcó el más importante de estos.
— Algo sobre una enorme y jugosa langosta. — No era nada sorpresivo para sus familiares que el foco de concentración de la hija mayor fuese justamente la comida. Mas, ella sin pena ni gloria regresó la mirada a su plato y tomó una copa del jugo que le habían servido.
— Eres tan olvidadiza como siempre. — Max Balance, el hijo menor, estaba frente a ella; con clara decepción ante las palabras de su mayor. No era un misterio para nadie que normalmente trataba de tonta a su hermana, y a muchos a su alrededor. Razón por la que no era muy querido en el reino por sus contemporáneos y mantenía una vida poco sociable para lo que se requería de su persona. — Prefieres recordar parte del menú del banquete, a algo tan importante como tu propio compromiso.
Instantáneamente, May escupió lo que tenía en la boca, dando un trabajo extra a los encargados de la cocina, y a su madre que por razones de imagen no podía dejar a su hija con jugo goteando de su barbilla.
Caroline se levantó y se acercó a ella con calma, misma que usó para pasarle la servilleta de tela color hueso, que siempre colocaban con los cubiertos, aun cuando no se las usase de la manera correcta por nadie.
— Ya mamá, estoy bien. Ya no tengo cinco años. — La mujer entendía que su hija no estaba siendo malagradecida, sino que su frustración había salido a flote más pronto de lo esperado, pero aun así no se apartó sino hasta notar que no quedaba ni un rastro de la bebida y volvió a su lugar, aun cuando sabía lo desconsolada que quedaba la menor.
Mientras tanto May quedó en silencio, solo pudiendo observar su alimento con la sensación de estar perdida en otro espacio que no era la mesa de su hogar.
— ¿Qué compromiso? – Se atrevió a preguntar al levantar nuevamente la mirada hacia su progenitor con rostro no solo confuso sino que molesto. — ¿Entonces no era una broma?
— Hija… — El mayor con todo su amor de padre, aceptó la dura expresión de su heredera. – Comprendo que esto te ofenda. — Continuó con tal dolido semblante, que la hacía sentir culpable, sentía que le decía que esa decisión le había traído nuevas arrugas a su rostro. – No te obligaré… — Pero aun con todo su claro estrés, dulce como el azúcar del postre, era la voz de su padre que intentaba confrontar al otro lado de la mesa. – Esta tarde comenzarán a llegar los invitados, para celebrar el cumpleaños de Max pero no solo serán los pertenecientes a nuestro reino, sino que también llegarán los hijos y la guardia del reino que queda al norte. A quienes te pediré trates con el mayor respeto posible.
— ¿Entre ellos se encuentra… eh…? – Comenzó a dudar, no se le pasaba por la mente siquiera decir algo como que tenía prometido, era como si lo estuviera aceptando, y al no ser el caso se quedó muda, y a su padre no le quedó más que asentir para que comenzara a entender los hechos.
— Solo te pediré que te acerques y los conozcas… No es necesario que el tema aparezca siquiera, después de todo, tu decisión sobre ello también es importante. Quien sabe y hagas buenas migas con el muchacho...
— Es como si me dijeses que puedo enamorarme de un desconocido en una sola noche. – Decepcionada, pasó su mirada al piso, y como el libro abierto que era, sus familiares lo notaron, pero no dijeron nada más al respecto.
Ella sabía que sus emociones eran su gran debilidad, nunca se acostumbró a esconderlas y nunca lo podría hacer, y para su desgracia solo se podía quedar con las palabras de su padre, por lo que esperaba que como el hombre de palabra que siempre había sido, lo cumpliese.
– Haré un esfuerzo.
Su madre le sonrió con cariño y orgullo, sabía que la había educado bien a pesar de todo, pero May comprendió su mensaje oculto, una pequeña advertencia que no la dejaría tranquila hasta quien sabe que momento de su vida.
Los herederos salieron del comedor una vez terminado el desayuno para comenzar con sus actividades individuales. Mientras Max se encerraba en la biblioteca a leer libro tras libro; May disfrutaba de sus caminatas por los pasillos y las visitas a los establos.
— ¿Está bien que lo dejes así? – Caroline se dirigió a su esposo con preocupación en su semblante.
— Está bien. — Aclaró apretando la mano de su esposa. — Como Rey tengo una responsabilidad y como padre, otra. No quiero fallar en ninguna de las dos. – Inspiró aire hondo, y luego, su mano libre ofreció una copa de vino a su esposa, quien la aceptó no convencida de lo que decía. – Escúchame bien querida, el pueblo nos necesita, pero podemos salir adelante, porque aldeanos hay muchos, pero hija sólo tenemos una.
La tarde llegó y May estaba nerviosa, tanto que ya había recorrido el palacio de abajo arriba y arriba abajo más de tres veces en una sola mañana, absteniéndose a las miradas confundidas de los ocupados sirvientes que iban y venían con el afán de tener todo listo y espléndido para la noche de la celebración; y más de una vez se vieron obligados a frenar en sus actividades para evitar chocar con la joven princesa, que aun teniendo el apoyo de su padre, se sentía frustrada y ansiosa, tanto que no podía dejar de culparse por no poder darle el voto de confianza, pues se sentía obligada cuando sabía que no era así.
Dos horas antes de la llegada de los visitantes, May se encontró con su hermano menor extraña y misteriosamente saliendo del cuarto de negocios de su padre; ella no perdió el tiempo y lo siguió hasta el siguiente pasillo que conectaba con el salón principal sin que lo notase, pero al final lo jaló del brazo al ganarle la curiosidad..
— ¡Hey! — Recriminó el menor cuando era arrastrado tras una de las columnas más grandes y solitarias del salón. Su hermana le pidió silencio con una mímica. Él bajó los hombros rendido. — ¿Qué quieres?
— ¿Qué hacías en ese lugar? — Murmuró con fuerza para demostrar una molestia que no existía.
— … Solo me perdí.
— No seas evasivo ¡Dime! — El tono de súplica le salió sin querer, su hermano se notó complicado al entender lo que quería saber.
— Estuve curioseando un poco y… Bueno, las cosas no se ven muy bien. — Se explicó con desilusión. — Sobre lo del compromiso…
— ¿Decía algo sobre ello? — Su hermano negó y sutilmente le pidió que se acercara un poco.
— Papá no ha dicho nada pero… — La pena en sus susurros era clara y nada satisfactoria. – Si seguimos así comenzaremos una crisis de no retorno.
— ¿Crisis? ¿De qué hablas? Las minas siguen siendo trabajadas sin problemas.
— No comprendes. — Le siseó para que bajase la voz. — Hay egresos y ningún ingreso, cada vez hay menos recursos en la minas, sin contar lo difícil que es avanzar en ellas aun con las mejores herramientas; la agricultura no parece avanzar ni siquiera con todos los intentos de mamá y papá por experimentar en diferentes tipos de tierras, ni las importadas, ninguna planta comestible quiere brotar, y la ganadería comienza a tener un precio muy elevado de manutención, los mismos caballos es más el consumo que crean que lo que aportan, papá está pensando en venderlos…
— Ni creas, no pienso vender el mío. — Le aclaró interrumpiendo, el menor la regañó con la mirada y ella suspiró pidiendo que continuase con un gesto de la mano con claro pesar inundando su expresión.
— Y todo esto sin contar los diarios… — Otra vez fue interrumpido por su hermana pero esta vez en un abrazo de protección con claro miedo involucrado. Todos a sus pies se había comenzado a mover de manera abrupta, ocasionando estruendos en el suelo y por todas partes de los objetos que rodaban o se caían por aquella fuerza natural. — Temblores. — Concluyó una vez culminó lo nombrado y su hermana lo soltó mirando de un lado a otro, para suerte de ellos había quitado hace ya mucho tiempo cualquier objeto que representase un peligro para la seguridad de todos dentro, siempre y cuando el castillo no se les cayera encima claro, pero desde hace años toda su arquitectura había resistido sin problemas, así que era el menor temor de todos. —
— ¿Estás bien? — Él asintió y continuó su relato.
— Como te decía: Al parecer la simple idea de comercio exterior es demasiado peligrosa sin un acuerdo entre reinos… — Su vista enfocó sus pies. – Y es eso lo que sospecho papá busca sacar de un compromiso.
— ¿Por qué no una simple charla? Es decir… ¿Ves lo que ocurre? Eso no va a parar con un matrimonio.
— Eso no, pero sí lo demás. — Le aclaró.— Piensa May, ¿Qué es más seguro de paz entre reinos si no es una unión marital? — Ella quedó en blanco y suspiró fuertemente al sentirse rendida.
— ¿Y si no me gusta? — Max le tomó la mano intentando consolarla, ella le sonrió. — Espero que sea un príncipe azul en su caballo blanco; o no estaré contenta.
— ¿Qué crees que es esto? ¿Uno de esos cuentos raros que lees? – Resopló con gracia apretando con cariño la mano de su hermana. – Lo siento May, no debí haber dicho nada… — Ella se mordió el labio con impotencia, pero luego sonrió aparentando calma.
— Gracias por aclararme lo que está ocurriendo. – Max le dio un pequeño golpe en la panza, el que ella sintió como torbellinos queriendo estrangular lo poco que quedaba de ella gracias a lo ajustado del corsé.
— Ánimo. Todavía puede haber otra manera, trataré de pensar en una. – Le sonrió ampliamente, invitándole a ella a imitarlo y creer en esas palabras. Como nunca su hermanito había hecho un buen trabajo consolándola.
— Es verdad, después de todo eres el listo de la familia ¿No?… — Se acercó a besar la frente de su hermano. – Feliz cumpleaños, ratita. – Y le despeinó los cabellos antes de salir corriendo, pues los gritos de reclamos no se hicieron esperar ante las extrañas y espontáneas muestras de cariño que siempre la habían acompañado.
Durante la siguiente hora, la joven reflexionó una y otra vez sobre lo mejor, no solo para ella, sino también para el reino. Al final… ¿Qué pesaba más? Como parte de la familia de líderes, esa era una cuestión que siempre tendría volando en su cabeza, ¿Era más importante ella misma o todo un reino que sería consumido por su egoísmo? La respuesta era clara pero no podía evitar sentirse culpable de que su subconsciente siguiera insistiendo en la primera opción solo porque tenía miedo de no poder soportarlo, después de todo, siempre soñó en casarse con la persona a la que amase. Y así mismo lo volvía a reflexionar ¿Acaso ya estaba decidida a no amarlo? Alguna vez ella ya se había enamorado pero, fue tanto tiempo atrás que casi no lo recordaba; solo el hecho de que nunca más lo volvió a ver; por lo que, intentar querer a alguien más por el bien de su reino no tenía por qué ser una carga ni una ofensa, o de eso se quiso convencer.
Cuando se cansó de pensar, fue avisada por una de las encargadas de limpieza que no faltaba mucho para la llegada de los invitados, May tradujo esto a que debía de empezar a prepararse mentalmente para lo que venía, en otras palabras el encuentro con lo que podría ser su futuro; y aquello solo la hacia sentir ansiosa, tanto que decidió que era hora de tomar un poco de aire libre junto a su buena amiga: Una simple piedra de color verde que encontró un día en su habitación junto a una carta y una rosa. Ella sabía que no era la mejor compañía pero por alguna singular razón era lo único que le reconfortaba cuando no sabía qué hacer. Tratándose de algo tan simple como un pequeño recuerdo de la mañana más extraña que había pasado alguna vez. Su madre le había dicho antes que la llevase con un joyero para hacer de ella un bonito collar, a lo que May se negó rotundamente, pues deseaba conservarla intacta.
Saliendo de su habitación se plantó en seco al encontrar a su madre junto a sus damas de compañía a las cuales Solidad pertenecía, y se le hacía muy extraña su presencia de su madre en ese justo momento teniendo en cuenta que ya eran los últimos preparativos para la gran ocasión.
— ¿Ocurre algo mamá? — Preguntó confundida, su madre le pidió que regresase a su habitación con un delicado gesto al que obedeció, luego la vio ingresando a ella sola y cerrar la puerta con cuidado antes de acercarse a ella y tomarla de los hombros apenas rozando la fina tela. Ahí mismo notó el verde brillante que destellaba en su mano y respiró hondo.
— Cariño, te voy a pedir un favor…
— Que me comporte, sí mamá, no tengo pensado hacer el ridículo, después de todo hoy, también debuto en sociedad ¿No? — Su madre le sonrió cálidamente y ella se la regresó inocentemente.
— No es eso, ya eres mayor, es tu problema si haces el ridículo o no. — Le aclaró. — Hoy vas a conocer a uno de los hijos del reino del norte; él… él es un buen muchacho, lo sé en una ocasión con tu padre fuimos a su cumpleaños número quince, lo conocimos, tanto a él como a sus padres, y estoy segura de que te puede llegar a agradar como persona.
— No entiendo mamá ¿A qué quieres llegar?
— Por favor, acepta el compromiso. — Al decir esto su madre, May sintió como su corazón y toda ella se rompía en pedacitos, era verdad que ya le habían dado muchas razones, pero aun le habían dado escapatoria pero esta vez… Su madre simplemente le estaba pidiendo demasiado. Sus ojos se inundaron justo ahí. — Cariño… — Preocupada le secaba las lágrimas como podía, entendía que su hija no estaba lista para esa responsabilidad, pero tampoco quería sacrificar a toda persona viviendo en ese lugar bajo su supuesta protección. — Tranquila… yo… yo sé que es algo difícil de digerir de buenas a primeras, pero te lo pido, dale la oportunidad…
— Mamá… Dime: ¿Qué tan mal están las cosas? — Preguntó entre hipos incomprensibles para cualquier persona ajena a ella. Su madre sostuvo un suspiro de angustia ante ello, y resignada cuestionó.
— ¿Te enteraste?
— Bueno, no es como que el jardín está muy vivo últimamente. No estoy ciega mamá.
— Lo sé cariño, no te dijimos nada ni a ti ni a tu hermano porque… Bueno, el comandar un reino es algo muy pesado, ustedes aún son muy jóvenes y no tienen por qué cargar con eso.
— ¿Pero sí con un matrimonio arreglado? — Preguntó en decepción. Caroline no supo como contestar y solo observó al suelo soltando a su hija.
— Lo siento, pero siendo lo más sincera cariño… es la única manera segura de tener las cosas sin represalias a futuro. Es nuestra única salida ante la crisis. Además… Tu sabes que el dueño de esa esmeralda ya no vendrá… Esta es otra oportunidad.
May abrió los ojos grandes de terror cuando le recordó aquello, no quería que nadie lo mencionara, estaba bien si simplemente la dejaban ser, siempre fue así, y era un pacto que se sabía en silencio, y que ella quería que respetaran. Levantó su rostro y miró a la mujer con sus ojos cristalinos de aguantar las lágrimas, y con ira contenida apretó los puños, entre ellos la pequeña piedra entre sus manos que solo le causó más desconsuelo en ese instante.
— Bien. — Aceptó su destino con desdén. — Aceptaré cualquier cosa que se me imponga, pero si las cosas no salen bien… espero que recuerdes quién me está obligando a eso. — Salió de la habitación dejando a una Caroline atónita de aquella respuesta. Su hija con razones de peso la estaba culpando de la infelicidad que sentía ahora. Y sin poder culparla, no fue tras ella; solo la dejó irse de la habitación sin dar cuenta de sus pasos, negándole a Solidad, su deber de seguirla en esa agitada noche.
— Pero mi señora… — Intentó tener una respuesta clara, la mayor negó con la cabeza.
— No estamos en tiempos para calmar berrinches, no siempre estaremos con ella para llevarle las ideas, tiene que aprender a manejarse sola en la vida tarde o temprano y dejar el pasado donde está, en el pasado. Además, ella conoce cada rincón del palacio, estará bien, no irá muy lejos aunque quisiera.
Por su parte May, llena de resentimiento e ira, se camufló con la oscuridad de la noche para salir por una puerta del costado del castillo, misma que siempre había usado desde pequeña cada que quería llegar rápido a los establos; lugar donde se quedó más tiempo del que querría llorando sin consuelo alguno, a parte de su pequeño compañero de cabalgata, color café chocolate, que la doblaba en tamaño; el cual, al verla así solo podía dar uno que otro relincho inentendible hasta que ella lo calmó con una caricia sobre su nariz.
— Lo siento, esto no tendría que involucrarte. — Suspiró pesadamente y rápidamente se secó las lágrimas con la manga del vestido, no podía quedarse llorando toda la noche, y menos en un establo al que podría llegar cualquiera de los trabajadores del palacio. Por lo que intentó componerse y con otra suave caricia se despidió de su amigo y le sonrió triste sabiendo que sería una larga noche, tanto así, que se preguntó cuánto tiempo tardaría en volver a verlo.
Escuchó los claros pasos de personas y el suave trote de caballos sobre el pasto en su dirección, así que se apresuró en salir por un pequeño escape trasero del establo (El cual solo era usado por ella y su hermano) y escondida tras un pozo de ladrillos observó que eran los trabajadores que se llegaban a guardar los caballos pertenecientes a los nobles del reino. Con eso sabía que los invitados habían comenzado a llegar y que debía apresurarse a regresar o no estaría para las presentaciones.
Empero, en cuanto llegó a la misma puerta por la que salió el revoloteo de sonidos entre personas asombradas y carruajes tomándose su tiempo de llegada le llamaron la atención. Se pegó a la enorme pared del castillo y pegada a esta avanzó hasta antes de la fachada para obtener un vistazo a la entrada principal, desde donde pudo vislumbrar un carruaje tan elegante y hermoso que no podía ser otro que el perteneciente al reino invitado. Del que bajaron un muchacho contemporáneo a ella, y una mujer que supuso como la madre por el gran parecido que compartían como el cabello azabache bien peinado y relamido, y ojos afilados de un rojo intenso. Aún desde lejos podía decirse que eran tan atractivos, que era imposible imaginar a alguien rechazando a alguno de los dos. Nisiquiera ella.
No tardó en desvelar que sus sospechas eran ciertas, pues apenas estas personas pisaron los adoquines, sus progenitores presurosos se acercaron a recibirlos utilizando los títulos de: Reina y príncipe; mismos que con elegancia y pena se disculparon por la ausencia del llamado Rey por razones de trabajo en su hogar.
Con eso May ya se había hecho a la idea de que él era el principal candidato a ser su futuro esposo; y para su desgracia, no se decidía en sí su aparente buen comportamiento la tranquilizaba o inquietaba aún más. Y aunque no parecía mala persona (como había dicho su madre), esa mirada afilada la intimidaba un poco.
Finalmente, echó un suspiro rendido; fuese como fuese, tenía que enfrentarlo en algún momento, o eso creía ella, hasta que, al volver a la puerta su valentía flaqueó una vez más, y decidió que no era necesario llegar a las presentaciones ¿Qué importaban ya? Su destino era definitivo se comportase como se comportase, por lo que nada importaba.
Salió corriendo hacia su pequeño pedazo de paraíso en la tierra: Su escondite secreto.
A espaldas del palacio y a través de un agujero que encontró hace muchos años atrás en la muralla principal, había un riachuelo que decrecía desde lo más alto y profundo del bosque, su agua cristalina permitía ver toda clase de peces de agua dulce mezclando sus colores con la negra tierra y enormes piedras de su profundidad; era rodeado por un jardín de robles y manzanos, mismo que ya no daban frutos y los que daba eran amargos. Este riachuelo descendía por el palacio y atravesaba al reino por la mitad del oeste ayudando así a propagar algo del líquido vital a sus ciudadanos.
La princesa de Hoenn, quemimportista a sus oficios reales, buscó la enorme raíz que sobresalía pegada al tronco de uno de los árboles más cercanos al arroyo, se sentó en ésta quedando distraída por la belleza de la joya en su mano llevada hasta lo más alto que le daba el brazo, como queriendo alcanzar el cielo nocturno y rememorando buenos tiempos del pasado junto al placentero sonido que hacia el agua contra las piedrecillas y el susurro de las hojas mecidas por el viento que se mezclaron con un inconfundible oleaje lejano; sin duda, un pequeño tesoro de la naturaleza que sentía que solo ella apreciaba, y siempre disfrutaría en soledad.
Reflexionando así, se dio cuenta de que quizá casarse no iba a ser tan mala idea, después de todo, si tenía suerte, ese ya no sería un momento para ella sola, sino para dos, como alguna vez había hecho cuando descubrió ese lugar.
— ¡Oye! — Una voz la alertó y la alejó de sus pensamientos, dio un brinco de sorpresa y su palpitar se aceleró. No era normal que alguien a parte de ella pasara por ese tramo. Giró la cabeza buscando de un lado a otro, sin encontrar nada, ni siquiera a un pequeño animalito. Hasta que al fijarse en el otro lado del arroyo divisó una silueta masculina que no reconocía, ni como invitado a la celebración ni como ciudadano de su reino.
La miraba como si le quisiera decir algo, pero el silencio de su parte y la confusión de ella la llevó a señalarse a sí misma y cuestionar con su expresivo rostro.
Él asintió una sola vez y ella se encogió en ese lugar al notar que empezó a cruzar el arroyo de una manera particular, aunque ella con la oscuridad no apreciaba con detalle, sí que podía afirmar que era la primera vez que veía a alguien hacer lo que parecía ser: saltar en el agua.
Su siguiente instinto fue levantarse para comenzar su huida, pero fue interrumpida otra vez por la misma voz que se escuchaba mucho más clara que antes.
— Espera. — Le pidió determinante, ella volvió la mirada y solo estaba a unos metros de ella, por lo que fuese lo que fuese, con ese vestido y zapatos tenía todo en contra de la comodidad del pantalón y botas que tenía la otra persona. Realmente nunca ganaría nada de esa carrera a parte de sudor.
— ¿Quién eres…? – Preguntó una vez el extraño estaba frente a ella. La altura del hombre no era remarcable, hasta diría que ella le ganaba por una frente y su contextura era demasiado delgada como para pretender poder ganarle a ella en una lucha de pulsos; en otras palabras, un enclenque.
Una seda negra, prolijamente colocada, abrazaba su cabeza impidiendo ver su cabello, a parte de ciertos mechones rebeldes que se escapaban sobre la frente, los que gracias a la luz de luna resaltaban un verde poco común; en cambio, la máscara de cuero marrón revelaba apenas sus ojos verde intenso, la punta y asas de su nariz enrojecidas por el frío del exterior, mientras que en donde se supone estaba su boca se podía apreciar un cuadro de una tela de calado medio, poseyendo acabados muy toscos y poco profesionales que denotaban había sido fabricada en un apuro, por manos no educadas en costura o ambas; dejando a May más confundida que antes, ya que reconocía que eso no era trabajo de ninguno de los artesanos del reino, ni de ninguno que recordase, sin contar que su ropa en general era muy rústica, unas botas negras que llegaban a los tobillos, un pantalón marrón de mala calidad que había sido remendado más de una vez, sostenido por un extraño cinturón del que sobresalían y colgaban varios y extraños artilugios junto a bolsas de diferentes colores, materiales y tamaños; si tuviese que decirlo en voz alta, era lo que estaba en mejor estado; su camisa era negra de mangas largas, acompañadas por unos guantes que pasaban las muñecas en el mismo color; su estado era similar al pantalón, pero más presentable que éste; y por último una capa con capucha marrón, del mismo tono del pantalón, le permitía taparse de cabeza a tobillos, haciendolo la persona más sospechosa y extraña que alguna ve haya visto. Pues en la cabeza de May era una broma de verdugo mal pagado y sin armas.
Mientras tanto, él se había quedado meditando con una mano en la cintura y la otra en la barbilla, o más bien, parecía que estaba más interesado en revisar con la mirada a la chica de arriba a abajo con curiosidad.
— ¿Qué? — Alcanzó a preguntar aun con los nervios encima.
— La piedra. — Contestó como si fuera algo obvio para cualquiera.
— ¿Eh?
— Tenías una piedra, ¿Dónde está? — Apartó las manos de sí mismo y la señaló como si le hablase a algún animal que le diese asco. Aunque ella no reparó en ello.
— ¿Eres… un ladrón de piedras? — Aquella reacción llevó al chico a mirar al cielo en busca de paciencia, y May pudo comprender que no era un ladrón sin moral, más bien era un grosero cizañoso y con eso no podía causarle ningún daño físico, por lo que se pudo relajar, solo un poco. — Cuando ví que te acercaste la escondí. — Dijo sinceramente.
— Supongo que es comprensible… — Se cruzó de brazos pensando en su accionar.
May notó esto y sintió que probablemente era una persona más civilizada de lo que aparentaba a primera vista, pero con lo siguiente su impresión de él solo decayó más que la primera vez. :
— Dámela. — Demandó.
— Espera… ¿Qué? — Pestañeó más de lo que acostumbraba en ese segundo, y él estiró la mano esperando a que se la entregase. — ¿Por qué lo haría? — Cuestionó en el mismo tono que él.
— Porque es mía. — Fue su explicación, lo menos razonable que había dicho en ese pequeño lapso de tiempo según la joven; por lo que se le hizo fácil discutirle.
— Pruebas.
— ... — No respondió y May supo que le había complicado su objetivo y también le había quitado cualquier ilusión, o eso creía cuando lo notó regresar la mano a la barbilla.
— Solo lo sé. — Dijo delatando que no tenía una respuesta para ello.
— Eso no es una prueba. — Elevó su confianza irguiendo su espalda todo lo que podía.
— Escucha, no tengo pruebas, pero es mía y la necesito, dámela. — Volvió a insistir con el brazo estirado.
— No lo haré. — Refutó decidida. — Para tu información. es un regalo que me hicieron hace muchos años, por lo que es mía.
— ¿Pruebas?
— … — Ella quedó muda y luego gagueando entre la búsqueda de una excusa no encontró nada inteligente. — Te… Ten… Tengo una carta y está en mi poder; eso la hace mía. — Se cruzó de brazos ofendida con clara distracción en algo que regresó a su mente.
— Olvídalo. — Chasqueó los dedos rápido para que le prestara atención pues estaba muy ensimismada en sus recuerdos. — ¿Dónde está? — Buscó con la mirada hasta que, ella inconscientemente miró a su escote y él siguió sus ojos, pero terminó observando al otro lado apenado. — ¿No tenías otro lugar? — Preguntó decepcionado de su suerte. Ella, en cambio, sonrió triunfante ante su decisión; aquello era un truco de su madre para esconder cosas. Lo que nadie sabía es que había estado esperando el momento idóneo para usarlo, y por fin había llegado, aunque la única testigo de su hazaña fuese ella misma.
— Obviamente no ¿Acaso parece que tengo cualquier bolsa para meter una piedra? Nadie anda con esas cosas por ahí. — Meneó la mano quitándole importancia y haciéndole fuchi a la idea, de lo que se arrepintió al recordar que el chico en cuestión cargaba más de un saco alrededor de su cinturón.
Él se calmó y la observó nuevamente de arriba a abajo, como analizando sus opciones, May solo sentía tensarse. Desconocía lo que había en la cabeza de esa persona y lo que realmente era capaz de hacer.
— Bien, no me dejas opción. – Masculló estas palabras en clara amenaza, mismas que hicieron sudar frío a May y preguntarse en la mente: ¿Si sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de arrebatarle la piedra?
— ¡Espera! Podemos platicar y llegar a un acuerdo… — Dijo nerviosa pero tan bajo que él parecía no escuchar. Mas, cuando su miedo estaba a tal punto crítico de querer gritar, escuchó algo que la dejó perpleja.
— Por favor. – Él estaba a una distancia prudente de la chica, quien parecía una piedra, al no dar signos de respirar siquiera. – Oye… — Volvió a gruñir, aquella mujer le estaba fastidiando en medida. — ¡¿Podrías dejar de jugar?!
— Lo siento. — Se disculpó sin sentir nada, además de incomprensión; su posición se había relajado y su respiración se había regulado. A pesar de lo rudo de su comportamiento, hasta el momento, pudo comprender que no era una mala persona, al menos no una que fuese a recurrir a la violencia, por lo que decidió que era mejor escuchar su lado de la historia, y dependiendo de lo que respondiese lo tacharía de un ladrón con principios o de un loco no sacrificado, y luego llamaría a la guardía para que se lo llevasen — ¿Por qué la quieres? — Esa pregunta cayó como un balde de agua fría para el chico. quien se mostró severo y reacio a responder.
— No es algo que te incumba.
— ¿Cómo puedes decir eso? — Ella se sintió traicionada, después de todo le estaba dando una oportunidad y lo que estaba recibiendo a cambio era desprecio.
— Para mí es importante...
— ¿Por qué?
— Porque... — Se rascó un poco el cuello sin tener la excusa correcta. — ¡No te importa! La pregunta debería ser ¿Para qué la quieres tú? Se nota que eres de buena familia, no te hace falta. — Le echó en cara. Ella comenzó a tener un tic nervioso en el ojo.
— ¡¿Tú que sabes si soy o no soy algo?! Además, la piedra también es importante para mí.
— ¿Por qué?
— Pues.. Porque… Porque… ¡Olvídalo! No te lo diré.— Ella se cruzó de brazos y desvió la mirada. Él dio un largo suspiro rendido, el silencio se estancó de ambas partes hasta que él decidió hablar.
— ¿Quieres algo a cambio? Cualquier cosa, te lo daré a cambio de la piedra. — Le dijo una vez tranquilo.
May lo observó con más sospecha todavía, nadie era capaz de dar nada así como así, peormente lo que ella deseaba realmente. Y aunque llegó a considerarlo, no sentía que poseyera el mismo valor que la piedra tenía para ella, por lo que decidió simplemente seguirle el juego, para engañarlo y salir de una disputa a la que ya no le encontraba ni pies ni cabeza y solo se estaba convirtiendo en una conversación incómoda.
— No creo que sea algo que puedas cumplir. Así que solo si lo logras te la daré. — Habló altiva y con una gran sonrisa, sabía que tenía todas las de ganar. Él esperó expectante, y ella prosiguió.— Quiero ir a otro reino.
— ¿Otro reino? — No se veía seguro de eso, la expresión en sus ojos lo delataron. Ella siseó, la había interrumpido.
— Sí, otro reino. — Recalcó feliz. — Pero no solo es ir porque sí, es ir ¡Ahora! En este momento, y debo de llegar a ese reino sin dar siquiera veinte… ¡No! Diez pasos. Si puedes hacer eso, la piedra es toda tuya.
— ¿En serio me estás pidiendo eso? — Con sospecha él tuvo la necesidad de dar un paso atrás. Ella con sus manos en la cintura se inclinó levemente y lo miró consciente de que lo que pedía era imposible, lo que lo hacía su victoria, y su maldición al tener cierta realidad en su petición, si pudiese si se iría a otro lugar solo por descargar sus penas en ese momento.
— Por supuesto, no necesito nada más, ¿O no puedes? — Hablaba claramente para ella, tanto así que su interés en el joven se había perdido completamente y apreciaba mucho más sus propias uñas.
— Es una petición un tanto extraña ¿Sabes? ¿Segura que no quieres otra cosa? ¿Un vestido más cómodo por ejemplo? — Indagó un poco, con esperanzas de que cambiase de opinión, algo que se notaba simplemente escuchándolo.
— Lo sé, pero no, no quiero otra cosa, y mi vestido no tiene ningún problema. - Resopló, el muchacho suspiró pesadamente.
— Está bien… creo que puedo hacer un intento.
— Ajá… Como gustes… Espera… ¡¿Qué?! — Regresó su atención con él en claro espanto. — Estás bromeando… ¿Verdad? — Sintió como la misma mano que ella había apartado de su vista era tomada por la de él con un suave agarre.
— Te recomiendo tomar todo el aire posible y aguantar la respiración. — Le advirtió al sacar un extraño péndulo plateado con un peso en forma cónica. May al principio quedó con curiosidad en cuanto lo puso en marcha pero al notar una extraña luz saliendo de entre los arbustos su sorpresa y terror se delataron en tartamudeos incomprensibles.
— ¡Espera! ¡Solo estaba jugando! ¡Lo juro! yo no… — Aquellas palabras temblorosas llegaron tarde para ambos. Él ya no podía hacer nada y ella apenas pudo tragar aire y cerrar los ojos con fuerza recordando lo que él le había recomendado. Aquellas personas desapercibidas por el rededor habían desaparecido de un pestañeo de aquellas tierras de Hoenn, sin dejar un solo rastro a parte de un tintineo que nadie más, que ellos mismos, escuchó.
Todo se había vuelto oscuro, el aire había desaparecido y el sentimiento de vacío se había precipitado sobre ellos. May ya no sentía el pesado rencor que se había formado en ella a lo largo de ese día, solo podía centrarse en cómo flotaba en la nada de la mano de un extraño y la presencia de una pequeña estrella que lejana revoloteaba alrededor de ellos, hasta que sus ojos empezaron a cerrar por el lento desvanecimiento de su conciencia ante la falta de aire.
como actualmente nadie pasa por aquí mañana subo la ficha del fic que ya tengo sueño
- Aquí nada es históricamente acorde, vestimentas, arquitectura, no intenten buscarle la lógica, no la hay xD.
- Puede que se encuentren con un poco de OOC, porque sí, porque me odio.
- Es un fic predecible ¿Bien? Yo no quería pensar en misterios ni ascuas para nada, no por pereza pero es porque eso complica mucho el avance y… olvídenlo si es por pereza. Pero ajá, sí han venido a buscar algo interesante que resulte en un inesperado Plot twist, este no es el sitio. Si al leer piensan que va a ocurrir x cosa, créanme ocurrirá x cosa xD.
- No esperen encontrar una buena narración, ni vocabulario basto. Me he descompensado akhdlshdjshdkjhda
- Esto es algo que había escrito allá por el año de concursos de one shots, este era mi primer borrador, pero noté que se había extendido mucho apenas en la primer parte, claramente he cambiado muchos aspectos de la idea original porque los sucesos eran diferentes, y hasta las personalidades de hecho, pero el plot de lo que ocurre se mantiene en esencia en su mayoría, pero se ha extendido de una manera que yo misma no pensaba lograr y a la que no quería que llegase, pero pasó, porque no me gusta dejar cabos sueltos, y de un capítulo pasaron a ser dos, luego tres, luego cuatro, y así… y pues… yo qué hago. (?
- Y con eso va de la mano el hecho de que fue escrito por partes. Así que hay cosillas que puede que les haga ruido en la lectura xDU
- El largo de cada capítulo es de aproximadamente diez páginas de tamaño A4 letra 12 de estilo Comfortaa, yep, nombre raro pero, es redondita y grande así que… ajá, no es que se vayan a tardar una vida en leer esto xD
- Si se lo preguntan, sinceramente quería terminar aunque sea un escrito largo en la vida, y aquí está. Todavía me faltan cuatro partes por corregir y completar pero ya está más hecho que no hecho so... Esperemos no me pase como normalmente me pasa jajajaja
- Yo ya advertí, leer bajo su propio riesgo (??.
- Los quiero
Género: Fantasía, Aventura, Drama, Romance (poco, creo), Comedia (O algo así), y mucha diarrea verbal
Sinopsis:
May Balance, hija de los reyes del conocido como próspero reino de Hoenn, siempre ha vivido en una realidad de fantasía; desde muy joven, su madre le inculcó el hábito de la lectura dando paso a un cotidiano pasatiempo en ella, dando por preferidas las historias románticas que nunca podían faltar en la biblioteca por su petición. Y aun en su cabeza ya adolescente, la realidad debía de ser así, como esas historias a las que denominaban: de hadas. Nisiquiera la historia de su reino y los dioses que veneraban en este la llegaban a encantar de tal manera con esas historias, mucho menos los complejos libros de procesos inentendibles que tenía que aprender de un tutor molesto; pues para ella era mucho más importante soñar, hacer lo que quería todo el día y esperar por la persona correcta, en el momento correcto. Pero, poco sabía ella que esa ilusión se rompería el mismo día del cumpleaños catorce de su hermano menor: Max Balance, el próximo heredero al trono. Ese día, tanto él como sus progenitores le recordaron que estaba comprometida con un completo desconocido por razones ajenas a su persona, su reino estaba colapsando. Y ese mismo día, aún con sus incertidumbres y molestia, es hostigada por un extraño con maneras raras, que quiere quitarle uno de sus recuerdos más preciados: Una simple esmeralda, de la que él proclama ser el dueño y que ella no se dejará arrebatar tan fácil.
Prefacio:
“En el inicio todo era gobernado por la catástrofe, estallidos sin un fin específico que culminaron en la formación de un minúsculo, bello y extraño planeta. No existía más que agua y tierra batallando entre sí por el dominio total de un espacio de nadie. Fuerzas controladas por la furia de Kyogre y los celos de Groudon, respectivamente; ambos, seres divinos de fuerza colosal que movían sus elementos como extensiones de su propio espíritu, tan estruendosa y tan indomable como nadie podría imaginar, tanta era su fuerza que llegó a despertar a la divinidad de los cielos: Rayquaza, quien en castigo por su egoísmo se encargó de ambos seres y desapareció junto a ellos en un holocausto nunca presenciado por nada ni nadie. Ni siquiera la divinidad, Arceus, se acercó a este problema, o más bien, no quiso intervenir, pues fue entonces, en el apogeo de la calma y el silencio, que pudo dar rienda suelta a la semilla de la vida en aquel lugar, ahora abandonado, al que dejó decidir, por sí mismo, su propia evolución y destino, Así nadie del exterior tenía derecho a reclamarlo como suyo, ni siquiera él.”
El libro había sido cerrado por las delicadas manos de la mujer, y para su poca sorpresa faltaban justamente dos de los pequeños a los que más les debería de interesar aquella leyenda, pero por suerte aún tenía a uno frente a ella, quien a pesar de ser menor atendía con mayor ilusión inocente que cualquiera, y esperaba tanto que fuese algo que lo acompañase por siempre. Al final decidió tomar un descanso y darles un momento a los otros dos niños, quienes esperaba pudiesen poner sus diferencias a parte y comenzar a hacer buenas migas.
— ¿Qué haces? — El niño de verdes cabellos y porte digno atravesó el jardín hasta el arbusto arqueado al otro lado de la pileta y al ver a la pequeña de cabellos castaños y ojos zafiros acuclillada bajo este, la imitó, con la diferencia de que ella, a sus ojos, parecía más bien una rata escondida.
— Tener miedo. — Contestó ella apenas levantando la cabeza.
— ¿Razón? — Preguntó con una mueca que demostraba la incomprensión hacia las palabras de la pequeña.
— ¿Estás sordo acaso? — Enfurecida con la cara inflada lo miró en regaño. — Mamá dijo que nunca se sabe cuándo Groudon y Kyogre volverán a reclamar su territorio. No quiero que le quiten el reino a papá.
— Oh, vamos, es un cuento de hadas.
— No, los cuentos de hadas son bonitos y con finales felices, ese simplemente es feo.
— lo que digo es que es mentira.
— Los cuentos de hadas no son mentira. — Lo miró feo, él se quedó mudo y luego suspiró. — Además, es la historia de la creencia de este reino, decir que es mentira es blas… blas… ¡Blastequia!.
— Blasfemia. — Corrigió.
— Lo que sea. — Avergonzada hizo caso omiso. — La cosa es que son creencias que se respetan; o eso siempre ha dicho mamá.
— Olvida eso, simplemente, dudo que alguna vez vengan a reclamar algo como eso, es decir… no les sirve de nada.
— Mamá me ha dicho que el que algo no te sirva a ti, no quiere decir que a alguien más no le sirva. Así que no es opción.
— Bien, no van a volver.
— ¿Por qué?
— Porque… — Se quedó pensativo por un tiempo que dejó a la niña cambiar su posición a una de indio en la que se sintió más cómoda. — Porque son tan pero tan grandes que no entrarían en nuestro reino.
— Eso da más miedo. — Ella palideció, y él empezó a balbucear nervioso en busca de otra excusa, hasta que por fin la encontró y con toda seguridad reiteró:
— De hecho no, este castillo es muy puntiagudo, así mismo las casas, estoy seguro de que si pone un pie por aquí, se les enterraran las astas de las torres y el dolor de la hinchada los hará retroceder. — Explicó, la niña quedó expectante aunque no había evitado reír al imaginar lo dicho. — Y aún si no ocurriese así — añadió con altanería. — Yo estaré cerca para protegerte, y llevarte a mi reino de ser necesario.
— ¿Que te dice a ti que tu reino no sería el primero al que fuesen.
— Por favor, es más pequeño que este lugar, ni siquiera podría estar de pie. — Le quitó importancia. Ambos se miraron y volvieron a reír ante la imagen que habían creado de ello.
— Entonces, si ocurre vas a venir por mi ¿Verdad? — Ella le dedicó una sonrisa entusiasta y él se la regresó con más sutileza.
— Solo si es de urgencia, y si se trata de ti, nada más. — Aceptó volviendo a recibir las risas de la niña.
— Por favor, sé que no moverías ni un dedo por mí, Drew de la Rosa.
— Que poca fe me tienes ¿Tanto me odias? — Preguntó el niño en desacuerdo.
— No es que te odie, simplemente me doy cuenta de que no es como si te emocione realmente pasar el tiempo aquí.
— Eso es verdad… Preferiría una biblioteca o una llanura llena de rosas y mariposas. Pero me conformo. — Observó como a May se le inflaron y enrojecieron las mejillas, claramente ofendida.
— Pues entonces regresa a tu reinito de rosas. Jum — Pronunció con agudeza que hizo sonreír al muchacho y ella solo logró verse más molesta con el ceño fruncido, hasta que notó como se levantaba a un rosal del cual aun a costa de sus delicadas manos de niño arrancó una roja y regresó corriendo hasta ella.
— No es necesario. — Le dijo, May notó como un suave hilo de sangre bajaba de su dedo al pedúnculo de la rosa y acababa en el suelo en forma de gota, manchando la tierra y haciendo ese pequeño espacio más oscuro que el resto. — Puedo usar mi imaginación. — Le extendió la rosa hacia ella, quien indecisa de tomarla la observó bien, y a parte del lugar donde él la sostenía no había espinas, así que la aceptó tomándola con cuidado de la base superior. — Puedo hacer ilusión de que este Jardín es una llanura de rosas, aunque no sea lo único que haya, y que tú eres una mariposa.
— ¿Yo? — La incredulidad se apoderó del rostro de la pequeña y él se volvió a sentar junto a ella.
— Sí, tú. Una gigante, molesta, ruidosa y llorona mariposa. — Concluyó antes de ver como la chica se ponía de pie y frente a él con mirada amenazante dijo fuerte y sin una sola lágrima antes de salir corriendo:
— ¡Le diré a mamá que estás arrancando sus preciosas flores!
Y él asustado de ello, sin pensarlo dos veces fue tras ella para intentar detener la furia de un ser capaz de encerrarlo de por vida en los calabozos (Historias que le había metido en la cabeza la misma niña) solo por una rosa.
— ¡Espera, aún soy muy joven para no ver la luz del sol! — Corrió tras ella en un desesperado intento de no perder el cuello tan joven.
1.Capítulo uno : Un intercambio injusto.
En el Reino de Hoenn en un valle oculto por sus altas y empinadas montañas se levantaba la gran ciudad principal de Petalburgo, donde los altos árboles con ocres en hojas, y los abundantes pétalos marchitos de flores, a los que debía su nombre, caídos en sus alrededores resaltan el inicio del Otoño, época en la que extranjeros son atraídos como imanes a la calidez de sus calles y habitantes; quienes con afán de recibir un nuevo y productivo día, despiertan con los primeros rayos del sol. Entre ellos se podía incluir a la princesa May Balance, quien aún a sus dieciocho años, siempre despertaba al llamado de su nombre emitido fuertemente por una de las damas de compañía de su madre, misma que con esfuerzo retiraba de sus brazos el libro del que mantenía un regocijante recuerdo de una espléndida lectura fantástica, misma con la que seguramente había soñado y la mantenía imperturbable aún en su despertar de quejas.
La joven se estiró con pereza, tomó el libro que durmió junto a ella y salió de la cama con dirección a la biblioteca de aquel palacio, debía devolver los prestado, como siempre había sido dicho. En el camino se encontró con su madre, quien la miró de arriba a abajo con gran sorpresa en su semblante pero no le dijo nada respecto a ello; simplemente le pidió el libro y le ordenó que regresara a su cuarto a alistarse, a lo que May obedeció con poco ánimo ante su arruinado plan de tomar otro libro para la noche.
A veces se cuestionaba qué había ocurrido con su madre, puesto que de pequeña la mal acostumbró al hábito de la lectura, y ahora parecía reacia a todo lo que ella quería leer, y detestaba tanto que ya nunca más la fue a despertar con una felicitación a su valentía, por el increíble logro de pasar la noche fuera del alcance de los espantosos monstruos nocturnos, mismos que su madre tan alegremente se encargó de meter en su cabeza a una temprana edad, aprovechando su asustadiza personalidad, misma que no la había detenido de causar disturbios a altas horas de la noche, o eso hasta la llegada de estas historias de terror.
A su edad, no es que siguiese creyendo en las invenciones de su progenitora, o eso le gustaba creer cuando el trauma de salir a lo desconocido la embargaba y necesitaba darse valor a sí misma, algo que aprendió con los años gracias a sus mini aventuras con diferentes amigos que había hecho a lo largo de los años, mismas en las que su madre fue partícipe o cómplice, cosa que cambió en cuanto cumplió los doce años de edad. De vez en cuando, aún se ponía a rememorar y a pensar que si le gustaría que su madre regresara a ser de esa manera, pero intentaba no dejar que ese cambio la entristeciera; no podía dejarse decaer, nunca le gustó estar triste por lo que siempre necesitaba razones que la mantuvieran en buen humor, y así poder continuar con su estricto horario de princesa. Para su desgracia o fortuna las únicas razones que la mantenían así eran: la comodidad de su cama y sus lecturas nocturnas; cosas tan simples que quien entablara una conversación larga y tendida con ella creería que su título de princesa no le servía de nada más que eso, ser una princesa de título y ya. Una realidad innegable, pues su felicidad llegaba con la tranquilidad de la noche, misma que la ayudaba a concentrarse de lleno en su hobbie sin la molesta interrupción de sus “labores de princesa” como era: más que nada, soñar despierta y los estudios diarios que le imponían para cada día acercarse más a lo que era ser una persona de alta alcurnia, como se necesitaba que fuese al tener el peso de su apellido sobre sus hombros. Algo que a ella al final del día no le importaba nada.
Al llegar a su cuarto, sus lacayos personales le tenían preparada una tina con agua caliente y aceites esenciales, por lo que pudo darse un aromático y relajado, pero rápido baño; seguido por la postura de un vestido de seda rojo, de ostentoso volumen y bordados azules; bello e incómodamente ajustado gracias al corsé, que aunque resaltaba su agraciada figura, también la torturaba impidiéndole dar grandes bocanadas de aire cuando las necesitaba. Y ella detestaba ese corsét con todo lo que daba su pequeña alma de doncella atrapada; mas, reglas eran reglas y se veía obligada a usarlo, especialmente en un día tan importante como era aquel, donde las puertas del castillo, eran abiertas en celebración, por el cumpleaños catorceavo del heredero al trono y su hermano menor: Max Balance.
— Se ve espléndida. — Halagó su amiga más querida, una mujer de cabellos largos y rosados, una hija de nobles especializada en la costura, la misma que desde sus diez años la había ayudado a vestir los más complejos trajes y como extra, también acompañado en sus más extrañas locuras. Su nombre era Solidad, mujer que se había ganado en completo la confianza de May, a tal punto de conocerla mejor que sus propios familiares; tanto que sabía que todas las muecas que salían horrorosas del rostro de May, no eran de disgusto por lo que veía en el espejo, sino de incomodidad por lo que sentía en su cuerpo.
— ¿Está segura de que está bien puesto? — Con gran esfuerzo comenzó a aspirar aire por la boca y contenerlo hasta necesitar de la siguiente respiración.
— Por supuesto, esa es su talla señorita. — Le sonrió la mujer. May inhaló hondo nuevamente convenciéndose mentalmente de que había pasado por peores cosas y debía soportarlo como pudiera, al menos, por ese día. Además, si ordenaba a Solidad aflojar aquella prenda asesina, era muy probable que después sería regañada al no cumplir con las peticiones de la encargada de su vestimenta: la reina, ósea su madre
.
Se colocó los zapatos que la hacían seis centímetros más alta y con porte elegante se acercó a la ventana, dejando a los suaves y claros rayos del sol acariciar su rostro, derritiendo toda expresión de malestar. Y al pensar con más claridad, se reclamó internamente por todo lo que había comido en esa semana.
— Gracias por la ayuda, Solidad. — Volvió el rostro para verla tan sonriente y amable como siempre. Esa mujer era tan hermosa y bien cuidada, que a pesar de estar más abajo en una jerarquía social a la que no encontraba sentido, la llegaba a envidiar de una manera perjudicial para su propia autoestima. No importaba qué, Solidad siempre se veía bien y siempre parecía estar bien; aun cuando sabía que no era para nada el caso. May estaba segura de que aun en los más bajos harapos Solidad resplandecería una elegancia propia de su personalidad. En cambio, ella misma, la princesa de ese lugar… no tenía ni punto de comparación con: Un cabello castaño rebelde que no valía la pena peinar en exceso porque solo lo hacía peor, añadiendo un singular corte desigual que se negaba a perder porque sentía que era lo que mejor le sentaba, aun contra los deseos de sus progenitores y peluqueros, pero creía que la ayudaba a disimular el gran volumen de su cabeza comparado con su pequeño rostro, Y luego estaba lo único de lo que se sentía realmente orgullosa que eran sus hermosos ojos azules, heredados por su padre, pero mucho más brillantes y soñadores; mismos que siempre eran comparados con zafiros, cobre, y hasta con el propio y amplio cielo de verano.
Bajó para desayunar junto a los demás miembros de la familia, y antes de siquiera sentarse, tomó un pan, del que deshilachó un pedazo sin mucho esfuerzo y llevó a la boca comenzando una pequeña fiesta al saborear su exquisito sabor de recién horneado, perfecto para comenzar el día tan trajinado que sería aquel.
— May. — La voz de su madre la regañó por su comportamiento, lo que ella trató de ignorar sentándose a la mesa y llenando su plato de todas las delicias que veía a lo largo de la mesa, como acostumbraba en esos pequeños banquetes matutinos. — May, por favor... — Nuevamente su madre llamó su atención con menos paciencia, ella atendió de buena gana al sentirse satisfecha con lo que había podido probar hasta el momento. Se sabía que como primera hija, era un poco quisquillosa y eso incluía una regla muy recordada por todos los que habitaban no solo ese castillo, sino el reino entero: “No hablar a Lady May hasta después de un buen desayuno o no atenderá debido a su acostumbrada desatención matutina”.
— Lo siento, tengo hambre. — Observó sus manos, que se juntaban en un juego nervioso de dedos, estaba muy apenada. El Rey, Norman Balance, hombre de piel morena y cabellos azules, echó una pequeña carcajada; mientras que su madre, la reina, Caroline Balance mujer de clara tez, cabellos castaños claros y ojos verde olivo, simplemente mostró una pequeña sonrisa.
— Querida, sabes que frente a nosotros no hay ningún problema en mostrarte así. Pero, por hoy, te pediré de favor que procures mantener esos instintos bien ocultos. — Recalcó con suave pero firme movimiento de manos que descendió hasta tocar la mesa. May sabía que por muy agradable que se viese su madre por fuera, aquello significaba que debía de acatarlo como si su vida dependiera de ello.
— Pero... Solo es un cumpleaños... — Los demás se miraron entre sí, y May sentía que se había perdido un capítulo del libro de su vida.
— May, linda... ¿Recuerdas lo que platicamos ayer? — La nominada quedó mirando a sus recuerdos, y marcó el más importante de estos.
— Algo sobre una enorme y jugosa langosta. — No era nada sorpresivo para sus familiares que el foco de concentración de la hija mayor fuese justamente la comida. Mas, ella sin pena ni gloria regresó la mirada a su plato y tomó una copa del jugo que le habían servido.
— Eres tan olvidadiza como siempre. — Max Balance, el hijo menor, estaba frente a ella; con clara decepción ante las palabras de su mayor. No era un misterio para nadie que normalmente trataba de tonta a su hermana, y a muchos a su alrededor. Razón por la que no era muy querido en el reino por sus contemporáneos y mantenía una vida poco sociable para lo que se requería de su persona. — Prefieres recordar parte del menú del banquete, a algo tan importante como tu propio compromiso.
Instantáneamente, May escupió lo que tenía en la boca, dando un trabajo extra a los encargados de la cocina, y a su madre que por razones de imagen no podía dejar a su hija con jugo goteando de su barbilla.
Caroline se levantó y se acercó a ella con calma, misma que usó para pasarle la servilleta de tela color hueso, que siempre colocaban con los cubiertos, aun cuando no se las usase de la manera correcta por nadie.
— Ya mamá, estoy bien. Ya no tengo cinco años. — La mujer entendía que su hija no estaba siendo malagradecida, sino que su frustración había salido a flote más pronto de lo esperado, pero aun así no se apartó sino hasta notar que no quedaba ni un rastro de la bebida y volvió a su lugar, aun cuando sabía lo desconsolada que quedaba la menor.
Mientras tanto May quedó en silencio, solo pudiendo observar su alimento con la sensación de estar perdida en otro espacio que no era la mesa de su hogar.
— ¿Qué compromiso? – Se atrevió a preguntar al levantar nuevamente la mirada hacia su progenitor con rostro no solo confuso sino que molesto. — ¿Entonces no era una broma?
— Hija… — El mayor con todo su amor de padre, aceptó la dura expresión de su heredera. – Comprendo que esto te ofenda. — Continuó con tal dolido semblante, que la hacía sentir culpable, sentía que le decía que esa decisión le había traído nuevas arrugas a su rostro. – No te obligaré… — Pero aun con todo su claro estrés, dulce como el azúcar del postre, era la voz de su padre que intentaba confrontar al otro lado de la mesa. – Esta tarde comenzarán a llegar los invitados, para celebrar el cumpleaños de Max pero no solo serán los pertenecientes a nuestro reino, sino que también llegarán los hijos y la guardia del reino que queda al norte. A quienes te pediré trates con el mayor respeto posible.
— ¿Entre ellos se encuentra… eh…? – Comenzó a dudar, no se le pasaba por la mente siquiera decir algo como que tenía prometido, era como si lo estuviera aceptando, y al no ser el caso se quedó muda, y a su padre no le quedó más que asentir para que comenzara a entender los hechos.
— Solo te pediré que te acerques y los conozcas… No es necesario que el tema aparezca siquiera, después de todo, tu decisión sobre ello también es importante. Quien sabe y hagas buenas migas con el muchacho...
— Es como si me dijeses que puedo enamorarme de un desconocido en una sola noche. – Decepcionada, pasó su mirada al piso, y como el libro abierto que era, sus familiares lo notaron, pero no dijeron nada más al respecto.
Ella sabía que sus emociones eran su gran debilidad, nunca se acostumbró a esconderlas y nunca lo podría hacer, y para su desgracia solo se podía quedar con las palabras de su padre, por lo que esperaba que como el hombre de palabra que siempre había sido, lo cumpliese.
– Haré un esfuerzo.
Su madre le sonrió con cariño y orgullo, sabía que la había educado bien a pesar de todo, pero May comprendió su mensaje oculto, una pequeña advertencia que no la dejaría tranquila hasta quien sabe que momento de su vida.
Los herederos salieron del comedor una vez terminado el desayuno para comenzar con sus actividades individuales. Mientras Max se encerraba en la biblioteca a leer libro tras libro; May disfrutaba de sus caminatas por los pasillos y las visitas a los establos.
— ¿Está bien que lo dejes así? – Caroline se dirigió a su esposo con preocupación en su semblante.
— Está bien. — Aclaró apretando la mano de su esposa. — Como Rey tengo una responsabilidad y como padre, otra. No quiero fallar en ninguna de las dos. – Inspiró aire hondo, y luego, su mano libre ofreció una copa de vino a su esposa, quien la aceptó no convencida de lo que decía. – Escúchame bien querida, el pueblo nos necesita, pero podemos salir adelante, porque aldeanos hay muchos, pero hija sólo tenemos una.
La tarde llegó y May estaba nerviosa, tanto que ya había recorrido el palacio de abajo arriba y arriba abajo más de tres veces en una sola mañana, absteniéndose a las miradas confundidas de los ocupados sirvientes que iban y venían con el afán de tener todo listo y espléndido para la noche de la celebración; y más de una vez se vieron obligados a frenar en sus actividades para evitar chocar con la joven princesa, que aun teniendo el apoyo de su padre, se sentía frustrada y ansiosa, tanto que no podía dejar de culparse por no poder darle el voto de confianza, pues se sentía obligada cuando sabía que no era así.
Dos horas antes de la llegada de los visitantes, May se encontró con su hermano menor extraña y misteriosamente saliendo del cuarto de negocios de su padre; ella no perdió el tiempo y lo siguió hasta el siguiente pasillo que conectaba con el salón principal sin que lo notase, pero al final lo jaló del brazo al ganarle la curiosidad..
— ¡Hey! — Recriminó el menor cuando era arrastrado tras una de las columnas más grandes y solitarias del salón. Su hermana le pidió silencio con una mímica. Él bajó los hombros rendido. — ¿Qué quieres?
— ¿Qué hacías en ese lugar? — Murmuró con fuerza para demostrar una molestia que no existía.
— … Solo me perdí.
— No seas evasivo ¡Dime! — El tono de súplica le salió sin querer, su hermano se notó complicado al entender lo que quería saber.
— Estuve curioseando un poco y… Bueno, las cosas no se ven muy bien. — Se explicó con desilusión. — Sobre lo del compromiso…
— ¿Decía algo sobre ello? — Su hermano negó y sutilmente le pidió que se acercara un poco.
— Papá no ha dicho nada pero… — La pena en sus susurros era clara y nada satisfactoria. – Si seguimos así comenzaremos una crisis de no retorno.
— ¿Crisis? ¿De qué hablas? Las minas siguen siendo trabajadas sin problemas.
— No comprendes. — Le siseó para que bajase la voz. — Hay egresos y ningún ingreso, cada vez hay menos recursos en la minas, sin contar lo difícil que es avanzar en ellas aun con las mejores herramientas; la agricultura no parece avanzar ni siquiera con todos los intentos de mamá y papá por experimentar en diferentes tipos de tierras, ni las importadas, ninguna planta comestible quiere brotar, y la ganadería comienza a tener un precio muy elevado de manutención, los mismos caballos es más el consumo que crean que lo que aportan, papá está pensando en venderlos…
— Ni creas, no pienso vender el mío. — Le aclaró interrumpiendo, el menor la regañó con la mirada y ella suspiró pidiendo que continuase con un gesto de la mano con claro pesar inundando su expresión.
— Y todo esto sin contar los diarios… — Otra vez fue interrumpido por su hermana pero esta vez en un abrazo de protección con claro miedo involucrado. Todos a sus pies se había comenzado a mover de manera abrupta, ocasionando estruendos en el suelo y por todas partes de los objetos que rodaban o se caían por aquella fuerza natural. — Temblores. — Concluyó una vez culminó lo nombrado y su hermana lo soltó mirando de un lado a otro, para suerte de ellos había quitado hace ya mucho tiempo cualquier objeto que representase un peligro para la seguridad de todos dentro, siempre y cuando el castillo no se les cayera encima claro, pero desde hace años toda su arquitectura había resistido sin problemas, así que era el menor temor de todos. —
— ¿Estás bien? — Él asintió y continuó su relato.
— Como te decía: Al parecer la simple idea de comercio exterior es demasiado peligrosa sin un acuerdo entre reinos… — Su vista enfocó sus pies. – Y es eso lo que sospecho papá busca sacar de un compromiso.
— ¿Por qué no una simple charla? Es decir… ¿Ves lo que ocurre? Eso no va a parar con un matrimonio.
— Eso no, pero sí lo demás. — Le aclaró.— Piensa May, ¿Qué es más seguro de paz entre reinos si no es una unión marital? — Ella quedó en blanco y suspiró fuertemente al sentirse rendida.
— ¿Y si no me gusta? — Max le tomó la mano intentando consolarla, ella le sonrió. — Espero que sea un príncipe azul en su caballo blanco; o no estaré contenta.
— ¿Qué crees que es esto? ¿Uno de esos cuentos raros que lees? – Resopló con gracia apretando con cariño la mano de su hermana. – Lo siento May, no debí haber dicho nada… — Ella se mordió el labio con impotencia, pero luego sonrió aparentando calma.
— Gracias por aclararme lo que está ocurriendo. – Max le dio un pequeño golpe en la panza, el que ella sintió como torbellinos queriendo estrangular lo poco que quedaba de ella gracias a lo ajustado del corsé.
— Ánimo. Todavía puede haber otra manera, trataré de pensar en una. – Le sonrió ampliamente, invitándole a ella a imitarlo y creer en esas palabras. Como nunca su hermanito había hecho un buen trabajo consolándola.
— Es verdad, después de todo eres el listo de la familia ¿No?… — Se acercó a besar la frente de su hermano. – Feliz cumpleaños, ratita. – Y le despeinó los cabellos antes de salir corriendo, pues los gritos de reclamos no se hicieron esperar ante las extrañas y espontáneas muestras de cariño que siempre la habían acompañado.
Durante la siguiente hora, la joven reflexionó una y otra vez sobre lo mejor, no solo para ella, sino también para el reino. Al final… ¿Qué pesaba más? Como parte de la familia de líderes, esa era una cuestión que siempre tendría volando en su cabeza, ¿Era más importante ella misma o todo un reino que sería consumido por su egoísmo? La respuesta era clara pero no podía evitar sentirse culpable de que su subconsciente siguiera insistiendo en la primera opción solo porque tenía miedo de no poder soportarlo, después de todo, siempre soñó en casarse con la persona a la que amase. Y así mismo lo volvía a reflexionar ¿Acaso ya estaba decidida a no amarlo? Alguna vez ella ya se había enamorado pero, fue tanto tiempo atrás que casi no lo recordaba; solo el hecho de que nunca más lo volvió a ver; por lo que, intentar querer a alguien más por el bien de su reino no tenía por qué ser una carga ni una ofensa, o de eso se quiso convencer.
Cuando se cansó de pensar, fue avisada por una de las encargadas de limpieza que no faltaba mucho para la llegada de los invitados, May tradujo esto a que debía de empezar a prepararse mentalmente para lo que venía, en otras palabras el encuentro con lo que podría ser su futuro; y aquello solo la hacia sentir ansiosa, tanto que decidió que era hora de tomar un poco de aire libre junto a su buena amiga: Una simple piedra de color verde que encontró un día en su habitación junto a una carta y una rosa. Ella sabía que no era la mejor compañía pero por alguna singular razón era lo único que le reconfortaba cuando no sabía qué hacer. Tratándose de algo tan simple como un pequeño recuerdo de la mañana más extraña que había pasado alguna vez. Su madre le había dicho antes que la llevase con un joyero para hacer de ella un bonito collar, a lo que May se negó rotundamente, pues deseaba conservarla intacta.
Saliendo de su habitación se plantó en seco al encontrar a su madre junto a sus damas de compañía a las cuales Solidad pertenecía, y se le hacía muy extraña su presencia de su madre en ese justo momento teniendo en cuenta que ya eran los últimos preparativos para la gran ocasión.
— ¿Ocurre algo mamá? — Preguntó confundida, su madre le pidió que regresase a su habitación con un delicado gesto al que obedeció, luego la vio ingresando a ella sola y cerrar la puerta con cuidado antes de acercarse a ella y tomarla de los hombros apenas rozando la fina tela. Ahí mismo notó el verde brillante que destellaba en su mano y respiró hondo.
— Cariño, te voy a pedir un favor…
— Que me comporte, sí mamá, no tengo pensado hacer el ridículo, después de todo hoy, también debuto en sociedad ¿No? — Su madre le sonrió cálidamente y ella se la regresó inocentemente.
— No es eso, ya eres mayor, es tu problema si haces el ridículo o no. — Le aclaró. — Hoy vas a conocer a uno de los hijos del reino del norte; él… él es un buen muchacho, lo sé en una ocasión con tu padre fuimos a su cumpleaños número quince, lo conocimos, tanto a él como a sus padres, y estoy segura de que te puede llegar a agradar como persona.
— No entiendo mamá ¿A qué quieres llegar?
— Por favor, acepta el compromiso. — Al decir esto su madre, May sintió como su corazón y toda ella se rompía en pedacitos, era verdad que ya le habían dado muchas razones, pero aun le habían dado escapatoria pero esta vez… Su madre simplemente le estaba pidiendo demasiado. Sus ojos se inundaron justo ahí. — Cariño… — Preocupada le secaba las lágrimas como podía, entendía que su hija no estaba lista para esa responsabilidad, pero tampoco quería sacrificar a toda persona viviendo en ese lugar bajo su supuesta protección. — Tranquila… yo… yo sé que es algo difícil de digerir de buenas a primeras, pero te lo pido, dale la oportunidad…
— Mamá… Dime: ¿Qué tan mal están las cosas? — Preguntó entre hipos incomprensibles para cualquier persona ajena a ella. Su madre sostuvo un suspiro de angustia ante ello, y resignada cuestionó.
— ¿Te enteraste?
— Bueno, no es como que el jardín está muy vivo últimamente. No estoy ciega mamá.
— Lo sé cariño, no te dijimos nada ni a ti ni a tu hermano porque… Bueno, el comandar un reino es algo muy pesado, ustedes aún son muy jóvenes y no tienen por qué cargar con eso.
— ¿Pero sí con un matrimonio arreglado? — Preguntó en decepción. Caroline no supo como contestar y solo observó al suelo soltando a su hija.
— Lo siento, pero siendo lo más sincera cariño… es la única manera segura de tener las cosas sin represalias a futuro. Es nuestra única salida ante la crisis. Además… Tu sabes que el dueño de esa esmeralda ya no vendrá… Esta es otra oportunidad.
May abrió los ojos grandes de terror cuando le recordó aquello, no quería que nadie lo mencionara, estaba bien si simplemente la dejaban ser, siempre fue así, y era un pacto que se sabía en silencio, y que ella quería que respetaran. Levantó su rostro y miró a la mujer con sus ojos cristalinos de aguantar las lágrimas, y con ira contenida apretó los puños, entre ellos la pequeña piedra entre sus manos que solo le causó más desconsuelo en ese instante.
— Bien. — Aceptó su destino con desdén. — Aceptaré cualquier cosa que se me imponga, pero si las cosas no salen bien… espero que recuerdes quién me está obligando a eso. — Salió de la habitación dejando a una Caroline atónita de aquella respuesta. Su hija con razones de peso la estaba culpando de la infelicidad que sentía ahora. Y sin poder culparla, no fue tras ella; solo la dejó irse de la habitación sin dar cuenta de sus pasos, negándole a Solidad, su deber de seguirla en esa agitada noche.
— Pero mi señora… — Intentó tener una respuesta clara, la mayor negó con la cabeza.
— No estamos en tiempos para calmar berrinches, no siempre estaremos con ella para llevarle las ideas, tiene que aprender a manejarse sola en la vida tarde o temprano y dejar el pasado donde está, en el pasado. Además, ella conoce cada rincón del palacio, estará bien, no irá muy lejos aunque quisiera.
Por su parte May, llena de resentimiento e ira, se camufló con la oscuridad de la noche para salir por una puerta del costado del castillo, misma que siempre había usado desde pequeña cada que quería llegar rápido a los establos; lugar donde se quedó más tiempo del que querría llorando sin consuelo alguno, a parte de su pequeño compañero de cabalgata, color café chocolate, que la doblaba en tamaño; el cual, al verla así solo podía dar uno que otro relincho inentendible hasta que ella lo calmó con una caricia sobre su nariz.
— Lo siento, esto no tendría que involucrarte. — Suspiró pesadamente y rápidamente se secó las lágrimas con la manga del vestido, no podía quedarse llorando toda la noche, y menos en un establo al que podría llegar cualquiera de los trabajadores del palacio. Por lo que intentó componerse y con otra suave caricia se despidió de su amigo y le sonrió triste sabiendo que sería una larga noche, tanto así, que se preguntó cuánto tiempo tardaría en volver a verlo.
Escuchó los claros pasos de personas y el suave trote de caballos sobre el pasto en su dirección, así que se apresuró en salir por un pequeño escape trasero del establo (El cual solo era usado por ella y su hermano) y escondida tras un pozo de ladrillos observó que eran los trabajadores que se llegaban a guardar los caballos pertenecientes a los nobles del reino. Con eso sabía que los invitados habían comenzado a llegar y que debía apresurarse a regresar o no estaría para las presentaciones.
Empero, en cuanto llegó a la misma puerta por la que salió el revoloteo de sonidos entre personas asombradas y carruajes tomándose su tiempo de llegada le llamaron la atención. Se pegó a la enorme pared del castillo y pegada a esta avanzó hasta antes de la fachada para obtener un vistazo a la entrada principal, desde donde pudo vislumbrar un carruaje tan elegante y hermoso que no podía ser otro que el perteneciente al reino invitado. Del que bajaron un muchacho contemporáneo a ella, y una mujer que supuso como la madre por el gran parecido que compartían como el cabello azabache bien peinado y relamido, y ojos afilados de un rojo intenso. Aún desde lejos podía decirse que eran tan atractivos, que era imposible imaginar a alguien rechazando a alguno de los dos. Nisiquiera ella.
No tardó en desvelar que sus sospechas eran ciertas, pues apenas estas personas pisaron los adoquines, sus progenitores presurosos se acercaron a recibirlos utilizando los títulos de: Reina y príncipe; mismos que con elegancia y pena se disculparon por la ausencia del llamado Rey por razones de trabajo en su hogar.
Con eso May ya se había hecho a la idea de que él era el principal candidato a ser su futuro esposo; y para su desgracia, no se decidía en sí su aparente buen comportamiento la tranquilizaba o inquietaba aún más. Y aunque no parecía mala persona (como había dicho su madre), esa mirada afilada la intimidaba un poco.
Finalmente, echó un suspiro rendido; fuese como fuese, tenía que enfrentarlo en algún momento, o eso creía ella, hasta que, al volver a la puerta su valentía flaqueó una vez más, y decidió que no era necesario llegar a las presentaciones ¿Qué importaban ya? Su destino era definitivo se comportase como se comportase, por lo que nada importaba.
Salió corriendo hacia su pequeño pedazo de paraíso en la tierra: Su escondite secreto.
A espaldas del palacio y a través de un agujero que encontró hace muchos años atrás en la muralla principal, había un riachuelo que decrecía desde lo más alto y profundo del bosque, su agua cristalina permitía ver toda clase de peces de agua dulce mezclando sus colores con la negra tierra y enormes piedras de su profundidad; era rodeado por un jardín de robles y manzanos, mismo que ya no daban frutos y los que daba eran amargos. Este riachuelo descendía por el palacio y atravesaba al reino por la mitad del oeste ayudando así a propagar algo del líquido vital a sus ciudadanos.
La princesa de Hoenn, quemimportista a sus oficios reales, buscó la enorme raíz que sobresalía pegada al tronco de uno de los árboles más cercanos al arroyo, se sentó en ésta quedando distraída por la belleza de la joya en su mano llevada hasta lo más alto que le daba el brazo, como queriendo alcanzar el cielo nocturno y rememorando buenos tiempos del pasado junto al placentero sonido que hacia el agua contra las piedrecillas y el susurro de las hojas mecidas por el viento que se mezclaron con un inconfundible oleaje lejano; sin duda, un pequeño tesoro de la naturaleza que sentía que solo ella apreciaba, y siempre disfrutaría en soledad.
Reflexionando así, se dio cuenta de que quizá casarse no iba a ser tan mala idea, después de todo, si tenía suerte, ese ya no sería un momento para ella sola, sino para dos, como alguna vez había hecho cuando descubrió ese lugar.
— ¡Oye! — Una voz la alertó y la alejó de sus pensamientos, dio un brinco de sorpresa y su palpitar se aceleró. No era normal que alguien a parte de ella pasara por ese tramo. Giró la cabeza buscando de un lado a otro, sin encontrar nada, ni siquiera a un pequeño animalito. Hasta que al fijarse en el otro lado del arroyo divisó una silueta masculina que no reconocía, ni como invitado a la celebración ni como ciudadano de su reino.
La miraba como si le quisiera decir algo, pero el silencio de su parte y la confusión de ella la llevó a señalarse a sí misma y cuestionar con su expresivo rostro.
Él asintió una sola vez y ella se encogió en ese lugar al notar que empezó a cruzar el arroyo de una manera particular, aunque ella con la oscuridad no apreciaba con detalle, sí que podía afirmar que era la primera vez que veía a alguien hacer lo que parecía ser: saltar en el agua.
Su siguiente instinto fue levantarse para comenzar su huida, pero fue interrumpida otra vez por la misma voz que se escuchaba mucho más clara que antes.
— Espera. — Le pidió determinante, ella volvió la mirada y solo estaba a unos metros de ella, por lo que fuese lo que fuese, con ese vestido y zapatos tenía todo en contra de la comodidad del pantalón y botas que tenía la otra persona. Realmente nunca ganaría nada de esa carrera a parte de sudor.
— ¿Quién eres…? – Preguntó una vez el extraño estaba frente a ella. La altura del hombre no era remarcable, hasta diría que ella le ganaba por una frente y su contextura era demasiado delgada como para pretender poder ganarle a ella en una lucha de pulsos; en otras palabras, un enclenque.
Una seda negra, prolijamente colocada, abrazaba su cabeza impidiendo ver su cabello, a parte de ciertos mechones rebeldes que se escapaban sobre la frente, los que gracias a la luz de luna resaltaban un verde poco común; en cambio, la máscara de cuero marrón revelaba apenas sus ojos verde intenso, la punta y asas de su nariz enrojecidas por el frío del exterior, mientras que en donde se supone estaba su boca se podía apreciar un cuadro de una tela de calado medio, poseyendo acabados muy toscos y poco profesionales que denotaban había sido fabricada en un apuro, por manos no educadas en costura o ambas; dejando a May más confundida que antes, ya que reconocía que eso no era trabajo de ninguno de los artesanos del reino, ni de ninguno que recordase, sin contar que su ropa en general era muy rústica, unas botas negras que llegaban a los tobillos, un pantalón marrón de mala calidad que había sido remendado más de una vez, sostenido por un extraño cinturón del que sobresalían y colgaban varios y extraños artilugios junto a bolsas de diferentes colores, materiales y tamaños; si tuviese que decirlo en voz alta, era lo que estaba en mejor estado; su camisa era negra de mangas largas, acompañadas por unos guantes que pasaban las muñecas en el mismo color; su estado era similar al pantalón, pero más presentable que éste; y por último una capa con capucha marrón, del mismo tono del pantalón, le permitía taparse de cabeza a tobillos, haciendolo la persona más sospechosa y extraña que alguna ve haya visto. Pues en la cabeza de May era una broma de verdugo mal pagado y sin armas.
Mientras tanto, él se había quedado meditando con una mano en la cintura y la otra en la barbilla, o más bien, parecía que estaba más interesado en revisar con la mirada a la chica de arriba a abajo con curiosidad.
— ¿Qué? — Alcanzó a preguntar aun con los nervios encima.
— La piedra. — Contestó como si fuera algo obvio para cualquiera.
— ¿Eh?
— Tenías una piedra, ¿Dónde está? — Apartó las manos de sí mismo y la señaló como si le hablase a algún animal que le diese asco. Aunque ella no reparó en ello.
— ¿Eres… un ladrón de piedras? — Aquella reacción llevó al chico a mirar al cielo en busca de paciencia, y May pudo comprender que no era un ladrón sin moral, más bien era un grosero cizañoso y con eso no podía causarle ningún daño físico, por lo que se pudo relajar, solo un poco. — Cuando ví que te acercaste la escondí. — Dijo sinceramente.
— Supongo que es comprensible… — Se cruzó de brazos pensando en su accionar.
May notó esto y sintió que probablemente era una persona más civilizada de lo que aparentaba a primera vista, pero con lo siguiente su impresión de él solo decayó más que la primera vez. :
— Dámela. — Demandó.
— Espera… ¿Qué? — Pestañeó más de lo que acostumbraba en ese segundo, y él estiró la mano esperando a que se la entregase. — ¿Por qué lo haría? — Cuestionó en el mismo tono que él.
— Porque es mía. — Fue su explicación, lo menos razonable que había dicho en ese pequeño lapso de tiempo según la joven; por lo que se le hizo fácil discutirle.
— Pruebas.
— ... — No respondió y May supo que le había complicado su objetivo y también le había quitado cualquier ilusión, o eso creía cuando lo notó regresar la mano a la barbilla.
— Solo lo sé. — Dijo delatando que no tenía una respuesta para ello.
— Eso no es una prueba. — Elevó su confianza irguiendo su espalda todo lo que podía.
— Escucha, no tengo pruebas, pero es mía y la necesito, dámela. — Volvió a insistir con el brazo estirado.
— No lo haré. — Refutó decidida. — Para tu información. es un regalo que me hicieron hace muchos años, por lo que es mía.
— ¿Pruebas?
— … — Ella quedó muda y luego gagueando entre la búsqueda de una excusa no encontró nada inteligente. — Te… Ten… Tengo una carta y está en mi poder; eso la hace mía. — Se cruzó de brazos ofendida con clara distracción en algo que regresó a su mente.
— Olvídalo. — Chasqueó los dedos rápido para que le prestara atención pues estaba muy ensimismada en sus recuerdos. — ¿Dónde está? — Buscó con la mirada hasta que, ella inconscientemente miró a su escote y él siguió sus ojos, pero terminó observando al otro lado apenado. — ¿No tenías otro lugar? — Preguntó decepcionado de su suerte. Ella, en cambio, sonrió triunfante ante su decisión; aquello era un truco de su madre para esconder cosas. Lo que nadie sabía es que había estado esperando el momento idóneo para usarlo, y por fin había llegado, aunque la única testigo de su hazaña fuese ella misma.
— Obviamente no ¿Acaso parece que tengo cualquier bolsa para meter una piedra? Nadie anda con esas cosas por ahí. — Meneó la mano quitándole importancia y haciéndole fuchi a la idea, de lo que se arrepintió al recordar que el chico en cuestión cargaba más de un saco alrededor de su cinturón.
Él se calmó y la observó nuevamente de arriba a abajo, como analizando sus opciones, May solo sentía tensarse. Desconocía lo que había en la cabeza de esa persona y lo que realmente era capaz de hacer.
— Bien, no me dejas opción. – Masculló estas palabras en clara amenaza, mismas que hicieron sudar frío a May y preguntarse en la mente: ¿Si sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de arrebatarle la piedra?
— ¡Espera! Podemos platicar y llegar a un acuerdo… — Dijo nerviosa pero tan bajo que él parecía no escuchar. Mas, cuando su miedo estaba a tal punto crítico de querer gritar, escuchó algo que la dejó perpleja.
— Por favor. – Él estaba a una distancia prudente de la chica, quien parecía una piedra, al no dar signos de respirar siquiera. – Oye… — Volvió a gruñir, aquella mujer le estaba fastidiando en medida. — ¡¿Podrías dejar de jugar?!
— Lo siento. — Se disculpó sin sentir nada, además de incomprensión; su posición se había relajado y su respiración se había regulado. A pesar de lo rudo de su comportamiento, hasta el momento, pudo comprender que no era una mala persona, al menos no una que fuese a recurrir a la violencia, por lo que decidió que era mejor escuchar su lado de la historia, y dependiendo de lo que respondiese lo tacharía de un ladrón con principios o de un loco no sacrificado, y luego llamaría a la guardía para que se lo llevasen — ¿Por qué la quieres? — Esa pregunta cayó como un balde de agua fría para el chico. quien se mostró severo y reacio a responder.
— No es algo que te incumba.
— ¿Cómo puedes decir eso? — Ella se sintió traicionada, después de todo le estaba dando una oportunidad y lo que estaba recibiendo a cambio era desprecio.
— Para mí es importante...
— ¿Por qué?
— Porque... — Se rascó un poco el cuello sin tener la excusa correcta. — ¡No te importa! La pregunta debería ser ¿Para qué la quieres tú? Se nota que eres de buena familia, no te hace falta. — Le echó en cara. Ella comenzó a tener un tic nervioso en el ojo.
— ¡¿Tú que sabes si soy o no soy algo?! Además, la piedra también es importante para mí.
— ¿Por qué?
— Pues.. Porque… Porque… ¡Olvídalo! No te lo diré.— Ella se cruzó de brazos y desvió la mirada. Él dio un largo suspiro rendido, el silencio se estancó de ambas partes hasta que él decidió hablar.
— ¿Quieres algo a cambio? Cualquier cosa, te lo daré a cambio de la piedra. — Le dijo una vez tranquilo.
May lo observó con más sospecha todavía, nadie era capaz de dar nada así como así, peormente lo que ella deseaba realmente. Y aunque llegó a considerarlo, no sentía que poseyera el mismo valor que la piedra tenía para ella, por lo que decidió simplemente seguirle el juego, para engañarlo y salir de una disputa a la que ya no le encontraba ni pies ni cabeza y solo se estaba convirtiendo en una conversación incómoda.
— No creo que sea algo que puedas cumplir. Así que solo si lo logras te la daré. — Habló altiva y con una gran sonrisa, sabía que tenía todas las de ganar. Él esperó expectante, y ella prosiguió.— Quiero ir a otro reino.
— ¿Otro reino? — No se veía seguro de eso, la expresión en sus ojos lo delataron. Ella siseó, la había interrumpido.
— Sí, otro reino. — Recalcó feliz. — Pero no solo es ir porque sí, es ir ¡Ahora! En este momento, y debo de llegar a ese reino sin dar siquiera veinte… ¡No! Diez pasos. Si puedes hacer eso, la piedra es toda tuya.
— ¿En serio me estás pidiendo eso? — Con sospecha él tuvo la necesidad de dar un paso atrás. Ella con sus manos en la cintura se inclinó levemente y lo miró consciente de que lo que pedía era imposible, lo que lo hacía su victoria, y su maldición al tener cierta realidad en su petición, si pudiese si se iría a otro lugar solo por descargar sus penas en ese momento.
— Por supuesto, no necesito nada más, ¿O no puedes? — Hablaba claramente para ella, tanto así que su interés en el joven se había perdido completamente y apreciaba mucho más sus propias uñas.
— Es una petición un tanto extraña ¿Sabes? ¿Segura que no quieres otra cosa? ¿Un vestido más cómodo por ejemplo? — Indagó un poco, con esperanzas de que cambiase de opinión, algo que se notaba simplemente escuchándolo.
— Lo sé, pero no, no quiero otra cosa, y mi vestido no tiene ningún problema. - Resopló, el muchacho suspiró pesadamente.
— Está bien… creo que puedo hacer un intento.
— Ajá… Como gustes… Espera… ¡¿Qué?! — Regresó su atención con él en claro espanto. — Estás bromeando… ¿Verdad? — Sintió como la misma mano que ella había apartado de su vista era tomada por la de él con un suave agarre.
— Te recomiendo tomar todo el aire posible y aguantar la respiración. — Le advirtió al sacar un extraño péndulo plateado con un peso en forma cónica. May al principio quedó con curiosidad en cuanto lo puso en marcha pero al notar una extraña luz saliendo de entre los arbustos su sorpresa y terror se delataron en tartamudeos incomprensibles.
— ¡Espera! ¡Solo estaba jugando! ¡Lo juro! yo no… — Aquellas palabras temblorosas llegaron tarde para ambos. Él ya no podía hacer nada y ella apenas pudo tragar aire y cerrar los ojos con fuerza recordando lo que él le había recomendado. Aquellas personas desapercibidas por el rededor habían desaparecido de un pestañeo de aquellas tierras de Hoenn, sin dejar un solo rastro a parte de un tintineo que nadie más, que ellos mismos, escuchó.
Todo se había vuelto oscuro, el aire había desaparecido y el sentimiento de vacío se había precipitado sobre ellos. May ya no sentía el pesado rencor que se había formado en ella a lo largo de ese día, solo podía centrarse en cómo flotaba en la nada de la mano de un extraño y la presencia de una pequeña estrella que lejana revoloteaba alrededor de ellos, hasta que sus ojos empezaron a cerrar por el lento desvanecimiento de su conciencia ante la falta de aire.
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Re: [Fan Fic] Una Simple Esmeralda
2. Capítulo dos: El Reino de las Rosas y el Polvo.
En un momento de ese extraño viaje May empezó a sentir como caía al vacío, y abrió sus ojos en su conciencia aun llena de penumbra; no logró encontrar nada a parte del chico que con calma de monje parecía concentrado en su labor, mientras ella se había resignado a que aquello era el nirvana y estaba yendo con sus abuelos al paraíso prometido, y podía creérselo por siempre, que había pasado a mejor vida, hasta que una voz y la fuerte luz del sol, le recordó que no iba a ser tan fácil.
— Oye, respira. — Sintió el zarandeo y obedeció. — ¿Puedes abrir los ojos también? A plena luz del día, esa no es una bonita expresión. — Eran palabras tranquilas pero con dureza de regaño, a las que apenas y pudo reaccionar en cuanto abrió sus ojos a lo que podía percibir como la madre tierra y su propia vida; pero así mismo lo reconocía como un lugar completamente desconocido: Una llanura desértica y plana, muy poco colorida para lo que se espera de un terreno así de amplio, tanto que era imposible distinguir entre el suelo y lo que parecía ser ceniza esparcida. Lo único que la compensaba era su innegable y revitalizante aire puro y fresco, que mezclado al sonido lejano de un suave oleaje le dio la impresión de la existencia de una playa cercana, pero por desgracia para ella, por mucho que miraba de un lado a otro no encontraba nada, nisiquiera un aroma que se lo confirmara. Mas, lo que verdaderamente llamó su atención fue que ya no era de noche, el sol resplandecía tan apacible que ya no le pareció tan malo haber pedido tal ridiculez, y que de paso haya servido, ese vestido que cargaba no era para el clima, y se preguntó si él podría hacer aparecer otro ropaje más adecuado; rechazando la idea al instante al desconocer todavía los métodos de chico para hacer tales cosas; dejándola más confundida que al principio, con preguntas acumuladas sin respuesta, de las cuales, las que más resonaban en su cabeza eran: ¿Quién era ese hombre, y cómo había podido llevarla a ese lugar sin que ella diese ni un solo paso?
— ¿Dónde estamos? – Preguntó, él había comenzado a caminar y ella tuvo que seguirlo por miedo a quedarse sola en aquellas tierras desconocidas.
— Dijiste que si te traía a un reino en menos de diez pasos me darías la piedra ¿No? — Ella negó en ese mismo momento.
— Dije en ese momento, y pasó mucho tiempo, al menos a mi percepción. — Él se pausó y volteó a verla de mala manera, ella se hizo la desentendida cambiando el tema por completo, y según ella era completamente válido lo que decía. — En cualquier caso ¿Para qué querrías tú…? Alguien que prácticamente puede transportarse a su antojo con una cosita que gira… — Con sus manos imitó la forma y movimiento del péndulo de manera exagerada y así mismo maravillada. — ¿Una simple piedra verde?
— Le dijiste simple, ya no la mereces, dámela. — Extendió la mano y esperó hasta que ella le dió una palmada para que no sé hiciera ilusiones, él regresó su mano a la espalda. — La necesito para darle sentido a esto — Hizo un gesto de mostrar el paisaje, como si fuese obra suya, ella incrédula, y desconfiada se negó. — Cumplí ¿Por qué simplemente no puedes aceptar dármela? ¿Al menos por dos segundos?
— Porque podrías salir corriendo con ella y dejarme aquí olvidada. — Le respondió lo más tranquila que pudo. — Aunque te hubiese asegurado dártela ¿Crees que justo ahora lo haría? Eres un desconocido, yo apenas puedo respirar, y no podría correr detrás tuya.
— Vaya… si piensas. — Ahora ella lo miró mal, y a él le tocó hacerse el desentendido. — Te daré ésta como ganada, pero sólo ésta. — Continuaron el camino en silencio, no tenían realmente un tema del que parlotear en esos momentos y el susurro del viento era lo único que los acompañaba, y aun así nada se movía a parte de ellos, nisiquiera la hoja más débil de algún arbusto.
May se moría de ganas de preguntar de todo con cada paso que daba, pero algo le decía que ese chico no le contestaría nada a menos que le diese la piedra. O en su imaginación, esa era la condición.
— Entonces... ¿Puedes darme, como mínimo, un nombre para poder referirme a ti? — El muchacho quedó claramente pensativo, se notaba que era algo que nunca había pensado.
— ¿Roseria? — Dijo no convencido, pero fue lo único que se le vino a la mente, dejando a May con una ceja levantada en clara confusión.
— Pero… Roseria es… nombre de… chica… — Le explicó según lo que sabía, pero solo recibió silencio, él no estaba dispuesto a pensar en otra cosa, al parecer era demasiado esfuerzo. — Bien… Roseria… Lo acortaré a Rosa. — Hizo una pausa esperando alguna reacción, pero no obtuvo nada ni una mirada. — Entonces Rosa… — Aclaró su garganta insistiendo aunque sea un gesto pero solo continuaba caminando sin importarle que ella estuviera quedándose atrás, por lo que tomando impulso y llegando a su costado, continuó hablando intentando ser amable. — Yo soy May Balance de Hoenn, primera hija del Rey y la Reina Norman y Caroline Balance de Hoenn, Hermana del príncipe Max Balance de Hoenn, entrenadora de caballos y ferviente admiradora de la naturaleza, excepto los calamares, me parecen horribles y salvajes, en el pasado, uno casi me arrastra al mar. — Concluyó demostrando un orgullo que más que del corazón le salía de la costumbre.
— ¿Qué tan grande era ese calamar? — Le preguntó con claro terror, May sonrió al notar que por fin había logrado una reacción.
— Gigante he de decir. — Explicó, él solo asintió, y ella lo quedó mirando esperando algo sin conseguir nada, nuevamente. — ¡¿Y tú?! — Sacó por fin con ímpetu.
— ¿Estás esperando a que diga todo eso? — Preguntó confundido, ella carraspeó ligeramente y miró al suelo avergonzada de sus costumbres como nobles. No porque fueran malas, pero él lo había dicho como si aquello no tuviese sentido alguno, por lo que, sentía que estaba siendo menospreciada a ojos de un extranjero. Algo que no debería de tomarle importancia, teniendo en cuenta su status, pero era ofensivo.
— No, pero es la presentación básica entre personas de sociedad, si sabes a lo que me refiero. — Él se encogió de hombros.
— No soy noble.
— Y se te nota. — Regresó a tener esa mirada de molestia sobre ella, misma que volvió a esquivar evitando, cualquier, contacto visual para continuar con su punto. — A lo que voy es, bien puede que tu no acostumbres a ello, pero en mi hogar es un símbolo de respeto hacia la otra persona, porque demostramos que así como compartimos todo esto, esperamos que la otra persona tenga la confianza de hacerlo de igual manera, es decir, el estatus ya no impor…
— Hemos llegado. — Sin pena ni gloria, solo siguió su camino dejando a May atónita en la mitad de un puente de madera que llevaba a un pequeño pueblo de casas sencillas pero de amplio espacio con animales de granja ordenados y resguardados por cercadas de madera frágil y alambre fino lleno de púas. Nadie en su sano juicio se atrevería a traspasar eso, a menos que tuviese una armadura o tuviese práctica desde una edad temprana, como se notaba a un pequeño niño que estático en el medio sosteniendo ambos alambres uno sobre su cabeza y el otro aplastado por un pie en cuclillas, con la singularidad, de que así como todo su escenario alrededor no se movía.
— ¿Es algún tipo de arte propio? — Preguntó una vez lo alcanzó nuevamente. No que el retrato de lo que existía ahí le fuese malo, pero la situación no era para nada esperada.
Todo el ambiente denotaba un futuro próspero para cualquiera que llegase a ese lugar, notándose en las sonrisas distraidas y descomplicadas que veía en varias de las estatuas, que no solo retrataban a personas, sino también animales y plantas, un curioso museo al aire libre donde todo ser vivo, estaba compuesto de una arcilla gris notablemente baja de porosidad y en muy buen estado, apenas y podía denotar alguna imperfección del desgaste del tiempo o accidental; ni la mariposa más pequeña y frágil, o la vaca más gorda y tosca.
— No. — Respondió con demasiada calma para lo que ella contemplaba. — Estos son seres vivos, y esos son sus hogares. — Le señaló las casas rústicas construidas en madera y paja junco. May no dijo nada, pues sin duda se trataba de una broma por parte del hombre, y ya no quería caer en otra trampa.
El camino empezó a mejorar de a poco como si de un degradado se tratase; pasó de polvosa y amarillenta tierra seca a oscuras, pequeñas y puntiagudas piedras rugosas; desde dónde se notaban espacios más pequeños pero estructuras más altas y de piedra como material. Pero, la realidad de los pueblerinos era exactamente la misma, inmóviles realizando actividades diarias o por el contrario: Expresiones de terror ante algo que parecía caer encima de ellos.
— Qué arte tan extraño poseen. — Susurró para sí, evitando por todo lo posible que él no la escuchase.
Caminaron por un tiempo observando el rededor con calma en ambas partes hasta que llegaron por fin al adoquín liso y colorido, en rojos, verdes y grises, May sintió a sus pies agradecer el amable descanso que por fin les daba después de esa pequeña y cansada caminata en duro y heterogéneo ripio. En esta zona la joven podía ver lo que ella definía como “civilización”, siendo una imagen más familiar para ella en cuanto a construcción de casas y edificaciones, las que poseían una peculiar destrucción, como si algo de pronto hubiese golpeado en diferentes partes, y así mismo haya roto toda ventana existente
.
En su avance, la estatua de otro niño le hizo gracia y llamó su atención de buena manera, por lo que se acercó a esta sin decirle nada a “Rosa”. El pequeño estaba solo jugando con un pequeño cachorro: intentaba enseñarle un truco, aún ante la resistencia que la mascota que solo lo miraba con una expresión de confusión. Aquella escena la hizo recapacitar y observó el pequeño espacio con otro pensamiento. Todos los demás niños en esa pequeña pero colorida calle, solo estaban disfrutando de una tarde de juegos entre ellos y con familia, volteando su perspectiva al completo y empezando a creer que lo que le dijo el joven era la verdad, sintió un escalofrío y empezó a sentir un terror inexplicable que la hizo sudar frío y la dejó sin aliento.
— No te recomiendo quedarte mucho tiempo por ahí, si el perro llegara a moverse puede que te muerda. — May se sobresaltó y echó a correr volviendo al lado del que nombró Rosa.
— ¿Tú hiciste esto? — Preguntó curiosa y temerosa. Si ese chico podía llevar personas a otro reino en minutos o segundos, algo como eso no parecía imposible tampoco.
— ¿Crees que tengo la ociosidad y la maldad para algo así? — Ella asintió. Él tomó aire acumulando la paciencia que necesitaba para ese momento y el resto del tiempo que sospechaba tendría que lidiar con esa chica, ósea bastante. — ¡No! Nisiquiera tengo la habilidad para comprenderlo, peormente para hacerlo o revertirlo. — Confesó en impotencia y desvió su mirada al suelo. — Cuando desperté… ya estaba así. — Su tono de nostalgia fue evidente, May no comprendió el porqué sentiría algo como eso por un lugar fantasma, si es que ese lugar era real y no una alucinación infundida.
— ¿Sabes cómo ocurrió? — Él asintió. — ¿Me explicas?
— No, ósea, tengo una teoría, que es lo mismo que nada y muy complicado de explicar, o que entiendas. — Aquello había tocado una fibra sensible en May, la seguía ofendiendo de tonta aun después de todo… Y si era sincera no podía terminarlo de culpar cuando terminó en un lugar así con alguien así.
— ¿Al menos puedes explicarme algo de este lugar y lo que ocurre? — Él pareció reacio al principio pero terminó cediendo. — No, mejor dime, que tiene que ver con que estemos aquí.
— Creo que vivía aquí, pero… no estoy completamente seguro.
— ¿No estás seguro?
— Es algo complicado de explicar…
— ¿Te golpeaste en la cabeza? — Dijo seria.
— ¿Por qué crees que me he golpeado en la cabeza?
— Pues… si fuese eso me explicaría tus respuestas insulsas y el hecho de que estás algo chafado. — Él se puso frente a ella y estiró la palma de su mano, ella le dió la mano como forma de saludo y él la soltó junto a una mueca disconforme.
— Que rudo. — Dijo alto dejando entender que ya lo veía venir, y aquello no había sido un acto de inocencia.
— La piedra, dame la piedra. — Exigió. May se cruzó de brazos y negó, él tomó todo el aire que pudo una vez más, el anterior no había sido suficiente y a penas habían pasado unos minutos.
— Ni siquiera me has dicho para qué la quieres. — Al escuchar esto él dejó salir toda su molestia de segundos atrás en un solo bufido.
— ¿Te digo la verdad? — Preguntó con los nervios de punta. Ella asintió molesta por su actitud. — La voy a vender.
— Entonces no te la doy. — Él intentó refutar algo, cualquier cosa, pero en su lugar solo dio media vuelta y continuó su camino entre mascullos incomprensibles, quizá realmente mentir no era lo mejor, y es que él mismo desconocía el valor real de la esmeralda, pero no su uso, cosa que no podía dejar que ella supiese; sabía que se iba a negar con más razones y solo lo tomaría como un loco de turno, cosa que sabía ella ya creía, pero quería evitar reforzarlo en la medida de poder convencerla en algún momento de lo contrario. Después de todo, por mucho que quisiese ella ya no podía salir de ahí, no sola, ni mucho menos con su ayuda, aunque tuviese la joya entre sus manos; y la mujer resultó ser bastante lista al prever sus intenciones y seguir negando su petición. Mas, no quedaba otra opción, además de seguir adelante y soportar el tiempo que fuese necesario.
Mientras tanto, May había decidido que no quería hablar con él de nuevo, al menos no en muchos minutos, era consciente que por la situación no podría hacer eso por siempre, por lo que nunca fue su intención quitarle el habla; pero él se pasó mintiendo, sabía que debía de tener sus razones, mismas razones que no eran justificación para su mala conducta; y según su propia experiencia, un poco de ley de hielo nunca le hacía mal a nadie, o al menos con su padre funcionaba de maravilla.
Decidió desviarse hacia lo primero que vio lejos del chico: Un puesto de flores en el mismo estado que todo lo demás, no solo sus dueños, sino que también las plantas en venta del mismo eran arcilla decorativa. Al notar la forma de las flores, no pudo evitar pensar en lo bonitas que se deberían de ver en su estado y color original. Tanto así que la curiosidad la llevó a tocar el pétalo de una rosa, que al toque se desvaneció como polvo entre sus dedos, olvidando su forma y perdiéndose con el suave viento.
— No haría eso sí fuera tú. — Rosa se acercó a ella con una calma que ella intentó no dejar que le afectase. Él, desde el hombro de la chica, observó el pequeño rosal que por pura suerte pudo mantenerse en pie.
— ¿Por qué? — Se sintió confundida, ella había manipulado muchas cosas hechas de arcilla antes y eso nunca ocurría.
— Si alguien toca cualquier cosa de arcilla, así sea por error, lo tocado va a deshacerse como polvo, desvaneciendo esa vida.
— ¡¿Por qué no me dijiste algo tan importante antes?! — Se sobresaltó en espanto y dio un brinco para verlo de frente.
— No ví necesario, ósea ¿Quién en su sano juicio tocaria algo de este lugar porque sí? — Ella lo miró nerviosa y él subió la mirada al cielo intentando no hacer aquello más incómodo. — ¿Te gustan las rosas? — Cambió de tema de manera abrupta, no quería comprender sus errores. Ella asintió sin más, tampoco quería ahondar en el tema.
— Me gustan mucho. Especialmente las rojas.
— Ah… ¿Sabes que este reino era conocido como la llanura de las rosas? — Ella abrió los ojos grandes en sorpresa?
— ¿Ésta es la llanura de las rosas?
— Sí, o eso creo, sé que existe y que debería de ser este el lugar.
— Cuando me hablas así me siento tan inteligente… — levantó la voz en tono soberbio.
— Cállate. — Exigió implacable. — Tengo problemas de orientación. — Se excusó.
— La cosa es, que yo conozco a sus líderes. O… Bueno, los conocía…
— ¿Ah sí? — Ella asintió con entusiasmo y duda.
— ¿Podemos darles una visita? Me dijeron que si alguna vez pasaba entrase a saludar. ¿Será que podemos entrar al castillo? — Ella lo observó rogando de favor, él sin saber que decirle ante ese extraño subidón de ánimo, asintió sin estar completamente convencido. A lo que ella lo tomó de la muñeca para empezar a correr hacia cualquier parte, dejándolo sin argumentos o palabras para detenerla; y terminó dejándola guiar porque le pareció divertido ir de un lado a otro con alguien que no paraba de encontrarse con caminos sin salidas.
— ¿De qué los conoces? — Preguntó Rosa después del quinto intento de May sin resultado.
— Cuando estaba pequeña fueron de visita a nuestro reino, recuerdo que se quedaron por mucho tiempo, quizá seis meses, no conté. Ya que querían conocer sobre las culturas de otros lugares. En ese tiempo nosotros poseíamos muchos ríos y manantiales así que nuestras cosechas eran buenas y abundantes, la tierra no era tan dura para la minería y no había problemas naturales… — Su tono y ritmo fueron bajando ante la sensación de estar traicionando todo aquello, pero pronto sacudió su cabeza y continuó. — Llevaron a su hijo, tenía mi misma edad, creo, aunque nunca me lo dijo realmente.
— ¿Los conoces o no? — Preguntó con ironía, ella quedó pensativa y se corrigió.
— Los he tratado. — En la distracción de su respuesta terminó tropezando en un montículo, ella cerró los ojos esperando el golpe, pero la mano que sujetaba el brazo del joven la salvó, y milagrosamente él la ayudó a reincorporarse. — Gracias. — Dijo con alivio. Él suspiró con un claro cansancio.
— Creo que tomé una mala decisión.
— Oye, ¿A qué te refieres?
— Me he perdido en mis pensamientos, es todo. — Fue su excusa para volver a caminar obligándola a ella a seguirlo.
— No, acabas de insultarme, lo sé, no soy tan tonta.
— Entonces, aprende a seguir un solo camino. — Señaló y siguió una calle que les abrió paso a una plaza gigante, con tres fuentes dónde su atractivo principal eran las macetas de la base, llenas de rosales.
— El nombre de este lugar no te deja dudar de que es ese ¿Eh? — Observó detenidamente cada espacio que pudo captar su visión, mientras en su mente lo convertía en lo que sería sin todo ese gris destruyendo todo el colorido y movilidad.
— Supongo, existen personas maníacas; y al parecer los reyes del lugar tenían una extraña obsesión por las rosas. La única zona donde no las encuentras en cada esquina es el lugar por donde ingresamos al principio, ya que los animales de granja se las comen y los niños tienen tan poca educación que podrían terminar usandolas de colchón o algo peor.
— ¿Cómo sabes eso?
— Es una corazonada. — May aunque insatisfecha con la respuesta, decidió dejarlo así y continuó con la conversación.
— De hecho, el segundo hijo de los reyes me regaló una rosa cuando estuvo en el reino.
— Las manías se heredan.
— No sé, pero me pareció un lindo gesto, después de todo era una rosa de este mismo reino que cargaba como muestra para según él dar clases a quien sea que no conociese las maravillas de su nación. — Una floja risa salió de ella y volvió su vista al extraño. — Aunque con ello también me dijo algo extraño, que nunca supe cómo interpretar. — Perdida en sus recuerdos reformuló lo que podía rescatar de ese hecho. — "Si vivieses en mi reino, tendrías una todos los días, yo me encargaría de ello." O algo así.
— ¿Eso no es una pedida de mano? — Cuestionó él después de procesar cada palabra. Ella resopló y luego rió negando, sin dejar de seguirlo.
— Imposible, tenía diez años, además yo le caía mal. Me criticaba hasta lo más mínimo: mi postura, mi educación, hasta mi manera de comer y de correr ¿A ti te parece que eso es gustar de alguien? — Sus palabras terminaron contrastando con su triste tono, cosa que notó el extraño joven. — Solo le faltó criticar el hecho de que era una chica y que no tenía lo mismo que él ¿Sabes? — Él levantó una ceja y prefirió quedarse mudo ante sus palabras, después de todo no lo terminaba de comprender aunque quisiese.
— Entonces no sabría decir qué es. — Concluyó, ella tenía un rostro expectante aún así, esperando a que comentase algo más. Él al darse cuenta comenzó a tensarse por pensar en algo que mínimo tuviera lógica con lo anterior. — Pero si te criticaba a ti es que pasaban mucho tiempo juntos ¿No?
— En cierta manera.
— Entonces si solo estaban juntos es que ambos disfrutaban de la compañía del otro. ¿No se supone que es así? — May se quedó callada, si se lo ponía a pensar bien, en ese tiempo era el único niño con el que jugaba a pesar de estar los demás niños del reino. — Entonces puede que le gustases. — Explicó con duda en sus palabras alargadas y sin un tono firme.
— Bueno, no es como que pueda preguntarle ahora. — Suspiró. — Mamá me dijo que nunca más lo volvería a ver, de hecho las noticias de la desaparición de la familia real y de todo el reino fue muy sonada en todas partes… Y viendo esto… Dudo que pueda realmente volver a verlo… ¿O sí?
— Verlo… ¿Puede ser? Si no se ha hecho polvo… pero… hablar con él, si está más complicado. — Hizo una mueca entre dudas y complicación al explicarse que se reflejó en cómo contrajo sus párpados. — Sería algo así de: Tú le hablas, él… solo está, nada más.
— ¿Y si él no se ha convertido en arcilla? — Intentó ser optimista, por alguna razón el saber que el reino seguía existiendo le había dado esperanzas a su niña de diez años que aun lo recordaba con cariño y un poco, solo un poquito de cizaña.
— Le preguntas si se quiere casar contigo. — Se encogió de hombros con poco interés.
— ¡No quiero eso!. — Su rostro enrojeció en un instante.
— ¿Por qué? — Él no comprendió.
— Han pasado ocho años y nunca más nos volvimos a ver, ha de estar hasta comprometido.
— No entiendo esos tabúes entre ustedes los de la alta sociedad, es una simple pregunta ¿Qué es lo peor que puede pasar? Que te rechace y ya. — Se volvió a encoger de hombros y le quitó importancia con un movimiento de manos.
— Y eso es muy vergonzoso… - Le aclaró. - Además, puede que sí, que solo sea una pregunta tonta y lo que sea, pero creería que mi intención es entrometerme en su compromiso, y por interés de paso.
— Ni siquiera sabes si está comprometido o si le importa eso. O si siquiera es lo suficientemente apuesto como para que alguien se haya interesado por él fuera del interés. — La intentó hacer reflexionar.
— Bueno… era apuesto, el tipo de niño que lo ves y dices: Los dioses tienen favoritos ¿Sabes? Por lógica debería de serlo más ahora ¿No? — Aquello había funcionado puesto que sí la dejó pensando.
— Hay quienes en lugar de mejorar empeoran, aún hay la ligera posibilidad de que tu apuesto galán, ahora sea un ogro.
— Aunque no creas de personalidad si era un ogro. Más o menos como tú de hecho. Pero más hablador y ególatra. — Rodó los ojos al recordar una que otra conversación irritante.
— ¿Por qué aún te gusta? — Su confusión era tan clara que se podía percibir que no se dio el tiempo de refutar su ofensa.
— ¡Nunca dije eso! — Inmediatamente se puso a la defensiva.
— Pero si me estás diciendo que te quieres casar con él.
— ¡Cállate! No dije eso… No literal… — Corrigió intentando dar énfasis lográndolo a medias. — Son solo sentimientos encontrados de saber que lo podría volver a ver ahora. — Bufó en remordimiento y luego observó el cielo, esperando por alguna idea de lo que debería hacer. Hablar del joven se le hacía extraño y recordarlo solo le traía nostalgia de su infancia, pero también era verdad que aún conservaba la rosa que le había regalado, y a veces fantaseaba con su actual apariencia.
— Bueno, si aún te interesa… — Se detuvo y giró hacia ella, provocando que ella plantara en seco de igual manera. — Para tu suerte, las puertas del palacio siempre están abiertas. — Dijo él en un intento de que notase su amabilidad amable, aunque solo fuese su manera de poder avanzar en su objetivo.
Ella salió de su ensañamiento, lo miró a él y luego a las enormes puertas y castillo que aunque lleno de lo que aparentaba tierra volcánica en su interior, se mantenía rígido e imponente. Sí era sincera con ella misma, era una escena que la intimidaba.
— Recuerda no tocar nada. — Le pidió en el mismo tono de antes, ella asintió al seguirlo con cuidado, hasta levantó su halda para evitar cualquier inconveniente al pisar.
— El castillo en el que vivo es sin duda más grande y espacioso, pero este parece más alto. — Comentó mirando al techo y luego clavando su atención al frente, quedando en tal impresión que le dejó la mente en blanco. — ¿Quién haría algo así? — Cuestionó al notar el desastre del salón principal.
Toda pared que apreciaba parecía haber sido decorada en varios estampados de ondeante hollín, la cerámica pintada era completamente cubierta por capas de tierra formando montículos desde la esquina más oscura hasta la escalera más iluminada, y se dispersaban entre las juntas más cercanas, partiendo paredes y suelo a su paso. Aquel palacio, espléndido por fuera, era solo ruinas por dentro, hasta era un milagro que aun no hubiera colapsado, pero nada llegaba a ser tan perturbante que reconocer la espalda de las personas que había conocido hace ocho años aterradas mirando a lo alto de las escaleras principales, como si algo se les fuese a lanzar encima.
— No quién, sino qué. — Él continuó su paso observando más a detalle que May se quedaba estática más cada que pasaba por algún montículo como si buscase algo entre estos.
— ¿Al final sabes qué ocurrió aquí, fue lo mismo que lo de fuera? — Habían llegado a las escaleras y ahí finalmente pudo encontrar lo que buscaba insistente antes: Personas detenidas en arcilla.
— Se podría decir. Te dije que no sé cómo ni porqué ocurrió, solo una teoría que no he podido comprobar, pero sé cuál es el culpable. — Caminó un poco más rápido subiendo las escaleras en un suave trote. May lo siguió como pudo aún cargando aquella falda tan pesada, aunque se detuvo un momento para regresar su mirada hacia atrás; solo por curiosidad buscó con la mirada hasta que lo encontró; detrás del halda de una bella mujer que reconocía como la reina del lugar, había un pequeño de diez años llorando desconsolado y aterrado por no entender lo que ocurría, su amigo: Drew LaRousse.
Le dolía ver así a su pequeño amigo y primer amor, después de todo lo recordaba demasiado altanero y con tantos delirios de superioridad como para soltar alguna lágrima enfrente de nadie; la mentira más grande que se inventó alguna vez, estando frente a la realidad de un simple niño de 10 años. Y se sintió mal al tener una imagen errónea de él, al final no lo conocía tan bien como creía, y aparte también porque pensó que era una lástima no poder pedirle matrimonio, para evadir su compromiso actual e intentar ser un poquito más feliz a lo que le esperaba en casa; pues aun siendo un altanero con mala actitud, seguía siendo mejor que un completo desconocido.
— Esto es cansado, baja un poco la velocidad. — Pidió cuando llegaron al segundo piso alto, él la miró de pies a cabeza y dijo:
— Deberías cambiarte de ropa, eso no se ve cómodo.
— ¿A ti te parece que ando con cambio? — Él se encogió de hombros, y luego le pidió que lo siguiese. Ella obedeció.
— ¿Lo encontraste? Son los únicos nobles que sé que hay en el castillo. — Le dijo, ella respondió con una dolorosa muletilla de: “mmm…” Lo que él muchacho comprendió como un acierto. Y continuó: — ¿Y? ¿Es o no es como lo recuerdas?
— Es demasiado igual a como lo recuerdo… — Explicó decepcionada de lo que vio, ¿Cuántos años habían pasado desde ese acontecimiento para estar prácticamente idéntico? Deberían sin duda ser ocho, pero prefirió no pensar en ello aún.
— ¿Lo suponías más alto?
— No es que tuviera tanta altura para empezar. — Contestó desganada, su voz resonaba en clara nasalidad que ella intentaba ocultar haciéndose la fuerte.
— Comprendo. — Dijo sin más. No quiso perturbarla más de lo que ya estaba. Porque por mucho que quisiera deshacerse de ella rápido no sentía la necesidad de hacerla sufrir en el proceso.
Continuaron su camino adentrándose más entre pasillos, hasta que por fin el muchacho se detuvo en un apartado lleno de muebles para fiesta de té con tres puertas una en cada pared, hechas de la mejor madera de roble, bien cuidadas por el brillo que poseían y pesadas a la vista.
Él le señaló la pared de frente y la abrió sin pedir permiso ni importarle nada; May, que no estaba de ánimos para recriminarle su descortesía, lo siguió mientras disimuladamente se limpiaba la cara de una que otra lágrima que había rodado de ella; algo que no pudo pasar desapercibido para Roseria porque más de una vez pudo escuchar bajos sollozos de parte de ella, pero no le dijo nada al no saber tratar con eso.
Entraron a una habitación amplia, que más que habitación parecía ser un mini invernadero de rosas en arcilla, que repartían espacio con uno que otro libro, la inmensa cama, un ropero y un escritorio; todos compartiendo un decorado similar a tallos de plantas y hojas.
Él caminó al ropero sin pensarlo, y lanzó sobre la cama varias ropas de hombre que May miró sin mucho ánimo.
— ¿Quieres que me ponga eso? — Él se encogió de hombros y simplemente movió las manos en modo de presentación; May comprendió lo que le estaba diciendo claramente.
— Es lo que hay, lo más cómodo, y que además parece que te podría estar quedando.
— Sale. — Dijo con dignidad.
— ¿Qué? — Él no comprendió ni la orden, ni el tono.
— ¡Ah! — Exclamó como quien descubre un oscuro secreto. — Ya entendí, quieres verme desnuda, y en realidad me trajiste aquí porque… — Lo comenzó a señalar juzgandolo.
— Te espero afuera. — Se apresuró a decir al caer en cuenta, y cerró la puerta tras de sí.
May al notarse sola sintió que por fin podía respirar y dejar salir todo lo que se había estado aguantando desde la imagen que quedó impregnada en su mente de las escaleras.
Quería salir de ese lugar, regresar a su casa, que todo eso fuese solo un mal sueño, pero comprobó más de una vez que era la realidad, a tal punto, que le dolieron los brazos y las manos de pellizcarse tanto, con tanta fuerza. Luego, solo podía echarse la culpa a sí misma de todo lo que le estaba pasando, pues si solo le hubiera dado esa maldita esmeralda al señor rarito seguiría en su casa; de muy mal humor, pero en su casa, con su familia, que es lo que importaba, y ahora no podía hacer ni lo uno ni lo otro, pues sabía que en cuanto le entregase esa esmeralda a Rosa la dejaría sola deambulando por ahí.
Unos minutos pasaron y ella salió con un blusón morado junto a unos pantalones azules y las primeras botas que encontró en color negro, las que a decir verdad le quedaban justo ahí, y aunque tenía miedo de que fueran a ser una molestia después, eran mejor que sus zapatos de tacón. Para su desgracia, el corsé no era algo que se podía quitar sola, por lo que su perfecta postura se mantuvo aún a pesar de todo el odio que profesó al intentar deshacerse de este.
— ¿Lista? — Preguntó recostado a la pared al notar que la puerta se abrió; ella brincó del susto y un grito se escuchó como eco en la pequeña sala. Él solo pudo cerrar los ojos en irritación, por lo agudo que fue.
— Sí… — Respondió observándose a sí misma. — ¿Qué te parece?
— ¿Un poco grande, no? — Preguntó al notar lo holgado de brazos y piernas.
— Bueno, es la ropa de un niño, al que tal parece le diseñan las cosas un poco más, demasiado más, grandes, además, tú me trajiste aquí y es lo que hay… — Le explicó los detalles que notó, porque supo desde que entró que esa no era otra que la habitación de Drew. — Hablando de eso… — Se cruzó de brazos inquisitivamente. — Parece que conoces bastante bien el lugar…
— Bueno, he tenido un poco de tiempo para recorrer y conocer.
— Pero esto es prácticamente allanamiento a una propiedad privada, y a una importante... — Recalcó en modo sabio. — Sabes que si se despiertan ahora nos van a mandar a la guillotina ¿No?
— No lo harán, créeme. He estado mucho tiempo aquí como para estar seguro, y conocer prácticamente cada rincón y que nunca nadie se despierta.
— ¿Cuánto tiempo es eso? — Cuestionó curiosa, parecía haber tomado un pequeño interés en él y lo que había pasado hasta el momento. Él quedó pensativo, pero le pidió que lo siguiese de regreso por el pasillo mientras hacía memoria. Ella lo obedeció sin pensar.
— No estoy seguro… He contado las noches.
— Creo que puedo guiarme.
— Han sido casi mil quinientas noches.
— ¡¿Mil quinientas?!— Gritó nuevamente dejando el eco llenar el lugar. Él pidió que bajase la voz con un gesto. — Lo siento, es que… es bastante tiempo en realidad.
— ¿Tú crees? — May asintió, habían llegado a las siguientes escaleras que no dudaron en subir. — Bueno, es verdad que ha sido un poco largo, pero gracias a eso he aprendido varias cosas sin interrupciones.
— ¿Cosas cómo? — Se vio curiosa. Él pareció dudar si contestar o no. — Vamos, al menos una cosa dime.
— Bueno, se podría decir que aprendí un poco de magia.
— Ah, entonces ¿La manera que me trajiste aquí fue magia? — Su interés en el tema aumentó y hasta lo sobrepasó en el camino en un impulso que dio.
— Puedes llamarlo así. — Se encogió de hombros.
— Qué nombre tan curioso para ese tipo de trucos.
— Bueno, no diría que son "trucos"
— ¿Por qué no? Eso de cambiar de lugar de un momento a otro no es normal.
— ¿Y recién te das cuenta? — Frunció su entrecejo, ella estaba a punto de contestar y un temblor acompañado de un estruendo exterior los hizo detenerse en seco. — Ah sí, de vez en cuando pasa eso.
— ¿Aquí también? — Se había pegado a una pared temiendo lo peor dado el estado del castillo. Él asintió.
— De hecho se me hizo curioso que en tu reino hubiese también, hasta diría que son más constantes.
— Bueno, como en casa. Que comodidad. — Su ironía vino acompañada de un pesado suspiro. — ¿No te asusta?
— ¿Eso importa? — Le contestó quemimportista y avanzando como si nada.
— Solo pregunto, hasta ahora he sentido que tengo que sacarte las palabras a la fuerza. — Le dijo sincera. — Y ya que al parecer estaremos mucho tiempo juntos, tengo que aprender un poco sobre ti. — Se justificó, pero la verdad es que le gustaba conversar, y él a veces era muy corto de palabra para su gusto.
— Bueno, me podrías haber preguntado desde antes, no es que te fuese a pegar por ello. — Le explicó tranquilo, una vez lo alcanzó. Había cosas que no le quería decir, pero había otras cosas que no le importaba compartir.
— No es eso, no me sentía en la confianza de preguntar nada. — Se excusó mirando a otro lado, aparentando ofensa.
— Pero sí de demandar cosas ¿No? — Resopló indignado.
— Bueno, la piedra es mía. — Insistió al regresar la mirada a él, y solo volvía a encontrarse con esa máscara inexpresiva que no le ayudaba en nada a poder comprender al menos un poco de lo que podría estar pensando. Sabía que en algún momento le preguntaría por ella, pero no todavía, no podía jactarse de tener la mejor amistad con Roseria.
— ¿Estás segura de que estás aquí por la piedra? — Su voz se notó cansada, ella asintió firme y rápido con la cabeza, ni lo pensó.
— Completamente.
— ¿En serio estás bien viniendo a un lugar desconocido, con un desconocido… Por una piedra? — Ella se encogió de hombros.
— No es que esté bien con ello, simplemente no quería estar en casa, y fuiste mi salida más rápida… — Se llevó las manos a la boca, había hablado de más cosas que no eran necesarias que él supiera, terminó recriminando mentalmente pero expresando claramente esto con una palmada que se dio en la frente a sí misma como si aquello la fuera hacer entrar en razón.
— Ah… Así que me estás usando como bypass. — Una risa pequeña y ligera risa socarrona pudo ser escuchada. A May se le subieron los colores al rostro, pero no se dejó vencer.
— Cállate, a mí me estás usando como bolsa para joyas. — Dijo segura de ello y cruzando los brazos.
— Tú no me quisiste entregar la piedra, que es diferente.
— Porque no te la quiero dar. — Aceptó ya sin argumentos válidos o creíbles. Y más tarde se dio cuenta de que, otra vez, había dicho algo que no debía.
— Pensé que habíamos llegado a un acuerdo. — La hizo detenerse poniéndose frente a ella con mirada severa. Ella intentó hacer lo mismo, pero desde el principio sabía que no servía para hacerse la dura, comprobado en varias ocasiones por más de una persona, y ella misma.
— … Espera… déjame reformular… — Dijo tras unos tortuosos segundos mientras hacía el intento de inventar alguna cosa creíble.
— ¿Otra vez? — Él rodó los ojos y esperó por algo lógico, que aunque torpe en el habla no tardó en llegar.
— A veces hablo sin pensar.
— ¿A veces?... — Enfatizó con ironía. Ella resopló fuerte.
— ¡Olvídalo! ¡No voy a reformular nada! Realmente era eso lo que quería decir, punto. — Se notó ofendida y continuó su camino hasta el final del pasillo donde la esperaba una pared en perfecto estado, a diferencia de la sala principal del castillo; con pequeñas ventanillas cada metro, que daban ventilación, y luz solar que ayudaba a iluminar el corredor. Al final de este, se encontraba una puerta medio abierta que resplandecía con luz exterior.
— ¿Qué hay ahí? — Cuestionó al chico olvidando lo anterior, una vez llegó al mismo punto que ella.
— No te recomendaría ir allí. — Fue su respuesta, algo que solo picó en la curiosidad de May, y reafirmó lo poco en lo que aún confiaba en el chico. Por lo que, haciendo oídos sordos, la mujer castaña corrió a la luz en un intento de molestar al joven sin saber que de un segundo a otro saldría pálida y casi llorando del miedo, para cerrar la puerta con una fuerza que ella misma no sabía que tenía.
— ¿Qué pasa? — Preguntó confundido, era verdad que la imagen de lo que él sabía encontraría ahí no era nada agradable, pero regresar en ese estado era una exageración según él.
— Hay.. un… ¡Oh, por los Dioses! — Decía intranquila mientras caminaba ondulante, intentando llegar hasta el joven con gran impresión marcada en su rostro. — Está… Está muerto… Está muriendo… No, no lo sé. Y… y un ojo gigante estaba… y luego, afuera una cosa más grande… Tenía picos y era rojo… — El joven abrió los ojos en espanto y corrió hacia ella para tomarla de los brazos con nervios e intentar razonar lo que estaba escuchando.
— ¿Qué viste? — Intranquilo y con las pupilas dilatadas en un temor que contagió a los zafiros, cuestionó zarandeando un poco. Ella solo pudo negar en desconcierto antes de que otro fuerte temblor los meciera, en un castillo que botaba polvo por todas partes en cada remecimiento acompañado del ruido lejano de objetos cayendo sin ton ni son; obligándolos a poner las manos sobre sus cabezas, y luego sus oídos ante el fuerte y estruendoso rugido que parecía poder partir la tierra, y a ellos mismos, en dos.
En un momento de ese extraño viaje May empezó a sentir como caía al vacío, y abrió sus ojos en su conciencia aun llena de penumbra; no logró encontrar nada a parte del chico que con calma de monje parecía concentrado en su labor, mientras ella se había resignado a que aquello era el nirvana y estaba yendo con sus abuelos al paraíso prometido, y podía creérselo por siempre, que había pasado a mejor vida, hasta que una voz y la fuerte luz del sol, le recordó que no iba a ser tan fácil.
— Oye, respira. — Sintió el zarandeo y obedeció. — ¿Puedes abrir los ojos también? A plena luz del día, esa no es una bonita expresión. — Eran palabras tranquilas pero con dureza de regaño, a las que apenas y pudo reaccionar en cuanto abrió sus ojos a lo que podía percibir como la madre tierra y su propia vida; pero así mismo lo reconocía como un lugar completamente desconocido: Una llanura desértica y plana, muy poco colorida para lo que se espera de un terreno así de amplio, tanto que era imposible distinguir entre el suelo y lo que parecía ser ceniza esparcida. Lo único que la compensaba era su innegable y revitalizante aire puro y fresco, que mezclado al sonido lejano de un suave oleaje le dio la impresión de la existencia de una playa cercana, pero por desgracia para ella, por mucho que miraba de un lado a otro no encontraba nada, nisiquiera un aroma que se lo confirmara. Mas, lo que verdaderamente llamó su atención fue que ya no era de noche, el sol resplandecía tan apacible que ya no le pareció tan malo haber pedido tal ridiculez, y que de paso haya servido, ese vestido que cargaba no era para el clima, y se preguntó si él podría hacer aparecer otro ropaje más adecuado; rechazando la idea al instante al desconocer todavía los métodos de chico para hacer tales cosas; dejándola más confundida que al principio, con preguntas acumuladas sin respuesta, de las cuales, las que más resonaban en su cabeza eran: ¿Quién era ese hombre, y cómo había podido llevarla a ese lugar sin que ella diese ni un solo paso?
— ¿Dónde estamos? – Preguntó, él había comenzado a caminar y ella tuvo que seguirlo por miedo a quedarse sola en aquellas tierras desconocidas.
— Dijiste que si te traía a un reino en menos de diez pasos me darías la piedra ¿No? — Ella negó en ese mismo momento.
— Dije en ese momento, y pasó mucho tiempo, al menos a mi percepción. — Él se pausó y volteó a verla de mala manera, ella se hizo la desentendida cambiando el tema por completo, y según ella era completamente válido lo que decía. — En cualquier caso ¿Para qué querrías tú…? Alguien que prácticamente puede transportarse a su antojo con una cosita que gira… — Con sus manos imitó la forma y movimiento del péndulo de manera exagerada y así mismo maravillada. — ¿Una simple piedra verde?
— Le dijiste simple, ya no la mereces, dámela. — Extendió la mano y esperó hasta que ella le dió una palmada para que no sé hiciera ilusiones, él regresó su mano a la espalda. — La necesito para darle sentido a esto — Hizo un gesto de mostrar el paisaje, como si fuese obra suya, ella incrédula, y desconfiada se negó. — Cumplí ¿Por qué simplemente no puedes aceptar dármela? ¿Al menos por dos segundos?
— Porque podrías salir corriendo con ella y dejarme aquí olvidada. — Le respondió lo más tranquila que pudo. — Aunque te hubiese asegurado dártela ¿Crees que justo ahora lo haría? Eres un desconocido, yo apenas puedo respirar, y no podría correr detrás tuya.
— Vaya… si piensas. — Ahora ella lo miró mal, y a él le tocó hacerse el desentendido. — Te daré ésta como ganada, pero sólo ésta. — Continuaron el camino en silencio, no tenían realmente un tema del que parlotear en esos momentos y el susurro del viento era lo único que los acompañaba, y aun así nada se movía a parte de ellos, nisiquiera la hoja más débil de algún arbusto.
May se moría de ganas de preguntar de todo con cada paso que daba, pero algo le decía que ese chico no le contestaría nada a menos que le diese la piedra. O en su imaginación, esa era la condición.
— Entonces... ¿Puedes darme, como mínimo, un nombre para poder referirme a ti? — El muchacho quedó claramente pensativo, se notaba que era algo que nunca había pensado.
— ¿Roseria? — Dijo no convencido, pero fue lo único que se le vino a la mente, dejando a May con una ceja levantada en clara confusión.
— Pero… Roseria es… nombre de… chica… — Le explicó según lo que sabía, pero solo recibió silencio, él no estaba dispuesto a pensar en otra cosa, al parecer era demasiado esfuerzo. — Bien… Roseria… Lo acortaré a Rosa. — Hizo una pausa esperando alguna reacción, pero no obtuvo nada ni una mirada. — Entonces Rosa… — Aclaró su garganta insistiendo aunque sea un gesto pero solo continuaba caminando sin importarle que ella estuviera quedándose atrás, por lo que tomando impulso y llegando a su costado, continuó hablando intentando ser amable. — Yo soy May Balance de Hoenn, primera hija del Rey y la Reina Norman y Caroline Balance de Hoenn, Hermana del príncipe Max Balance de Hoenn, entrenadora de caballos y ferviente admiradora de la naturaleza, excepto los calamares, me parecen horribles y salvajes, en el pasado, uno casi me arrastra al mar. — Concluyó demostrando un orgullo que más que del corazón le salía de la costumbre.
— ¿Qué tan grande era ese calamar? — Le preguntó con claro terror, May sonrió al notar que por fin había logrado una reacción.
— Gigante he de decir. — Explicó, él solo asintió, y ella lo quedó mirando esperando algo sin conseguir nada, nuevamente. — ¡¿Y tú?! — Sacó por fin con ímpetu.
— ¿Estás esperando a que diga todo eso? — Preguntó confundido, ella carraspeó ligeramente y miró al suelo avergonzada de sus costumbres como nobles. No porque fueran malas, pero él lo había dicho como si aquello no tuviese sentido alguno, por lo que, sentía que estaba siendo menospreciada a ojos de un extranjero. Algo que no debería de tomarle importancia, teniendo en cuenta su status, pero era ofensivo.
— No, pero es la presentación básica entre personas de sociedad, si sabes a lo que me refiero. — Él se encogió de hombros.
— No soy noble.
— Y se te nota. — Regresó a tener esa mirada de molestia sobre ella, misma que volvió a esquivar evitando, cualquier, contacto visual para continuar con su punto. — A lo que voy es, bien puede que tu no acostumbres a ello, pero en mi hogar es un símbolo de respeto hacia la otra persona, porque demostramos que así como compartimos todo esto, esperamos que la otra persona tenga la confianza de hacerlo de igual manera, es decir, el estatus ya no impor…
— Hemos llegado. — Sin pena ni gloria, solo siguió su camino dejando a May atónita en la mitad de un puente de madera que llevaba a un pequeño pueblo de casas sencillas pero de amplio espacio con animales de granja ordenados y resguardados por cercadas de madera frágil y alambre fino lleno de púas. Nadie en su sano juicio se atrevería a traspasar eso, a menos que tuviese una armadura o tuviese práctica desde una edad temprana, como se notaba a un pequeño niño que estático en el medio sosteniendo ambos alambres uno sobre su cabeza y el otro aplastado por un pie en cuclillas, con la singularidad, de que así como todo su escenario alrededor no se movía.
— ¿Es algún tipo de arte propio? — Preguntó una vez lo alcanzó nuevamente. No que el retrato de lo que existía ahí le fuese malo, pero la situación no era para nada esperada.
Todo el ambiente denotaba un futuro próspero para cualquiera que llegase a ese lugar, notándose en las sonrisas distraidas y descomplicadas que veía en varias de las estatuas, que no solo retrataban a personas, sino también animales y plantas, un curioso museo al aire libre donde todo ser vivo, estaba compuesto de una arcilla gris notablemente baja de porosidad y en muy buen estado, apenas y podía denotar alguna imperfección del desgaste del tiempo o accidental; ni la mariposa más pequeña y frágil, o la vaca más gorda y tosca.
— No. — Respondió con demasiada calma para lo que ella contemplaba. — Estos son seres vivos, y esos son sus hogares. — Le señaló las casas rústicas construidas en madera y paja junco. May no dijo nada, pues sin duda se trataba de una broma por parte del hombre, y ya no quería caer en otra trampa.
El camino empezó a mejorar de a poco como si de un degradado se tratase; pasó de polvosa y amarillenta tierra seca a oscuras, pequeñas y puntiagudas piedras rugosas; desde dónde se notaban espacios más pequeños pero estructuras más altas y de piedra como material. Pero, la realidad de los pueblerinos era exactamente la misma, inmóviles realizando actividades diarias o por el contrario: Expresiones de terror ante algo que parecía caer encima de ellos.
— Qué arte tan extraño poseen. — Susurró para sí, evitando por todo lo posible que él no la escuchase.
Caminaron por un tiempo observando el rededor con calma en ambas partes hasta que llegaron por fin al adoquín liso y colorido, en rojos, verdes y grises, May sintió a sus pies agradecer el amable descanso que por fin les daba después de esa pequeña y cansada caminata en duro y heterogéneo ripio. En esta zona la joven podía ver lo que ella definía como “civilización”, siendo una imagen más familiar para ella en cuanto a construcción de casas y edificaciones, las que poseían una peculiar destrucción, como si algo de pronto hubiese golpeado en diferentes partes, y así mismo haya roto toda ventana existente
.
En su avance, la estatua de otro niño le hizo gracia y llamó su atención de buena manera, por lo que se acercó a esta sin decirle nada a “Rosa”. El pequeño estaba solo jugando con un pequeño cachorro: intentaba enseñarle un truco, aún ante la resistencia que la mascota que solo lo miraba con una expresión de confusión. Aquella escena la hizo recapacitar y observó el pequeño espacio con otro pensamiento. Todos los demás niños en esa pequeña pero colorida calle, solo estaban disfrutando de una tarde de juegos entre ellos y con familia, volteando su perspectiva al completo y empezando a creer que lo que le dijo el joven era la verdad, sintió un escalofrío y empezó a sentir un terror inexplicable que la hizo sudar frío y la dejó sin aliento.
— No te recomiendo quedarte mucho tiempo por ahí, si el perro llegara a moverse puede que te muerda. — May se sobresaltó y echó a correr volviendo al lado del que nombró Rosa.
— ¿Tú hiciste esto? — Preguntó curiosa y temerosa. Si ese chico podía llevar personas a otro reino en minutos o segundos, algo como eso no parecía imposible tampoco.
— ¿Crees que tengo la ociosidad y la maldad para algo así? — Ella asintió. Él tomó aire acumulando la paciencia que necesitaba para ese momento y el resto del tiempo que sospechaba tendría que lidiar con esa chica, ósea bastante. — ¡No! Nisiquiera tengo la habilidad para comprenderlo, peormente para hacerlo o revertirlo. — Confesó en impotencia y desvió su mirada al suelo. — Cuando desperté… ya estaba así. — Su tono de nostalgia fue evidente, May no comprendió el porqué sentiría algo como eso por un lugar fantasma, si es que ese lugar era real y no una alucinación infundida.
— ¿Sabes cómo ocurrió? — Él asintió. — ¿Me explicas?
— No, ósea, tengo una teoría, que es lo mismo que nada y muy complicado de explicar, o que entiendas. — Aquello había tocado una fibra sensible en May, la seguía ofendiendo de tonta aun después de todo… Y si era sincera no podía terminarlo de culpar cuando terminó en un lugar así con alguien así.
— ¿Al menos puedes explicarme algo de este lugar y lo que ocurre? — Él pareció reacio al principio pero terminó cediendo. — No, mejor dime, que tiene que ver con que estemos aquí.
— Creo que vivía aquí, pero… no estoy completamente seguro.
— ¿No estás seguro?
— Es algo complicado de explicar…
— ¿Te golpeaste en la cabeza? — Dijo seria.
— ¿Por qué crees que me he golpeado en la cabeza?
— Pues… si fuese eso me explicaría tus respuestas insulsas y el hecho de que estás algo chafado. — Él se puso frente a ella y estiró la palma de su mano, ella le dió la mano como forma de saludo y él la soltó junto a una mueca disconforme.
— Que rudo. — Dijo alto dejando entender que ya lo veía venir, y aquello no había sido un acto de inocencia.
— La piedra, dame la piedra. — Exigió. May se cruzó de brazos y negó, él tomó todo el aire que pudo una vez más, el anterior no había sido suficiente y a penas habían pasado unos minutos.
— Ni siquiera me has dicho para qué la quieres. — Al escuchar esto él dejó salir toda su molestia de segundos atrás en un solo bufido.
— ¿Te digo la verdad? — Preguntó con los nervios de punta. Ella asintió molesta por su actitud. — La voy a vender.
— Entonces no te la doy. — Él intentó refutar algo, cualquier cosa, pero en su lugar solo dio media vuelta y continuó su camino entre mascullos incomprensibles, quizá realmente mentir no era lo mejor, y es que él mismo desconocía el valor real de la esmeralda, pero no su uso, cosa que no podía dejar que ella supiese; sabía que se iba a negar con más razones y solo lo tomaría como un loco de turno, cosa que sabía ella ya creía, pero quería evitar reforzarlo en la medida de poder convencerla en algún momento de lo contrario. Después de todo, por mucho que quisiese ella ya no podía salir de ahí, no sola, ni mucho menos con su ayuda, aunque tuviese la joya entre sus manos; y la mujer resultó ser bastante lista al prever sus intenciones y seguir negando su petición. Mas, no quedaba otra opción, además de seguir adelante y soportar el tiempo que fuese necesario.
Mientras tanto, May había decidido que no quería hablar con él de nuevo, al menos no en muchos minutos, era consciente que por la situación no podría hacer eso por siempre, por lo que nunca fue su intención quitarle el habla; pero él se pasó mintiendo, sabía que debía de tener sus razones, mismas razones que no eran justificación para su mala conducta; y según su propia experiencia, un poco de ley de hielo nunca le hacía mal a nadie, o al menos con su padre funcionaba de maravilla.
Decidió desviarse hacia lo primero que vio lejos del chico: Un puesto de flores en el mismo estado que todo lo demás, no solo sus dueños, sino que también las plantas en venta del mismo eran arcilla decorativa. Al notar la forma de las flores, no pudo evitar pensar en lo bonitas que se deberían de ver en su estado y color original. Tanto así que la curiosidad la llevó a tocar el pétalo de una rosa, que al toque se desvaneció como polvo entre sus dedos, olvidando su forma y perdiéndose con el suave viento.
— No haría eso sí fuera tú. — Rosa se acercó a ella con una calma que ella intentó no dejar que le afectase. Él, desde el hombro de la chica, observó el pequeño rosal que por pura suerte pudo mantenerse en pie.
— ¿Por qué? — Se sintió confundida, ella había manipulado muchas cosas hechas de arcilla antes y eso nunca ocurría.
— Si alguien toca cualquier cosa de arcilla, así sea por error, lo tocado va a deshacerse como polvo, desvaneciendo esa vida.
— ¡¿Por qué no me dijiste algo tan importante antes?! — Se sobresaltó en espanto y dio un brinco para verlo de frente.
— No ví necesario, ósea ¿Quién en su sano juicio tocaria algo de este lugar porque sí? — Ella lo miró nerviosa y él subió la mirada al cielo intentando no hacer aquello más incómodo. — ¿Te gustan las rosas? — Cambió de tema de manera abrupta, no quería comprender sus errores. Ella asintió sin más, tampoco quería ahondar en el tema.
— Me gustan mucho. Especialmente las rojas.
— Ah… ¿Sabes que este reino era conocido como la llanura de las rosas? — Ella abrió los ojos grandes en sorpresa?
— ¿Ésta es la llanura de las rosas?
— Sí, o eso creo, sé que existe y que debería de ser este el lugar.
— Cuando me hablas así me siento tan inteligente… — levantó la voz en tono soberbio.
— Cállate. — Exigió implacable. — Tengo problemas de orientación. — Se excusó.
— La cosa es, que yo conozco a sus líderes. O… Bueno, los conocía…
— ¿Ah sí? — Ella asintió con entusiasmo y duda.
— ¿Podemos darles una visita? Me dijeron que si alguna vez pasaba entrase a saludar. ¿Será que podemos entrar al castillo? — Ella lo observó rogando de favor, él sin saber que decirle ante ese extraño subidón de ánimo, asintió sin estar completamente convencido. A lo que ella lo tomó de la muñeca para empezar a correr hacia cualquier parte, dejándolo sin argumentos o palabras para detenerla; y terminó dejándola guiar porque le pareció divertido ir de un lado a otro con alguien que no paraba de encontrarse con caminos sin salidas.
— ¿De qué los conoces? — Preguntó Rosa después del quinto intento de May sin resultado.
— Cuando estaba pequeña fueron de visita a nuestro reino, recuerdo que se quedaron por mucho tiempo, quizá seis meses, no conté. Ya que querían conocer sobre las culturas de otros lugares. En ese tiempo nosotros poseíamos muchos ríos y manantiales así que nuestras cosechas eran buenas y abundantes, la tierra no era tan dura para la minería y no había problemas naturales… — Su tono y ritmo fueron bajando ante la sensación de estar traicionando todo aquello, pero pronto sacudió su cabeza y continuó. — Llevaron a su hijo, tenía mi misma edad, creo, aunque nunca me lo dijo realmente.
— ¿Los conoces o no? — Preguntó con ironía, ella quedó pensativa y se corrigió.
— Los he tratado. — En la distracción de su respuesta terminó tropezando en un montículo, ella cerró los ojos esperando el golpe, pero la mano que sujetaba el brazo del joven la salvó, y milagrosamente él la ayudó a reincorporarse. — Gracias. — Dijo con alivio. Él suspiró con un claro cansancio.
— Creo que tomé una mala decisión.
— Oye, ¿A qué te refieres?
— Me he perdido en mis pensamientos, es todo. — Fue su excusa para volver a caminar obligándola a ella a seguirlo.
— No, acabas de insultarme, lo sé, no soy tan tonta.
— Entonces, aprende a seguir un solo camino. — Señaló y siguió una calle que les abrió paso a una plaza gigante, con tres fuentes dónde su atractivo principal eran las macetas de la base, llenas de rosales.
— El nombre de este lugar no te deja dudar de que es ese ¿Eh? — Observó detenidamente cada espacio que pudo captar su visión, mientras en su mente lo convertía en lo que sería sin todo ese gris destruyendo todo el colorido y movilidad.
— Supongo, existen personas maníacas; y al parecer los reyes del lugar tenían una extraña obsesión por las rosas. La única zona donde no las encuentras en cada esquina es el lugar por donde ingresamos al principio, ya que los animales de granja se las comen y los niños tienen tan poca educación que podrían terminar usandolas de colchón o algo peor.
— ¿Cómo sabes eso?
— Es una corazonada. — May aunque insatisfecha con la respuesta, decidió dejarlo así y continuó con la conversación.
— De hecho, el segundo hijo de los reyes me regaló una rosa cuando estuvo en el reino.
— Las manías se heredan.
— No sé, pero me pareció un lindo gesto, después de todo era una rosa de este mismo reino que cargaba como muestra para según él dar clases a quien sea que no conociese las maravillas de su nación. — Una floja risa salió de ella y volvió su vista al extraño. — Aunque con ello también me dijo algo extraño, que nunca supe cómo interpretar. — Perdida en sus recuerdos reformuló lo que podía rescatar de ese hecho. — "Si vivieses en mi reino, tendrías una todos los días, yo me encargaría de ello." O algo así.
— ¿Eso no es una pedida de mano? — Cuestionó él después de procesar cada palabra. Ella resopló y luego rió negando, sin dejar de seguirlo.
— Imposible, tenía diez años, además yo le caía mal. Me criticaba hasta lo más mínimo: mi postura, mi educación, hasta mi manera de comer y de correr ¿A ti te parece que eso es gustar de alguien? — Sus palabras terminaron contrastando con su triste tono, cosa que notó el extraño joven. — Solo le faltó criticar el hecho de que era una chica y que no tenía lo mismo que él ¿Sabes? — Él levantó una ceja y prefirió quedarse mudo ante sus palabras, después de todo no lo terminaba de comprender aunque quisiese.
— Entonces no sabría decir qué es. — Concluyó, ella tenía un rostro expectante aún así, esperando a que comentase algo más. Él al darse cuenta comenzó a tensarse por pensar en algo que mínimo tuviera lógica con lo anterior. — Pero si te criticaba a ti es que pasaban mucho tiempo juntos ¿No?
— En cierta manera.
— Entonces si solo estaban juntos es que ambos disfrutaban de la compañía del otro. ¿No se supone que es así? — May se quedó callada, si se lo ponía a pensar bien, en ese tiempo era el único niño con el que jugaba a pesar de estar los demás niños del reino. — Entonces puede que le gustases. — Explicó con duda en sus palabras alargadas y sin un tono firme.
— Bueno, no es como que pueda preguntarle ahora. — Suspiró. — Mamá me dijo que nunca más lo volvería a ver, de hecho las noticias de la desaparición de la familia real y de todo el reino fue muy sonada en todas partes… Y viendo esto… Dudo que pueda realmente volver a verlo… ¿O sí?
— Verlo… ¿Puede ser? Si no se ha hecho polvo… pero… hablar con él, si está más complicado. — Hizo una mueca entre dudas y complicación al explicarse que se reflejó en cómo contrajo sus párpados. — Sería algo así de: Tú le hablas, él… solo está, nada más.
— ¿Y si él no se ha convertido en arcilla? — Intentó ser optimista, por alguna razón el saber que el reino seguía existiendo le había dado esperanzas a su niña de diez años que aun lo recordaba con cariño y un poco, solo un poquito de cizaña.
— Le preguntas si se quiere casar contigo. — Se encogió de hombros con poco interés.
— ¡No quiero eso!. — Su rostro enrojeció en un instante.
— ¿Por qué? — Él no comprendió.
— Han pasado ocho años y nunca más nos volvimos a ver, ha de estar hasta comprometido.
— No entiendo esos tabúes entre ustedes los de la alta sociedad, es una simple pregunta ¿Qué es lo peor que puede pasar? Que te rechace y ya. — Se volvió a encoger de hombros y le quitó importancia con un movimiento de manos.
— Y eso es muy vergonzoso… - Le aclaró. - Además, puede que sí, que solo sea una pregunta tonta y lo que sea, pero creería que mi intención es entrometerme en su compromiso, y por interés de paso.
— Ni siquiera sabes si está comprometido o si le importa eso. O si siquiera es lo suficientemente apuesto como para que alguien se haya interesado por él fuera del interés. — La intentó hacer reflexionar.
— Bueno… era apuesto, el tipo de niño que lo ves y dices: Los dioses tienen favoritos ¿Sabes? Por lógica debería de serlo más ahora ¿No? — Aquello había funcionado puesto que sí la dejó pensando.
— Hay quienes en lugar de mejorar empeoran, aún hay la ligera posibilidad de que tu apuesto galán, ahora sea un ogro.
— Aunque no creas de personalidad si era un ogro. Más o menos como tú de hecho. Pero más hablador y ególatra. — Rodó los ojos al recordar una que otra conversación irritante.
— ¿Por qué aún te gusta? — Su confusión era tan clara que se podía percibir que no se dio el tiempo de refutar su ofensa.
— ¡Nunca dije eso! — Inmediatamente se puso a la defensiva.
— Pero si me estás diciendo que te quieres casar con él.
— ¡Cállate! No dije eso… No literal… — Corrigió intentando dar énfasis lográndolo a medias. — Son solo sentimientos encontrados de saber que lo podría volver a ver ahora. — Bufó en remordimiento y luego observó el cielo, esperando por alguna idea de lo que debería hacer. Hablar del joven se le hacía extraño y recordarlo solo le traía nostalgia de su infancia, pero también era verdad que aún conservaba la rosa que le había regalado, y a veces fantaseaba con su actual apariencia.
— Bueno, si aún te interesa… — Se detuvo y giró hacia ella, provocando que ella plantara en seco de igual manera. — Para tu suerte, las puertas del palacio siempre están abiertas. — Dijo él en un intento de que notase su amabilidad amable, aunque solo fuese su manera de poder avanzar en su objetivo.
Ella salió de su ensañamiento, lo miró a él y luego a las enormes puertas y castillo que aunque lleno de lo que aparentaba tierra volcánica en su interior, se mantenía rígido e imponente. Sí era sincera con ella misma, era una escena que la intimidaba.
— Recuerda no tocar nada. — Le pidió en el mismo tono de antes, ella asintió al seguirlo con cuidado, hasta levantó su halda para evitar cualquier inconveniente al pisar.
— El castillo en el que vivo es sin duda más grande y espacioso, pero este parece más alto. — Comentó mirando al techo y luego clavando su atención al frente, quedando en tal impresión que le dejó la mente en blanco. — ¿Quién haría algo así? — Cuestionó al notar el desastre del salón principal.
Toda pared que apreciaba parecía haber sido decorada en varios estampados de ondeante hollín, la cerámica pintada era completamente cubierta por capas de tierra formando montículos desde la esquina más oscura hasta la escalera más iluminada, y se dispersaban entre las juntas más cercanas, partiendo paredes y suelo a su paso. Aquel palacio, espléndido por fuera, era solo ruinas por dentro, hasta era un milagro que aun no hubiera colapsado, pero nada llegaba a ser tan perturbante que reconocer la espalda de las personas que había conocido hace ocho años aterradas mirando a lo alto de las escaleras principales, como si algo se les fuese a lanzar encima.
— No quién, sino qué. — Él continuó su paso observando más a detalle que May se quedaba estática más cada que pasaba por algún montículo como si buscase algo entre estos.
— ¿Al final sabes qué ocurrió aquí, fue lo mismo que lo de fuera? — Habían llegado a las escaleras y ahí finalmente pudo encontrar lo que buscaba insistente antes: Personas detenidas en arcilla.
— Se podría decir. Te dije que no sé cómo ni porqué ocurrió, solo una teoría que no he podido comprobar, pero sé cuál es el culpable. — Caminó un poco más rápido subiendo las escaleras en un suave trote. May lo siguió como pudo aún cargando aquella falda tan pesada, aunque se detuvo un momento para regresar su mirada hacia atrás; solo por curiosidad buscó con la mirada hasta que lo encontró; detrás del halda de una bella mujer que reconocía como la reina del lugar, había un pequeño de diez años llorando desconsolado y aterrado por no entender lo que ocurría, su amigo: Drew LaRousse.
Le dolía ver así a su pequeño amigo y primer amor, después de todo lo recordaba demasiado altanero y con tantos delirios de superioridad como para soltar alguna lágrima enfrente de nadie; la mentira más grande que se inventó alguna vez, estando frente a la realidad de un simple niño de 10 años. Y se sintió mal al tener una imagen errónea de él, al final no lo conocía tan bien como creía, y aparte también porque pensó que era una lástima no poder pedirle matrimonio, para evadir su compromiso actual e intentar ser un poquito más feliz a lo que le esperaba en casa; pues aun siendo un altanero con mala actitud, seguía siendo mejor que un completo desconocido.
— Esto es cansado, baja un poco la velocidad. — Pidió cuando llegaron al segundo piso alto, él la miró de pies a cabeza y dijo:
— Deberías cambiarte de ropa, eso no se ve cómodo.
— ¿A ti te parece que ando con cambio? — Él se encogió de hombros, y luego le pidió que lo siguiese. Ella obedeció.
— ¿Lo encontraste? Son los únicos nobles que sé que hay en el castillo. — Le dijo, ella respondió con una dolorosa muletilla de: “mmm…” Lo que él muchacho comprendió como un acierto. Y continuó: — ¿Y? ¿Es o no es como lo recuerdas?
— Es demasiado igual a como lo recuerdo… — Explicó decepcionada de lo que vio, ¿Cuántos años habían pasado desde ese acontecimiento para estar prácticamente idéntico? Deberían sin duda ser ocho, pero prefirió no pensar en ello aún.
— ¿Lo suponías más alto?
— No es que tuviera tanta altura para empezar. — Contestó desganada, su voz resonaba en clara nasalidad que ella intentaba ocultar haciéndose la fuerte.
— Comprendo. — Dijo sin más. No quiso perturbarla más de lo que ya estaba. Porque por mucho que quisiera deshacerse de ella rápido no sentía la necesidad de hacerla sufrir en el proceso.
Continuaron su camino adentrándose más entre pasillos, hasta que por fin el muchacho se detuvo en un apartado lleno de muebles para fiesta de té con tres puertas una en cada pared, hechas de la mejor madera de roble, bien cuidadas por el brillo que poseían y pesadas a la vista.
Él le señaló la pared de frente y la abrió sin pedir permiso ni importarle nada; May, que no estaba de ánimos para recriminarle su descortesía, lo siguió mientras disimuladamente se limpiaba la cara de una que otra lágrima que había rodado de ella; algo que no pudo pasar desapercibido para Roseria porque más de una vez pudo escuchar bajos sollozos de parte de ella, pero no le dijo nada al no saber tratar con eso.
Entraron a una habitación amplia, que más que habitación parecía ser un mini invernadero de rosas en arcilla, que repartían espacio con uno que otro libro, la inmensa cama, un ropero y un escritorio; todos compartiendo un decorado similar a tallos de plantas y hojas.
Él caminó al ropero sin pensarlo, y lanzó sobre la cama varias ropas de hombre que May miró sin mucho ánimo.
— ¿Quieres que me ponga eso? — Él se encogió de hombros y simplemente movió las manos en modo de presentación; May comprendió lo que le estaba diciendo claramente.
— Es lo que hay, lo más cómodo, y que además parece que te podría estar quedando.
— Sale. — Dijo con dignidad.
— ¿Qué? — Él no comprendió ni la orden, ni el tono.
— ¡Ah! — Exclamó como quien descubre un oscuro secreto. — Ya entendí, quieres verme desnuda, y en realidad me trajiste aquí porque… — Lo comenzó a señalar juzgandolo.
— Te espero afuera. — Se apresuró a decir al caer en cuenta, y cerró la puerta tras de sí.
May al notarse sola sintió que por fin podía respirar y dejar salir todo lo que se había estado aguantando desde la imagen que quedó impregnada en su mente de las escaleras.
Quería salir de ese lugar, regresar a su casa, que todo eso fuese solo un mal sueño, pero comprobó más de una vez que era la realidad, a tal punto, que le dolieron los brazos y las manos de pellizcarse tanto, con tanta fuerza. Luego, solo podía echarse la culpa a sí misma de todo lo que le estaba pasando, pues si solo le hubiera dado esa maldita esmeralda al señor rarito seguiría en su casa; de muy mal humor, pero en su casa, con su familia, que es lo que importaba, y ahora no podía hacer ni lo uno ni lo otro, pues sabía que en cuanto le entregase esa esmeralda a Rosa la dejaría sola deambulando por ahí.
Unos minutos pasaron y ella salió con un blusón morado junto a unos pantalones azules y las primeras botas que encontró en color negro, las que a decir verdad le quedaban justo ahí, y aunque tenía miedo de que fueran a ser una molestia después, eran mejor que sus zapatos de tacón. Para su desgracia, el corsé no era algo que se podía quitar sola, por lo que su perfecta postura se mantuvo aún a pesar de todo el odio que profesó al intentar deshacerse de este.
— ¿Lista? — Preguntó recostado a la pared al notar que la puerta se abrió; ella brincó del susto y un grito se escuchó como eco en la pequeña sala. Él solo pudo cerrar los ojos en irritación, por lo agudo que fue.
— Sí… — Respondió observándose a sí misma. — ¿Qué te parece?
— ¿Un poco grande, no? — Preguntó al notar lo holgado de brazos y piernas.
— Bueno, es la ropa de un niño, al que tal parece le diseñan las cosas un poco más, demasiado más, grandes, además, tú me trajiste aquí y es lo que hay… — Le explicó los detalles que notó, porque supo desde que entró que esa no era otra que la habitación de Drew. — Hablando de eso… — Se cruzó de brazos inquisitivamente. — Parece que conoces bastante bien el lugar…
— Bueno, he tenido un poco de tiempo para recorrer y conocer.
— Pero esto es prácticamente allanamiento a una propiedad privada, y a una importante... — Recalcó en modo sabio. — Sabes que si se despiertan ahora nos van a mandar a la guillotina ¿No?
— No lo harán, créeme. He estado mucho tiempo aquí como para estar seguro, y conocer prácticamente cada rincón y que nunca nadie se despierta.
— ¿Cuánto tiempo es eso? — Cuestionó curiosa, parecía haber tomado un pequeño interés en él y lo que había pasado hasta el momento. Él quedó pensativo, pero le pidió que lo siguiese de regreso por el pasillo mientras hacía memoria. Ella lo obedeció sin pensar.
— No estoy seguro… He contado las noches.
— Creo que puedo guiarme.
— Han sido casi mil quinientas noches.
— ¡¿Mil quinientas?!— Gritó nuevamente dejando el eco llenar el lugar. Él pidió que bajase la voz con un gesto. — Lo siento, es que… es bastante tiempo en realidad.
— ¿Tú crees? — May asintió, habían llegado a las siguientes escaleras que no dudaron en subir. — Bueno, es verdad que ha sido un poco largo, pero gracias a eso he aprendido varias cosas sin interrupciones.
— ¿Cosas cómo? — Se vio curiosa. Él pareció dudar si contestar o no. — Vamos, al menos una cosa dime.
— Bueno, se podría decir que aprendí un poco de magia.
— Ah, entonces ¿La manera que me trajiste aquí fue magia? — Su interés en el tema aumentó y hasta lo sobrepasó en el camino en un impulso que dio.
— Puedes llamarlo así. — Se encogió de hombros.
— Qué nombre tan curioso para ese tipo de trucos.
— Bueno, no diría que son "trucos"
— ¿Por qué no? Eso de cambiar de lugar de un momento a otro no es normal.
— ¿Y recién te das cuenta? — Frunció su entrecejo, ella estaba a punto de contestar y un temblor acompañado de un estruendo exterior los hizo detenerse en seco. — Ah sí, de vez en cuando pasa eso.
— ¿Aquí también? — Se había pegado a una pared temiendo lo peor dado el estado del castillo. Él asintió.
— De hecho se me hizo curioso que en tu reino hubiese también, hasta diría que son más constantes.
— Bueno, como en casa. Que comodidad. — Su ironía vino acompañada de un pesado suspiro. — ¿No te asusta?
— ¿Eso importa? — Le contestó quemimportista y avanzando como si nada.
— Solo pregunto, hasta ahora he sentido que tengo que sacarte las palabras a la fuerza. — Le dijo sincera. — Y ya que al parecer estaremos mucho tiempo juntos, tengo que aprender un poco sobre ti. — Se justificó, pero la verdad es que le gustaba conversar, y él a veces era muy corto de palabra para su gusto.
— Bueno, me podrías haber preguntado desde antes, no es que te fuese a pegar por ello. — Le explicó tranquilo, una vez lo alcanzó. Había cosas que no le quería decir, pero había otras cosas que no le importaba compartir.
— No es eso, no me sentía en la confianza de preguntar nada. — Se excusó mirando a otro lado, aparentando ofensa.
— Pero sí de demandar cosas ¿No? — Resopló indignado.
— Bueno, la piedra es mía. — Insistió al regresar la mirada a él, y solo volvía a encontrarse con esa máscara inexpresiva que no le ayudaba en nada a poder comprender al menos un poco de lo que podría estar pensando. Sabía que en algún momento le preguntaría por ella, pero no todavía, no podía jactarse de tener la mejor amistad con Roseria.
— ¿Estás segura de que estás aquí por la piedra? — Su voz se notó cansada, ella asintió firme y rápido con la cabeza, ni lo pensó.
— Completamente.
— ¿En serio estás bien viniendo a un lugar desconocido, con un desconocido… Por una piedra? — Ella se encogió de hombros.
— No es que esté bien con ello, simplemente no quería estar en casa, y fuiste mi salida más rápida… — Se llevó las manos a la boca, había hablado de más cosas que no eran necesarias que él supiera, terminó recriminando mentalmente pero expresando claramente esto con una palmada que se dio en la frente a sí misma como si aquello la fuera hacer entrar en razón.
— Ah… Así que me estás usando como bypass. — Una risa pequeña y ligera risa socarrona pudo ser escuchada. A May se le subieron los colores al rostro, pero no se dejó vencer.
— Cállate, a mí me estás usando como bolsa para joyas. — Dijo segura de ello y cruzando los brazos.
— Tú no me quisiste entregar la piedra, que es diferente.
— Porque no te la quiero dar. — Aceptó ya sin argumentos válidos o creíbles. Y más tarde se dio cuenta de que, otra vez, había dicho algo que no debía.
— Pensé que habíamos llegado a un acuerdo. — La hizo detenerse poniéndose frente a ella con mirada severa. Ella intentó hacer lo mismo, pero desde el principio sabía que no servía para hacerse la dura, comprobado en varias ocasiones por más de una persona, y ella misma.
— … Espera… déjame reformular… — Dijo tras unos tortuosos segundos mientras hacía el intento de inventar alguna cosa creíble.
— ¿Otra vez? — Él rodó los ojos y esperó por algo lógico, que aunque torpe en el habla no tardó en llegar.
— A veces hablo sin pensar.
— ¿A veces?... — Enfatizó con ironía. Ella resopló fuerte.
— ¡Olvídalo! ¡No voy a reformular nada! Realmente era eso lo que quería decir, punto. — Se notó ofendida y continuó su camino hasta el final del pasillo donde la esperaba una pared en perfecto estado, a diferencia de la sala principal del castillo; con pequeñas ventanillas cada metro, que daban ventilación, y luz solar que ayudaba a iluminar el corredor. Al final de este, se encontraba una puerta medio abierta que resplandecía con luz exterior.
— ¿Qué hay ahí? — Cuestionó al chico olvidando lo anterior, una vez llegó al mismo punto que ella.
— No te recomendaría ir allí. — Fue su respuesta, algo que solo picó en la curiosidad de May, y reafirmó lo poco en lo que aún confiaba en el chico. Por lo que, haciendo oídos sordos, la mujer castaña corrió a la luz en un intento de molestar al joven sin saber que de un segundo a otro saldría pálida y casi llorando del miedo, para cerrar la puerta con una fuerza que ella misma no sabía que tenía.
— ¿Qué pasa? — Preguntó confundido, era verdad que la imagen de lo que él sabía encontraría ahí no era nada agradable, pero regresar en ese estado era una exageración según él.
— Hay.. un… ¡Oh, por los Dioses! — Decía intranquila mientras caminaba ondulante, intentando llegar hasta el joven con gran impresión marcada en su rostro. — Está… Está muerto… Está muriendo… No, no lo sé. Y… y un ojo gigante estaba… y luego, afuera una cosa más grande… Tenía picos y era rojo… — El joven abrió los ojos en espanto y corrió hacia ella para tomarla de los brazos con nervios e intentar razonar lo que estaba escuchando.
— ¿Qué viste? — Intranquilo y con las pupilas dilatadas en un temor que contagió a los zafiros, cuestionó zarandeando un poco. Ella solo pudo negar en desconcierto antes de que otro fuerte temblor los meciera, en un castillo que botaba polvo por todas partes en cada remecimiento acompañado del ruido lejano de objetos cayendo sin ton ni son; obligándolos a poner las manos sobre sus cabezas, y luego sus oídos ante el fuerte y estruendoso rugido que parecía poder partir la tierra, y a ellos mismos, en dos.
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Re: [Fan Fic] Una Simple Esmeralda
3. Capítulo tres: El tiempo y los gatos.
El estruendo había pasado por fin, y sus ropas llenas de polvo empezaron a soltarlo con cada movimiento que hacían por recobrar los sentidos y la calma, cosa que solo ocurrió cuando el silencio sepulcral los volvió a envolver.
— ¡¿Qué fue eso?! — Reclamó May con furia a la par de que se sacudía en un arrebato toda la suciedad que aún poseía encima. — ¡Nunca me dijiste que este lugar tenía algo como eso! — Señaló la puerta que había logrado abrirse después de tal estruendo. El muchacho no le contestó, estaba absorto en quien sabe que mundo, y solo podía observar esa puerta, intentando escabullirse hasta el interior, pero el insistente movimiento nervioso de la mujer se lo impedía. Hasta que por fin pudo notar algo que lo hizo regresar a la realidad.
Abrió los ojos grandes ante el recuerdo de su primer día, olvidándose completamente de la presencia femenina, corrió hacia ese lugar, abrió la puerta con fuerza y allí estaba, la oficina principal del Rey de la rosa, completamente desastrada, el escritorio volteado, partido y arañado dispersado por su suelo, así como banderas propias y aliadas rasgadas, maltratadas, quemadas o tiradas, todas con las astas rotas; mientras que unos cuantos libros hechos añicos o directamente polvo; todo esto acompañado de una esquina completamente al aire libre, como si hubieran intentado demoler con garras ese cuarto junto con los pisos aledaños; todo adornado por un hollín que parecía querer tragarse el gris de los ladrillos.
Era un hecho inexplicable que aún se mantuviera la gran parte del suelo y uno que otro cuadro en las paredes. Pero esto no era algo concerniente para al joven de la máscara, si no, el pequeño cuerpo a borde del irregular suelo; un gato blanco de cara negra que alguna vez conoció como piel y pelos, estaba ahí, Respirando pesadamente sin emitir ni un solo sonido a parte de leves inspiraciones que parecían alentarse cada vez, ahí estaba, luchando por su vida, cuando ya no había nada más por hacer a parte de agonizar hasta el último momento. Al principio se notó en clara conmoción, y no fue hasta que sintió la presencia de la mujer a sus espaldas que reaccionó y apresuró hacia el animal; se arrodilló a un lado, seguido por May, quien solo se limitó a observar y revisar alrededor de vez en cuando por miedo.
El joven por su lado; observó la herida del animal nunca había sido expectante de algo como aquello, el corte que le habían hecho era simplemente atroz, de estocada profunda y con reincidencias en el torso. Él dejó de perder su tiempo cuando comprendió a lo que le hacía frente y buscó en su cinturón varios frascos y pañuelos, de los cuales algunos usó para limpiar las heridas y otros para untarlos con manos temblorosas; luego, fue hacia una de las banderas, la más limpia que encontró, la trató un poco con un polvo dorado, y con esta envolvió el torso del animal, el cual nunca opuso resistencia, no tenía la fuerza para ello; en su lugar lamió la mano de quien lo trató cuando este la acercó y cerró los ojos al instante.
— ¿Qué hiciste? — Preguntó May a sus espaldas, él, estático ante la presión, parecía pensar en su respuesta.
— Bueno… ¿Cómo decirlo? — Se rascó la cabeza al no saber cómo comenzar. — Lo puse a dormir.
— ¿En qué sentido? — Preguntó ella al agacharse y ver el estado del extraño animal, sabía que era un tipo de gato, pero no entendía que gato podría tener ese tamaño, era más grande de lo normal pero podía catalogarlo como un siamés, según sus estudios; pero, peor entendía su propio recuerdo, pues aunque era un gato grande, ella recordaba haber visto una silueta diferente y de un tamaño mayor; misma que parecía haber luchado con lo otro que vio en el exterior, y que seguramente era el culpable de tales heridas mortales; por la cuales dudaba mucho de su supervivencia desde ya; prácticamente le había visto los intestinos y parte de las costillas, no había la posibilidad que unas cuantas cosas raras fuesen a hacer algún efecto milagroso.
— Bueno, cosí. Desinfecte, até, y le di un tipo de “Suero” para dormir. — Se explicó. May suspiró más aliviada.
— Pensé que decías que lo terminaste de matar.
— Bueno, no estoy seguro de ello, la verdad; no creo que resista. — Miró a la joven quien con una mueca aceptaba esa realidad. Él lo entendió y volvió a mirar al gato. — Está muy mal herido, espero, al menos, haber hecho menos dolorosa su partida. — May no supo qué contestar así que solo miró que el animal parecía dormir tranquilo aunque se notaba la dificultad al respirar. — Deberíamos irnos de aquí.
— Pero.. No lo vamos a dejar solo… — Rechazó la propuesta en seguida.
— ¿Esperas a que lo cuide mientras se muere cuando tengo cosas importantes que hacer? — La fulminó con la mirada ya cansado de sus disparatadas exigencias, y eso ya estaba llegando a colmar un vaso que desde hace mucho ya estaba casi lleno.
— A ver ¿Cómo qué? — Le recriminó. Él pareció pensarlo.
— Como convencerte de que me des esa piedra. — Insistió. Ella se levantó para estar a su altura.
— Si lo cuidas… — Volvió a intentar convencerlo con eso, pero pronto fue callada por un fuerte grito de represalia que la sobresaltó.
— ¡¿Es así como juegas con las urgencias de los demás?! — Su furia e impaciencia se vieron a relucir, ella simplemente no quería colaborar y ya había llegado a un punto en que se había agotado de que jugase con su paciencia.
— ¿Urgencia? — Ella frunció el ceño, nunca nadie le hablaba así, nisiquiera sus padres. — No entiendo qué está pasando en este lugar, lo que sé lo entiendo por lo que he visto y ¡¿Esperas que comprenda una urgencia?! ¡Hay un monstruo gigante allá afuera! ¡Gente convertida en estatuas, un castillo hecho añicos, y un gato moribundo! ¡¿Y esperas que comprenda tu urgencia cuando solo quiero irme de esta pesadilla?! — Ella también explotó en gritos de desesperación, esperando por algo, algo que nuevamente como un círculo vicioso, nunca llegó.
Él se levantó y salió de ahí sin decir nada más, ella solo lo miró dejar el lugar y cerrar la puerta con fuerza, y se hizo una bolita en el suelo, en cuanto dejó de escuchar los pasos del corredor. Tenía miedo, más estando tan expuesta en ese lugar, pero no quiso dejar solo al gato, y mucho menos ir tras alguien que lo único que hacía era ignorarla, molestarla, u ofenderla. A parte de eso, no sabía ya cuántas horas habían pasado, pero desde la ligera merienda en su casa, hasta ese momento no había ni comido ni bebido nada, y su estómago estaba empezando a reclamar el extraño comportamiento de dejarlo vacío. No quiso pensar en ello, pues solo le haría peor y en su lugar se acercó al gato, el que dormido, parecía sufrir en cada respiración que daba, y es que la tela estaba tan ajustada que seguramente era parecido a lo que ella sentía con el corsé cortando la respiración, pero no creyó que fuese prudente aflojarlo, o siquiera moverlo, por lo que en su lugar, una vez sintió más seguridad, en el afán de distraerse, y ser un poco de ayuda, buscó toda tela en la habitación, que mínimo pudiera tocar y manipular sin que se deshiciera o deshilache.
El cuarto le recordó vagamente a la oficina de su padre, con diferencia que la de él era más grande, con una enorme y larga mesa de reuniones, a parte de su escritorio principal. Aquella era en cambio, más de uso personal y para charlas de pocos involucrados, algo que puede tener sentido cuando se eran personas como los reyes De La Rosa, que recordaba como buenas personas, pero reservados y de pláticas muy de uno en uno.
Para su suerte en el suelo reposaba una larga tela de lino blanca y sucia, estaba rasgada desde el centro hasta una esquina, pero le era útil para su propósito; pues era mucho más grande y cómoda que los retazos de banderas que había acumulado. Cuando tomó la tela, bajo esta se encontró con un enorme cuadro familiar, que rasgado acomodó con cuidado para poder apreciarlo mejor. Era uno de los retratos anuales de la familia real, mismos que Drew se había encargado de darle a conocer en presunción, sin saber que en su familia también era una tradición, con la diferencia de que en los cuadros de ellos hacían énfasis en macetas con rosales vívidos a los costados de sus modelos; pero también compartían cosas como las extrañas figuras que en protección, se alzaban sobre sus cabezas en una perspectiva de lejanía y poderío; figuras muy similares a los dioses de su reino los cuales disfrutaban de diferencias muy mínimas, pudiendo reconocer a cada uno sin necesidad de preguntar, uno rojo con forma de lagarto, uno azul en forma de pez, y un verde en forma de serpiente, mismos que conformaban la creación según las leyendas y creencias que se habían impartido a lo largo de la historia. Y si bien todo aquello era curioso, y más al verlo por primera vez en esas circunstancias, lo que verdaderamente robó su atención fue la piedra resplandeciente sobre la mano del segundo hijo, la misma que comprendía como la misma que ella tenía en su poder, hasta la sacó del bolsillo donde la había guardado para compararlas y asegurarse de ello. Cosa que podía tomar como normal, hasta percatarse de que no solo él poseía una, sino que cada miembro de la familia tenía en su poder una piedra, cada una en colores y formas diferentes mostrándolas en sus manos o con algún soporte. Hasta donde ella conocía no había razón para que una familia tan rica como aquella conservara ese tipo de piedras en estado tan puro, ni mucho menos, en formas tan desiguales; lo normal era convertirlas en joyas preciosas: lijarlas a voluntad, barnizarlas, y darles uso estético, ya fuese como pendientes, collares o cualquier cosa que se les ocurriese con tal de presumir su belleza. Por lo que las terminó catalogando como reliquias familiares, reliquias que no le pertenecían ni a ella ni al proclamado Roseria, sino, a la familia de la Rosa, quienes al parecer no solo les tenían aprecio, sino que respeto al no modificarlas en ningún sentido.
Entonces May se cuestionó: ¿Por qué Drew le entregaría uno de los objetos más valiosos e importantes de su familia? Lo podía entender si se tratase de una réplica, pero estaba segura de que no era el caso. Entonces no había ninguna razón aparente para ello, él nunca entregaría algo como eso solo porque sí.
Con las incógnitas navegando en su cabeza fue atando y rellenando el Lino con las demás telas; el resultado no era el más acolchonado, de hecho, muy contrariamente, estaba plano y desinflado, pero algo de comodidad podía ofrecer mejor a el duro suelo de cerámica tintada en negro. Después de un dobles. para intentar aparentar su poco volumen, lo colocó debajo del gato con la mayor delicadeza que le dieron las manos, y agradeciendo el liso piso, lo arrastró desde la tela adentrando al animal más a la habitación, evitando así que fuese a caer al vacío en un mal movimiento. Ambos quedaron cerca de la pared más alejada de toda destrucción, aun llegaba el aroma a quemado aun así, y su superficie conservaba el color ahumado.
Las horas pasaron, y el sol comenzó a caer, May observaba esto como el paisaje más hermoso y a la vez horrible que alguna vez habría podido contemplar. Los colores del atardecer en ese lugar eran inmensamente más saturados que los de su reino, donde apenas en minutos el atardecer desaparecía tras las montañas en degradados y grisáceos colores. Pero en aquel lugar a pesar de poseer un inmenso bosque, las montañas se levantaban a sus espaldas y oeste tenía toda la libertad de un terreno visualmente aplanado, dando la ilusión de un enorme sol blanco, envuelto en un intenso rojo que se mezclaba con el potente naranja del cielo; un espectáculo abrumado por la arcilla y la destrucción.
Aunque pensase mucho en ello, ella no podría hacer nada por ese lugar, nisiquiera era capaz de hacer algo por su propio reino, mucho menos por uno desconocido, por eso la única retribución que podía dar era, por lo menos, prestarle compañía a uno de sus ciudadanos en sus últimos momentos, aunque solo fuese un animal que nunca se acordaría de ella ni en esa, ni en la próxima vida.
En el descontento y nervioso andar de May cayó la noche, mostrando la cara más oscura y fría del reino, no se sentía ni una sola brisa, pero aun así la temperatura calaba hasta sus huesos. Y lo único que la habría podido ayudar un poco era ahora una almohada mal hecha para gatos. Terminó por sentarse y acurrucarse a un lado del felino, mismo que pronto comenzó a maullar de una extraña manera.
La princesa de Hoenn no sabía si era de dolor, de hambre o si porque ya estaba cruzando las puertas al más allá. Entró en pánico e intentó calmarlo acariciando tras sus orejas, y aunque parecía haberse calmado un poco al sentir la compañía, no se calló y se siguió quejando en un tono más bajo pero igual de doloroso para los oídos de la joven, quien le pedía que se calmara sin saber realmente que hacer, no lo podía dejar solo, y ella tampoco podía salir en busca de nada ni nadie porque se iba a perder y literalmente no había nadie que la pusiese ayudar, o la quisiera ayudar.
El pesado sonido de la puerta abriendo la distrajo y miró en su dirección; Roseria había regresado y casi que sintió sonreír en alivio en cuanto vio esa fea máscara otra vez.
— Aquí. — Le llamó la atención cuando vio como los buscaba con la mirada. En cuanto la vio, May sintió el peso de su resentimiento sobre ella, y no lo podía culpar, pero también creía que él tampoco tenía las razones correctas para juzgarla tan duramente.
A diferencia de la mañana ahora cargaba dos sacos que aparentaban ser pesados, y que cargaban consigo un olor nada agradable. Al principio May se tuvo que tapar la nariz, pero luego se tuvo que acostumbrar poco a poco a ello si quería respirar. Los dejó contra la misma pared antes de cerrar la puerta con calma, seguidamente buscó en uno de los sacos y sacó dos envases y un platillo metálico, con los que se acercó a ella en silencio.
— Bebe, la noche es larga y no vas a sobrevivir en este ambiente tan seco estando tan débil. — Dijo Rosa a May por fin, antes de dejarle una cantimplora llena de agua al lado suyo, sin mirarla, ni decir más. Él se sentó frente al gato, y desde la otra cantimplora vació un poco de líquido para colocarlo en el rango visual del animal; y una vez maulló, supo que lo bio y, se lo acercó hasta el hocico. El gato empezó a lambetear con lentitud pero no se detuvo hasta dejar apenas una fina capa de agua antes de volver a cerrar los ojos y descansar.
— Gracias. — Dijo May en voz baja pero entendible. Él no dijo nada. — Disculpa esto.
— ¿El qué? — Se dignó a preguntar, esta vez ella no contestó. — ¿El haberme convertido en el chico de los mandados? — Recalcó, ella no sintió realmente nada por ello. — Por nada.
— No me refiero a eso, ni siquiera sabía que ibas a volver. — Aceptó una May cabizbaja, encogiéndose en su lugar. Rosa lo notó, suspiró y se levantó.
— ¿Me extrañabas? — Preguntó socarrón, la joven castaña levantó un poco la mirada, y altanera y digna, contestó:
— Para nada. — Con voz alta y fuerte, eso retumbó en los oídos de Roseria como una ofensa, más aún por todo lo que tuvo que hacer para llegar con todo eso, — Pero tenía miedo. — Aceptó, volviendo al tono anterior. Él hizo una mueca y comenzó a buscar en el mismo saco del que sacó el agua.
— ¿Del gato? — Quiso continuar la conversación. Mientras sacaba una gran y pesada tela en café oscuro.
— No diría que del gato en sí, aunque si de lo que podría pasar y que podría hacer yo; además, Yo… no conozco este sitio y con lo que he visto no es que sienta lo pueda explorar. — Inconscientemente miró al gato, era verdad que si no hubiera sido por el, quizá hasta ya estaría en su hogar platicando con Solidad de la cosa más extraña que alguna vez le ocurrió.
— Fue tu estúpida decisión. — Le recordó como si le hubiese leído la mente y le entregó la tela. Ella la recibió confundida y se sonrojó al verse descubierta, pero no perdió tiempo para contestarle clavando la mirada a él.
— No es estúpida. Nadie merece morir solo. — Se explicó con la tela en las manos, moviéndola junto a sus mímicas. Él por primera vez le regresó una mirada de arrepentimiento.
— Escucha… Comenzamos mal. — Dijo rascándose detrás de la nuca en nerviosismo. May ya se estaba colocando la tela sobre los hombres, era lo suficientemente grande para taparla toda y topar el suelo.
— ¿Ah sí? No me había dado cuenta. — Contestó ella en ironía y puso los ojos en blanco.
— Eres algo insoportable aceptalo. — Mantuvo la calma. May por su parte respiró hondo y fuerte.
— Tú eres poco claro. — Le recriminó imitando su tonalidad.
— A lo que voy es… no soy tan desconsiderado para dejarte abandonada sabiendo que fui yo quien te trajo. — Aclaró su garganta cuando supo que May pareció conmovida por ello al suavizar su expresión. — Obviamente te voy a regresar a tu casa, pero va a tomar un tiempo. — Ante esto la joven se notó confundida.
— ¿A qué te refieres? ¿No es simplemente usar esa cosa de antes y ya? No sabía que para cada viaje había que esperar. — Expresó perdida en su propia explicación. — Pero tengo paciencia para un día o dos.
— Ósea… sí, pero hay un pequeño detalle… Te podría regresar ahora mismo a tu casa, pero, en primera no me has dado la piedra y en segunda… tendrías muchas cosas que explicar si te encuentras con la tú pequeña.
— ¿Mi yo pequeña? — Curiosa, levantó una ceja conteniendo cualquier pánico. Él se notaba más bien desanimado al contar todo..
— Verás, como sabes estábamos en tu reino, — La chica asintió. — Luego nos traje aquí, pero en ese viaje pasó algo muy extraño. Se suponía que debíamos llegar a este reino, pero no el reino que ves ahora, sino el reino de ese presente, pero no fue así. No entiendo cómo ocurrió, no me preguntes, no tengo la más mínima idea, y es imposible que yo haya hecho mal los cálculos. — Sacó a relucir con confianza. — La cosa es que hemos retrocedido unas mil seiscientas noches al pasado… y día y medio. Más o menos. — May solo se quedó callada, apretando los labios mientras intentaba procesar esa información ilógica, pero más que enojarse prefirió llamar a la razón y con tono calmado pero suave, como si estuviera hablándole a un niño, preguntó:
— ¿Cómo sabes eso? — Él se quedó pensando en cómo debería responder para no sonar como un lunático, pues desde el tono que utilizó la chica, hasta su expresión condolida ya sabía que le estaba tratando como si estuviera alucinando.
— Desde que llegamos he tenido una extraña sensación de deja vú. Pero más que eso, es que todo está igual al primer día que desperté, puede que haya estado perdido, pero tengo buena memoria.
— ¿Estás seguro de eso de la buena memoria? — Él frunció el ceño con molestía, ella cambió de tema. — ¿Realmente todo es igual? Aun cuando estás en un solo lugar en un mismo tiempo, de un segundo para otro ya ha cambiado algo. — Él afirmó.
— Estoy seguro, completamente igual, hasta antes de descubrir la naturaleza real de este lugar yo mismo destruí muchas cosas por ignorancia, pero ahora están como las vi en un principio. Excepto…
— ¡Hay un pero! — Sintió haberlo atrapado, él hizo una pausa por la interrupción, le pidió que no dijese nada con los ojos hastiados y continuó hablando.
— El gato, — Lo señaló — Cuando desperté, en mi búsqueda de algo o alguien, lo encontré entre estos mismos escombros, pero… ya estaba muerto. — Empezó a buscar en su cinturón mientras seguía hablando, la mirada curiosa de May siguió sus manos. — Supongo que fue un poco de suerte para mí que no haya entrado en descomposición cuando lo encontré. Pude tratar y guardar su piel, y la uso de hecho ahora mismo, es muy útil. — Le mostró una bolsita blanca un poco sucia que sacó de su cinturón.
— Guarda eso o vas a traumar al gato. — Pidió ella con un rostro sombrío al sentir escalofríos. Él dejó salir una risa suave.
— Por eso cuando saliste de aquí asustada pensé que habías visto su cadáver y por eso reaccionaste así, pero en cuanto me explicaste más pensé mucho en si podía ser verdad o estabas delirando, empero decidí creerte y me dije: Quizá puedo evitarlo. Claro, era una pérdida para mí, pero, si mi yo de este tiempo despierta y lo ve vivo, al menos ya no estaría tan solo… — Inhaló aire e hizo una pausa para luego mirar la bolsita. May por su parte comenzó a sentir cierta empatía por él, con esa historia comprendía solo un poco mejor su actitud. — Sin embargo, todavía conservo esto, por lógica, si se salvase ya no los debería de tener ¿No? Por eso no tenía sentido quedarse aquí, o mejor dicho no quería y sobre reaccioné. Disculpame por ello. — May negó al entender que ambos tenían culpa en ello, y desde el principio solo se malinterpretaron haciendo toda esa situación un fiasco que no tenía razón para ocurrir. Se levantó y se sentó a un lado de él, quien no se negó, ni se alejó, por lo que se supuso estaba bien.
— ¿Cómo aprendiste a tratar esas heridas? — Preguntó en voz baja, intentando que el gato no escuchara, por alguna razón sentía que hablar de eso frente al animal estaba mal. Él guardó la bolsita nuevamente en su lugar.
— Hay una biblioteca gigante en el cuarto piso de este lugar, y otra en el pueblo más rústica y con menos libros pero sigues encontrando mucha información, aunque básica, al no saber qué hacer en este sitio ni a dónde ir, me entretuve leyendo lo más que pude durante todo este tiempo, ahí aprendí eso, está más inclinada hacia el tratamiento en humanos, es una de las razones por las que no estoy seguro del resultado; y la segunda razón, es que es la primera vez que lo pongo en práctica, así que es muy probable que haya hecho muchas cosas mal. — Suspiró pesadamente, ella puso la mano sobre su hombro como apoyo. Él se notó sorprendido por el gesto.
— Al menos hiciste algo, yo apenas pude quedarme estática del susto. Hasta después de todo, realmente no sabía qué hacer, nisiquiera pude pensar en que después de tanto tiempo y con una herida así el gato necesitaba agua.
— Estabas asustada, es normal. — La tranquilizó. — Así mismo yo estaba muy nervioso, y créeme, lo arruiné completamente, haciendo memoria, siento que hice todo mal. — Volvió su vista al cuerpo que aún respiraba en dolor, y no evitó que un lamentoso bufido saliese de él. — ¿Y si solo le alargué el sufrimiento?
— No creo que te odie por ello.
— No lo sabes. — Le dijo en negación. May lo miró comprensiva.
— Lo has cuidado, no existe alguien tan mal agradecido. — Señaló el cinturón antes de continuar. — Por otro lado, por eso de ahí, si que creo que te va a odiar.
— Que sepas que eso me ha ayudado mucho. — Recalcó orgulloso. — Hay ciertos materiales que solo pueden ser conservados así.
— No te juzgo, aunque no estoy de acuerdo. — Él rodó los ojos y ella al notarlo se rió suavemente.
— ¿Qué? —
— De todas las veces que me has visto feo, hasta ahora; esa ha sido la más graciosa. — Se tapó los labios para intentar evitar cualquier otra pelea.
— Ósea que solo estás jugando conmigo. — Rezongó con voz cansada, pero con tintes de una ligera risa.
— Espera, no, no me refiero a eso. — Respiró hondo y desvió su mirada a las paredes inexistentes, creía tener el recuerdo de un cielo estrellado igual a ese hace muchos años atrás. — Es la primera vez que de hecho presto especial atención a eso. Has estado todo el día dándome la espalda o peleando conmigo. Por supuesto que no me daría cuenta de que es gracioso.
— Bueno, así de distraída eres.
— Sí, me lo dicen a veces… — Resopló.
— ¿Estás bien? — Se atrevió a preguntar Rosa.
— ¿Eh? — Se quedó extrañada, él desvió la mirada a la pared complicado en continuar ahondando en el tema, pero decidió insistir al final.
— Desde que dijiste que querías ir a otro reino entendí que hay gato encerrado contigo, y tu empeño en no darme la piedra siento que no tiene nada que ver con mi actitud.
— Que perspicaz. — Él volvió a rodar los ojos y ella a sonreír en gracia. — En realidad… me quieren comprometer. — Bajó la mirada y sonrió triste.
— Vaya, cosas de la gente de clase alta ¿No?
— Algo así. Aunque en realidad hay necesidad detrás de ello. — Se encogió en su puesto. — Sé que me presenté como princesa y esas cosas, pero el heredero al trono es mi hermano, y es la mejor idea que pudieron tener mis padres, la verdad. Él es muy listo y sabría que hacer con el reino mejor que yo; pero… hemos entrado al principio de un no retorno de la bancarrota; no hay cosechas, el ganado aguanta con lo mínimo, las minas son imposibles de explotar, y la herrería y carpintería, a penas dan a vasto para lo más básico. Si no ocurre esa unión, lo más probable es que todos empiecen a morir de hambre por lealtad a mi padre o a migrar a lo desconocido para intentar sobrevivir.
— ¿Vas a aceptar por ello? — Ella asintió.
— Todavía lo estoy pensando. Mi padre dijo que no, pero es obvio que está esperando una respuesta positiva, mi propia madre me lo dijo y ella ya me orilló a eso.
— Prácticamente han decidido tu vida por ti. — Se quedó pensativo. — Pero bueno es algo a lo que tuviste que hacerte a la idea siendo una princesa ¿No? No encuentro el problema.
— ¿Cómo que no? ¡Sí que lo hay, y es que no me quiero casar! — Resopló fuerte. Una respuesta más que obvia, pero él no quiso asegurar algo que desconocía.
— ¿Mala persona?
— Ni siquiera le conozco ¿Sabes?
— Tendrás una vida para conocerlo. — May lo miró feo junto a un quejido disconforme.
—Lo sé, pero… es que… — No encontraba las palabras para expresarse por lo que continuó lanzando excusas al aire, hasta que se quedó muda un segundo y él expectante solo la miró hasta que el rojo en sus mejillas y orejas dejó al descubierto de que no quería hablar de ello, o no se le hacía fácil el hacerlo. — Si te lo digo no te vas a reír ¿Verdad? — Preguntó cual niña pequeña con un secreto tonto.
— Trataré. — Aceptó seguido de un ligero resoplo de burla, ante el rostro avergonzado de la chica.
— Promételo, por el gato. — Había sacado la mano y estirado el dedo meñique, pero no fue correspondida como hubiese querido. Él solo se lo quedó mirando extraño e imitó el gesto, mas, no lo completó, y luego cuestionó seriamente:
— ¿Quieres que se muera? — Señaló al animal mientras la miraba incrédulo.
— ¡Agh! Bien, no lo prometas. — Deshizo el gesto y se puso a jugar con sus manos en nerviosismo y luego de un paulatino silencio continuó. — De pequeña leía muchos cuentos de hadas… — El comienzo de una risa de gracia la detuvo, él se disculpó y pidió que continuase con un movimiento de mano. — La cosa es que, siempre creí que si algún día me casaba sería con alguien a quien yo quisiera, no alguien a quien me escogieran; creía que eso solo era responsabilidad del heredero al trono, en otras palabras, yo no entraba en esa masacre emocional.
— Es verdad… Eres una hija de rey… — Lo meditó.
— ¿Estás recién cayendo en cuenta? — Se notó incrédula. Él se encogió de hombros.
— No acostumbro a conocer nobleza o gente en general, solo conozco… Bueno, lo que has visto hoy y un poco los libros.
— ¿Nunca has salido de aquí? A parte de mi reino, claro.
— Sí, hace… — Reparó en el tiempo y se corrigió. — Espera no, en el futuro, quinientas noches antes de encontrarme contigo; salí de aquí en la búsqueda de esa piedra. Todo era muy diferente de aquí, las personas se movían y hablaban contigo, los niños crecían y los mayores envejecian, las plantas tenían muchos colores y de ellas salían muchas frutas para el consumo, y el agua no estaba empolvada todo el tiempo y no tenías que buscarla en casas ajenas
— Espera ¿Que hiciste qué? — Lo interrumpió con una mueca de horror. Él no supo ni qué contestar, pues no entendía qué era lo raro, ella suspiró y cambió la pregunta. — ¿En serio no sabías nada de eso? — Él negó.
— Solo lo había leído, y creí que esta era la realidad y que estaba solo en un mundo de representaciones de arcilla. Además, desconozco cómo me perciben los demás. o si alguna vez fui un niño o si he cambiado de apariencia desde entonces, no lo sé.
— ¿No hay espejos aquí? — De todo lo que le había dicho, eso fue lo más curioso que alguna vez escuchó, es imposible no saber cómo te ves, especialmente con tantos objetos reflectantes que existían.
— Hay, pero… realmente solo veo tierra, y ese no es el problema… el problema es que siento que eso no está bien… — Y aquella simple frase la llevó a sentir la necesidad de quitarle la máscara y el pañuelo, pero era una hazaña complicada de realizar. No podía ser tierra cuando ella claramente observaba finos y cortos mechones de cabello escapando de su prisión de tela.
— ¿Sabes que eso en mi reino podría ser considerado un insulto? — Él se rió por primera vez de manera sincera y negó.
— No sé nada de tu reino, además de tu extraño discurso y de que eres de ahí.
— Bueno, es un bonito lugar. — Dio a conocer animada con el recuerdo de su hogar.
— ¿Más que este?
— Quizá no lo venza en decoración, pero ya te digo yo que es mucho más animado. — Se le escapó una risa
— Oye… No deberías de reírte de eso… — Él también dejó escapar un resoplido de gracia.
— Tú tampoco. — Se miraron entre sí y tuvieron que liberar las risas que resonaban en la habitación. Hasta que escucharon un suave maullido que los puso alertas, esta vez fue May quien se acercó, y le ayudó a beber agua al herido, que apenas y abría los ojos. — ¿Estará bien?
— Bueno, parece un poco mejor. Solo débil. — Le tranquilizó.
— ¿No tendrá hambre? — Dejó en platito a un lado en cuanto notó que el gato ya no bebió más.
— Aunque la tuviese no sé si sería bueno darle comida… — Se lo pensó un momento, cuando fue interrumpido por un gruñido proveniente del estómago de la joven, lo que hizo que la mirase en espanto. — ¿En serio? — Preguntó en ironía. Ella enrojeció completamente y regresó a su puesto con rapidez para volver a taparse desde la cabeza con la tela que al menos le proporcionaba calor para no morir de frío.
— Bueno, todo un día sin comer ¿No crees que es normal que sienta un poquito de hambre al menos? — Le recordó con las orejas rojas. Había pasado lo que menos quería que ocurriese: que su estómago la delatase
— Eso no es solo un poquito.
— Calla. — Se cruzó de brazos y mantuvo una expresión digna que falseó muy bien hasta que su estómago decidió traicionarla sin compasión, otra vez. — No hagas caso.
— Está bien. — Dijo Rosa y se levantó tranquilo hasta los sacos. — No sé si sea de tu agrado pero, por lo menos, creo que es comible. — Sacó otro saco más pequeño, del mismo que sacó dos frascos y dos masas envueltas en tela. May solo lo observaba con mucha más atención de la que le prestaba antes, empezaba a sentirse más cómoda a su alrededor, lo que la llevó a notar cierta particularidad en sus movimientos, específicamente la manera en que se había acomodado los guantes antes de llegar a los sacos. Primero levantó un poco la manga descubriendo su palma para después estirar hacia abajo todo lo que diesen los guantes; algo que solo lo había visto hacer a una persona, una muy quisquillosa. — Hay mucho más de lo que hubo cuando desperté. — Se acercó hasta ella, dejó los dos frascos en el suelo, donde ambos pudieran alcanzar solo estirando el brazo un poco, y le dio una de las masas, él se quedó con otra antes de sentarse frente a ella y descubrir que la tela cargaba una generosa porción de pan junto a dos rebanadas de queso entre papel fino, todo esto mal cortado, como si un niño hubiese cogido un cuchillo por primera o segunda vez. — ¿Ocurre algo? — Preguntó al notar que la mujer no había ni intentado abrir su envoltorio.
— No, nada. — Respondió con un rápido movimiento de manos para abrir su comida. — ¿Cómo encontraste esto? — Preguntó sin dejar de chequearlo, le daba curiosidad si realmente iba a comer, o si iba a hacer desaparecer y reaparecer en su estómago. Algo que a esas alturas lo creía capaz.
— Como te dije, hay más de lo que hubo mi primer día aquí… ¡Ah! — Se volvió a levantar e ir hacia los sacos, y aunque regresó rápido con otra cantimplora y dos tarros metálicos a May ya la estaba carcomiendo la ansiedad de que él no se apurara a comenzar a comer. — En esta hay mermelada y esta mantequilla — Dijo señalando los francos, cada uno poseía una palita que sobresalía de sus tapas. Ella solo asintió y pensó en que no sabía cómo decirle que no acostumbraba a comer en el piso y menos en ese tipo de ambiente o sin platos. Pero con las condiciones de ambos siendo las mismas en ese momento, supo que o al chico no le importaba, o estaba acostumbrado a ello, o por otro lado, no sabía lo que hacía; algo muy de noble despreocupado de su parte. Le recordaba a ella misma en sus catorce años, tendía a hacer ese mismo desastre y hasta peor cuando simplemente quería comer; hasta que su madre la obligó a tener más consciencia a los dieciséis y de todo lo que implicaba esa irresponsabilidad para su salud y etiqueta.
— ¿Ocurre algo? — Volvió a preguntar, al notar que seguía sin tocar su comida, ya que se suponía ella era la que tenía hambre, y se quitó los guantes, de una manera que también había visto antes, aflojó dedo por dedo tirando suavemente hacia arriba y terminó de sacar el guante al halar desde el dedo medio; hizo esto con ambos guantes como una costumbre rápida pero sin prisa aparente, revelando unas manos de hombre joven bastante bien cuidadas a comparación de las que había visto en los trabajadores, podría decir que muy parecido a su hermano. Ella por su lado, volvió a sentir una inexplicable familiaridad, pero decidió no darle muchas vueltas a ello y pellizcó un pedacito de pan con sus dedos.
— No es nada. — Volvió a recalcar y se llevó el pedacito de pan junto a un trocito de queso que tomó con ayuda del mismo pedazo de pan. — ¡Oh! Está muy rico ¿Es recién hecho? — Se asombró ante el fresco sabor y cogió el primer frasco que pudo para untarlo en una parte del pan, había sido mantequilla y con el queso hicieron una combinación tal que sintió una fiesta en su boca; repitió el mismo proceso con la mermelada. Al final iba a añadir algo para decirle al joven, pero al querer llamar su atención su cerebro se quedó en blanco. Se había quitado la máscara y la pañoleta, en ese pequeño momento que ella se daba ese simple y pobre festín que tanto había necesitado; él ahora era otra persona.
Sus ojos esmeralda claro que ya conocía de anticipo, se veían más claros y brillantes junto a su tez clara de subtonos marrones, con un largo puente de nariz, unos labios finos, y una V de barbilla, con mejillas pronunciadas pero sin gordura, y un cabello verde y brillante, muy parecido al de sus ojos, pero menos cristalino y más sedoso. Que para la chica solo sería una cara bonita más del montón, pero May reconocía esa cara, la reconocía tan bien que sintió que todo se había detenido en ese mismo momento y solo existía esa persona en ese momento. Solo podía pensar en el adolescente frente a ella, mismo que había perdido las esperanzas de volver a ver, hace menos de medio día, y mucho menos en esa edad. Hasta sintió que debía de ser algún tipo de broma de mal gusto, o una ilusión inducida por el hambre o alucinógenos en el pan.
Aquel joven que se hacía llamar Roseria no era otro que Drew de la Rosa, segundo hijo de los reyes de ese reino, heredero al trono y su primer amor. Eso o el sujeto delante de ella era un fantasma o uno de esos monstruos de los que su madre le había advertido alguna vez; lo que la llevó a inhalar de más, tensarse, y a sentir como se erizaba ante un frío interno que la recorrió, en un ligero temblor.
Roseria, a pesar de notar el extraño comportamiento de su acompañante, no le comentó nada de ello y solo contestó mientras tomaba el frasco de mermelada con calma y la untaba en el pan:
— Me supongo que si no es el primer día, este es un día muy cercano a lo ocurrido en este lugar. Cuando desperté, lo único comestible era la parte del pan que no estaba mohosa… — Explicó para después comenzar a comer, pero seguía notando esa extraña mirada sobre él; como si fuese un fantasma o algo peor. — ¿Estás segura de que no ocurre nada? — Preguntó preocupado, ella negó inmediatamente como si su sanidad mental dependiera de ello.
— No es nada… En serio — Trató de decir lo más normal que pudo, pero falló enormemente, a cada palabra la voz le había temblado y claramente incomodado al joven. — ¿Sabes que una vez hay moho ya no se debe comer, no?
— Me enteré después del día treinta… — Contestó al tomar su pañoleta y ponerla nuevamente sobre su cabeza, May lo notó y sintió que había sido su culpa.
— ¿En un libro? — Preguntó prestando atención a cada movimiento del joven y como ahora tomaba la máscara.
— No, ya era imposible de comer. Hasta yo pude darme cuenta de eso. — se puso la máscara sobre la cara y May ya le hizo mueca de incomprensión.
— ¿Qué haces? ¿Por qué te la vuelves a poner? — Preguntó en un arrebato, ya había sido mucho tiempo que le parecía que tenía puesta aquella cosa. El joven la miró mientras le abrochaba.
— Bueno, pareces incómoda con mi apariencia, hasta dejaste de comer… — Le explicó con tal tranquilidad que le hizo dudar nuevamente de que ese era el verdadero Drew. — Sé que no me parezco a nada de lo que acostumbras, así que comprendo… — Se quedó quieto cuando fue interrumpido por la aguda voz de May.
— No, no. — Se avergonzó de lo que había causado. — No es eso, para nada. — Esclareció. — De hecho, no te ves mal, eres bastante humano.
— ¿Humano? — Se sorprendió, más de lo que hubiese querido mostrar. Ella asintió. — Pero yo… — Se quedó pensativo.
— ¿Pero?
— Es lo que te dije, yo no me veo precisamente humano…
— Bueno, yo tengo buena vista, al menos mejor que mi hermano, y te aseguro yo que te ves completamente humano, un poco desarreglado y con aspecto de no haber dormido en mucho tiempo, pero humano a fin de cuentas. — Insistió. — Quítate eso y come tranquilo, el que te veas o no como humano no es ni de cerca la razón por la que me quedé mirándote. — Confesó sin pensar.
— ¿Entonces? — Cuestionó confundido, pero hizo caso y se quitó nuevamente la mascarilla, y luego la pañoleta de un solo jalón. Ella se había quedado callada, aun después de todo el tiempo que él usó para quitarse las cosas, por lo que, una vez regresó a descubrir su rostro la quedó mirando con clara incógnita reflejada en sus ojos; ella empezó a gaguear intentando encontrar alguna excusa lógica y poco delatora, pero al no encontrarla cambió rápidamente el tema, recordando la anterior charla.
— Solamente me quedé haciendo cálculos mientras te miraba. — Dijo asintiendo para convencerse a sí misma de lo que estaba diciendo, a pesar de saber que eran puras patrañas. — Porque… ¿Cómo vas a comer un pan después de tanto tiempo? Desde que tiene mal sabor te das cuenta de que ya no es sano comerlo..
— ¿A qué sabe? — Fingió creyese la excusa, una porque no quería lidiar con más irreverencia y porque sí tenía curiosidad.
— A… ¿Pan? — Otra vez se sintió confundida ¿Cómo alguien que acababa de comer pan frente a ella no sabía el sabor?
— No lo sé, cuando como algo siempre sabe igual, no importa si es fruta o agua, solo lo hago porque siento que es un tipo de costumbre.
— Ósea… ¿Ahora mismo no te das cuenta que la mermelada está exquisitamente dulce y que el pan tiene una pizca de canela? — Él negó y aprovechó el silencio de espanto en que quedó la muchacha para servir el contenido de la cantimplora en los vasos, parecía ser leche fresca, misma que May no dudó en tomar en cuanto vio llena su parte, solo para comprobar que todo tenía diferente sabor en ese reino; y efectivamente, era leche fresca.
— Pero que bueno que no esté malo, sino, creo que no comerías y tu estómago no dejaría dormir a nadie. — Añadió para molestia de ella.
— ¿Tú quieres que te golpee, no? — Se llevó una mano a la cintura amenazante.
— No. — Contestó tranquilo y se señaló la zona del bigote, May comprendió enseguida y se limpió. — Pero tiene su gracia el hacerte enfadar. — Dijo antes de regresar a comer. Ella infló las mejillas conteniendo cualquier mala palabra, por lo que prefirió cambiar de tema.
— ¿En serio no sabes nada de antes de estar en este lugar? — Insistió terminando el pan de dos bocados después de ponerle mantequilla, el chico aunque extrañado de aquella velocidad, solo negó a su pregunta.
— A lo mucho sabía leer y escribir, no sé de dónde lo aprendí, pero me sirvió para no aburrirme.
— Tuvieron que ser muy interesantes esos libros. — Su tono irónico hizo sonreír al muchacho quien se arregló el cabello antes de dedicarle una mirada de superioridad.
— Por supuesto, mi interés va más allá de simples cuentos de hadas… — Ella se quedó muda, pero no hizo nada imprudente hasta que bajó el tarro con leche, lo colocó a un lado, mientras con su mano libre tomó lo primero que encontró, que fue un trozo de madera perteneciente muy seguramente a lo que fue una silla y se lo lanzó a la cabeza, fallando por poco. — Qué mala puntería. — Dijo él, ella tomó y rollo de papel esta vez, asestando a la nariz, sin causar nada tan malo además de la clara molestia del joven. — Dígamos que me lo merezco.
— Sí que te lo mereces. — Volvió a tomar el vaso y bebió más tranquila. Esa leche no tenía ni un día de ordeñada, de eso estaba segura, había aprendido a diferenciar aquello en su misma experiencia con la que llevaban a su hogar. — Es curioso que supieras leer y escribir ¿Sabes?
— ¿Por qué?
— Al menos en mi reino esa es una educación mayormente impartida para nobles y familiares, o gente muy ciudadanos muy cercanos. Hay muy pocos maestros y la demanda es muy alta, no daría a basto educar a toda una población. Especialmente cuando hay nobles un tanto… — Se quedó pensando en la palabra correcta. — Perturlantes…
— ¿Eh?
— Espera… Petulantes, eso, eso quería decir.
— ¿Eso me hace noble acaso?
— Pues… — Notó enseguida lo que iba a decir, pero enmudeció casi al instante. — No necesariamente… — Levantó la mirada para observarlo un momento, él la miraba esperando una mejor respuesta, y en consecuencia ella se cohibió. — ¿El gato no querrá? — Volvió a cambiar de tema. Él regresó la mirada al nombrado y señaló los sacos.
— Traje algo para el, si es capaz de caminar en algún momento, se lo daré.
— ¿Hasta ese momento? — Ella claramente confundida juzgó con la mirada el proceder de aquello, puesto que de ambos sacos, uno en particular, del que no había sacado nada hasta el momento, gozaba de un aroma particular nada agradable, él no quiso dar explicaciones.
— Dígamos que no me quiero arriesgar. Ya hice muchas cosas mal en veinticuatro horas.
— Entonces, habrá que esperar… — Terminó su vaso de leche en calma, casi como queriendo no acabarlo, sería una noche larga, y al menos así, tenía algo que hacer a parte de mirar una y otra vez la misma habitación destruida.
— ¿Qué piensas hacer? — Preguntó de repente Rosa, no se notaba nada convencido de soltar aquello, pues lo había pronunciado muy rápido, casi queriendo que ella no comprendiese ni una palabra. Ella solo lo miró al no entender la pregunta.
— ¿A qué te refieres?
— Pues… yo no sé cómo volver a nuestro tiempo. — Le dio a conocer por fin. Y eso abrió muchas explicaciones para May, especialmente el porqué le había estado siguiendo el juego hasta ese momento sin replicarle nada, la comida, y la reciente curiosidad hacia ella, la culpabilidad no lo dejaba ser el mismo a cuando lo conoció en su reino.
— ¿Eh?... — May sintió el agua helada de las mañanas en que Solidad se molestaba con ella por despertar tarde, y cayó en cuenta de lo que estaba ocurriendo: Eso ya no era un viaje de huída a otro reino, era una lucha contra el tiempo y su realidad. — ¡¿EHHHH?!
El estruendo había pasado por fin, y sus ropas llenas de polvo empezaron a soltarlo con cada movimiento que hacían por recobrar los sentidos y la calma, cosa que solo ocurrió cuando el silencio sepulcral los volvió a envolver.
— ¡¿Qué fue eso?! — Reclamó May con furia a la par de que se sacudía en un arrebato toda la suciedad que aún poseía encima. — ¡Nunca me dijiste que este lugar tenía algo como eso! — Señaló la puerta que había logrado abrirse después de tal estruendo. El muchacho no le contestó, estaba absorto en quien sabe que mundo, y solo podía observar esa puerta, intentando escabullirse hasta el interior, pero el insistente movimiento nervioso de la mujer se lo impedía. Hasta que por fin pudo notar algo que lo hizo regresar a la realidad.
Abrió los ojos grandes ante el recuerdo de su primer día, olvidándose completamente de la presencia femenina, corrió hacia ese lugar, abrió la puerta con fuerza y allí estaba, la oficina principal del Rey de la rosa, completamente desastrada, el escritorio volteado, partido y arañado dispersado por su suelo, así como banderas propias y aliadas rasgadas, maltratadas, quemadas o tiradas, todas con las astas rotas; mientras que unos cuantos libros hechos añicos o directamente polvo; todo esto acompañado de una esquina completamente al aire libre, como si hubieran intentado demoler con garras ese cuarto junto con los pisos aledaños; todo adornado por un hollín que parecía querer tragarse el gris de los ladrillos.
Era un hecho inexplicable que aún se mantuviera la gran parte del suelo y uno que otro cuadro en las paredes. Pero esto no era algo concerniente para al joven de la máscara, si no, el pequeño cuerpo a borde del irregular suelo; un gato blanco de cara negra que alguna vez conoció como piel y pelos, estaba ahí, Respirando pesadamente sin emitir ni un solo sonido a parte de leves inspiraciones que parecían alentarse cada vez, ahí estaba, luchando por su vida, cuando ya no había nada más por hacer a parte de agonizar hasta el último momento. Al principio se notó en clara conmoción, y no fue hasta que sintió la presencia de la mujer a sus espaldas que reaccionó y apresuró hacia el animal; se arrodilló a un lado, seguido por May, quien solo se limitó a observar y revisar alrededor de vez en cuando por miedo.
El joven por su lado; observó la herida del animal nunca había sido expectante de algo como aquello, el corte que le habían hecho era simplemente atroz, de estocada profunda y con reincidencias en el torso. Él dejó de perder su tiempo cuando comprendió a lo que le hacía frente y buscó en su cinturón varios frascos y pañuelos, de los cuales algunos usó para limpiar las heridas y otros para untarlos con manos temblorosas; luego, fue hacia una de las banderas, la más limpia que encontró, la trató un poco con un polvo dorado, y con esta envolvió el torso del animal, el cual nunca opuso resistencia, no tenía la fuerza para ello; en su lugar lamió la mano de quien lo trató cuando este la acercó y cerró los ojos al instante.
— ¿Qué hiciste? — Preguntó May a sus espaldas, él, estático ante la presión, parecía pensar en su respuesta.
— Bueno… ¿Cómo decirlo? — Se rascó la cabeza al no saber cómo comenzar. — Lo puse a dormir.
— ¿En qué sentido? — Preguntó ella al agacharse y ver el estado del extraño animal, sabía que era un tipo de gato, pero no entendía que gato podría tener ese tamaño, era más grande de lo normal pero podía catalogarlo como un siamés, según sus estudios; pero, peor entendía su propio recuerdo, pues aunque era un gato grande, ella recordaba haber visto una silueta diferente y de un tamaño mayor; misma que parecía haber luchado con lo otro que vio en el exterior, y que seguramente era el culpable de tales heridas mortales; por la cuales dudaba mucho de su supervivencia desde ya; prácticamente le había visto los intestinos y parte de las costillas, no había la posibilidad que unas cuantas cosas raras fuesen a hacer algún efecto milagroso.
— Bueno, cosí. Desinfecte, até, y le di un tipo de “Suero” para dormir. — Se explicó. May suspiró más aliviada.
— Pensé que decías que lo terminaste de matar.
— Bueno, no estoy seguro de ello, la verdad; no creo que resista. — Miró a la joven quien con una mueca aceptaba esa realidad. Él lo entendió y volvió a mirar al gato. — Está muy mal herido, espero, al menos, haber hecho menos dolorosa su partida. — May no supo qué contestar así que solo miró que el animal parecía dormir tranquilo aunque se notaba la dificultad al respirar. — Deberíamos irnos de aquí.
— Pero.. No lo vamos a dejar solo… — Rechazó la propuesta en seguida.
— ¿Esperas a que lo cuide mientras se muere cuando tengo cosas importantes que hacer? — La fulminó con la mirada ya cansado de sus disparatadas exigencias, y eso ya estaba llegando a colmar un vaso que desde hace mucho ya estaba casi lleno.
— A ver ¿Cómo qué? — Le recriminó. Él pareció pensarlo.
— Como convencerte de que me des esa piedra. — Insistió. Ella se levantó para estar a su altura.
— Si lo cuidas… — Volvió a intentar convencerlo con eso, pero pronto fue callada por un fuerte grito de represalia que la sobresaltó.
— ¡¿Es así como juegas con las urgencias de los demás?! — Su furia e impaciencia se vieron a relucir, ella simplemente no quería colaborar y ya había llegado a un punto en que se había agotado de que jugase con su paciencia.
— ¿Urgencia? — Ella frunció el ceño, nunca nadie le hablaba así, nisiquiera sus padres. — No entiendo qué está pasando en este lugar, lo que sé lo entiendo por lo que he visto y ¡¿Esperas que comprenda una urgencia?! ¡Hay un monstruo gigante allá afuera! ¡Gente convertida en estatuas, un castillo hecho añicos, y un gato moribundo! ¡¿Y esperas que comprenda tu urgencia cuando solo quiero irme de esta pesadilla?! — Ella también explotó en gritos de desesperación, esperando por algo, algo que nuevamente como un círculo vicioso, nunca llegó.
Él se levantó y salió de ahí sin decir nada más, ella solo lo miró dejar el lugar y cerrar la puerta con fuerza, y se hizo una bolita en el suelo, en cuanto dejó de escuchar los pasos del corredor. Tenía miedo, más estando tan expuesta en ese lugar, pero no quiso dejar solo al gato, y mucho menos ir tras alguien que lo único que hacía era ignorarla, molestarla, u ofenderla. A parte de eso, no sabía ya cuántas horas habían pasado, pero desde la ligera merienda en su casa, hasta ese momento no había ni comido ni bebido nada, y su estómago estaba empezando a reclamar el extraño comportamiento de dejarlo vacío. No quiso pensar en ello, pues solo le haría peor y en su lugar se acercó al gato, el que dormido, parecía sufrir en cada respiración que daba, y es que la tela estaba tan ajustada que seguramente era parecido a lo que ella sentía con el corsé cortando la respiración, pero no creyó que fuese prudente aflojarlo, o siquiera moverlo, por lo que en su lugar, una vez sintió más seguridad, en el afán de distraerse, y ser un poco de ayuda, buscó toda tela en la habitación, que mínimo pudiera tocar y manipular sin que se deshiciera o deshilache.
El cuarto le recordó vagamente a la oficina de su padre, con diferencia que la de él era más grande, con una enorme y larga mesa de reuniones, a parte de su escritorio principal. Aquella era en cambio, más de uso personal y para charlas de pocos involucrados, algo que puede tener sentido cuando se eran personas como los reyes De La Rosa, que recordaba como buenas personas, pero reservados y de pláticas muy de uno en uno.
Para su suerte en el suelo reposaba una larga tela de lino blanca y sucia, estaba rasgada desde el centro hasta una esquina, pero le era útil para su propósito; pues era mucho más grande y cómoda que los retazos de banderas que había acumulado. Cuando tomó la tela, bajo esta se encontró con un enorme cuadro familiar, que rasgado acomodó con cuidado para poder apreciarlo mejor. Era uno de los retratos anuales de la familia real, mismos que Drew se había encargado de darle a conocer en presunción, sin saber que en su familia también era una tradición, con la diferencia de que en los cuadros de ellos hacían énfasis en macetas con rosales vívidos a los costados de sus modelos; pero también compartían cosas como las extrañas figuras que en protección, se alzaban sobre sus cabezas en una perspectiva de lejanía y poderío; figuras muy similares a los dioses de su reino los cuales disfrutaban de diferencias muy mínimas, pudiendo reconocer a cada uno sin necesidad de preguntar, uno rojo con forma de lagarto, uno azul en forma de pez, y un verde en forma de serpiente, mismos que conformaban la creación según las leyendas y creencias que se habían impartido a lo largo de la historia. Y si bien todo aquello era curioso, y más al verlo por primera vez en esas circunstancias, lo que verdaderamente robó su atención fue la piedra resplandeciente sobre la mano del segundo hijo, la misma que comprendía como la misma que ella tenía en su poder, hasta la sacó del bolsillo donde la había guardado para compararlas y asegurarse de ello. Cosa que podía tomar como normal, hasta percatarse de que no solo él poseía una, sino que cada miembro de la familia tenía en su poder una piedra, cada una en colores y formas diferentes mostrándolas en sus manos o con algún soporte. Hasta donde ella conocía no había razón para que una familia tan rica como aquella conservara ese tipo de piedras en estado tan puro, ni mucho menos, en formas tan desiguales; lo normal era convertirlas en joyas preciosas: lijarlas a voluntad, barnizarlas, y darles uso estético, ya fuese como pendientes, collares o cualquier cosa que se les ocurriese con tal de presumir su belleza. Por lo que las terminó catalogando como reliquias familiares, reliquias que no le pertenecían ni a ella ni al proclamado Roseria, sino, a la familia de la Rosa, quienes al parecer no solo les tenían aprecio, sino que respeto al no modificarlas en ningún sentido.
Entonces May se cuestionó: ¿Por qué Drew le entregaría uno de los objetos más valiosos e importantes de su familia? Lo podía entender si se tratase de una réplica, pero estaba segura de que no era el caso. Entonces no había ninguna razón aparente para ello, él nunca entregaría algo como eso solo porque sí.
Con las incógnitas navegando en su cabeza fue atando y rellenando el Lino con las demás telas; el resultado no era el más acolchonado, de hecho, muy contrariamente, estaba plano y desinflado, pero algo de comodidad podía ofrecer mejor a el duro suelo de cerámica tintada en negro. Después de un dobles. para intentar aparentar su poco volumen, lo colocó debajo del gato con la mayor delicadeza que le dieron las manos, y agradeciendo el liso piso, lo arrastró desde la tela adentrando al animal más a la habitación, evitando así que fuese a caer al vacío en un mal movimiento. Ambos quedaron cerca de la pared más alejada de toda destrucción, aun llegaba el aroma a quemado aun así, y su superficie conservaba el color ahumado.
Las horas pasaron, y el sol comenzó a caer, May observaba esto como el paisaje más hermoso y a la vez horrible que alguna vez habría podido contemplar. Los colores del atardecer en ese lugar eran inmensamente más saturados que los de su reino, donde apenas en minutos el atardecer desaparecía tras las montañas en degradados y grisáceos colores. Pero en aquel lugar a pesar de poseer un inmenso bosque, las montañas se levantaban a sus espaldas y oeste tenía toda la libertad de un terreno visualmente aplanado, dando la ilusión de un enorme sol blanco, envuelto en un intenso rojo que se mezclaba con el potente naranja del cielo; un espectáculo abrumado por la arcilla y la destrucción.
Aunque pensase mucho en ello, ella no podría hacer nada por ese lugar, nisiquiera era capaz de hacer algo por su propio reino, mucho menos por uno desconocido, por eso la única retribución que podía dar era, por lo menos, prestarle compañía a uno de sus ciudadanos en sus últimos momentos, aunque solo fuese un animal que nunca se acordaría de ella ni en esa, ni en la próxima vida.
En el descontento y nervioso andar de May cayó la noche, mostrando la cara más oscura y fría del reino, no se sentía ni una sola brisa, pero aun así la temperatura calaba hasta sus huesos. Y lo único que la habría podido ayudar un poco era ahora una almohada mal hecha para gatos. Terminó por sentarse y acurrucarse a un lado del felino, mismo que pronto comenzó a maullar de una extraña manera.
La princesa de Hoenn no sabía si era de dolor, de hambre o si porque ya estaba cruzando las puertas al más allá. Entró en pánico e intentó calmarlo acariciando tras sus orejas, y aunque parecía haberse calmado un poco al sentir la compañía, no se calló y se siguió quejando en un tono más bajo pero igual de doloroso para los oídos de la joven, quien le pedía que se calmara sin saber realmente que hacer, no lo podía dejar solo, y ella tampoco podía salir en busca de nada ni nadie porque se iba a perder y literalmente no había nadie que la pusiese ayudar, o la quisiera ayudar.
El pesado sonido de la puerta abriendo la distrajo y miró en su dirección; Roseria había regresado y casi que sintió sonreír en alivio en cuanto vio esa fea máscara otra vez.
— Aquí. — Le llamó la atención cuando vio como los buscaba con la mirada. En cuanto la vio, May sintió el peso de su resentimiento sobre ella, y no lo podía culpar, pero también creía que él tampoco tenía las razones correctas para juzgarla tan duramente.
A diferencia de la mañana ahora cargaba dos sacos que aparentaban ser pesados, y que cargaban consigo un olor nada agradable. Al principio May se tuvo que tapar la nariz, pero luego se tuvo que acostumbrar poco a poco a ello si quería respirar. Los dejó contra la misma pared antes de cerrar la puerta con calma, seguidamente buscó en uno de los sacos y sacó dos envases y un platillo metálico, con los que se acercó a ella en silencio.
— Bebe, la noche es larga y no vas a sobrevivir en este ambiente tan seco estando tan débil. — Dijo Rosa a May por fin, antes de dejarle una cantimplora llena de agua al lado suyo, sin mirarla, ni decir más. Él se sentó frente al gato, y desde la otra cantimplora vació un poco de líquido para colocarlo en el rango visual del animal; y una vez maulló, supo que lo bio y, se lo acercó hasta el hocico. El gato empezó a lambetear con lentitud pero no se detuvo hasta dejar apenas una fina capa de agua antes de volver a cerrar los ojos y descansar.
— Gracias. — Dijo May en voz baja pero entendible. Él no dijo nada. — Disculpa esto.
— ¿El qué? — Se dignó a preguntar, esta vez ella no contestó. — ¿El haberme convertido en el chico de los mandados? — Recalcó, ella no sintió realmente nada por ello. — Por nada.
— No me refiero a eso, ni siquiera sabía que ibas a volver. — Aceptó una May cabizbaja, encogiéndose en su lugar. Rosa lo notó, suspiró y se levantó.
— ¿Me extrañabas? — Preguntó socarrón, la joven castaña levantó un poco la mirada, y altanera y digna, contestó:
— Para nada. — Con voz alta y fuerte, eso retumbó en los oídos de Roseria como una ofensa, más aún por todo lo que tuvo que hacer para llegar con todo eso, — Pero tenía miedo. — Aceptó, volviendo al tono anterior. Él hizo una mueca y comenzó a buscar en el mismo saco del que sacó el agua.
— ¿Del gato? — Quiso continuar la conversación. Mientras sacaba una gran y pesada tela en café oscuro.
— No diría que del gato en sí, aunque si de lo que podría pasar y que podría hacer yo; además, Yo… no conozco este sitio y con lo que he visto no es que sienta lo pueda explorar. — Inconscientemente miró al gato, era verdad que si no hubiera sido por el, quizá hasta ya estaría en su hogar platicando con Solidad de la cosa más extraña que alguna vez le ocurrió.
— Fue tu estúpida decisión. — Le recordó como si le hubiese leído la mente y le entregó la tela. Ella la recibió confundida y se sonrojó al verse descubierta, pero no perdió tiempo para contestarle clavando la mirada a él.
— No es estúpida. Nadie merece morir solo. — Se explicó con la tela en las manos, moviéndola junto a sus mímicas. Él por primera vez le regresó una mirada de arrepentimiento.
— Escucha… Comenzamos mal. — Dijo rascándose detrás de la nuca en nerviosismo. May ya se estaba colocando la tela sobre los hombres, era lo suficientemente grande para taparla toda y topar el suelo.
— ¿Ah sí? No me había dado cuenta. — Contestó ella en ironía y puso los ojos en blanco.
— Eres algo insoportable aceptalo. — Mantuvo la calma. May por su parte respiró hondo y fuerte.
— Tú eres poco claro. — Le recriminó imitando su tonalidad.
— A lo que voy es… no soy tan desconsiderado para dejarte abandonada sabiendo que fui yo quien te trajo. — Aclaró su garganta cuando supo que May pareció conmovida por ello al suavizar su expresión. — Obviamente te voy a regresar a tu casa, pero va a tomar un tiempo. — Ante esto la joven se notó confundida.
— ¿A qué te refieres? ¿No es simplemente usar esa cosa de antes y ya? No sabía que para cada viaje había que esperar. — Expresó perdida en su propia explicación. — Pero tengo paciencia para un día o dos.
— Ósea… sí, pero hay un pequeño detalle… Te podría regresar ahora mismo a tu casa, pero, en primera no me has dado la piedra y en segunda… tendrías muchas cosas que explicar si te encuentras con la tú pequeña.
— ¿Mi yo pequeña? — Curiosa, levantó una ceja conteniendo cualquier pánico. Él se notaba más bien desanimado al contar todo..
— Verás, como sabes estábamos en tu reino, — La chica asintió. — Luego nos traje aquí, pero en ese viaje pasó algo muy extraño. Se suponía que debíamos llegar a este reino, pero no el reino que ves ahora, sino el reino de ese presente, pero no fue así. No entiendo cómo ocurrió, no me preguntes, no tengo la más mínima idea, y es imposible que yo haya hecho mal los cálculos. — Sacó a relucir con confianza. — La cosa es que hemos retrocedido unas mil seiscientas noches al pasado… y día y medio. Más o menos. — May solo se quedó callada, apretando los labios mientras intentaba procesar esa información ilógica, pero más que enojarse prefirió llamar a la razón y con tono calmado pero suave, como si estuviera hablándole a un niño, preguntó:
— ¿Cómo sabes eso? — Él se quedó pensando en cómo debería responder para no sonar como un lunático, pues desde el tono que utilizó la chica, hasta su expresión condolida ya sabía que le estaba tratando como si estuviera alucinando.
— Desde que llegamos he tenido una extraña sensación de deja vú. Pero más que eso, es que todo está igual al primer día que desperté, puede que haya estado perdido, pero tengo buena memoria.
— ¿Estás seguro de eso de la buena memoria? — Él frunció el ceño con molestía, ella cambió de tema. — ¿Realmente todo es igual? Aun cuando estás en un solo lugar en un mismo tiempo, de un segundo para otro ya ha cambiado algo. — Él afirmó.
— Estoy seguro, completamente igual, hasta antes de descubrir la naturaleza real de este lugar yo mismo destruí muchas cosas por ignorancia, pero ahora están como las vi en un principio. Excepto…
— ¡Hay un pero! — Sintió haberlo atrapado, él hizo una pausa por la interrupción, le pidió que no dijese nada con los ojos hastiados y continuó hablando.
— El gato, — Lo señaló — Cuando desperté, en mi búsqueda de algo o alguien, lo encontré entre estos mismos escombros, pero… ya estaba muerto. — Empezó a buscar en su cinturón mientras seguía hablando, la mirada curiosa de May siguió sus manos. — Supongo que fue un poco de suerte para mí que no haya entrado en descomposición cuando lo encontré. Pude tratar y guardar su piel, y la uso de hecho ahora mismo, es muy útil. — Le mostró una bolsita blanca un poco sucia que sacó de su cinturón.
— Guarda eso o vas a traumar al gato. — Pidió ella con un rostro sombrío al sentir escalofríos. Él dejó salir una risa suave.
— Por eso cuando saliste de aquí asustada pensé que habías visto su cadáver y por eso reaccionaste así, pero en cuanto me explicaste más pensé mucho en si podía ser verdad o estabas delirando, empero decidí creerte y me dije: Quizá puedo evitarlo. Claro, era una pérdida para mí, pero, si mi yo de este tiempo despierta y lo ve vivo, al menos ya no estaría tan solo… — Inhaló aire e hizo una pausa para luego mirar la bolsita. May por su parte comenzó a sentir cierta empatía por él, con esa historia comprendía solo un poco mejor su actitud. — Sin embargo, todavía conservo esto, por lógica, si se salvase ya no los debería de tener ¿No? Por eso no tenía sentido quedarse aquí, o mejor dicho no quería y sobre reaccioné. Disculpame por ello. — May negó al entender que ambos tenían culpa en ello, y desde el principio solo se malinterpretaron haciendo toda esa situación un fiasco que no tenía razón para ocurrir. Se levantó y se sentó a un lado de él, quien no se negó, ni se alejó, por lo que se supuso estaba bien.
— ¿Cómo aprendiste a tratar esas heridas? — Preguntó en voz baja, intentando que el gato no escuchara, por alguna razón sentía que hablar de eso frente al animal estaba mal. Él guardó la bolsita nuevamente en su lugar.
— Hay una biblioteca gigante en el cuarto piso de este lugar, y otra en el pueblo más rústica y con menos libros pero sigues encontrando mucha información, aunque básica, al no saber qué hacer en este sitio ni a dónde ir, me entretuve leyendo lo más que pude durante todo este tiempo, ahí aprendí eso, está más inclinada hacia el tratamiento en humanos, es una de las razones por las que no estoy seguro del resultado; y la segunda razón, es que es la primera vez que lo pongo en práctica, así que es muy probable que haya hecho muchas cosas mal. — Suspiró pesadamente, ella puso la mano sobre su hombro como apoyo. Él se notó sorprendido por el gesto.
— Al menos hiciste algo, yo apenas pude quedarme estática del susto. Hasta después de todo, realmente no sabía qué hacer, nisiquiera pude pensar en que después de tanto tiempo y con una herida así el gato necesitaba agua.
— Estabas asustada, es normal. — La tranquilizó. — Así mismo yo estaba muy nervioso, y créeme, lo arruiné completamente, haciendo memoria, siento que hice todo mal. — Volvió su vista al cuerpo que aún respiraba en dolor, y no evitó que un lamentoso bufido saliese de él. — ¿Y si solo le alargué el sufrimiento?
— No creo que te odie por ello.
— No lo sabes. — Le dijo en negación. May lo miró comprensiva.
— Lo has cuidado, no existe alguien tan mal agradecido. — Señaló el cinturón antes de continuar. — Por otro lado, por eso de ahí, si que creo que te va a odiar.
— Que sepas que eso me ha ayudado mucho. — Recalcó orgulloso. — Hay ciertos materiales que solo pueden ser conservados así.
— No te juzgo, aunque no estoy de acuerdo. — Él rodó los ojos y ella al notarlo se rió suavemente.
— ¿Qué? —
— De todas las veces que me has visto feo, hasta ahora; esa ha sido la más graciosa. — Se tapó los labios para intentar evitar cualquier otra pelea.
— Ósea que solo estás jugando conmigo. — Rezongó con voz cansada, pero con tintes de una ligera risa.
— Espera, no, no me refiero a eso. — Respiró hondo y desvió su mirada a las paredes inexistentes, creía tener el recuerdo de un cielo estrellado igual a ese hace muchos años atrás. — Es la primera vez que de hecho presto especial atención a eso. Has estado todo el día dándome la espalda o peleando conmigo. Por supuesto que no me daría cuenta de que es gracioso.
— Bueno, así de distraída eres.
— Sí, me lo dicen a veces… — Resopló.
— ¿Estás bien? — Se atrevió a preguntar Rosa.
— ¿Eh? — Se quedó extrañada, él desvió la mirada a la pared complicado en continuar ahondando en el tema, pero decidió insistir al final.
— Desde que dijiste que querías ir a otro reino entendí que hay gato encerrado contigo, y tu empeño en no darme la piedra siento que no tiene nada que ver con mi actitud.
— Que perspicaz. — Él volvió a rodar los ojos y ella a sonreír en gracia. — En realidad… me quieren comprometer. — Bajó la mirada y sonrió triste.
— Vaya, cosas de la gente de clase alta ¿No?
— Algo así. Aunque en realidad hay necesidad detrás de ello. — Se encogió en su puesto. — Sé que me presenté como princesa y esas cosas, pero el heredero al trono es mi hermano, y es la mejor idea que pudieron tener mis padres, la verdad. Él es muy listo y sabría que hacer con el reino mejor que yo; pero… hemos entrado al principio de un no retorno de la bancarrota; no hay cosechas, el ganado aguanta con lo mínimo, las minas son imposibles de explotar, y la herrería y carpintería, a penas dan a vasto para lo más básico. Si no ocurre esa unión, lo más probable es que todos empiecen a morir de hambre por lealtad a mi padre o a migrar a lo desconocido para intentar sobrevivir.
— ¿Vas a aceptar por ello? — Ella asintió.
— Todavía lo estoy pensando. Mi padre dijo que no, pero es obvio que está esperando una respuesta positiva, mi propia madre me lo dijo y ella ya me orilló a eso.
— Prácticamente han decidido tu vida por ti. — Se quedó pensativo. — Pero bueno es algo a lo que tuviste que hacerte a la idea siendo una princesa ¿No? No encuentro el problema.
— ¿Cómo que no? ¡Sí que lo hay, y es que no me quiero casar! — Resopló fuerte. Una respuesta más que obvia, pero él no quiso asegurar algo que desconocía.
— ¿Mala persona?
— Ni siquiera le conozco ¿Sabes?
— Tendrás una vida para conocerlo. — May lo miró feo junto a un quejido disconforme.
—Lo sé, pero… es que… — No encontraba las palabras para expresarse por lo que continuó lanzando excusas al aire, hasta que se quedó muda un segundo y él expectante solo la miró hasta que el rojo en sus mejillas y orejas dejó al descubierto de que no quería hablar de ello, o no se le hacía fácil el hacerlo. — Si te lo digo no te vas a reír ¿Verdad? — Preguntó cual niña pequeña con un secreto tonto.
— Trataré. — Aceptó seguido de un ligero resoplo de burla, ante el rostro avergonzado de la chica.
— Promételo, por el gato. — Había sacado la mano y estirado el dedo meñique, pero no fue correspondida como hubiese querido. Él solo se lo quedó mirando extraño e imitó el gesto, mas, no lo completó, y luego cuestionó seriamente:
— ¿Quieres que se muera? — Señaló al animal mientras la miraba incrédulo.
— ¡Agh! Bien, no lo prometas. — Deshizo el gesto y se puso a jugar con sus manos en nerviosismo y luego de un paulatino silencio continuó. — De pequeña leía muchos cuentos de hadas… — El comienzo de una risa de gracia la detuvo, él se disculpó y pidió que continuase con un movimiento de mano. — La cosa es que, siempre creí que si algún día me casaba sería con alguien a quien yo quisiera, no alguien a quien me escogieran; creía que eso solo era responsabilidad del heredero al trono, en otras palabras, yo no entraba en esa masacre emocional.
— Es verdad… Eres una hija de rey… — Lo meditó.
— ¿Estás recién cayendo en cuenta? — Se notó incrédula. Él se encogió de hombros.
— No acostumbro a conocer nobleza o gente en general, solo conozco… Bueno, lo que has visto hoy y un poco los libros.
— ¿Nunca has salido de aquí? A parte de mi reino, claro.
— Sí, hace… — Reparó en el tiempo y se corrigió. — Espera no, en el futuro, quinientas noches antes de encontrarme contigo; salí de aquí en la búsqueda de esa piedra. Todo era muy diferente de aquí, las personas se movían y hablaban contigo, los niños crecían y los mayores envejecian, las plantas tenían muchos colores y de ellas salían muchas frutas para el consumo, y el agua no estaba empolvada todo el tiempo y no tenías que buscarla en casas ajenas
— Espera ¿Que hiciste qué? — Lo interrumpió con una mueca de horror. Él no supo ni qué contestar, pues no entendía qué era lo raro, ella suspiró y cambió la pregunta. — ¿En serio no sabías nada de eso? — Él negó.
— Solo lo había leído, y creí que esta era la realidad y que estaba solo en un mundo de representaciones de arcilla. Además, desconozco cómo me perciben los demás. o si alguna vez fui un niño o si he cambiado de apariencia desde entonces, no lo sé.
— ¿No hay espejos aquí? — De todo lo que le había dicho, eso fue lo más curioso que alguna vez escuchó, es imposible no saber cómo te ves, especialmente con tantos objetos reflectantes que existían.
— Hay, pero… realmente solo veo tierra, y ese no es el problema… el problema es que siento que eso no está bien… — Y aquella simple frase la llevó a sentir la necesidad de quitarle la máscara y el pañuelo, pero era una hazaña complicada de realizar. No podía ser tierra cuando ella claramente observaba finos y cortos mechones de cabello escapando de su prisión de tela.
— ¿Sabes que eso en mi reino podría ser considerado un insulto? — Él se rió por primera vez de manera sincera y negó.
— No sé nada de tu reino, además de tu extraño discurso y de que eres de ahí.
— Bueno, es un bonito lugar. — Dio a conocer animada con el recuerdo de su hogar.
— ¿Más que este?
— Quizá no lo venza en decoración, pero ya te digo yo que es mucho más animado. — Se le escapó una risa
— Oye… No deberías de reírte de eso… — Él también dejó escapar un resoplido de gracia.
— Tú tampoco. — Se miraron entre sí y tuvieron que liberar las risas que resonaban en la habitación. Hasta que escucharon un suave maullido que los puso alertas, esta vez fue May quien se acercó, y le ayudó a beber agua al herido, que apenas y abría los ojos. — ¿Estará bien?
— Bueno, parece un poco mejor. Solo débil. — Le tranquilizó.
— ¿No tendrá hambre? — Dejó en platito a un lado en cuanto notó que el gato ya no bebió más.
— Aunque la tuviese no sé si sería bueno darle comida… — Se lo pensó un momento, cuando fue interrumpido por un gruñido proveniente del estómago de la joven, lo que hizo que la mirase en espanto. — ¿En serio? — Preguntó en ironía. Ella enrojeció completamente y regresó a su puesto con rapidez para volver a taparse desde la cabeza con la tela que al menos le proporcionaba calor para no morir de frío.
— Bueno, todo un día sin comer ¿No crees que es normal que sienta un poquito de hambre al menos? — Le recordó con las orejas rojas. Había pasado lo que menos quería que ocurriese: que su estómago la delatase
— Eso no es solo un poquito.
— Calla. — Se cruzó de brazos y mantuvo una expresión digna que falseó muy bien hasta que su estómago decidió traicionarla sin compasión, otra vez. — No hagas caso.
— Está bien. — Dijo Rosa y se levantó tranquilo hasta los sacos. — No sé si sea de tu agrado pero, por lo menos, creo que es comible. — Sacó otro saco más pequeño, del mismo que sacó dos frascos y dos masas envueltas en tela. May solo lo observaba con mucha más atención de la que le prestaba antes, empezaba a sentirse más cómoda a su alrededor, lo que la llevó a notar cierta particularidad en sus movimientos, específicamente la manera en que se había acomodado los guantes antes de llegar a los sacos. Primero levantó un poco la manga descubriendo su palma para después estirar hacia abajo todo lo que diesen los guantes; algo que solo lo había visto hacer a una persona, una muy quisquillosa. — Hay mucho más de lo que hubo cuando desperté. — Se acercó hasta ella, dejó los dos frascos en el suelo, donde ambos pudieran alcanzar solo estirando el brazo un poco, y le dio una de las masas, él se quedó con otra antes de sentarse frente a ella y descubrir que la tela cargaba una generosa porción de pan junto a dos rebanadas de queso entre papel fino, todo esto mal cortado, como si un niño hubiese cogido un cuchillo por primera o segunda vez. — ¿Ocurre algo? — Preguntó al notar que la mujer no había ni intentado abrir su envoltorio.
— No, nada. — Respondió con un rápido movimiento de manos para abrir su comida. — ¿Cómo encontraste esto? — Preguntó sin dejar de chequearlo, le daba curiosidad si realmente iba a comer, o si iba a hacer desaparecer y reaparecer en su estómago. Algo que a esas alturas lo creía capaz.
— Como te dije, hay más de lo que hubo mi primer día aquí… ¡Ah! — Se volvió a levantar e ir hacia los sacos, y aunque regresó rápido con otra cantimplora y dos tarros metálicos a May ya la estaba carcomiendo la ansiedad de que él no se apurara a comenzar a comer. — En esta hay mermelada y esta mantequilla — Dijo señalando los francos, cada uno poseía una palita que sobresalía de sus tapas. Ella solo asintió y pensó en que no sabía cómo decirle que no acostumbraba a comer en el piso y menos en ese tipo de ambiente o sin platos. Pero con las condiciones de ambos siendo las mismas en ese momento, supo que o al chico no le importaba, o estaba acostumbrado a ello, o por otro lado, no sabía lo que hacía; algo muy de noble despreocupado de su parte. Le recordaba a ella misma en sus catorce años, tendía a hacer ese mismo desastre y hasta peor cuando simplemente quería comer; hasta que su madre la obligó a tener más consciencia a los dieciséis y de todo lo que implicaba esa irresponsabilidad para su salud y etiqueta.
— ¿Ocurre algo? — Volvió a preguntar, al notar que seguía sin tocar su comida, ya que se suponía ella era la que tenía hambre, y se quitó los guantes, de una manera que también había visto antes, aflojó dedo por dedo tirando suavemente hacia arriba y terminó de sacar el guante al halar desde el dedo medio; hizo esto con ambos guantes como una costumbre rápida pero sin prisa aparente, revelando unas manos de hombre joven bastante bien cuidadas a comparación de las que había visto en los trabajadores, podría decir que muy parecido a su hermano. Ella por su lado, volvió a sentir una inexplicable familiaridad, pero decidió no darle muchas vueltas a ello y pellizcó un pedacito de pan con sus dedos.
— No es nada. — Volvió a recalcar y se llevó el pedacito de pan junto a un trocito de queso que tomó con ayuda del mismo pedazo de pan. — ¡Oh! Está muy rico ¿Es recién hecho? — Se asombró ante el fresco sabor y cogió el primer frasco que pudo para untarlo en una parte del pan, había sido mantequilla y con el queso hicieron una combinación tal que sintió una fiesta en su boca; repitió el mismo proceso con la mermelada. Al final iba a añadir algo para decirle al joven, pero al querer llamar su atención su cerebro se quedó en blanco. Se había quitado la máscara y la pañoleta, en ese pequeño momento que ella se daba ese simple y pobre festín que tanto había necesitado; él ahora era otra persona.
Sus ojos esmeralda claro que ya conocía de anticipo, se veían más claros y brillantes junto a su tez clara de subtonos marrones, con un largo puente de nariz, unos labios finos, y una V de barbilla, con mejillas pronunciadas pero sin gordura, y un cabello verde y brillante, muy parecido al de sus ojos, pero menos cristalino y más sedoso. Que para la chica solo sería una cara bonita más del montón, pero May reconocía esa cara, la reconocía tan bien que sintió que todo se había detenido en ese mismo momento y solo existía esa persona en ese momento. Solo podía pensar en el adolescente frente a ella, mismo que había perdido las esperanzas de volver a ver, hace menos de medio día, y mucho menos en esa edad. Hasta sintió que debía de ser algún tipo de broma de mal gusto, o una ilusión inducida por el hambre o alucinógenos en el pan.
Aquel joven que se hacía llamar Roseria no era otro que Drew de la Rosa, segundo hijo de los reyes de ese reino, heredero al trono y su primer amor. Eso o el sujeto delante de ella era un fantasma o uno de esos monstruos de los que su madre le había advertido alguna vez; lo que la llevó a inhalar de más, tensarse, y a sentir como se erizaba ante un frío interno que la recorrió, en un ligero temblor.
Roseria, a pesar de notar el extraño comportamiento de su acompañante, no le comentó nada de ello y solo contestó mientras tomaba el frasco de mermelada con calma y la untaba en el pan:
— Me supongo que si no es el primer día, este es un día muy cercano a lo ocurrido en este lugar. Cuando desperté, lo único comestible era la parte del pan que no estaba mohosa… — Explicó para después comenzar a comer, pero seguía notando esa extraña mirada sobre él; como si fuese un fantasma o algo peor. — ¿Estás segura de que no ocurre nada? — Preguntó preocupado, ella negó inmediatamente como si su sanidad mental dependiera de ello.
— No es nada… En serio — Trató de decir lo más normal que pudo, pero falló enormemente, a cada palabra la voz le había temblado y claramente incomodado al joven. — ¿Sabes que una vez hay moho ya no se debe comer, no?
— Me enteré después del día treinta… — Contestó al tomar su pañoleta y ponerla nuevamente sobre su cabeza, May lo notó y sintió que había sido su culpa.
— ¿En un libro? — Preguntó prestando atención a cada movimiento del joven y como ahora tomaba la máscara.
— No, ya era imposible de comer. Hasta yo pude darme cuenta de eso. — se puso la máscara sobre la cara y May ya le hizo mueca de incomprensión.
— ¿Qué haces? ¿Por qué te la vuelves a poner? — Preguntó en un arrebato, ya había sido mucho tiempo que le parecía que tenía puesta aquella cosa. El joven la miró mientras le abrochaba.
— Bueno, pareces incómoda con mi apariencia, hasta dejaste de comer… — Le explicó con tal tranquilidad que le hizo dudar nuevamente de que ese era el verdadero Drew. — Sé que no me parezco a nada de lo que acostumbras, así que comprendo… — Se quedó quieto cuando fue interrumpido por la aguda voz de May.
— No, no. — Se avergonzó de lo que había causado. — No es eso, para nada. — Esclareció. — De hecho, no te ves mal, eres bastante humano.
— ¿Humano? — Se sorprendió, más de lo que hubiese querido mostrar. Ella asintió. — Pero yo… — Se quedó pensativo.
— ¿Pero?
— Es lo que te dije, yo no me veo precisamente humano…
— Bueno, yo tengo buena vista, al menos mejor que mi hermano, y te aseguro yo que te ves completamente humano, un poco desarreglado y con aspecto de no haber dormido en mucho tiempo, pero humano a fin de cuentas. — Insistió. — Quítate eso y come tranquilo, el que te veas o no como humano no es ni de cerca la razón por la que me quedé mirándote. — Confesó sin pensar.
— ¿Entonces? — Cuestionó confundido, pero hizo caso y se quitó nuevamente la mascarilla, y luego la pañoleta de un solo jalón. Ella se había quedado callada, aun después de todo el tiempo que él usó para quitarse las cosas, por lo que, una vez regresó a descubrir su rostro la quedó mirando con clara incógnita reflejada en sus ojos; ella empezó a gaguear intentando encontrar alguna excusa lógica y poco delatora, pero al no encontrarla cambió rápidamente el tema, recordando la anterior charla.
— Solamente me quedé haciendo cálculos mientras te miraba. — Dijo asintiendo para convencerse a sí misma de lo que estaba diciendo, a pesar de saber que eran puras patrañas. — Porque… ¿Cómo vas a comer un pan después de tanto tiempo? Desde que tiene mal sabor te das cuenta de que ya no es sano comerlo..
— ¿A qué sabe? — Fingió creyese la excusa, una porque no quería lidiar con más irreverencia y porque sí tenía curiosidad.
— A… ¿Pan? — Otra vez se sintió confundida ¿Cómo alguien que acababa de comer pan frente a ella no sabía el sabor?
— No lo sé, cuando como algo siempre sabe igual, no importa si es fruta o agua, solo lo hago porque siento que es un tipo de costumbre.
— Ósea… ¿Ahora mismo no te das cuenta que la mermelada está exquisitamente dulce y que el pan tiene una pizca de canela? — Él negó y aprovechó el silencio de espanto en que quedó la muchacha para servir el contenido de la cantimplora en los vasos, parecía ser leche fresca, misma que May no dudó en tomar en cuanto vio llena su parte, solo para comprobar que todo tenía diferente sabor en ese reino; y efectivamente, era leche fresca.
— Pero que bueno que no esté malo, sino, creo que no comerías y tu estómago no dejaría dormir a nadie. — Añadió para molestia de ella.
— ¿Tú quieres que te golpee, no? — Se llevó una mano a la cintura amenazante.
— No. — Contestó tranquilo y se señaló la zona del bigote, May comprendió enseguida y se limpió. — Pero tiene su gracia el hacerte enfadar. — Dijo antes de regresar a comer. Ella infló las mejillas conteniendo cualquier mala palabra, por lo que prefirió cambiar de tema.
— ¿En serio no sabes nada de antes de estar en este lugar? — Insistió terminando el pan de dos bocados después de ponerle mantequilla, el chico aunque extrañado de aquella velocidad, solo negó a su pregunta.
— A lo mucho sabía leer y escribir, no sé de dónde lo aprendí, pero me sirvió para no aburrirme.
— Tuvieron que ser muy interesantes esos libros. — Su tono irónico hizo sonreír al muchacho quien se arregló el cabello antes de dedicarle una mirada de superioridad.
— Por supuesto, mi interés va más allá de simples cuentos de hadas… — Ella se quedó muda, pero no hizo nada imprudente hasta que bajó el tarro con leche, lo colocó a un lado, mientras con su mano libre tomó lo primero que encontró, que fue un trozo de madera perteneciente muy seguramente a lo que fue una silla y se lo lanzó a la cabeza, fallando por poco. — Qué mala puntería. — Dijo él, ella tomó y rollo de papel esta vez, asestando a la nariz, sin causar nada tan malo además de la clara molestia del joven. — Dígamos que me lo merezco.
— Sí que te lo mereces. — Volvió a tomar el vaso y bebió más tranquila. Esa leche no tenía ni un día de ordeñada, de eso estaba segura, había aprendido a diferenciar aquello en su misma experiencia con la que llevaban a su hogar. — Es curioso que supieras leer y escribir ¿Sabes?
— ¿Por qué?
— Al menos en mi reino esa es una educación mayormente impartida para nobles y familiares, o gente muy ciudadanos muy cercanos. Hay muy pocos maestros y la demanda es muy alta, no daría a basto educar a toda una población. Especialmente cuando hay nobles un tanto… — Se quedó pensando en la palabra correcta. — Perturlantes…
— ¿Eh?
— Espera… Petulantes, eso, eso quería decir.
— ¿Eso me hace noble acaso?
— Pues… — Notó enseguida lo que iba a decir, pero enmudeció casi al instante. — No necesariamente… — Levantó la mirada para observarlo un momento, él la miraba esperando una mejor respuesta, y en consecuencia ella se cohibió. — ¿El gato no querrá? — Volvió a cambiar de tema. Él regresó la mirada al nombrado y señaló los sacos.
— Traje algo para el, si es capaz de caminar en algún momento, se lo daré.
— ¿Hasta ese momento? — Ella claramente confundida juzgó con la mirada el proceder de aquello, puesto que de ambos sacos, uno en particular, del que no había sacado nada hasta el momento, gozaba de un aroma particular nada agradable, él no quiso dar explicaciones.
— Dígamos que no me quiero arriesgar. Ya hice muchas cosas mal en veinticuatro horas.
— Entonces, habrá que esperar… — Terminó su vaso de leche en calma, casi como queriendo no acabarlo, sería una noche larga, y al menos así, tenía algo que hacer a parte de mirar una y otra vez la misma habitación destruida.
— ¿Qué piensas hacer? — Preguntó de repente Rosa, no se notaba nada convencido de soltar aquello, pues lo había pronunciado muy rápido, casi queriendo que ella no comprendiese ni una palabra. Ella solo lo miró al no entender la pregunta.
— ¿A qué te refieres?
— Pues… yo no sé cómo volver a nuestro tiempo. — Le dio a conocer por fin. Y eso abrió muchas explicaciones para May, especialmente el porqué le había estado siguiendo el juego hasta ese momento sin replicarle nada, la comida, y la reciente curiosidad hacia ella, la culpabilidad no lo dejaba ser el mismo a cuando lo conoció en su reino.
— ¿Eh?... — May sintió el agua helada de las mañanas en que Solidad se molestaba con ella por despertar tarde, y cayó en cuenta de lo que estaba ocurriendo: Eso ya no era un viaje de huída a otro reino, era una lucha contra el tiempo y su realidad. — ¡¿EHHHH?!
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Re: [Fan Fic] Una Simple Esmeralda
4. Capítulo cuatro: Sueños, historias y el océano.
Caminaba nerviosa de esquina a esquina de lo que aún quedaba de suelo en esa habitación, el chico solo la miraba de a ratos para entretenerse en algo puesto que ambos ya habían terminado toda la comida que les tocaba, había recogido y guardado todo, por consiguiente, no tenía nada mejor que hacer a parte de: o mirar al gato para comprobar su estado, o mirarla a ella para estar alerta. Llegó un punto en el que se preguntó a sí mismo si realmente habría sido buena idea confesarle aquel hecho, o más importante aún, darle a conocer su poca habilidad.
— Caminar así no te llevará a ningún lugar. — Él estaba demasiado tranquilo en contraste con los hábitos nerviosos de la joven que a cada segundo parecía más nerviosa.
— Pues es lo único que está evitando que te lance al vacío. — Se detuvo un momento a encararlo y demostrar en su expresión lo realmente enojada que estaba. Si antes se había enojado por comentarios del chico, nunca se lo tomó muy en serio, eran solo eso, palabras de un desconocido, pero ahora, era su vida entera lo que estaba en riesgo.
— Tranquila; no somos bárbaros, no hay necesidad de ello. — Movió los brazos en un gesto, pidiendo calma. Ahí May recién notó que se había vuelto a colocar los guantes, y es que en todo el rato que entró en paranoia, lo último que quería ver era a ese chico irresponsable.
— ¿Ah no? — Se cruzó de brazos, esperaba por algo mientras su pie movía en desesperación, empezaba a sentir preocupación que de a poco se iba demostrando cómo ansiedad en sus movimientos, a pesar de hacer esto de manera inconsciente.
Rosa entendió que no estaba bromeando, y sí era empático, entendía su reaccionar, pero estaba demasiado alterada para su gusto, después de todo no era la gran cosa según él, alguien que literalmente no conocía más que esa manera de vida sin importar el tiempo en el que se encontrase, las cosas se mantenían siempre igual mientras nadie las tocase, cómo ya había dicho antes, por tanto, el cambio no era ni de cerca algo abrupto
.
— Primero cálmate, quizá pueda encontrarte un regreso entre los libros, pero… — Hizo una pausa y escrutó su reaccionar ante ello.
— ¿Pero? — Su ánimo no parecía cambiar, pero por lo menos parecía abierta a la negociación mucho más que antes.
— Te costará la piedra. — Concluyó con cierto temor por el sonoro gruñido de molestia que salió de ella, seguido de un bufido que lo tranquilizó.
— Si lo logras, solo si lo logras… — Advirtió May. — Será tuya sin truco. Pero solo si lo logras.
— Entonces es un trato. — Ella se acercó y estiró la mano, él solo la quedó mirando. May le hizo muecas con la cara que él no comprendió, por lo que tuvo que acuclillarse, tomar la mano de él y estrecharla con la suya para cerrar aquel compromiso.
— ¿Y esto de qué sirve? — Confundido siguió el movimiento de las manos con los ojos.
— Es magia. — Respondió ella de manera puntual. Él levantó una ceja con incredulidad malhumorada. — En serio, si rompo el trato que me caiga un rayo. — Le soltó la mano para levantar ambas mostrando las palmas en la necesidad de mostrar su sinceridad y compromiso.
— Eres demasiado extremista.
— Tú tienes tu manera de hacer las cosas y yo las mías. — Señaló a cada uno a tiempo de que hablaba. Él siguió observándola como si tuviese en frente suyo a una charlatán por lo que ella carraspeó un poco tratando de mantener la seriedad. — La cosa es… La piedra es tuya siempre y cuando yo vuelva a mi reino, a mi tiempo, e ilesa ¿Aceptas o no?
— Está bien, si no lo cumples, que te caiga un rayo. — Ella asintió, y se volvió a sentar a un lado sintiendo un poco más de tranquilidad que antes, al menos ya tenía la palabra del chico de que lo intentaría.
Se quedó mirando unos minutos al gato respirar hasta que se dió cuenta que no servía para eso, mucho sufrimiento para su cerebro de niña pequeña. Por lo que, en su intención de distracción dijo regresando a ver al joven:
— Ahora por qué no ir a por esos Li… — Se interrumpió a sí misma al notar cómo se estaba acomodando contra una pared, con una tela similar a la que le había dado a ella sobre su cuerpo y un libro poco quemado soportando su cabeza. — ¿Te vas a dormir? — El sentimiento de ofensa salió a flote, él no le tomó importancia.
— ¿No se nota? — Se movió un poco buscando comodidad en el frío suelo. — Ya es muy tarde y mañana será un día muy largo.
— ¿Me vas a dejar sola despierta? — Tragó saliva dejando ver su verdadero temor.
— Bueno, está el gato y yo, solo que estaremos dormidos. — Le dio a razonar. — Tú también duerme un poco, es bueno para la salud y el crecimiento.
— No tengo sueño, mucho menos después de toda lo mal que la he pasado hoy. — Se explicó intentando apelar a su lado caritativo, pero no funcionó.
— Siempre se puede dormir, aunque quieras o no, es una necesidad básica. — Dijo aquello desinteresado seguido de un gran bostezo antes de cerrar los ojos y empezar a respirar con más lentitud.
Ella no supo cómo reaccionar y solo se abrazó las piernas; decidió intentar pensar en cualquier cosa lejos de ese lugar, al final, la verdad era que no podía culpar al joven por estar cansado, no solo la había llevado ahí, sino que consiguió agua para el gato y comida para todos, hasta un futuro festín para el animal, y quién sabe hasta dónde tuvo que ir por aquella cosa apestosa. Pero así como él estaba agotado, ella no tenía nada de sueño ya, la preocupación la dejó en vela del animal toda la noche, hasta que en un punto de la madrugada sus ojos cerraron y su consciencia se perdió en un sueño que rememoraba el pasado, dónde ella recordó el día en que fue a jugar al escondite con sus amigos al jardín posterior del castillo.
Habían dejado contando a Brock Pewter, un joven de tez morena, ojos pequeños, y cabello castaño de puntas pronunciadas; aprendiz de viajes de uno de los veterinarios más reconocidos alrededor de los reinos conocidos, el Doctor Oak; había sido liberado de sus responsabilidades ese día, por lo que aprovechó para jugar con los más jóvenes del palacio, puesto que acostumbraba a ello con su docena de hermanos menores. Él había llegado junto a un niño llamado Ash Ketchum, con tez bronceada y cabello azabache, era un año mayor a May pero lograba fácilmente entrometerse en más problemas que ella misma, se suponía que estaba aprendiendo junto a Brock, mas, al final del día no parecía ser lo suyo. Tanto Ash, como May, Drew y Max corrieron a esconderse en donde mejor vieron cuando el mayor aún contaba.
Ash se escondió en el lugar más extraño que encontró: Una montaña de hojas recién recogidas. Max, decidió ser estratégico y mantenerse cerca, detrás de un árbol muy antiguo. El segundo hijo de los de la Rosa, se había quedado en los rosales recién podados con forma de valla baja, se encontraba a un costado del jardín, cerca de los muros que separaban el palacio del exterior. May, que por buscar un lugar seguro para ella puesto que andaba en vestido, lo encontró demasiado rápido y le advirtió claramente que así mismo lo haría Brock si no se movía de ahí, él le contestó que no sería así, la jaló para que se sentara junto a él y con una mímica, siseó divertido haciéndole notar que Brock ya casi terminaba de contar. Ella se tapó la boca en nervios y sintió que dejaba de respirar puesto que su espíritu competitivo quería ganar; no solo porque le gustaba ganar, sino que además, cómo cualquier persona, no le gustaba buscar. Y mientras ella no trataba de llamar la atención, por alguna razón su compañero de escondite se dedicó a criticar el mal estado de los rosales a susurros, que esperaba solo ella pudiera escuchar, de todas maneras, los nervios la carcomía cada que escuchaba hablar cerca de ellos al moreno.
Aun así, Brock encontró a Max de primero sin mucho esfuerzo, y hasta le dió recomendaciones de cómo esconderse para la próxima vez, secundó Ash, puesto que no dejaba de moverse entre las hojas y al final terminaron regadas nuevamente al salir torpemente, pero después la sorpresa del aprendiz mayor fue ver al joven príncipe tocando la pared que había abandonado no mucho tiempo atrás, junto a una May a la que se le había roto parte del halda del vestido cuando se le enredó en unas espinas.
May había logrado su objetivo: ganar, pero al costo de la humillación; su madre la regañó esa tarde con el miedo de que les habría podido pasar algo peor por escoger lugares tan peligrosos para esconderse, la mandó a cambiar y finalmente, puso a los cinco jóvenes a recoger nuevamente las hojas regadas como castigo.
Aquel días, según May, era su recuerdo más tonto, pero al mismo tiempo, más divertido por todas las sensaciones que vivió de un momento a otro en un solo día y en menos de una hora. El haber rememorado aquello entre el profundo sueño en que había caído, era consciente de lo mucho que deseaba regresar a su temprana edad donde un compromiso era el menor de sus problemas, y solo existían el jugar con sus amigos y los regaños de su mamá.
Un sonido que nunca antes había escuchado en su vida la hizo abrir los ojos con pereza pero alcanzó a notar cómo una enorme sombra rasgueaba una pata de pesadas garras en contra del saco apestoso que el peliverde había llevado la noche anterior para el gato, no le tomó importancia en su somnolencia, así que con cuidado se sentó ayudada por sus brazos y se limpió el pequeño hilo de baba que tenía gracias a la mala postura que tuvo para dormir esa noche. Luego miró a su alrededor sin poder abrir los ojos completamente ante la fuerte luz mañanera, pero sentía que había algo extraño, algo faltaba y algo estaba de más, pero dejando eso a su paranoia volvió a cerrar los ojos y a disfrutar de la fría alfombra a pies del escritorio que había encontrado la noche anterior de pura suerte al mover unos escombros
.
Más tarde el sonido se volvió más insistente, y volvió a abrir los ojos con pésimo ánimo, gateó hasta el saco como un perro viejo y lo abrió dando completo acceso a su contenido, mismo que dejó su pestilencia en la nariz de May regresandole la conciencia, y sacándola del mundo de los sueños. Descubrió que el contenido eran pescados que no habían hecho más que apestar peor que la noche anterior, a pesar del envoltorio que los cubrían, pero que la criatura no pareció tomar en cuenta cuando metió el hocico en la abertura, apartandola y comenzando a comer a bocanadas grandes y rápidas. Momento que aprovechó para volver a gatear pero esta vez más rápido y hasta lastimando sus rodillas hasta llegar al joven que tenía la cara de Drew., lo tomó de los hombros y lo comenzó a zarandear con fuerza mientras lo llamaba en susurros estresados, intentando no armar un alboroto, pero casi fallando ante el miedo.
— ¿Qué pasa? — Él a penas abrió un ojo, ella le señaló a la bestia cuadrúpeda con enormes alas de pájaro, pelaje blanco perlado, garras largas y afiladas en tono de cielo nocturno, mismo que compartía en su cara de zorro y cola larga que recordaban a la hoja de una cimitarra. Y aun siendo todo eso muy nuevo, lo que más impactaba era su mirada rojiza junto a un largo cuerno en forma de media luna y el elegante mechón que caía al lado contrario. — Ah… Es una Quimera… — Dijo medio dormido, y se sentó restregando sus ojos.
— ¡Eso lo sé! ¡¿Qué hace aquí una criatura divina?! — Dio un grito susurrado llevándose las manos a la cabeza queriendo creer que solo estaba alucinando y que el chico solo estaba demente.
— Tú sabes… Aparecen cuando va a ocurrir un desastre… — Cayendo en cuenta de lo que decía, miró a May, y luego a la Quimera, y repitió la acción dos veces más para abrir la boca en sorpresa. — ¡¿Qué hace aquí una Quimera?! — La tomó de los hombros queriendo que ella le contestaste algo lógico, pero solo había conseguido una mirada de completa negación. — Esto no tiene sentido, la quimera nunca apareció en ese tiempo.
— Otra cosa… — Señaló al puesto donde se supone debía estar el gato, y a parte de la sangre en el suelo, parecía que se había esfumado. — ¿Y si se lo comió? — Tragó saliva fuerte, Rosa no pudo decirle que no era posible, porque no conocía en totalidad la dieta de estas criaturas, ni él, ni nadie, lo que abría un gran abanico de probabilidades sobre sus preferencias alimenticias. Mas, lo que ninguno estaba notando era que aquella bestia estaba más concentrado comiéndose los peces que prestando atención a los feos seres de dos patas.
— El olor a sangre pudo haberlo atraído. — Se quedó pensativo. — Pero no tengo ningún recuerdo de que fueran carroñeros. — Posicionándose como May, le hizo señas de que lo siguiese y ambos fueron detrás de una gran tabla, la que resemblaba sin problemas a una mitad de mesa, y la tomaron como escudo y puesto de vigilancia de muy mala calidad.
— ¿No es mejor idea salir de aquí? — Preguntó susurrando mientras acomodaba la espalda a la plana y fina madera, y le hizo un planto con la mano sin dejar de fisgonear sobre la tabla a la criatura como el evento sin precedentes que era.
— ¿Y perderme de ver una Quimera por primera vez desde que tengo conciencia? ¡No! — Concluyó. Ella resopló, comenzando a sentir el estrés de quedarse junto a ese hombre, porque de ahí no se imaginaba saliendo viva, o como mínimo, no completa. — ¿Tu ya has visto muchas antes?
— Por supuesto.
— ¿Dónde? — Se interesó tanto en ello que se sentó como ella, y la miró expectante.
— Libros ilustrados. — Le tembló la voz al notarlo tan ilusionado.
— Ahora entiendo por qué vetaron a los humanos de la magia. — Dijo decepcionado pero en tono comprensivo. Ella refunfuñó y se guardó cualquier resentimiento, pues había sido la primera en decir una tontería.
— Pero a parte siento que si la vi antes. — Volvió a captar la atención de él. — La primera vez que abrí la puerta vi una enorme sombra de proporciones parecidas. No te dije nada porque pensé que habría sido mi imaginación ante el susto de la otra cosa.
— Muy inteligente; ocultemosle las cosas al que por lo menos sabe como funciona este lugar. Muy lista. — Recalcó sarcásticamente. Ella hizo una mueca disconforme.
— En cualquier caso, el problema aquí es que no sabemos qué hace aquí ni de que es capaz ¿Y si es la culpable de lo que ocurrió con el gato?
— ¿No se lo habría comido desde el principio? — Ella enmudeció un momento pensándolo bien y luego volvió a hablar.
— ¿Y si es la otra criatura que vi?
— ¿No dijiste que lo que viste era algo gigante, más grande que esta habitación?
— Sí, pero quién sabe si pudo reducir su tamaño. — Se encogió de hombros. — Y de paso nos está haciendo alucinar, y lo que vemos no es real sino una proyección… — Él la miró incrédulo de lo que escuchaba y añadió:
— No sé, y lo dudo mucho. Algo me dice que si ese fuese el caso lo más probable es que ahora fuéramos estatuas de arcilla.
— ¿Crees que lo que vi fue el causante de todo lo que he visto en el reino?
— Lo más seguro. En este tiempo, hasta me atrevería a decir que sigue rondando cerca de todo porque apenas ha pasado uno o dos días de ello.
— ¿Y si este es el momento en que pierdes la memoria? O peor aún ¿Y si yo me convierto en arcilla?
— Bueno, yo seguiría existiendo en un ciclo infinito. Tú, no tanto. — Respondió tratando de amortiguar esa dura realidad. Ella se abrazó a sí misma y lo observó con claro terror, se notaba que la idea no le agradaba en lo más mínimo. — No te pongas así, no es en serio… — Le dijo tratando de calmarla, ella no estaba nada convencida. — Si realmente ese fuese el caso yo hubiese despertado en esta habitación y con tu estatua a un costado mío, es verdad que tengo perdida de memoria pero definitivamente no es de este momento. — Ella suspiró con cierto alivio aunque la duda continuó en su mente. Él se volvió a asomar cuidadosamente para seguir observando a la criatura divina, pero ésta había desaparecido. — ¿Dónde está? — La mano de May en su hombro lo hizo voltear en su dirección y luego la otra mano de la joven lo hizo observar en dirección donde, con miedo, ella miraba: A unos centímetros de ambos la quimera había inclinado su cabeza y comenzado a olisquear a cada uno, ninguno tuvo ni la intención ni la valentía de moverse más allás de pegar sus espaldas a la tabla que tambaleó ante la fuerza.
“Si un animal salvaje se te acerca, quédate quieto o hazte el muerto, es lo mejor que puedes hacer para salir bien librado, o bien muerto.” Era la regla general en los libros de cazadores y enseñanzas de los padres que conocían los peligros del exterior.
— ¿Crees que nos comerá? — Susurró May tan bajo que Drew tuvo que leerle los labios para comprender la frase, cosa que May tuvo que imitar cuando él respondió con la Quimera olisqueando su cara.
— Intenta no pensar en eso. — Había usado el mismo tono, él se notaba más tranquilo en su semblante pero acarreaba muy dentro la misma duda y temor que ella.
La sorpresa llegó a ambos, luego de tortuosos segundos de fuertes olisquear con aliento a pescado crudo, la extraña criatura se acostó junto a ellos y dejó la cabeza en medio de ambos, mientras los miraba como esperando por algo.
Rosa entonces pudo tomarse el tiempo de escrutar el lomo del animal con la mirada, donde rasgada descansaba la tela que había utilizado en el gato el día anterior.
— Es el gato… — Dijo tan bajo que nadie podría haberlo escuchado, no cabía en esa realidad.
— Disculpa ¿Qué? — Preguntó May intercambiando su atención entre él y la quimera.
— Bueno, al parecer… es el gato. — Pareció más convencido
— ¿El qué? — Él se encogió de hombros y ella con sospecha indagó.
— No cargas entre tus cositas esas, algo raro ¿No? — Olvidando todo su miedo anterior desestimó aquella declaración.
— ¿A qué te refieres con raro?
— Ya sabes eso que usan los adultos cuando quieren ser proclamados locos y bueno tú sabes… — Con su pulgar levantado llevó su mano de un lado hasta el otro del cuello junto a una expresión fatal que dejaron al chico boquiabierto de tal ocurrencia.
— ¡No! — Se espantó, pero pronto se calmó. — Es en serio. Es el gato. — Con cuidado y casi pidiendo permiso abrió entre el pelaje del lomo donde recordaba que había hecho la curación descubriendo para extrañeza de ambos una gran cicatriz que apenas había comenzado a secar.
— ¡Por Arceus! ¡Es el gato! — Ambos se miraron incrédulos y recapacitaron. El antiguo “gato” ajeno a lo que decían, cobijó su cabeza contra el guante del joven, quien sin pensarlo accedió a la petición de mimos; aunque inseguro bastante extasiado de aquella experiencia. — Parece que está agradecido. — Ella sonrió feliz de lo que veía, especialmente porque sabía que eso era lo mismo que librarse de ser alimento de quimeras.
— En realidad así es como trata a su comida. — Sonrió ampliamente como un niño cuando juega con su mascota, y aunque May quiso responder a aquello dándole a entender que no era una buena broma, se contrajo a sí misma, pues por mucho que lo mirase e intentara negarlo, él era, definitivamente, el mismo niño al que había conocido ocho años atrás. Si bien poseía unos rasgos más de adolescentes que de niño, aquella sonrisa era algo que se mantenía íntegra y embelesante, siendo el detonante que por primera vez en su vida había hecho dar un brinco de alivio a su corazón.
Pronto el estómago de May volvió a quejarse por la falta de alimento rompiendo completamente el ambiente que se había formado; Rosa sin decir nada se levantó y fue a buscar en el saco que aún permanecía intacto, de donde sacó dos raciones más de comida. El otro saco ya había sido completamente destruido gracias a los fuertes y filosos garras y colmillos de la quimera.
Después del rápido pero exquisito desayuno, decidieron salir de esa habitación con la quimera detrás de ellos. Podían entender ese comportamiento, puesto que, en ese reino vacío de movimiento, ellos eran sin duda la única opción que tenía para no sentirse sola; pero pensaron que eso acabaría una vez notase el amplio lugar que poseía para explorar, razón por la que decidieron ir hasta la terraza de la torre de homenaje del castillo, para que la quimera sintiese su propia libertad y con la intención de ellos poder respirar aire fresco. Pero a diferencia de lo que creyeron, no ocurrió, aún cuando poseía aquellas grandes y majestuosas alas, ni siquiera se dio al intento de huir.
— Parece que ya se quedará aquí. — Le dijo May quien corriendo a pasos cortos fue hasta las almenas para familiarizarse con el paisaje, y pudo notar lo bien pensada que fue la distribución de aquel lugar, la plaza aunque un poco lejos por las casas altas de los nobles, daba una amplia bienvenida a cualquier status social a visitar sus fuentes, teniendo tres en total una en el medio siendo la más grande que además poseía un tallado de rosas abiertas en su cavidad principal; en cambio las otras dos se repartían en pequeños patios aledaños donde su principal atractivo eran las plantaciones en la base de las fuentes y en los costados de las banquetas de piedra caliza. Era una lástima no poder disfrutar del color de las flores en las macetas del estanque, haciendo peor el silencio que se vivía ahí, uno incomprensiblemente imperturbable. O eso creyó hasta que notó algo que llamó su atención: había agua tan arriba como para inundar la plaza hasta la mitad de la altura de los bancos no solo su color era claro y puro, sino que llegaba a transportar sonidos de pequeñas oleadas, de las cuales aún tenía curiosidad de donde salían; desde que llegó era un sonido recurrente cada cierto tiempo, pero nunca encontró algo que le indicara el camino al océano del que provenían. Ese era otro detalle que el joven nunca le dijo: La existencia de inundaciones repentinas, y pudo saber que él lo sabía puesto que no pareció sorprendido o extrañado en ningún momento, cuando se acercó y se quedó mirando hacia abajo como ella, ni siquiera fue capaz de hacer un solo comentario.
— No estoy seguro, este no es lugar para una quimera…
— ¿Tú crees? Igual y si le pones nombre se te pasa esa sensación, — Dijo caminando hasta el lado adyacente al que se encontraba con paso tranquilo.
— ¿Nombre?
— Decir quimera todo el rato no es bonito tampoco, ¿O a ti te gustaría que te dijesen siempre: El rarito esto, El rarito lo otro? — Él solo se encogió de hombros ante ello. Ella frunció el ceño. — ¡No! Todos merecen un nombre por el cual ser llamados.
— Pero es prácticamente una bestia sagrada.
— Y ahora parece ser tu mascota. — Lo señaló a él y luego a la bestia que se había puesto a saltar en círculos al no tener nada mejor que hacer, — No sé, no es que parezca que te vaya a pegar por ello. — Se dirigió al otro costado y era seguida por un Rosa serio y pensativo.
— ¿Qué tal Absol?
— ¿Ab qué? ¿Tiene algún significado? — Inclinó un poco la cabeza hacia atrás para verlo, la curiosidad en sus ojos se notaba reflejada por el suave sol de la mañana.
— De absolución, después de todo prácticamente nos perdonó la vida. Con ese tamaño y esas garras era fácil que nos eliminara de un solo movimiento. — Explicó sin quitarle los ojos de encima, no se lo iba a decir, pero tuvo una sensación irreconocible al verla tan alegre corriendo de un lado a otro como una pequeña y curiosa niña, sentía que lo había visto antes.
— Para eso, ¿Por qué no: Perdi? De perdón
— Suena horrible. — Contestó sin contemplaciones, y de alguna manera al voltear a la bestia parecía tener el mismo disgusto ante la idea al igual de Roseria. Por lo que May no indagó más en ello y pasó al último lado que le faltaba de la torre, para volver rápidamente al punto de partida y repetir el ciclo de antes. — ¿Qué estás haciendo?
— Discúlpame si me equivoco…
— Disculpada.— Ni siquiera lo pensó.
— Ni siquiera… Olvídalo… — Le quitó relevancia y prosiguió. — No sé si es mi imaginación, o dormí mal, o habré inhalado alguna de tus hierbas raras, pero… ¿Estamos rodeados de costa?
— No te disculpo. — Dijo acercándose a ella y quedándose en la almena de al lado. Ella solo se quedó callada con cara de fiasco, él sabía que esa no era la respuesta que ella quería. — Primero porque no tengo hierbas raras y segundo porque es verdad. Este Reino es prácticamente una isla. — Notó que la chica esperaba más explicaciones por lo que no tuvo más remedio que relatar lo que sabía. — Sí me preguntas dónde estamos exactamente en un mapa, no lo sabría explicar, pero sé que en el tiempo que estuve aquí este Reino se movía en círculos.
— ¿Entonces cuando te dije: “llévame a otro reino” tu mejor idea fue venir a uno abandonado por la mano de absolutamente todo?
— Bueno, viendo que era de noche era el más seguro para una niña que no sabe lo que quiere. — Ella se cruzó de brazos con disgusto, él inspiró lo más profundo que le dieron los pulmones y se llevó una mano a la frente para enfocarse en su respuesta. — Escucha, cuando me dijiste eso, este era prácticamente el único lugar al que te podía traer, esa magia de transporte solo funciona si la persona ya conoce el lugar de antemano, y este era el único que conocía de manera clara y precisa.
— Arceus, eres un fiasco de mago… — Se dio a sí misma una palmada en la frente, se sentía demasiado tonta por confiar en él.
— Oye… En primer lugar, no soy un mago, y en segundo, tú pediste esto, yo solo te hice caso por mi desesperación.
— ¡Y eso es muy poco coherente! — Se exaltó, pero mantuvo la calma sabiendo que no sacaba nada volviendo a discutir con él.
— ¿Lo que pediste fue coherente?
— No, porque no quería algo que fueses capaz de hacer en el momento; ¿O es que acaso tuve que haber dicho que quería una sandía o algo así? — Confesó su frustración ya sin importarle nada. Y porque ya había cogido confianza con él como para sincerarse.
— De hecho… si pedías eso no podría haber hecho nada.
— ¿En serio? — Él asintió
— No es época de sandías. — Se encogió de hombros. May sentía como todo su cuerpo comenzaba a flojear en desgana y arrepentimiento.
— ¡¿Por qué no pedí una sandía?!
— Bueno, tratabas de huir. — Intentó consolarla, fallando miserablemente, ella contestó de manera ruda.
— Cállate, sí, estaba un poquito desesperada, sí, puede ser ¿Y? — Se escuchó un chasquido de ella, estaba entrando en un estado de simple resignación en ese momento.
— No, si ya me había dado cuenta. — Le dijo sin poder evitar la risa. Ella rodó los ojos.
— ¿Qué es tan gracioso?
— Bueno, me pongo a pensar en lo tonta que te sientes ahora ¿Sabes? — Explicó, y notó que no mejoró la reacción de la chica, a la que su cara se encendió de pena, e intentó arreglarlo. — A veces los deseos más simples y reales son más complicados de cumplir que algo a lo que vemos cómo: "Imposible".
— ¿Quién te lo garantiza?
— Yo. — Dijo, May solo exhaló con fuerza torina y regresó su mirada al horizonte lleno de agua.
— ¿Sabes que me molesta? — Él solo hizo un sonido para que conociese que la estaba escuchando. — Que lo que dices es verdad… — Suspiró decepcionada, y él se notó interesado en lo próximo que contó: — Cuando tenía diez, conocí a un muchacho llamado Ash Ketchum, fue al reino porque su maestro un importante doctor veterinario estaba haciendo un estudio de el comportamiento animal a lo largo del mundo, o al menos de los reinos que conocía, cosas raras de doctores. — Se desinteresó rápidamente de ahondar más en ello. — Ash debía de aprender de él, pero no sentía que eso fuese para él, decía que si no fuese una obligación de sus padres, nunca lo habría hecho y que ese no era el lugar al que pertenecía. Y así me siento yo en mi familia. — Bajó la mirada triste, ya solo podía prestar atención al precipicio que había de ahí al suelo. Y suspiró fuerte, un suspiro lleno de pesar e impotencia. — Aunque pertenezca a la familia real, no es como que vaya a hacer o pensase hacer algo por la misma, o por el reino. Como soy mujer, excepto por mi madre, mis trabajos en esto realmente no son tan relevantes como los de mi padre y mi hermano, y hasta diría que el puesto de mi madre es más complicado aún, creo que hace más cosas que papá. Pero en mi caso es diferente, solo soy alguien con el apellido que posa junto a personas importantes para el retrato, hasta me atrevería a decir que soy un tipo de oveja negra, pero nada de eso me molesta, las responsabilidades de un reino no son algo a lo que quiero que me lancen en contra de mi voluntad. Solo quisiera poder estar tranquila y hacer lo que me gusta como pueda… — Volvió a suspirar. — Pero al final… No es tan fácil, y aunque suene sencillo solo decir no, cuando imagino a mis padres decepcionados y al reino devastando de a poco por mi capricho… no puedo hacerlo.
— ¿Vas a aceptar el compromiso?
— Si puedo regresar, sí. — Levantó la cabeza con pesadez y lo miró con desgano. Aunque fuese Drew, no podía pedirle ayuda. — La vida era más sencilla cuando tenía diez y mi único problema era que me dolía todo después de cabalgar.
— ¿Quieres saber por qué necesito la piedra? — Cuestionó sin voltear a verla, parecía perdido en el paisaje que poco a poco subía su nivel de agua en sonidos suaves y lentos. Ella quedó inquisitiva, no entendía por qué hasta ese momento él estaba dando el primer paso a contarle aquello, siendo que ella antes insistió tanto.
— ¿La verdad?
— La verdad.
— Adelante. — Pidió, él obedeció sin dar más vueltas al asunto.
— Necesito la piedra para invocar a Rayquaza.
— ¿Rayquaza…? — Ella abrió los ojos grandes incrédula, él asintió. — Espera… ¿De dónde sacas que la piedra es capaz de hacer eso?
— Porque lo leí.
— Eso no tiene sentido.
— Sí lo tiene, o al menos eso presiento, no tengo más opciones, y las pruebas me corroboran que es verdad.
— Bien, digamos qué lo invocas ¿Para qué? Una divinidad de ese calibre no va a salir por una tontería. O eso creo.
— Porque él es capaz de regresar este reino a la normalidad, y es el único capaz de regresar a Groudon a su encierro.
— Espera… Me estás diciendo que ….
— Estoy seguro que es la criatura que viste antes. — Le recordó, ella sintió sus piernas flaquear mientras trataba de disimularlo con una sonrisa nerviosa. — Ha salido de su encierro, y está buscando venganza contra Kyogre. — Ella quedó muda, él solo la quedó mirando esperando por una reacción que apenas salió con un monosílabo de entendimiento, mismo que él tradujo a: no te quiero creer.
— Ya… ¿Para qué la piedra entonces? — Él se quedó pensando y luego continuó.
— Esto sonará extraño pero… es parte de todo. Si no te importa escuchar, te voy a contar un poco. — Ella asintió un poco pasmada. — Como sabes, no recuerdo nada, solo tengo costumbres arraigadas, como comer, dormir, al parecer leer y también el cuidado de plantas.
— ¿Cuidabas plantas?
— Eso supongo, tengo conocimiento de algunas y sus correctos cuidados, simplemente porque sí, mas no porque recuerde que lo haya hecho. Fuera de eso sí tuve interacciones con cualquier ser vivo, no lo sé. El punto es que, recluido de todo, con los libros entendí que hay un mundo afuera y que esas extrañas estatuas de arcilla eran los humanos de los que los libros hablaban, y entendí que era realidad cuando me encontré con Groudon.
— Espera… ¿Lo viste? — Ella levantó las cejas inquiriendo que definitivamente se había metido algo malo o estaba loco. Él inspiró toda la paciencia que pudo.
— Por esto no te quería decir nada. Al final es demasiado "fantasioso" según todos.
— No es eso, viendo este reino ya he tenido mucha fantasía para procesar, es solo que, estamos hablando de Groudon, la misma criatura divina que prácticamente nunca sale a la superficie. No es que no te crea pero sigue siendo algo difícil de procesar, después de todo aunque tenemos imágenes de las criaturas divinas, realmente nunca en ningún reino han visto ninguna, o del que por lo menos yo sepa.
— Por eso mismo no me creyeron.
— ¿Quienes?
— Yo te conté que antes, salí de este sitio, usando el mismo método con el que te traje aquí, antes de todo creé una máscara con la piel de un libro y me puse ropa parecida a lo que había visto en ilustraciones porque creía que me verían como yo me reflejo. — Miró a May quien parecía regresarle esta mirada con pena. Él continuó. — Terminé en un reino llamado Johto; cuando llegué y los guardias me vieron aparecer de la nada, irónicamente y contrario a lo que creía pasaría, se asustaron y me llevaron frente a sus líderes a la fuerza, yo les expliqué mis razones, y que existía este reino en medio del Océano, y que las personas habían sido maldecidas por Groudon, pero no me creyeron, y me mandaron a prisión y me condenaron como un loco más. Pude escapar antes de la hora del castigo, de la misma manera en la que llegué y terminé en otro reino, dónde la historia es casi la misma, ni siquiera me tomé la molestia de recordar el nombre de ese lugar, tampoco es que me hayan dado tiempo de entender en dónde estaba, después llegué a tu reino, Hoenn, por muy extraño que parezca es el que más me recordó al lugar de donde venía especialmente por la arquitectura. Por alguna razón ahí llegué a lo que era una biblioteca, bastante pequeña debo de decir, y extraña, de paso, su dueño no dijo nada en cuanto me vio, solo sonrió de una manera tétrica y continuó limpiando una extraña figura de acero, y mientras lo hizo me dijo: Puedes leer lo que sea mientras no lo saques de aquí. Tomé su palabra, estaba cansado de recibir el mismo trato a donde sea que fuere así que ahí no me acerqué a nadie a hablar del tema, así que busqué algo de leer que llamase mi atención, pero todos eran temas y tomos que ya había leído o de los cuales tenía un leve recuerdo, a excepción de uno. Era bastante llamativo con su pasta decolorada a tal punto de que era completamente gris y a penas se notaban las líneas negras de los trazos. Realmente si decía algo importante no lo sé, estaba escrito en una lengua que me era desconocida, en lo personal hasta diría que parecían más figuras trazadas a lo loco en lugar de un idioma. Pero las imágenes eran claramente la leyenda de Kyogre y Groudon, y su batalla por el dominio. No puedo decirte que entendí todo a la perfección, pero si una gran mayoría, y es que tanto Kyogre como Groudon son dos Divinidades muy territoriales, que han estado en pelea desde el principio de los tiempos, hasta la llegada de Rayquaza quien los expropió de sus descomunales poderes y encerró en las profundidades de sus propias creaciones, para esto utilizó cuatro joyas de su propia creación, un rubí tan oscuro como la sangre, una esmeralda tan clara como el rocío, un zafiro de las profundidades y un diamante translúcido capaz de reflectar los tres. El sello quedó en un lugar entre mar y tierra lugar al que se supone ningún ser vivo tendría acceso para romperlo, y si esto ocurría el desastre caería una vez más sobre estas tierras. Atrayendo catastrofe y dolor. La única manera es regresar las piedras a su lugar e invocar a Rayquaza.
— ¿Cómo estás tan seguro que justamente es la piedra que yo tengo?
— Cuando te vi, pensé dejarte sola en tu extraño embelesamiento, pero tenías esa piedra a completa vista, su color me llamó la atención, me dije: He visto esto antes. Así que me acerqué un poco. En la leyenda dice que estas piedras son especiales por la simple razón de que brillan al estar todas juntas a la luz de un astro. Pero sabes ¿Qué? Es mentira, no brillan. — Sacó de su bolsillo un pañuelo que desenvolvió mostrando un zafiro y un rubí, ella buscó en el bolsillo y sacó la esmeralda y un sonido parecido al de una caracola contra el oído comenzó a llenar su ambiente.. — Lo que hacen es emitir un suave sonido, de hecho este es diferente al que emitieron cuando lo descubrí. Diría que es indescriptible en ambos casos, pero quiero creer que es lo que escucha el mismo Rayquaza allá dónde esté. Empero, desconozco su veracidad. — Tanto él como May volvieron a guardar las piedras en el mismo lugar de donde las sacaron. — Como ves, se podría decir que encontrarte fue mucha suerte.
— ¿Suerte? No sé si para mí.
— Te has visto involucrada, es verdad. Lo siento. — Ella miró en otra dirección sin saber qué contestar, se había vuelto incómodo el ambiente por esa respuesta tan innecesaria que había dado. Y en lugar de volver a quejarse prefirió preguntar alguna cosa.
— ¿Cómo las tienes en tu poder?
— Las encontré en este castillo, en las diferentes habitaciones de la familia principal de este castillo. No sé por qué las tendrían ellos pero, al parecer alguien tuvo acceso al lugar que el mismo Rayquaza creyó seguro y despertó a estas Divinidades sin tener idea de lo que estaba haciendo, en mi teoría Groudon sin sus poderes iniciales tardó para llegar a la superficie, rompió cualquier unión de este reino con los demás y transformó a sus habitantes en tierra al sentirse invadido por desconocidos.
— Eso explicaría un poco los terremotos y la subida de mares. — Ella volvió a mirar hacia abajo y se quedó pensando. — Pero, si lo viste, ¿Porque no te convirtió a ti? Y la quimera estaba aquí también ¿Por qué no se hizo de arcilla? — El joven negó en desconocimiento, pero de todas maneras intentó buscar las palabras para contestar todo de alguna manera coherente.
— La verdad, Groudon solo pasó de mí, quizá él como el reflejo, solo me ve como tierra. Y la quimera… — Observó al nombrado un momento, parecía tomar un baño de sol a mitad de torre con todo el gusto.
— Es muy probable que lo haya herido al sentirlo como un rival, y por eso lo encontramos en esas condiciones.
— ¿Sabes mucho no? — Él se encogió de hombros.
— Te digo, tuve mucho tiempo para leer y entre eso estaba el comportamiento no solo humano, sino de todo ser vivo en este mundo, eso incluye las divinidades. Aunque tampoco me preguntes cómo es que estas cosas se saben cuando es raro si quiera su aparición. Este reino simplemente es un poco extraño, su gente es rara.
— “La llanura de las rosas es un lugar hermoso sin duda, pero no podemos ir por ahora” Recitó May fuera de contexto para el chico.
— ¿A qué viene eso?
— Como te dije la desaparición de este lugar fue muy sonado por todas partes, nuestro reino fue el primero en saberlo somos lugares cercanos a parte de los del norte, por eso fue tan grande la noticia de que un reino entero desapareciera, y más uno tan importante para Hoenn…
— ¿A qué viene eso?
— Este lugar, es parte de nuestro reino Drew. — Se explicó, sin darse cuenta de lo que había dicho. — Hace muchos años, en la época de mis tatarabuelos, hubo una guerra contra el reino al que se le atribuye el nombre de Sinnoh, habíamos empezado a perder territorio, hasta que unos soldados encontraron una extraña civilización en nuestras costas del noroeste. No solo porque no era arena sobre lo que vivían, sino que sus tradiciones y riquezas llamaron la atención de quienes los encontraron. Fueron forzados a ir ante el rey, quien en lugar de despojarlos de sus cosas pidió su ayuda a cambio de una civilización parecida a la nuestra, El jefe aceptó este acuerdo, pues a futuro sabía que una buena educación era mejor para su pueblo, y nunca se supo como, pero ayudaron a recuperar las tierras y a hacer retroceder al reino enemigo, empero ellos mismos, no eran un grupo tan grande como las caballerías pero tenían un enorme poder. Cuando el rey les preguntó curioso y con júbilo su método, el jefe no contestó, y cuando le dijo que quería venganza, el jefe se negó diciendo: “Ayudar al prójimo es darle estabilidad, acunarlo en oro es una maldición.” El rey se molestó mucho, y quiso deshacerse de esta gente por la desobediencia, pero nadie pudo mover un músculo contra quienes los habían salvado. Así el hombre se fue con su gente quienes sin necesidad de una retribución por parte del reino además de libros, no solo levantaron una nueva civilización, sino que construyeron un reino pequeño, pero basto de recursos. Eso es la llanura de las rosas. — Ella sonrió con nostalgia en aquella conclusión. — No recuerdo completamente los detalles, pero esa es una historia que él me contó. Recuerdo que cuando me lo dijo, quedé tan molesta e impactada que no hablé con él durante medio día y luego se disculpó diciendo: “No puedo cambiar los hechos, pero creo que podríamos llevarnos bien” Claro que yo acepté porque no me gustaba estar molesta con él y además, solo tenía diez años para comprender que mi tatarabuelo no era la mejor persona del mundo a pesar de nisiquiera haberlo conocido, después de todo, las buenas migas comenzaron con mi abuelo o es lo que recuerdo me dijo mi instructor tiempo después.
— Pero a final de cuentas es una leyenda, no todo tiene que ser real.
— Como lo que tu me has contado, no todo tiene que ser real, pero si se cuenta a través de los años es que cargan una verdad en ellas, no tiene que ser todo, pero sí una parte, aunque solo sea una pequeña.
— Entonces… ¿Me crees?
— Te creo. — Asintió serena, él se sorprendió al ser la primera persona que dio confianza a su palabra. — Si hubieses comenzado con eso cuando nos conocimos, créeme que no habría hecho tanto revuelo cuando me pediste la piedra tan bárbaramente..
— Creo que lo habrías hecho igual.
— ¡Oye! — Lo miró mal y luego comenzó a reír.
— ¿Qué pasa?
— Es que… solo por una piedra… Estoy en un reino perdido… Sin saber qué hacer ni dónde ir…— Volvió a mirar abajo, el castillo era enorme, casi podría decirse que era una caída al vacío. — ¡Solo por una maldita piedra! ¡Por huir de un compromiso!— Apretó los puños con fuerza y apretó los dientes lo más que pudo, Rosaria notó esto y supo que debía de estar preparado para quizá algún golpe, pero en su lugar solo fueron más palabras quebradas. — ¿Sabes lo único bueno que he podido sacar de esto? — Él esperó hasta que ella levantó el rostro ante la fuerte brisa que corrió en ese momento, lo que la ayudó a tomar coraje para observarlo de frente con sus ojos cristalinos. — Te pude volver a ver, Drew de la Rosa, heredero al trono de la llanura de las rosas, y gran amante de la rosas.
Caminaba nerviosa de esquina a esquina de lo que aún quedaba de suelo en esa habitación, el chico solo la miraba de a ratos para entretenerse en algo puesto que ambos ya habían terminado toda la comida que les tocaba, había recogido y guardado todo, por consiguiente, no tenía nada mejor que hacer a parte de: o mirar al gato para comprobar su estado, o mirarla a ella para estar alerta. Llegó un punto en el que se preguntó a sí mismo si realmente habría sido buena idea confesarle aquel hecho, o más importante aún, darle a conocer su poca habilidad.
— Caminar así no te llevará a ningún lugar. — Él estaba demasiado tranquilo en contraste con los hábitos nerviosos de la joven que a cada segundo parecía más nerviosa.
— Pues es lo único que está evitando que te lance al vacío. — Se detuvo un momento a encararlo y demostrar en su expresión lo realmente enojada que estaba. Si antes se había enojado por comentarios del chico, nunca se lo tomó muy en serio, eran solo eso, palabras de un desconocido, pero ahora, era su vida entera lo que estaba en riesgo.
— Tranquila; no somos bárbaros, no hay necesidad de ello. — Movió los brazos en un gesto, pidiendo calma. Ahí May recién notó que se había vuelto a colocar los guantes, y es que en todo el rato que entró en paranoia, lo último que quería ver era a ese chico irresponsable.
— ¿Ah no? — Se cruzó de brazos, esperaba por algo mientras su pie movía en desesperación, empezaba a sentir preocupación que de a poco se iba demostrando cómo ansiedad en sus movimientos, a pesar de hacer esto de manera inconsciente.
Rosa entendió que no estaba bromeando, y sí era empático, entendía su reaccionar, pero estaba demasiado alterada para su gusto, después de todo no era la gran cosa según él, alguien que literalmente no conocía más que esa manera de vida sin importar el tiempo en el que se encontrase, las cosas se mantenían siempre igual mientras nadie las tocase, cómo ya había dicho antes, por tanto, el cambio no era ni de cerca algo abrupto
.
— Primero cálmate, quizá pueda encontrarte un regreso entre los libros, pero… — Hizo una pausa y escrutó su reaccionar ante ello.
— ¿Pero? — Su ánimo no parecía cambiar, pero por lo menos parecía abierta a la negociación mucho más que antes.
— Te costará la piedra. — Concluyó con cierto temor por el sonoro gruñido de molestia que salió de ella, seguido de un bufido que lo tranquilizó.
— Si lo logras, solo si lo logras… — Advirtió May. — Será tuya sin truco. Pero solo si lo logras.
— Entonces es un trato. — Ella se acercó y estiró la mano, él solo la quedó mirando. May le hizo muecas con la cara que él no comprendió, por lo que tuvo que acuclillarse, tomar la mano de él y estrecharla con la suya para cerrar aquel compromiso.
— ¿Y esto de qué sirve? — Confundido siguió el movimiento de las manos con los ojos.
— Es magia. — Respondió ella de manera puntual. Él levantó una ceja con incredulidad malhumorada. — En serio, si rompo el trato que me caiga un rayo. — Le soltó la mano para levantar ambas mostrando las palmas en la necesidad de mostrar su sinceridad y compromiso.
— Eres demasiado extremista.
— Tú tienes tu manera de hacer las cosas y yo las mías. — Señaló a cada uno a tiempo de que hablaba. Él siguió observándola como si tuviese en frente suyo a una charlatán por lo que ella carraspeó un poco tratando de mantener la seriedad. — La cosa es… La piedra es tuya siempre y cuando yo vuelva a mi reino, a mi tiempo, e ilesa ¿Aceptas o no?
— Está bien, si no lo cumples, que te caiga un rayo. — Ella asintió, y se volvió a sentar a un lado sintiendo un poco más de tranquilidad que antes, al menos ya tenía la palabra del chico de que lo intentaría.
Se quedó mirando unos minutos al gato respirar hasta que se dió cuenta que no servía para eso, mucho sufrimiento para su cerebro de niña pequeña. Por lo que, en su intención de distracción dijo regresando a ver al joven:
— Ahora por qué no ir a por esos Li… — Se interrumpió a sí misma al notar cómo se estaba acomodando contra una pared, con una tela similar a la que le había dado a ella sobre su cuerpo y un libro poco quemado soportando su cabeza. — ¿Te vas a dormir? — El sentimiento de ofensa salió a flote, él no le tomó importancia.
— ¿No se nota? — Se movió un poco buscando comodidad en el frío suelo. — Ya es muy tarde y mañana será un día muy largo.
— ¿Me vas a dejar sola despierta? — Tragó saliva dejando ver su verdadero temor.
— Bueno, está el gato y yo, solo que estaremos dormidos. — Le dio a razonar. — Tú también duerme un poco, es bueno para la salud y el crecimiento.
— No tengo sueño, mucho menos después de toda lo mal que la he pasado hoy. — Se explicó intentando apelar a su lado caritativo, pero no funcionó.
— Siempre se puede dormir, aunque quieras o no, es una necesidad básica. — Dijo aquello desinteresado seguido de un gran bostezo antes de cerrar los ojos y empezar a respirar con más lentitud.
Ella no supo cómo reaccionar y solo se abrazó las piernas; decidió intentar pensar en cualquier cosa lejos de ese lugar, al final, la verdad era que no podía culpar al joven por estar cansado, no solo la había llevado ahí, sino que consiguió agua para el gato y comida para todos, hasta un futuro festín para el animal, y quién sabe hasta dónde tuvo que ir por aquella cosa apestosa. Pero así como él estaba agotado, ella no tenía nada de sueño ya, la preocupación la dejó en vela del animal toda la noche, hasta que en un punto de la madrugada sus ojos cerraron y su consciencia se perdió en un sueño que rememoraba el pasado, dónde ella recordó el día en que fue a jugar al escondite con sus amigos al jardín posterior del castillo.
Habían dejado contando a Brock Pewter, un joven de tez morena, ojos pequeños, y cabello castaño de puntas pronunciadas; aprendiz de viajes de uno de los veterinarios más reconocidos alrededor de los reinos conocidos, el Doctor Oak; había sido liberado de sus responsabilidades ese día, por lo que aprovechó para jugar con los más jóvenes del palacio, puesto que acostumbraba a ello con su docena de hermanos menores. Él había llegado junto a un niño llamado Ash Ketchum, con tez bronceada y cabello azabache, era un año mayor a May pero lograba fácilmente entrometerse en más problemas que ella misma, se suponía que estaba aprendiendo junto a Brock, mas, al final del día no parecía ser lo suyo. Tanto Ash, como May, Drew y Max corrieron a esconderse en donde mejor vieron cuando el mayor aún contaba.
Ash se escondió en el lugar más extraño que encontró: Una montaña de hojas recién recogidas. Max, decidió ser estratégico y mantenerse cerca, detrás de un árbol muy antiguo. El segundo hijo de los de la Rosa, se había quedado en los rosales recién podados con forma de valla baja, se encontraba a un costado del jardín, cerca de los muros que separaban el palacio del exterior. May, que por buscar un lugar seguro para ella puesto que andaba en vestido, lo encontró demasiado rápido y le advirtió claramente que así mismo lo haría Brock si no se movía de ahí, él le contestó que no sería así, la jaló para que se sentara junto a él y con una mímica, siseó divertido haciéndole notar que Brock ya casi terminaba de contar. Ella se tapó la boca en nervios y sintió que dejaba de respirar puesto que su espíritu competitivo quería ganar; no solo porque le gustaba ganar, sino que además, cómo cualquier persona, no le gustaba buscar. Y mientras ella no trataba de llamar la atención, por alguna razón su compañero de escondite se dedicó a criticar el mal estado de los rosales a susurros, que esperaba solo ella pudiera escuchar, de todas maneras, los nervios la carcomía cada que escuchaba hablar cerca de ellos al moreno.
Aun así, Brock encontró a Max de primero sin mucho esfuerzo, y hasta le dió recomendaciones de cómo esconderse para la próxima vez, secundó Ash, puesto que no dejaba de moverse entre las hojas y al final terminaron regadas nuevamente al salir torpemente, pero después la sorpresa del aprendiz mayor fue ver al joven príncipe tocando la pared que había abandonado no mucho tiempo atrás, junto a una May a la que se le había roto parte del halda del vestido cuando se le enredó en unas espinas.
May había logrado su objetivo: ganar, pero al costo de la humillación; su madre la regañó esa tarde con el miedo de que les habría podido pasar algo peor por escoger lugares tan peligrosos para esconderse, la mandó a cambiar y finalmente, puso a los cinco jóvenes a recoger nuevamente las hojas regadas como castigo.
Aquel días, según May, era su recuerdo más tonto, pero al mismo tiempo, más divertido por todas las sensaciones que vivió de un momento a otro en un solo día y en menos de una hora. El haber rememorado aquello entre el profundo sueño en que había caído, era consciente de lo mucho que deseaba regresar a su temprana edad donde un compromiso era el menor de sus problemas, y solo existían el jugar con sus amigos y los regaños de su mamá.
Un sonido que nunca antes había escuchado en su vida la hizo abrir los ojos con pereza pero alcanzó a notar cómo una enorme sombra rasgueaba una pata de pesadas garras en contra del saco apestoso que el peliverde había llevado la noche anterior para el gato, no le tomó importancia en su somnolencia, así que con cuidado se sentó ayudada por sus brazos y se limpió el pequeño hilo de baba que tenía gracias a la mala postura que tuvo para dormir esa noche. Luego miró a su alrededor sin poder abrir los ojos completamente ante la fuerte luz mañanera, pero sentía que había algo extraño, algo faltaba y algo estaba de más, pero dejando eso a su paranoia volvió a cerrar los ojos y a disfrutar de la fría alfombra a pies del escritorio que había encontrado la noche anterior de pura suerte al mover unos escombros
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Más tarde el sonido se volvió más insistente, y volvió a abrir los ojos con pésimo ánimo, gateó hasta el saco como un perro viejo y lo abrió dando completo acceso a su contenido, mismo que dejó su pestilencia en la nariz de May regresandole la conciencia, y sacándola del mundo de los sueños. Descubrió que el contenido eran pescados que no habían hecho más que apestar peor que la noche anterior, a pesar del envoltorio que los cubrían, pero que la criatura no pareció tomar en cuenta cuando metió el hocico en la abertura, apartandola y comenzando a comer a bocanadas grandes y rápidas. Momento que aprovechó para volver a gatear pero esta vez más rápido y hasta lastimando sus rodillas hasta llegar al joven que tenía la cara de Drew., lo tomó de los hombros y lo comenzó a zarandear con fuerza mientras lo llamaba en susurros estresados, intentando no armar un alboroto, pero casi fallando ante el miedo.
— ¿Qué pasa? — Él a penas abrió un ojo, ella le señaló a la bestia cuadrúpeda con enormes alas de pájaro, pelaje blanco perlado, garras largas y afiladas en tono de cielo nocturno, mismo que compartía en su cara de zorro y cola larga que recordaban a la hoja de una cimitarra. Y aun siendo todo eso muy nuevo, lo que más impactaba era su mirada rojiza junto a un largo cuerno en forma de media luna y el elegante mechón que caía al lado contrario. — Ah… Es una Quimera… — Dijo medio dormido, y se sentó restregando sus ojos.
— ¡Eso lo sé! ¡¿Qué hace aquí una criatura divina?! — Dio un grito susurrado llevándose las manos a la cabeza queriendo creer que solo estaba alucinando y que el chico solo estaba demente.
— Tú sabes… Aparecen cuando va a ocurrir un desastre… — Cayendo en cuenta de lo que decía, miró a May, y luego a la Quimera, y repitió la acción dos veces más para abrir la boca en sorpresa. — ¡¿Qué hace aquí una Quimera?! — La tomó de los hombros queriendo que ella le contestaste algo lógico, pero solo había conseguido una mirada de completa negación. — Esto no tiene sentido, la quimera nunca apareció en ese tiempo.
— Otra cosa… — Señaló al puesto donde se supone debía estar el gato, y a parte de la sangre en el suelo, parecía que se había esfumado. — ¿Y si se lo comió? — Tragó saliva fuerte, Rosa no pudo decirle que no era posible, porque no conocía en totalidad la dieta de estas criaturas, ni él, ni nadie, lo que abría un gran abanico de probabilidades sobre sus preferencias alimenticias. Mas, lo que ninguno estaba notando era que aquella bestia estaba más concentrado comiéndose los peces que prestando atención a los feos seres de dos patas.
— El olor a sangre pudo haberlo atraído. — Se quedó pensativo. — Pero no tengo ningún recuerdo de que fueran carroñeros. — Posicionándose como May, le hizo señas de que lo siguiese y ambos fueron detrás de una gran tabla, la que resemblaba sin problemas a una mitad de mesa, y la tomaron como escudo y puesto de vigilancia de muy mala calidad.
— ¿No es mejor idea salir de aquí? — Preguntó susurrando mientras acomodaba la espalda a la plana y fina madera, y le hizo un planto con la mano sin dejar de fisgonear sobre la tabla a la criatura como el evento sin precedentes que era.
— ¿Y perderme de ver una Quimera por primera vez desde que tengo conciencia? ¡No! — Concluyó. Ella resopló, comenzando a sentir el estrés de quedarse junto a ese hombre, porque de ahí no se imaginaba saliendo viva, o como mínimo, no completa. — ¿Tu ya has visto muchas antes?
— Por supuesto.
— ¿Dónde? — Se interesó tanto en ello que se sentó como ella, y la miró expectante.
— Libros ilustrados. — Le tembló la voz al notarlo tan ilusionado.
— Ahora entiendo por qué vetaron a los humanos de la magia. — Dijo decepcionado pero en tono comprensivo. Ella refunfuñó y se guardó cualquier resentimiento, pues había sido la primera en decir una tontería.
— Pero a parte siento que si la vi antes. — Volvió a captar la atención de él. — La primera vez que abrí la puerta vi una enorme sombra de proporciones parecidas. No te dije nada porque pensé que habría sido mi imaginación ante el susto de la otra cosa.
— Muy inteligente; ocultemosle las cosas al que por lo menos sabe como funciona este lugar. Muy lista. — Recalcó sarcásticamente. Ella hizo una mueca disconforme.
— En cualquier caso, el problema aquí es que no sabemos qué hace aquí ni de que es capaz ¿Y si es la culpable de lo que ocurrió con el gato?
— ¿No se lo habría comido desde el principio? — Ella enmudeció un momento pensándolo bien y luego volvió a hablar.
— ¿Y si es la otra criatura que vi?
— ¿No dijiste que lo que viste era algo gigante, más grande que esta habitación?
— Sí, pero quién sabe si pudo reducir su tamaño. — Se encogió de hombros. — Y de paso nos está haciendo alucinar, y lo que vemos no es real sino una proyección… — Él la miró incrédulo de lo que escuchaba y añadió:
— No sé, y lo dudo mucho. Algo me dice que si ese fuese el caso lo más probable es que ahora fuéramos estatuas de arcilla.
— ¿Crees que lo que vi fue el causante de todo lo que he visto en el reino?
— Lo más seguro. En este tiempo, hasta me atrevería a decir que sigue rondando cerca de todo porque apenas ha pasado uno o dos días de ello.
— ¿Y si este es el momento en que pierdes la memoria? O peor aún ¿Y si yo me convierto en arcilla?
— Bueno, yo seguiría existiendo en un ciclo infinito. Tú, no tanto. — Respondió tratando de amortiguar esa dura realidad. Ella se abrazó a sí misma y lo observó con claro terror, se notaba que la idea no le agradaba en lo más mínimo. — No te pongas así, no es en serio… — Le dijo tratando de calmarla, ella no estaba nada convencida. — Si realmente ese fuese el caso yo hubiese despertado en esta habitación y con tu estatua a un costado mío, es verdad que tengo perdida de memoria pero definitivamente no es de este momento. — Ella suspiró con cierto alivio aunque la duda continuó en su mente. Él se volvió a asomar cuidadosamente para seguir observando a la criatura divina, pero ésta había desaparecido. — ¿Dónde está? — La mano de May en su hombro lo hizo voltear en su dirección y luego la otra mano de la joven lo hizo observar en dirección donde, con miedo, ella miraba: A unos centímetros de ambos la quimera había inclinado su cabeza y comenzado a olisquear a cada uno, ninguno tuvo ni la intención ni la valentía de moverse más allás de pegar sus espaldas a la tabla que tambaleó ante la fuerza.
“Si un animal salvaje se te acerca, quédate quieto o hazte el muerto, es lo mejor que puedes hacer para salir bien librado, o bien muerto.” Era la regla general en los libros de cazadores y enseñanzas de los padres que conocían los peligros del exterior.
— ¿Crees que nos comerá? — Susurró May tan bajo que Drew tuvo que leerle los labios para comprender la frase, cosa que May tuvo que imitar cuando él respondió con la Quimera olisqueando su cara.
— Intenta no pensar en eso. — Había usado el mismo tono, él se notaba más tranquilo en su semblante pero acarreaba muy dentro la misma duda y temor que ella.
La sorpresa llegó a ambos, luego de tortuosos segundos de fuertes olisquear con aliento a pescado crudo, la extraña criatura se acostó junto a ellos y dejó la cabeza en medio de ambos, mientras los miraba como esperando por algo.
Rosa entonces pudo tomarse el tiempo de escrutar el lomo del animal con la mirada, donde rasgada descansaba la tela que había utilizado en el gato el día anterior.
— Es el gato… — Dijo tan bajo que nadie podría haberlo escuchado, no cabía en esa realidad.
— Disculpa ¿Qué? — Preguntó May intercambiando su atención entre él y la quimera.
— Bueno, al parecer… es el gato. — Pareció más convencido
— ¿El qué? — Él se encogió de hombros y ella con sospecha indagó.
— No cargas entre tus cositas esas, algo raro ¿No? — Olvidando todo su miedo anterior desestimó aquella declaración.
— ¿A qué te refieres con raro?
— Ya sabes eso que usan los adultos cuando quieren ser proclamados locos y bueno tú sabes… — Con su pulgar levantado llevó su mano de un lado hasta el otro del cuello junto a una expresión fatal que dejaron al chico boquiabierto de tal ocurrencia.
— ¡No! — Se espantó, pero pronto se calmó. — Es en serio. Es el gato. — Con cuidado y casi pidiendo permiso abrió entre el pelaje del lomo donde recordaba que había hecho la curación descubriendo para extrañeza de ambos una gran cicatriz que apenas había comenzado a secar.
— ¡Por Arceus! ¡Es el gato! — Ambos se miraron incrédulos y recapacitaron. El antiguo “gato” ajeno a lo que decían, cobijó su cabeza contra el guante del joven, quien sin pensarlo accedió a la petición de mimos; aunque inseguro bastante extasiado de aquella experiencia. — Parece que está agradecido. — Ella sonrió feliz de lo que veía, especialmente porque sabía que eso era lo mismo que librarse de ser alimento de quimeras.
— En realidad así es como trata a su comida. — Sonrió ampliamente como un niño cuando juega con su mascota, y aunque May quiso responder a aquello dándole a entender que no era una buena broma, se contrajo a sí misma, pues por mucho que lo mirase e intentara negarlo, él era, definitivamente, el mismo niño al que había conocido ocho años atrás. Si bien poseía unos rasgos más de adolescentes que de niño, aquella sonrisa era algo que se mantenía íntegra y embelesante, siendo el detonante que por primera vez en su vida había hecho dar un brinco de alivio a su corazón.
Pronto el estómago de May volvió a quejarse por la falta de alimento rompiendo completamente el ambiente que se había formado; Rosa sin decir nada se levantó y fue a buscar en el saco que aún permanecía intacto, de donde sacó dos raciones más de comida. El otro saco ya había sido completamente destruido gracias a los fuertes y filosos garras y colmillos de la quimera.
Después del rápido pero exquisito desayuno, decidieron salir de esa habitación con la quimera detrás de ellos. Podían entender ese comportamiento, puesto que, en ese reino vacío de movimiento, ellos eran sin duda la única opción que tenía para no sentirse sola; pero pensaron que eso acabaría una vez notase el amplio lugar que poseía para explorar, razón por la que decidieron ir hasta la terraza de la torre de homenaje del castillo, para que la quimera sintiese su propia libertad y con la intención de ellos poder respirar aire fresco. Pero a diferencia de lo que creyeron, no ocurrió, aún cuando poseía aquellas grandes y majestuosas alas, ni siquiera se dio al intento de huir.
— Parece que ya se quedará aquí. — Le dijo May quien corriendo a pasos cortos fue hasta las almenas para familiarizarse con el paisaje, y pudo notar lo bien pensada que fue la distribución de aquel lugar, la plaza aunque un poco lejos por las casas altas de los nobles, daba una amplia bienvenida a cualquier status social a visitar sus fuentes, teniendo tres en total una en el medio siendo la más grande que además poseía un tallado de rosas abiertas en su cavidad principal; en cambio las otras dos se repartían en pequeños patios aledaños donde su principal atractivo eran las plantaciones en la base de las fuentes y en los costados de las banquetas de piedra caliza. Era una lástima no poder disfrutar del color de las flores en las macetas del estanque, haciendo peor el silencio que se vivía ahí, uno incomprensiblemente imperturbable. O eso creyó hasta que notó algo que llamó su atención: había agua tan arriba como para inundar la plaza hasta la mitad de la altura de los bancos no solo su color era claro y puro, sino que llegaba a transportar sonidos de pequeñas oleadas, de las cuales aún tenía curiosidad de donde salían; desde que llegó era un sonido recurrente cada cierto tiempo, pero nunca encontró algo que le indicara el camino al océano del que provenían. Ese era otro detalle que el joven nunca le dijo: La existencia de inundaciones repentinas, y pudo saber que él lo sabía puesto que no pareció sorprendido o extrañado en ningún momento, cuando se acercó y se quedó mirando hacia abajo como ella, ni siquiera fue capaz de hacer un solo comentario.
— No estoy seguro, este no es lugar para una quimera…
— ¿Tú crees? Igual y si le pones nombre se te pasa esa sensación, — Dijo caminando hasta el lado adyacente al que se encontraba con paso tranquilo.
— ¿Nombre?
— Decir quimera todo el rato no es bonito tampoco, ¿O a ti te gustaría que te dijesen siempre: El rarito esto, El rarito lo otro? — Él solo se encogió de hombros ante ello. Ella frunció el ceño. — ¡No! Todos merecen un nombre por el cual ser llamados.
— Pero es prácticamente una bestia sagrada.
— Y ahora parece ser tu mascota. — Lo señaló a él y luego a la bestia que se había puesto a saltar en círculos al no tener nada mejor que hacer, — No sé, no es que parezca que te vaya a pegar por ello. — Se dirigió al otro costado y era seguida por un Rosa serio y pensativo.
— ¿Qué tal Absol?
— ¿Ab qué? ¿Tiene algún significado? — Inclinó un poco la cabeza hacia atrás para verlo, la curiosidad en sus ojos se notaba reflejada por el suave sol de la mañana.
— De absolución, después de todo prácticamente nos perdonó la vida. Con ese tamaño y esas garras era fácil que nos eliminara de un solo movimiento. — Explicó sin quitarle los ojos de encima, no se lo iba a decir, pero tuvo una sensación irreconocible al verla tan alegre corriendo de un lado a otro como una pequeña y curiosa niña, sentía que lo había visto antes.
— Para eso, ¿Por qué no: Perdi? De perdón
— Suena horrible. — Contestó sin contemplaciones, y de alguna manera al voltear a la bestia parecía tener el mismo disgusto ante la idea al igual de Roseria. Por lo que May no indagó más en ello y pasó al último lado que le faltaba de la torre, para volver rápidamente al punto de partida y repetir el ciclo de antes. — ¿Qué estás haciendo?
— Discúlpame si me equivoco…
— Disculpada.— Ni siquiera lo pensó.
— Ni siquiera… Olvídalo… — Le quitó relevancia y prosiguió. — No sé si es mi imaginación, o dormí mal, o habré inhalado alguna de tus hierbas raras, pero… ¿Estamos rodeados de costa?
— No te disculpo. — Dijo acercándose a ella y quedándose en la almena de al lado. Ella solo se quedó callada con cara de fiasco, él sabía que esa no era la respuesta que ella quería. — Primero porque no tengo hierbas raras y segundo porque es verdad. Este Reino es prácticamente una isla. — Notó que la chica esperaba más explicaciones por lo que no tuvo más remedio que relatar lo que sabía. — Sí me preguntas dónde estamos exactamente en un mapa, no lo sabría explicar, pero sé que en el tiempo que estuve aquí este Reino se movía en círculos.
— ¿Entonces cuando te dije: “llévame a otro reino” tu mejor idea fue venir a uno abandonado por la mano de absolutamente todo?
— Bueno, viendo que era de noche era el más seguro para una niña que no sabe lo que quiere. — Ella se cruzó de brazos con disgusto, él inspiró lo más profundo que le dieron los pulmones y se llevó una mano a la frente para enfocarse en su respuesta. — Escucha, cuando me dijiste eso, este era prácticamente el único lugar al que te podía traer, esa magia de transporte solo funciona si la persona ya conoce el lugar de antemano, y este era el único que conocía de manera clara y precisa.
— Arceus, eres un fiasco de mago… — Se dio a sí misma una palmada en la frente, se sentía demasiado tonta por confiar en él.
— Oye… En primer lugar, no soy un mago, y en segundo, tú pediste esto, yo solo te hice caso por mi desesperación.
— ¡Y eso es muy poco coherente! — Se exaltó, pero mantuvo la calma sabiendo que no sacaba nada volviendo a discutir con él.
— ¿Lo que pediste fue coherente?
— No, porque no quería algo que fueses capaz de hacer en el momento; ¿O es que acaso tuve que haber dicho que quería una sandía o algo así? — Confesó su frustración ya sin importarle nada. Y porque ya había cogido confianza con él como para sincerarse.
— De hecho… si pedías eso no podría haber hecho nada.
— ¿En serio? — Él asintió
— No es época de sandías. — Se encogió de hombros. May sentía como todo su cuerpo comenzaba a flojear en desgana y arrepentimiento.
— ¡¿Por qué no pedí una sandía?!
— Bueno, tratabas de huir. — Intentó consolarla, fallando miserablemente, ella contestó de manera ruda.
— Cállate, sí, estaba un poquito desesperada, sí, puede ser ¿Y? — Se escuchó un chasquido de ella, estaba entrando en un estado de simple resignación en ese momento.
— No, si ya me había dado cuenta. — Le dijo sin poder evitar la risa. Ella rodó los ojos.
— ¿Qué es tan gracioso?
— Bueno, me pongo a pensar en lo tonta que te sientes ahora ¿Sabes? — Explicó, y notó que no mejoró la reacción de la chica, a la que su cara se encendió de pena, e intentó arreglarlo. — A veces los deseos más simples y reales son más complicados de cumplir que algo a lo que vemos cómo: "Imposible".
— ¿Quién te lo garantiza?
— Yo. — Dijo, May solo exhaló con fuerza torina y regresó su mirada al horizonte lleno de agua.
— ¿Sabes que me molesta? — Él solo hizo un sonido para que conociese que la estaba escuchando. — Que lo que dices es verdad… — Suspiró decepcionada, y él se notó interesado en lo próximo que contó: — Cuando tenía diez, conocí a un muchacho llamado Ash Ketchum, fue al reino porque su maestro un importante doctor veterinario estaba haciendo un estudio de el comportamiento animal a lo largo del mundo, o al menos de los reinos que conocía, cosas raras de doctores. — Se desinteresó rápidamente de ahondar más en ello. — Ash debía de aprender de él, pero no sentía que eso fuese para él, decía que si no fuese una obligación de sus padres, nunca lo habría hecho y que ese no era el lugar al que pertenecía. Y así me siento yo en mi familia. — Bajó la mirada triste, ya solo podía prestar atención al precipicio que había de ahí al suelo. Y suspiró fuerte, un suspiro lleno de pesar e impotencia. — Aunque pertenezca a la familia real, no es como que vaya a hacer o pensase hacer algo por la misma, o por el reino. Como soy mujer, excepto por mi madre, mis trabajos en esto realmente no son tan relevantes como los de mi padre y mi hermano, y hasta diría que el puesto de mi madre es más complicado aún, creo que hace más cosas que papá. Pero en mi caso es diferente, solo soy alguien con el apellido que posa junto a personas importantes para el retrato, hasta me atrevería a decir que soy un tipo de oveja negra, pero nada de eso me molesta, las responsabilidades de un reino no son algo a lo que quiero que me lancen en contra de mi voluntad. Solo quisiera poder estar tranquila y hacer lo que me gusta como pueda… — Volvió a suspirar. — Pero al final… No es tan fácil, y aunque suene sencillo solo decir no, cuando imagino a mis padres decepcionados y al reino devastando de a poco por mi capricho… no puedo hacerlo.
— ¿Vas a aceptar el compromiso?
— Si puedo regresar, sí. — Levantó la cabeza con pesadez y lo miró con desgano. Aunque fuese Drew, no podía pedirle ayuda. — La vida era más sencilla cuando tenía diez y mi único problema era que me dolía todo después de cabalgar.
— ¿Quieres saber por qué necesito la piedra? — Cuestionó sin voltear a verla, parecía perdido en el paisaje que poco a poco subía su nivel de agua en sonidos suaves y lentos. Ella quedó inquisitiva, no entendía por qué hasta ese momento él estaba dando el primer paso a contarle aquello, siendo que ella antes insistió tanto.
— ¿La verdad?
— La verdad.
— Adelante. — Pidió, él obedeció sin dar más vueltas al asunto.
— Necesito la piedra para invocar a Rayquaza.
— ¿Rayquaza…? — Ella abrió los ojos grandes incrédula, él asintió. — Espera… ¿De dónde sacas que la piedra es capaz de hacer eso?
— Porque lo leí.
— Eso no tiene sentido.
— Sí lo tiene, o al menos eso presiento, no tengo más opciones, y las pruebas me corroboran que es verdad.
— Bien, digamos qué lo invocas ¿Para qué? Una divinidad de ese calibre no va a salir por una tontería. O eso creo.
— Porque él es capaz de regresar este reino a la normalidad, y es el único capaz de regresar a Groudon a su encierro.
— Espera… Me estás diciendo que ….
— Estoy seguro que es la criatura que viste antes. — Le recordó, ella sintió sus piernas flaquear mientras trataba de disimularlo con una sonrisa nerviosa. — Ha salido de su encierro, y está buscando venganza contra Kyogre. — Ella quedó muda, él solo la quedó mirando esperando por una reacción que apenas salió con un monosílabo de entendimiento, mismo que él tradujo a: no te quiero creer.
— Ya… ¿Para qué la piedra entonces? — Él se quedó pensando y luego continuó.
— Esto sonará extraño pero… es parte de todo. Si no te importa escuchar, te voy a contar un poco. — Ella asintió un poco pasmada. — Como sabes, no recuerdo nada, solo tengo costumbres arraigadas, como comer, dormir, al parecer leer y también el cuidado de plantas.
— ¿Cuidabas plantas?
— Eso supongo, tengo conocimiento de algunas y sus correctos cuidados, simplemente porque sí, mas no porque recuerde que lo haya hecho. Fuera de eso sí tuve interacciones con cualquier ser vivo, no lo sé. El punto es que, recluido de todo, con los libros entendí que hay un mundo afuera y que esas extrañas estatuas de arcilla eran los humanos de los que los libros hablaban, y entendí que era realidad cuando me encontré con Groudon.
— Espera… ¿Lo viste? — Ella levantó las cejas inquiriendo que definitivamente se había metido algo malo o estaba loco. Él inspiró toda la paciencia que pudo.
— Por esto no te quería decir nada. Al final es demasiado "fantasioso" según todos.
— No es eso, viendo este reino ya he tenido mucha fantasía para procesar, es solo que, estamos hablando de Groudon, la misma criatura divina que prácticamente nunca sale a la superficie. No es que no te crea pero sigue siendo algo difícil de procesar, después de todo aunque tenemos imágenes de las criaturas divinas, realmente nunca en ningún reino han visto ninguna, o del que por lo menos yo sepa.
— Por eso mismo no me creyeron.
— ¿Quienes?
— Yo te conté que antes, salí de este sitio, usando el mismo método con el que te traje aquí, antes de todo creé una máscara con la piel de un libro y me puse ropa parecida a lo que había visto en ilustraciones porque creía que me verían como yo me reflejo. — Miró a May quien parecía regresarle esta mirada con pena. Él continuó. — Terminé en un reino llamado Johto; cuando llegué y los guardias me vieron aparecer de la nada, irónicamente y contrario a lo que creía pasaría, se asustaron y me llevaron frente a sus líderes a la fuerza, yo les expliqué mis razones, y que existía este reino en medio del Océano, y que las personas habían sido maldecidas por Groudon, pero no me creyeron, y me mandaron a prisión y me condenaron como un loco más. Pude escapar antes de la hora del castigo, de la misma manera en la que llegué y terminé en otro reino, dónde la historia es casi la misma, ni siquiera me tomé la molestia de recordar el nombre de ese lugar, tampoco es que me hayan dado tiempo de entender en dónde estaba, después llegué a tu reino, Hoenn, por muy extraño que parezca es el que más me recordó al lugar de donde venía especialmente por la arquitectura. Por alguna razón ahí llegué a lo que era una biblioteca, bastante pequeña debo de decir, y extraña, de paso, su dueño no dijo nada en cuanto me vio, solo sonrió de una manera tétrica y continuó limpiando una extraña figura de acero, y mientras lo hizo me dijo: Puedes leer lo que sea mientras no lo saques de aquí. Tomé su palabra, estaba cansado de recibir el mismo trato a donde sea que fuere así que ahí no me acerqué a nadie a hablar del tema, así que busqué algo de leer que llamase mi atención, pero todos eran temas y tomos que ya había leído o de los cuales tenía un leve recuerdo, a excepción de uno. Era bastante llamativo con su pasta decolorada a tal punto de que era completamente gris y a penas se notaban las líneas negras de los trazos. Realmente si decía algo importante no lo sé, estaba escrito en una lengua que me era desconocida, en lo personal hasta diría que parecían más figuras trazadas a lo loco en lugar de un idioma. Pero las imágenes eran claramente la leyenda de Kyogre y Groudon, y su batalla por el dominio. No puedo decirte que entendí todo a la perfección, pero si una gran mayoría, y es que tanto Kyogre como Groudon son dos Divinidades muy territoriales, que han estado en pelea desde el principio de los tiempos, hasta la llegada de Rayquaza quien los expropió de sus descomunales poderes y encerró en las profundidades de sus propias creaciones, para esto utilizó cuatro joyas de su propia creación, un rubí tan oscuro como la sangre, una esmeralda tan clara como el rocío, un zafiro de las profundidades y un diamante translúcido capaz de reflectar los tres. El sello quedó en un lugar entre mar y tierra lugar al que se supone ningún ser vivo tendría acceso para romperlo, y si esto ocurría el desastre caería una vez más sobre estas tierras. Atrayendo catastrofe y dolor. La única manera es regresar las piedras a su lugar e invocar a Rayquaza.
— ¿Cómo estás tan seguro que justamente es la piedra que yo tengo?
— Cuando te vi, pensé dejarte sola en tu extraño embelesamiento, pero tenías esa piedra a completa vista, su color me llamó la atención, me dije: He visto esto antes. Así que me acerqué un poco. En la leyenda dice que estas piedras son especiales por la simple razón de que brillan al estar todas juntas a la luz de un astro. Pero sabes ¿Qué? Es mentira, no brillan. — Sacó de su bolsillo un pañuelo que desenvolvió mostrando un zafiro y un rubí, ella buscó en el bolsillo y sacó la esmeralda y un sonido parecido al de una caracola contra el oído comenzó a llenar su ambiente.. — Lo que hacen es emitir un suave sonido, de hecho este es diferente al que emitieron cuando lo descubrí. Diría que es indescriptible en ambos casos, pero quiero creer que es lo que escucha el mismo Rayquaza allá dónde esté. Empero, desconozco su veracidad. — Tanto él como May volvieron a guardar las piedras en el mismo lugar de donde las sacaron. — Como ves, se podría decir que encontrarte fue mucha suerte.
— ¿Suerte? No sé si para mí.
— Te has visto involucrada, es verdad. Lo siento. — Ella miró en otra dirección sin saber qué contestar, se había vuelto incómodo el ambiente por esa respuesta tan innecesaria que había dado. Y en lugar de volver a quejarse prefirió preguntar alguna cosa.
— ¿Cómo las tienes en tu poder?
— Las encontré en este castillo, en las diferentes habitaciones de la familia principal de este castillo. No sé por qué las tendrían ellos pero, al parecer alguien tuvo acceso al lugar que el mismo Rayquaza creyó seguro y despertó a estas Divinidades sin tener idea de lo que estaba haciendo, en mi teoría Groudon sin sus poderes iniciales tardó para llegar a la superficie, rompió cualquier unión de este reino con los demás y transformó a sus habitantes en tierra al sentirse invadido por desconocidos.
— Eso explicaría un poco los terremotos y la subida de mares. — Ella volvió a mirar hacia abajo y se quedó pensando. — Pero, si lo viste, ¿Porque no te convirtió a ti? Y la quimera estaba aquí también ¿Por qué no se hizo de arcilla? — El joven negó en desconocimiento, pero de todas maneras intentó buscar las palabras para contestar todo de alguna manera coherente.
— La verdad, Groudon solo pasó de mí, quizá él como el reflejo, solo me ve como tierra. Y la quimera… — Observó al nombrado un momento, parecía tomar un baño de sol a mitad de torre con todo el gusto.
— Es muy probable que lo haya herido al sentirlo como un rival, y por eso lo encontramos en esas condiciones.
— ¿Sabes mucho no? — Él se encogió de hombros.
— Te digo, tuve mucho tiempo para leer y entre eso estaba el comportamiento no solo humano, sino de todo ser vivo en este mundo, eso incluye las divinidades. Aunque tampoco me preguntes cómo es que estas cosas se saben cuando es raro si quiera su aparición. Este reino simplemente es un poco extraño, su gente es rara.
— “La llanura de las rosas es un lugar hermoso sin duda, pero no podemos ir por ahora” Recitó May fuera de contexto para el chico.
— ¿A qué viene eso?
— Como te dije la desaparición de este lugar fue muy sonado por todas partes, nuestro reino fue el primero en saberlo somos lugares cercanos a parte de los del norte, por eso fue tan grande la noticia de que un reino entero desapareciera, y más uno tan importante para Hoenn…
— ¿A qué viene eso?
— Este lugar, es parte de nuestro reino Drew. — Se explicó, sin darse cuenta de lo que había dicho. — Hace muchos años, en la época de mis tatarabuelos, hubo una guerra contra el reino al que se le atribuye el nombre de Sinnoh, habíamos empezado a perder territorio, hasta que unos soldados encontraron una extraña civilización en nuestras costas del noroeste. No solo porque no era arena sobre lo que vivían, sino que sus tradiciones y riquezas llamaron la atención de quienes los encontraron. Fueron forzados a ir ante el rey, quien en lugar de despojarlos de sus cosas pidió su ayuda a cambio de una civilización parecida a la nuestra, El jefe aceptó este acuerdo, pues a futuro sabía que una buena educación era mejor para su pueblo, y nunca se supo como, pero ayudaron a recuperar las tierras y a hacer retroceder al reino enemigo, empero ellos mismos, no eran un grupo tan grande como las caballerías pero tenían un enorme poder. Cuando el rey les preguntó curioso y con júbilo su método, el jefe no contestó, y cuando le dijo que quería venganza, el jefe se negó diciendo: “Ayudar al prójimo es darle estabilidad, acunarlo en oro es una maldición.” El rey se molestó mucho, y quiso deshacerse de esta gente por la desobediencia, pero nadie pudo mover un músculo contra quienes los habían salvado. Así el hombre se fue con su gente quienes sin necesidad de una retribución por parte del reino además de libros, no solo levantaron una nueva civilización, sino que construyeron un reino pequeño, pero basto de recursos. Eso es la llanura de las rosas. — Ella sonrió con nostalgia en aquella conclusión. — No recuerdo completamente los detalles, pero esa es una historia que él me contó. Recuerdo que cuando me lo dijo, quedé tan molesta e impactada que no hablé con él durante medio día y luego se disculpó diciendo: “No puedo cambiar los hechos, pero creo que podríamos llevarnos bien” Claro que yo acepté porque no me gustaba estar molesta con él y además, solo tenía diez años para comprender que mi tatarabuelo no era la mejor persona del mundo a pesar de nisiquiera haberlo conocido, después de todo, las buenas migas comenzaron con mi abuelo o es lo que recuerdo me dijo mi instructor tiempo después.
— Pero a final de cuentas es una leyenda, no todo tiene que ser real.
— Como lo que tu me has contado, no todo tiene que ser real, pero si se cuenta a través de los años es que cargan una verdad en ellas, no tiene que ser todo, pero sí una parte, aunque solo sea una pequeña.
— Entonces… ¿Me crees?
— Te creo. — Asintió serena, él se sorprendió al ser la primera persona que dio confianza a su palabra. — Si hubieses comenzado con eso cuando nos conocimos, créeme que no habría hecho tanto revuelo cuando me pediste la piedra tan bárbaramente..
— Creo que lo habrías hecho igual.
— ¡Oye! — Lo miró mal y luego comenzó a reír.
— ¿Qué pasa?
— Es que… solo por una piedra… Estoy en un reino perdido… Sin saber qué hacer ni dónde ir…— Volvió a mirar abajo, el castillo era enorme, casi podría decirse que era una caída al vacío. — ¡Solo por una maldita piedra! ¡Por huir de un compromiso!— Apretó los puños con fuerza y apretó los dientes lo más que pudo, Rosaria notó esto y supo que debía de estar preparado para quizá algún golpe, pero en su lugar solo fueron más palabras quebradas. — ¿Sabes lo único bueno que he podido sacar de esto? — Él esperó hasta que ella levantó el rostro ante la fuerte brisa que corrió en ese momento, lo que la ayudó a tomar coraje para observarlo de frente con sus ojos cristalinos. — Te pude volver a ver, Drew de la Rosa, heredero al trono de la llanura de las rosas, y gran amante de la rosas.
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Re: [Fan Fic] Una Simple Esmeralda
5. Capítulo cinco: W y W.
— Disculpa… ¿Tú crees que ese es mi nombre completo? — Ella negó.
— Estoy segura, eres ese mismo niño con el que solía jugar. — Él quedó mudo y con rostro complicado, no esperaba esa revelación. — De hecho cuando te presentaste lo hiciste con esas mismas palabras… — Volvió a hacer memoria. — En realidad fue más largo pero eran demasiados detalles que… sinceramente no recuerdo claramente. — Concluyó nerviosa. Él solo la miró en silencio intentando procesar eso, sin conseguir mucho más que su propio dolor de cabeza.
— Lo siento yo… En serio no recuerdo nada. — Ella volvió a negar y restregó su cara con las manos intentando componer su semblante, pudiendo recomponerse a medias al poder aguantar las lágrimas que habían amenazado con salir.
— Está bien, no tienes porqué recordarme, no es necesario, no es tu culpa tampoco. — Le alivió aquella carga y respiró profundo. — Pero déjame decirte algo, — Él prestó atención. — Deja de llevarte las manos al cinturón cuando dices algo inteligente, te hace ver presumido.
— ¿Hago eso? — Ella asintió.
— De hecho, aun acostumbras a hacer esto?. — Con dos dedos hizo la muestra de mover ligeramente el flequillo con un rostro serio de prepotencia. — Lo hacías cada que te sientes superior o cuando te acomodabas el cabello..
— A veces molesta la vista. — Aceptó reconociendo que alguna vez que otra tenía esa manía, aun estando solo
— No sabías cortar pan, y aún no sabes, y tienes muy malas maneras de demostrar tu educación. Además…
— Ya entendí. — La interrumpió con vergüenza, ella se tapó la carcajada que había intentado salir. — Al parecer las manías se conservan, pero eso no quita que ahora no tengo ningún tipo de conocimiento de esta persona de la que hablas.
— Y te dije que está bien. — Le sonrió, él confundido pero agradecido le regresó el gesto. — Ahora hay que buscar el lugar de las piedras ¿No? — Drew asintió.
— Pero hay un problema. — Ella solo lo cuestionó con la mirada, él prosiguió. — No tengo ninguna idea de dónde es.
— Ah… Entonces estamos varados en una isla abandonada.
— Sí.
— ¿Por qué pedí salir de mi casa? — Dijo más cansada que decepcionada, estaba molesta, ya no con él, sino consigo misma y sus tontas ideas.
— Salidas rápidas. — Se encogió de hombros..
— Pero de manera temporal. — Suspiró desolada.
— Está bien, encontraré la manera de enviarte a tu tiempo y casa. Lo prometo. — Le dijo tranquilo, ella solo lo miró preocupada, eso inquiría dejarlo solo en ese solitario lugar, en busca de algo que no era seguro de que existiese.
— No prometas cosas que no sabes si vas a cumplir. — Pidió. Él acuñó el entrecejo y con soberbia replicó..
— ¿Me crees incapaz?
— Prepárate para recibir el rayo. — Dijo con una enorme sonrisa divertida, intentando disfrazar su disconformidad.
— Prepárate para comerte tus palabras. — Con paso fuerte y de mala gana empezó a ir al interior del castillo, con un único objetivo: La biblioteca principal. May fue tras él con un paso más ligero y grácil mientras lo molestaba socarrona por la actitud reacia del chico a aceptar tal derrota. No que ella lo creyera humillante en ningún sentido; ella era alguien que no entendía la complejidad de lograr las cosas que él hacía, quien al contrario lo veía como un reto de algo que le había tomado mucho tiempo y esfuerzo aprender.
En la biblioteca, un lugar enorme con dos pisos de uso, mientras él sacaba y regresaba libros, ella había tomado lo primero que encontró en la zona de su preferencia, y en una esquina llena de almohadas claramente tiradas sin razón alguna se recostó como una silla de suelo con la quimera a sus pies, comenzó a leer lo que no era más que otra novela de fantasía tan corta que le habría llevado cuatro horas el terminarla, mismo momento en el que su estómago le recordó que entre sus necesidades básicas se encontraba específicamente la comida.
— Tengo hambre. — Gritó con el afán de que sea donde sea que estuviera Drew, la escuchara;, al notar que no tenía ninguna contestación a parte de la atención de Absol, supo que el chico no estaba cerca.
Se levantó y buscó por los enormes libreros una cabeza verde ¿Cuán difícil no podría ser? Y qué equivocada estaba al creer que sería la hazaña más sencilla que haría en todo el día; habían pasado diez minutos sin resultado alguno, aún después de observar desde el principio hasta el fondo de cada pasillo y entre cada librero, siguió sin hallarlo. Hasta que en el último pasillo gracias a una tenue luz cercana a unas cortinas moradas con estampados dorados de rosas, al fondo de todo, encontró: una enorme puerta negra iluminada por las lámparas más curiosas que alguna vez había visto a ambos costados de esta. No estaban calientes y tampoco requerían de fuego para brillar, algo que comprobó al tocarlas e inspeccionar su interior con cuidado, pero pronto las dejó de lado, la puerta era mucho más atrayente.
Se acercó por curiosidad, La puerta metálica estaba medio abierta, y la cerradura había sido forzada, por lo que con cuidado se asomó por la misma encontrando oscuridad y una extraña brisa de aire que traía consigo aroma a humedad característica de la lluvia, y el sonido ahogado de las profundidades marinas.
— ¿Qué haces? — Preguntó Drew llegando por su espalda, y observando la dirección en la que ella intentaba buscar algo que sabía nunca hallaría; Por su parte ella se sobresaltó en un pequeño susto, pero decidió mantener la compostura..
— Bueno, está oscuro, pero siento que algo podría salir de ahí…
— ¿Algo cómo?
— No sé, algo grotesco, espeluznante y gigante.
— Algo como… ¿Una quimera?
— Dije grotesco, Absol no… — Se dio vuelta casi chocando con la cara de Drew, razón por la que dio un salto para atrás y un grito que sonó como si en realidad tuviera hipo. — ¿Qué haces aquí? — Reclamó al no saber cómo reaccionar.
— Te fui a buscar para preguntarte si tenías hambre, pero solo encontré a Absol durmiendo con la panza para arriba. Así que te busqué y bueno, estás espiando propiedad ajena. — Sonrió soncarrón, ella miró a otro lado y percatandose de que había pasado el límite de las puertas avanzó regresando a la biblioteca.
— Tengo hambre. — Aceptó siendo acompañada de un rugido que claramente provino de su estómago.
— ¿Sabes? Si no fuese porque lo he escuchado anoche, pensaría que se trata de Groudon.
— ¿Estás seguro de que no te acuerdas de tu infancia? A mi se me hace que sigues igual, eh. — Él se rió y negó.
— Vamos a comer, estoy agotado. — Dijo él estirándose con claro cansancio, ella notó esto y se preguntó si haberlo presionado lo estaba haciendo sobre esforzarse.
— ¿Estás bien? — Preguntó, él asintió extrañado por su preocupación. No tenía la costumbre de aquel trato por parte de ella, ni de nadie.
— Sí, como dije estoy agotado.
— ¿Qué hay en esa puerta?
— Lo que viste.
— No había nada.
— Exactamente. Cuando la encontré, me adentré pero creeme no es más que una cueva sin salida y sin propósito alguno, aunque también encontré los planos para una ampliación de habitación, no sería tan descabellado si se tratase de la biblioteca, aunque las dimensiones no concuerdan según lo que recuerdo, así que yo eso lo empecé a usar de bodega, aunque ya nada de lo que había recolectado está ahí. — Suspiró rendido.
— ¿Era importante?
— No diría que importante pero me tomó tiempo de encontrar.
Llegaron hasta la puerta de la biblioteca, donde Absol los esperaba como si ya supiese el propósito de la salida, pues babeaba levemente y sin perder tiempo, los siguió hasta la cocina en el primer piso. No podían comer nada relacionado con carne porque por alguna razón también había sido convertida en arcilla, y se tuvieron que contentar con frutas que según la imagen estática de la mujer a su lado recién había terminado de lavar.
— ¿Cómo es posible que la carne esté así pero los peces no? — May empezó a comer disgustada de lo que le tocaba por culpa de un extraño poder “Arcillador”.
— Bueno, Los peces que le di a Absol eran recién pescados, y recuerda que Groudon no puede tocar el mar, al menos no como propiedad, lo que si es el caso del terreno y todo lo que está sobre este.
— Pero había mariposas y pájaros de arcilla.
— Usan el suelo de la misma manera que cualquier persona, si lo intenta puede saltar de una montaña y no tocar tierra. Estoy seguro que si alguna ave encontrase este lugar después de lo que ha sucedido se mantendría en su estado natural.
— Es confuso. — Aceptó con una mueca pero continuó comiendo de todas formas. — En fin ¿Encontraste algo? — Preguntó entre curiosa y esperanzada..
— Algo así, o más bien, encontré lo que nos trajo aquí.
— Fuiste tú.
— Hablo de: a este tiempo. — Ella se notó interesada y escuchó. — Hay una criatura divina llamada Celebi que su trabajo u ocio es traer y llevar todo tipo de cosas de un tiempo a otro. No sé en qué momento apareció, pero es su culpa que hayamos regresado hasta este momento.
— ¿Si lo encontramos podríamos volver?
— Ese es justo el problema, es solo si lo encontramos. — Dió la última mordida a su segunda manzana y ella pareció cabizbaja con esa respuesta. — Oye, no es imposible… simplemente requiere un poco de esfuerzo.
— ¿Qué es un poco?
— Buscar en todos los bosques existentes en el planeta. — Explicó como cosa de nada.
— Eso llevaría años.
— O siglos.
— Estaré muerta para ese momento. — Se llevó una mano a la cabeza intentando no estresarse, después de todo estaba comiendo y aunque fuese solo fruta seguía siendo comida. Drew por su lado le pasó un conjunto de frutos secos a Absol el que no pareció muy convencido de comerlos y lo hizo por simple curiosidad y gula; aunque se terminó la porción, cuando le ofrecieron más rechazó completamente la oferta.
— Pero encontré algo que también podría funcionar.
— Ilustrame.
— Si todo regresa a la normalidad, y sellamos nuevamente a Groudon y Kyogre, este presente de nosotros no existiría, por lo que el rumbo de las cosas cambiaría y estarías en tu tiempo nuevamente.
— ¿Es posible?
— Bueno, es el método más cercano y apurado que se me ocurre… También cabe la posibilidad de que seamos reemplazados por nuestros yo actuales, pero es un mínimo riesgo…
— No tiene sentido que yo misma me reemplace. — Él le quitó importancia.
— Es una posibilidad teniendo en cuenta que esto ya no existiría, así que no tendrías recuerdos de lo mismo, por lo que esta parte de ti no sabrías que existió. — La notó complicada y añadió. — Al final te dejaré escoger, después de todo tampoco sabemos el paradero del sello, no digo que encontrarlo sea más rápido que una criatura divina que anda de bosque en bosque jugueteando porque sí, y que de paso no tenemos pruebas contundentes de que sea verdad… Pero definitivamente tendría resultados más asegurados. Te diría que podríamos probar ambos pero la realidad es que si buscamos a uno tendríamos que olvidarnos de lo otro por ese tiempo. — Ella se quedó mirando una frutilla del plato principal como si fuese la cosa más interesante que había encontrado en toda su vida, pero su cabeza solo estaba en blanco al no saber siquiera que pensar acerca de aquella situación.
— Buscar cualquiera de los dos implica salir de aquí ¿No?
— Sí, salir, estar en la intemperie, mantener un perfil bajo… especialmente si terminamos en los mismos reinos donde me encarcelaron… No sé si se acuerden de mí ahora, pero… No fue una buena experiencia. — Se rascó la nuca nervioso de recordar lo sucedido.
— Entonces… el sello.
— Pensé que tardarías más en escoger.
— De hecho te iba a pedir tiempo pero… Me doy cuenta que es lo que no hay, y siguiendo los consejos de mi tonto hermano, es más rápido cuando hay menos que abarcar. Y creo que buscar un punto entre mar y tierra es más sencillo que buscar en todo bosque existente.
— Que listo tu hermano.
— Yo también lo soy. — Se quejó, él compuso rostro negativo y ella respiró hondo.
— Es broma.
— No lo dices en serio.
— Sí, eres lista, tanto como para terminar ayudándome en la búsqueda del sello.
— Ya claro…. Espera… ¿Cómo que te estoy ayudando?
— Bueno, mira. — Sacó de entre su capa el libro que May había estado leyendo y lo abrió en una página donde se encontraba una ilustración
— ¿Y eso qué tiene que ver?
— ¿De qué habla la historia?
— Bueno, trata de una mujer que esperaba la llegada del amor
— ¿Podemos saltarnos lo cursi? — Pidió con rostro de asco, como cualquier jovenzuelo que no quiere saber nada del amor.
— Si no lo vas a leer, tendrás que escuchar cómo yo lo cuento. — él se arrimó a la mesa y pidió que procediera. — Bueno, Winona, como se llamaba la mujer, esperaba al amor, siempre soñando con ese momento se perdía con la mirada al cielo, creyendo que lo más probable es que cayese del mismo, pero resultó ser que esta persona nunca cayó del cielo y tampoco estaba destinada a quedarse con ella. Ella era una mujer de alta sociedad, respetable y con muchos pretendientes a sus espaldas. Él, Wallace, aunque bien parecido, vivía en la pobreza, no era más que un simple granjero en el palacio, es verdad que ninguna mujer, ni hombre, podía negar que para ser un sucio sirviente querrían estar en su lecho por lo menos una vez…
— Ugh…
— Shhhhh…. — Pidió silencio para poder concentrarse. — Pero este hombre solo tenía ojos para una sola mujer y era Winona, quien solo podía salir con él cada noche que escapaba de su habitación a hurtadillas con el corazón acelerado por lo que podría ocurrir si la descubrieran. Por supuesto, que Wallace conocía este inconveniente, y aunque le había dicho muchas veces para escapar juntos a otro reino ella se negó por miedo a sus padres y lo que podrían hacerle al amor de su vida si llegasen a encontrarlos.
Por desgracia, una noche el guardia que la ayudaba a escapar había sido retirado de su puesto, sin ninguna razón aparente, y la descubrieron.
Esa fue una larga noche de interrogación, pues ella se negaba a hablar, pero su guardia compinche, al que habían encadenado a una pared en la misma habitación, fue amenazado contra su familia, y ese es el punto en el que Winona, ya no podía ocultar nada, no quería que nadie ajeno sufriera por su desobediencia ni mucho menos por una noche de salida de la que ni siquiera iba a poder disculparse en un futuro.
Wallace destrozado porque Winona nunca llegó a su cita, se hizo ideas de que muy probablemente ella ya se había cansado de él. Pero, al siguiente día cuando llegó al palacio, pudo escuchar los gritos de Winona desde su alta alcoba, pero no entendía lo que le decía, y en aquella distracción los guardias lo aprendieron y fue llevado ante el rey; quien, no solo lo despidió, sino que le dió pena de muerte para los siguientes tres días, la hija decepcionada de su padre insistió más de una vez en que debía de hablar con él, hasta que por fin un día después aceptó verla.
Ella se casaría con el rey de Hoenn y lo manipulaba para tener todo el control del reino, mientras que Wallace ya no sería asesinado, pero así mismo, para demostrar su arrepentimiento debía de llevar ante él ofrendas del mismo valor de su ofensa, Mismas a las que el rey puso precio, llamandolas: Joyas de los milagros. Porque se decía que pueden cumplir cualquier deseo. Pero nadie sabía dónde se encontraban, solo que estaban completamente excluidas de la mano del hombre. Él solo aceptó por la expresión de dolor en el rostro de su amada, pero también prometió ahí mismo a todo pulmón que en cuanto regresara se la llevaría con él, ya que no estaba dispuesto a dejarla desposar con otro en contra de su voluntad.
Él buscó, y buscó, tardó en total trescientas sesenta noches hasta que por fin, pudo hallar una pista de dónde podría encontrar las "Joyas inútiles" como les decía él. Y no fue sencillo, se abrió paso a pico y pala, además de una espada. Era la montaña más grande que alguna vez hubiese visto en su vida, y le pareció increíble además que continuase indeformable aún cuando las olas marinas azotaban fuertemente contra ella a sus espaldas.
Después de un mes había logrado cavar gran cantidad de camino con ayuda de su familia, pero él mismo les pidió que le dejarán continuar solo, pues era algo que debía hacer por sí mismo como mandato.
Otro mes transcurrió, y el nivel freático había comenzado a aumentar su agotamiento, siempre cargaba provisiones y descansaba una hora de cada cinco que pasaban, y un día de cada diez, o eso pensaba él, ya que le costaba distinguir si era de día o de noche al estar tan lejos de la entrada. Pero, por fin un mes después, habría pegado con fuerza el pico a la tierra, provocando que se desmorone no solo ese pedazo de tierra sólida, sino que el lodo a sus pies era tan blando que sintió caer a un vacío desconocido, dónde las piedras redondas y grandes apoyaron su transitoria caída hasta la llegada al piso, mismo que constaba de Arena especialmente blanca, rodeando un pequeño lago salado, dentro del cuál se encontraba una roca donde Wallace pudo hallar por fin las joyas que le habían pedido, pudo saber que eran esas porque no eran como las demás, su brillo y color eran especialmente maravillosos. Tanto que hasta él mismo pensó en quedárselas para venderlas y volverse rico pero lo descartó tan pronto como recordó el verdadero porqué de su travesía hasta ahí..
Tuvo una gran dificultad para extraer las joyas, no solo por la dureza, sino que tenían guardianes muy molestos que apenas y podía controlar. Hasta que logró separarlas de su base y recogerlas. Después de más obstáculos logró salir de ahí y regresar al reino.
Estaba hecho un desastre, pero no le importó, ingresó por la puerta principal y le lanzó a la cara la bolsa con joyas al rey. Quien molesto por la falta de respeto lo mandó a arrestar, y de paso lo acusó de fraude, ya que nunca obtuvo lo que le pidió a las rocas.
Pero el día de su ejecución no encontraron nada de él, ni tampoco de la princesa. Habían huido lejos de ahí, junto a la familia del guardia que ayudó a la princesa a sacar a Wallace sin armar un alboroto, para que él pudiese huir junto a los demás.
Ella convencida de que no encontraría la felicidad lejos de él, decidió ir con ellos, se asentaron en un pequeño lugar rico en cultura y amabilidad, su civilización no había iniciado hace mucho, por lo que construían y aprendían de libros al mismo tiempo. Les sorprendió en medida la aceptación que tuvieron con ellos, anteriormente ya habían sido rechazados por otros reinos grandes. Winona, al ser una dama de sociedad, ya era muy conocida alrededor de los reinos y éstos no querían tener problemas ni disturbios más adelante. Pero en ese lugar, nadie sabía quiénes eran, nisiquiera reconocían el escudo bordado en la tela del carruaje robado, solo sabían que eran personas que necesitaban ayuda.
Ahí ayudaron a construir y también les dejaron materiales para ellos, tardaron mes y medio en completar dos pequeños hogares, uno para la familia del guardia y otro para Wallace y Winona. Después de otros cinco días, al notar que las cosas iban tranquilas Winona decidió acercarse a Wallace y confesarle que había robado las joyas que su padre había pedido, puesto que al haber sido encontradas por Wallace, entonces le debían de pertenecer a él, y este estando en desacuerdo se las dió al jefe del reino, quien las aceptó como gesto de gratitud por la estadía, al final ambos llevaron una vida tranquila y cómoda, Wallace se convirtió en jefe por los estragos que había hecho la avanzada edad en el anterior, y Winona, con su conocimiento previo, lo ayudó a mantener un lugar ordenado y comprometido con el propósito de crecer y convertirse en un lugar que fuese apto para ser llamado reino. Y se casaron, tuvieron dos hijos, y los hijos de sus hijos tuvieron hijos, y fin. — Ella miró al chico quien ocultaba su cara contra la mesa y respiraba con la lentitud de un sonámbulo. — ¡Oye! — Lo picó en el hombro con fuerza haciéndolo resollar. Él simplemente bostezó tranquilo y volvió a levantar la cabeza. — Me esforcé mucho contando todo, y tú te duermes… que falta de respeto…
— Te dije que fueras al grano no que me contarás todo.
— Pero eso hice, si hubiese contado realmente todo, no habría terminado aún.
— Bueno, entonces regresando a lo de dónde encontró las joyas.
— ¿En serio? De todo lo que conté ¿Fue lo único que escuchaste?
— No es eso… Bueno, un poco, pero ese puede ser nuestro punto de partida. — Ella quedó muda y luego echó una risa de incredulidad y burla sin haberle quitado la mirada de encima. — ¿Qué?
— ¿Vas a buscar un lugar de un cuento ficticio? — Preguntó en ascuas, él se encogió de hombros y asintió.
— El título decía: “La leyenda del narval y la grulla.” Y tu misma dijiste: “Las leyendas tienen algo de verdad en ellas”
— Eso no fue lo que dije.
— El significado es el mismo.
— Aun así, no entiendo, ¿No lo habías leído ya?
— ¿Y crees que teniendo libros de otro tipo iba a leer una típica historia romántica? La sinopsis no me llamó la atención, desde el principio era obvio que terminarían juntos. Pero, hoy puse especial atención al nombre de su autor.
— Ya, el autor. — Puso los ojos en blanco.
— ¿No lo viste? — Ella negó.
— Los salto, solo presto atención a la primera letra y ya.
— Bueno, está firmado por W y W.
— ¿Y? —
— Cierto, no has ido a la habitación de tesoros… — Ella solo le miró confundida y él continuó. — Allí hay varias herencias y objetos de valor emocional y hasta económico de antiguos reyes, entre ellos hay un retrato muy antiguo, no sabría decirte de cuándo pero son un hombre y una mujer, los primeros líderes legítimos de la civilización de la llanura de las rosas, y en su esquina inferior está la firma del pintor, pero en la parte superior izquierda está escrito: W y W, en las que se nota la clara diferencia en la caligrafía de cada una. Y no sería tan extraño que ellos mismos hayan publicado el libro, puesto que ellos comenzaron con la papelería originaria de aquí.
— ¡Ahora lo recuerdo! — Se emocionó de más, haciendo que Drew diese un disimulado salto ante el inesperado grito. — De pequeños me dejaste una nota, — Él quedó mudo en confusión pues seguía sin tener la mínima idea sobre esa parte de su vida. — Tenía la marca de W y W en su esquina superior izquierda, así mismo, aunque era un sello, se notaba la diferencia de caligrafía. — Él solo la quedó mirando con curiosidad dejando nerviosa a la joven que no comprendía la intensidad como para dejar de pestañear. — ¿Qué? — Él pareció resollar y después de componer su postura le dijo sincero:
— Nada, es que, si lo que dices es cierto y yo soy este tal “Drew de la Rosa” y poseemos la misma manera de ver el mundo ¿Qué tanto tenías que agradarme para que te regalase un cristal, una rosa y de paso dejarte una carta? — Ella sintió como su cara empezó a tomar calentura en un tiempo muy corto, así que miró a otro lado y raqueteando la mesa nerviosa intentó explicarse.
— No sé si realmente te gustaba o no, realmente eras muy extraño conmigo, por eso, esa es una pregunta a la que no tengo respuesta. — Quiso sentenciar las cosas ahí.
— Pero de la Rosa te gustaba, entonces no podía ser tan malo…
— ¿Podríamos no hablar de eso? Por favor. Es extraño hablar de eso contigo cuando no sabes quién eres y no lo recuerdas. — Aclaró su garganta y cambió el tema completamente aun cuando su rostro no recuperaba el color y temperatura normales, por lo que comenzó a abanicarse con su propia mano. — Entonces necesitamos encontrar el lugar dicho, y a la vista no parece ser que esté.
— Bajo tierra sin duda. El problema es que no sabemos la zona en la que él empezó a cavar.
— De hecho…
— ¿Tu sabes?
— Te dije que te resumí todo. — Sonrió ampliamente con confianza de más y pidió su atención con un suave aplauso. — El lugar en el que cavó, está cerca del lugar dónde se quedó a vivir después de que huyesen, es decir…
— ¿Aquí? — Ella asintió.
— Si esto que dices de que estas personas eran los mismos de la leyenda, debería de estar por aquí.
— ¡Sin sentidos! — Refutó inmediatamente.
— ¿Eh? ¿Por qué? — Se quejó decepcionada de su poca confianza.
— He vivido y recorrido este lugar por más de mil días y noches… ¿Y me dices que no he podido encontrar ese lugar? No lo creo. — Se cruzó de brazos.
— Bueno, nunca se busca lo suficiente para husmear en todos los rincones del mundo. O eso dice mi mamá.
— No es lo mismo.
— ¡Sí que lo es! — Al culmino de estas palabras volvió a temblar a una intensidad maor a la del día anterior, con fuerza tal, que el polvo se desprendió del techo y paredes haciéndolos toser aun cuando se habían precipitado bajo la mesa.
— Está cerca — Murmuró Drew más para sí, Absol había levantado la cabeza y se había puesto frente a ellos en símbolo de protección, y aunque gruñía en dirección opuesta a ellos, no sabían que esperar de aquella reacción, hasta el momento los temblores que habían vivido aunque fuertes podían creer sobrevivir a ellos, pero aquel casi les manda toda la roca del castillo encima.
— ¿Deberíamos salir? Es muy peligroso quedarnos dentro.
— Y afuera tampoco parece que estaremos muy seguros. — Salió de la mesa y se asomó apenas por una de las ventanitas hechas para la ventilación de olores dentro de la cocina, y aunque estaba lejos de todo, había notado claramente en el cielo, una enorme figura de pez con enormes aletas, saltando desde las profundidades con tal fuerza que cuando volvió al agua levantó varios metros de la misma; Drew se apuró a buscar a May quien apenas había salido de la mesa y lo miraba expectante, pero no dio ninguna explicación corrió a tomarla del brazo y la jaló en una carrera hacia las escaleras principales tan acelerada que ella tropezó a medio camino, él la ayudó a levantarse, pero era muy tarde para intentar correr más allá; el agua ya había pasado por la puerta principal con la fuerza suficiente para arrastrar objetos metálicos y de madera de roble consigo.
Ambos dejaron de pensar en ese instante, sin razonar el final que les estaba tocando vivir, pero para suerte de ambos Absol detrás de ellos decidió lo contrario.
Con una velocidad fuera del entendimiento humano había tirado con el hocico a ambos humanos a su lomo, y continuó por las escaleras a grandes saltos hasta el piso cuatro, donde la puerta abierta de la biblioteca los recibió aún con el agua tocándoles los talones, Absol avanzó hasta la extraña puerta negra de antes la cuál se cerró con ellos dentro provocando un sonido que los aturdió por la fuerza con la que impactó en sus oídos. No fue sino hasta después de varios segundos que entendieron que a pesar del paso lento del agua por las paredes, se habían salvado gracias a la quimera; quien, en cuanto ellos bajaron de su lomo, cayó al suelo del cansancio respirando entrecortado por el esfuerzo.
Drew revisó inmediatamente sus antiguas heridas, y consideró pura fortuna que no se haya abierto después de tal carrera.
— ¿Estás bien? — Preguntó al aire, y no recibió respuesta, realmente no sabía que pensar de esa chica, pero entendía que quizá se había asustado por lo ocurrido y por la repentina oscuridad.
La buscó con una pequeña fuente de luz que cargaba en su cinturón, era un extraño polvo brillante que colocó en el suelo e iluminó el pequeño cuarto; buscó a May con la mirada, y diferente a lo que pensaba, se había quedado pegada a la pared contigua, misma posición que había visto en estatuas que intentaban escuchar una conversación al lado contrario de una puerta o pared. — Oye. — La volvió a llamar caminando tranquilo hacia ella, te pregunté si estás bien. — Ella pidió silencio y después lo miró y haló para que también hiciera lo mismo. — ¿Qué haces? — Ella le siseó.
— Escucha. — Le dijo exigente, él por no discutir hizo caso, y era el mismo sonido ahogado de las profundidades de antes.
— Curioso. — Dijo. — Es más fuerte ahora que estamos encerrados.
— ¿Encerrados?
— Practicamente.
— ¿No se supone que el agua baja?
— ¿Tienes la llave de esa puerta?
— … ¿No deberías de tenerla tú?
— Nunca le encontré llave, solo estaba abierta y nunca se me ocurrió cerrarla.
— Touché. Entonces… ¿Estamos encerrados sin salida? — Se preocupó.
— Tampoco así, podemos salir de la misma manera que te traje a este reino antes. — Ella se alivió ante ello. — El problema es que como la distancia es más corta hay más posibilidades de que terminemos en el mar o en medio de lo que parece una nueva pelea entre Groudon y Kyogre.
— ¿Cómo no tienes nivelada una distancia de aquí a el librero?
— Es complicado de manejar. Más con el revuelo de afuera.
— Me voy a morir de hambre. — Cayó rodando por la pared con un claro sentimiento de desolación.
— No sé si ese sea nuestro mayor problema ahora.
— ¿Qué puede ser peor que tener hambre? —
— Muchas cosas… — Volvió a temblar provocando lo mismo de antes, Drew se vio en la necesidad de dar varios pasos para no caer. — Esto, por poner un ejemplo.
— Eso no quita que llevo todo un día sin comer carne. — Dijo ella apoyándose en la esquina para no caer.
— ¿Estás bromeando verdad? —
— Intento no temblar de miedo ahora mismo. — Sincerandose, sacó una sonrisa claramente nerviosa llena de espanto. Él se acercó a la puerta y pegó su oído, el claro oleaje al otro lado le decía que el nivel del agua había comenzado a bajar.
— Esperemos un rato, si salimos y vuelve a ocurrir lo mismo no creo que nos libremos dos veces. — Miró a la quimera y se quedó sentado contra la pared de frente a la puerta. — Absol está agotado.
— Es verdad. — Ella se acercó a la quimera y le dio un leve abrazo por el cuello. — Muchas gracias. — Dijo, el aludido solo movió la cabeza hacia su dirección mostrando que no era una molestia aquel gesto, May le acarició la cabeza y fue gateando hasta quedar a un costado de Drew dónde imitó su posición de indio. — Tenemos muy mala suerte ¿Eh?
— No sabría si es cosa de suerte.
— Mínimo tienes que aceptar que esto no pasa todos los días. — Intento ser optimista.
— Si hubiésemos vuelto hasta el principio de los tiempos ese sería el caso.
— Oh vamos, tan mala suerte no se puede tener.
— Cuando algo va mal siempre puede ir peor.
— Harás que me de un infarto de lo negativo que eres… — Se alejó de él un puesto, él giró el rostro hacia ella y resopló dejando salir una risa.
— Estoy bromeando contigo.
— ¡Pues no es gracioso! ¿Y si realmente hubiésemos regresado hasta allá?
— Bueno, este momento no existiría. — Le sonrió tranquilo y regresó su mirada a la puerta. May quedó muda y pensó que quizá él tenía razón y aquello no era cosa de suerte, simplemente ocurrió porque tenía que ocurrir.
— Es verdad. Ahora mismo, no estaríamos aquí…
— Quizá estaríamos poblando la tierra.
— Por favor, no digas cosas raras. — Él volvió a reír, y ella se contagió con ello. Absol se levantó para sorpresa de ellos quienes se callaron y observaron sus movimientos. Olisqueaba y se notaba atento y ansioso, hasta que unos segundos después había vuelto a temblar y con ello el sonido del agua azotando a la puerta les hizo entrar en razón de que no sería tan fácil salir de ahí.
— No va a quedar otra opción. — Dijo Drew viendo de un lado a otro.
— ¿A qué te refieres?
— Debemos salir de este reino. — Ella solo lo miró no convencida, que le dijera eso era perder la oportunidad de encontrar la llave para que todo regresara a la normalidad..
— Pero…
— Sujetate bien. — Pidió cuando sacó nuevamente el extraño objeto y estiró la mano esperando por la de ella, pero ella ni se le acercó.
— ¡Espera! — Él hizo caso y extrañado esperó a su razón. — ¿Y si terminamos en medio mar?
— Puedo llegar a tierra sin pro… — Fue interrumpido por un salto hacia atrás de Absol, mismo que miró a sus dos costados y se decidió por uno, la pared que emitía el sonido de profundidades, y sin darles tiempo a pensar mucho a los jóvenes lo que estaba pensando la quimera, el extraño cuerno de la misma había empezado a brillar lanzando un haz de luz que rompió la pared, dejando ante ellos un pasadizo de tierra que dejó a ambos sentir una suave brisa con aroma a tierra húmeda.
Se miraron entre sí y después de comprender la curiosidad del otro decidieron levantarse y adentrarse a lo desconocido.
Drew tomó la delantera iluminando el camino con el mismo polvo, pero con una pequeña antorcha metálica en su base y recubierta en la parte superior por un vidrio transparente, mientras que May lo seguía de cerca y Absol un paso detrás con un tipo de galope relajado..
— Nunca me hubiese imaginado que existe un pasadizo como este en el castillo. — Comentó Drew mientras cada tanto se detenía a observar con detenimiento el estado de la tierra sobre ellos.
— No es normal tener pasadizos secretos sin una entrada escondida. Esto es definitivamente algo que han querido enterrar. — Ella imitaba al muchacho sin mucho entendimiento de la diferencia entre un tramo o el otro, todo era igual para sus ojos.
— No, sí está enterrado definitivamente, está. — Iluminó de arriba a abajo y todo era tierra, y solo a ciertas distancias se encontraban marcos de mina para sostener la estructura, raro era que eso aún tuviese paso sin trabas. — Este castillo fue construido en base de la montaña más alta del Reino, de manera que, cuando se necesitase más espacio solo se tuviese que cavar hacia la montaña y no perturbar la vida de los demás. Lo curioso es que desde su construcción ninguno de los propietarios ha tenido la necesidad de hacerlo. Eso explicaría el buen estado de este pasaje.
— ¿También lo leíste en un plano?
— Del castillo, por supuesto. No es muy gráfico pero está bien detallado el propósito de cada cosa. — Miró hacia atrás para mirar su expresión de fastidio; y mucho ya había entendido él que más que por su explicación era porque no compartían gustos de lectura.
— Deberías de intentar tener otros pasatiempos, como el de no sé… ¿Una vida normal?
— Creo que la tengo.
— Creeme que a ojos de otros no.
— Será a los tuyos eres la primer persona con la que paso más de un día sin que me intente encarcelar o estafar, o que simplemente me haga transporte…
— Ya entendí, que me amas, sí. — Se sintió altamente halagada con ello.
— No he dicho eso… — Su tono salió con alarma y su rostro se encendió.
— El significado es el mismo.
— Por supuesto que no.
— Cuidado. — Dijo de la nada, Drew no comprendió pero, en cuanto giró el rostro se encontró con una pared de tierra que les impedía el paso.
— ¿No pudiste avisar antes? — Retrocedió un paso quitandose el poco de tierra que se le había pegado a la ropa.
— Lo siento, me distraje un poco con tu reacción. — Rió con inocencia, y luego se tapó la boca al notar su comentario, miró para arriba intentando aparentar que no significaba nada, aunque realmente el chico poco pareció entenderlo. — ¿Nos quedamos sin camino a seguir?
— Así parece, al menos que sea como antes y se pueda pasar rompiendo esta parte. — Golpeó suavemente la tierra y por el sonido era fácil deducir que no había paso más allá. — Hemos llegado hasta aquí por nada.
— Quizá Absol pueda hacer algo. — Miró a la quimera que parecía reacio a avanzar hasta donde ellos, así que compartieron incertidumbre de la actitud y luego al intentar regresar donde estaba la criatura, comprendieron por qué se había quedado donde estaba. El suelo a sus pies se desmoronó haciéndolos caer en un hoyo que no les dio tiempo de agarrarse de nada. Absol tampoco hizo algo por ayudarlos aparte de mirar como caían.
Cayendo al vacío de lo inesperado por más tiempo del que realmente sintieron se habían sumergido en oscuridad, su única compañía era el eco del grito de May ante el terror de lo que podría suceder después. Hasta que los recibió un punto de luz que se abría debajo de ellos en un color azul tan profundo como las mayores profundidades marinas. Fueron azotados contra el agua a la que pertenecía y aturdió sus sentidos mientras la asfixia combinada con la desesperación por llegar a la superficie, era el único recuerdo que quedó antes de perder el conocimiento.
Drew de la Rosa Martínez
— Disculpa… ¿Tú crees que ese es mi nombre completo? — Ella negó.
— Estoy segura, eres ese mismo niño con el que solía jugar. — Él quedó mudo y con rostro complicado, no esperaba esa revelación. — De hecho cuando te presentaste lo hiciste con esas mismas palabras… — Volvió a hacer memoria. — En realidad fue más largo pero eran demasiados detalles que… sinceramente no recuerdo claramente. — Concluyó nerviosa. Él solo la miró en silencio intentando procesar eso, sin conseguir mucho más que su propio dolor de cabeza.
— Lo siento yo… En serio no recuerdo nada. — Ella volvió a negar y restregó su cara con las manos intentando componer su semblante, pudiendo recomponerse a medias al poder aguantar las lágrimas que habían amenazado con salir.
— Está bien, no tienes porqué recordarme, no es necesario, no es tu culpa tampoco. — Le alivió aquella carga y respiró profundo. — Pero déjame decirte algo, — Él prestó atención. — Deja de llevarte las manos al cinturón cuando dices algo inteligente, te hace ver presumido.
— ¿Hago eso? — Ella asintió.
— De hecho, aun acostumbras a hacer esto?. — Con dos dedos hizo la muestra de mover ligeramente el flequillo con un rostro serio de prepotencia. — Lo hacías cada que te sientes superior o cuando te acomodabas el cabello..
— A veces molesta la vista. — Aceptó reconociendo que alguna vez que otra tenía esa manía, aun estando solo
— No sabías cortar pan, y aún no sabes, y tienes muy malas maneras de demostrar tu educación. Además…
— Ya entendí. — La interrumpió con vergüenza, ella se tapó la carcajada que había intentado salir. — Al parecer las manías se conservan, pero eso no quita que ahora no tengo ningún tipo de conocimiento de esta persona de la que hablas.
— Y te dije que está bien. — Le sonrió, él confundido pero agradecido le regresó el gesto. — Ahora hay que buscar el lugar de las piedras ¿No? — Drew asintió.
— Pero hay un problema. — Ella solo lo cuestionó con la mirada, él prosiguió. — No tengo ninguna idea de dónde es.
— Ah… Entonces estamos varados en una isla abandonada.
— Sí.
— ¿Por qué pedí salir de mi casa? — Dijo más cansada que decepcionada, estaba molesta, ya no con él, sino consigo misma y sus tontas ideas.
— Salidas rápidas. — Se encogió de hombros..
— Pero de manera temporal. — Suspiró desolada.
— Está bien, encontraré la manera de enviarte a tu tiempo y casa. Lo prometo. — Le dijo tranquilo, ella solo lo miró preocupada, eso inquiría dejarlo solo en ese solitario lugar, en busca de algo que no era seguro de que existiese.
— No prometas cosas que no sabes si vas a cumplir. — Pidió. Él acuñó el entrecejo y con soberbia replicó..
— ¿Me crees incapaz?
— Prepárate para recibir el rayo. — Dijo con una enorme sonrisa divertida, intentando disfrazar su disconformidad.
— Prepárate para comerte tus palabras. — Con paso fuerte y de mala gana empezó a ir al interior del castillo, con un único objetivo: La biblioteca principal. May fue tras él con un paso más ligero y grácil mientras lo molestaba socarrona por la actitud reacia del chico a aceptar tal derrota. No que ella lo creyera humillante en ningún sentido; ella era alguien que no entendía la complejidad de lograr las cosas que él hacía, quien al contrario lo veía como un reto de algo que le había tomado mucho tiempo y esfuerzo aprender.
En la biblioteca, un lugar enorme con dos pisos de uso, mientras él sacaba y regresaba libros, ella había tomado lo primero que encontró en la zona de su preferencia, y en una esquina llena de almohadas claramente tiradas sin razón alguna se recostó como una silla de suelo con la quimera a sus pies, comenzó a leer lo que no era más que otra novela de fantasía tan corta que le habría llevado cuatro horas el terminarla, mismo momento en el que su estómago le recordó que entre sus necesidades básicas se encontraba específicamente la comida.
— Tengo hambre. — Gritó con el afán de que sea donde sea que estuviera Drew, la escuchara;, al notar que no tenía ninguna contestación a parte de la atención de Absol, supo que el chico no estaba cerca.
Se levantó y buscó por los enormes libreros una cabeza verde ¿Cuán difícil no podría ser? Y qué equivocada estaba al creer que sería la hazaña más sencilla que haría en todo el día; habían pasado diez minutos sin resultado alguno, aún después de observar desde el principio hasta el fondo de cada pasillo y entre cada librero, siguió sin hallarlo. Hasta que en el último pasillo gracias a una tenue luz cercana a unas cortinas moradas con estampados dorados de rosas, al fondo de todo, encontró: una enorme puerta negra iluminada por las lámparas más curiosas que alguna vez había visto a ambos costados de esta. No estaban calientes y tampoco requerían de fuego para brillar, algo que comprobó al tocarlas e inspeccionar su interior con cuidado, pero pronto las dejó de lado, la puerta era mucho más atrayente.
Se acercó por curiosidad, La puerta metálica estaba medio abierta, y la cerradura había sido forzada, por lo que con cuidado se asomó por la misma encontrando oscuridad y una extraña brisa de aire que traía consigo aroma a humedad característica de la lluvia, y el sonido ahogado de las profundidades marinas.
— ¿Qué haces? — Preguntó Drew llegando por su espalda, y observando la dirección en la que ella intentaba buscar algo que sabía nunca hallaría; Por su parte ella se sobresaltó en un pequeño susto, pero decidió mantener la compostura..
— Bueno, está oscuro, pero siento que algo podría salir de ahí…
— ¿Algo cómo?
— No sé, algo grotesco, espeluznante y gigante.
— Algo como… ¿Una quimera?
— Dije grotesco, Absol no… — Se dio vuelta casi chocando con la cara de Drew, razón por la que dio un salto para atrás y un grito que sonó como si en realidad tuviera hipo. — ¿Qué haces aquí? — Reclamó al no saber cómo reaccionar.
— Te fui a buscar para preguntarte si tenías hambre, pero solo encontré a Absol durmiendo con la panza para arriba. Así que te busqué y bueno, estás espiando propiedad ajena. — Sonrió soncarrón, ella miró a otro lado y percatandose de que había pasado el límite de las puertas avanzó regresando a la biblioteca.
— Tengo hambre. — Aceptó siendo acompañada de un rugido que claramente provino de su estómago.
— ¿Sabes? Si no fuese porque lo he escuchado anoche, pensaría que se trata de Groudon.
— ¿Estás seguro de que no te acuerdas de tu infancia? A mi se me hace que sigues igual, eh. — Él se rió y negó.
— Vamos a comer, estoy agotado. — Dijo él estirándose con claro cansancio, ella notó esto y se preguntó si haberlo presionado lo estaba haciendo sobre esforzarse.
— ¿Estás bien? — Preguntó, él asintió extrañado por su preocupación. No tenía la costumbre de aquel trato por parte de ella, ni de nadie.
— Sí, como dije estoy agotado.
— ¿Qué hay en esa puerta?
— Lo que viste.
— No había nada.
— Exactamente. Cuando la encontré, me adentré pero creeme no es más que una cueva sin salida y sin propósito alguno, aunque también encontré los planos para una ampliación de habitación, no sería tan descabellado si se tratase de la biblioteca, aunque las dimensiones no concuerdan según lo que recuerdo, así que yo eso lo empecé a usar de bodega, aunque ya nada de lo que había recolectado está ahí. — Suspiró rendido.
— ¿Era importante?
— No diría que importante pero me tomó tiempo de encontrar.
Llegaron hasta la puerta de la biblioteca, donde Absol los esperaba como si ya supiese el propósito de la salida, pues babeaba levemente y sin perder tiempo, los siguió hasta la cocina en el primer piso. No podían comer nada relacionado con carne porque por alguna razón también había sido convertida en arcilla, y se tuvieron que contentar con frutas que según la imagen estática de la mujer a su lado recién había terminado de lavar.
— ¿Cómo es posible que la carne esté así pero los peces no? — May empezó a comer disgustada de lo que le tocaba por culpa de un extraño poder “Arcillador”.
— Bueno, Los peces que le di a Absol eran recién pescados, y recuerda que Groudon no puede tocar el mar, al menos no como propiedad, lo que si es el caso del terreno y todo lo que está sobre este.
— Pero había mariposas y pájaros de arcilla.
— Usan el suelo de la misma manera que cualquier persona, si lo intenta puede saltar de una montaña y no tocar tierra. Estoy seguro que si alguna ave encontrase este lugar después de lo que ha sucedido se mantendría en su estado natural.
— Es confuso. — Aceptó con una mueca pero continuó comiendo de todas formas. — En fin ¿Encontraste algo? — Preguntó entre curiosa y esperanzada..
— Algo así, o más bien, encontré lo que nos trajo aquí.
— Fuiste tú.
— Hablo de: a este tiempo. — Ella se notó interesada y escuchó. — Hay una criatura divina llamada Celebi que su trabajo u ocio es traer y llevar todo tipo de cosas de un tiempo a otro. No sé en qué momento apareció, pero es su culpa que hayamos regresado hasta este momento.
— ¿Si lo encontramos podríamos volver?
— Ese es justo el problema, es solo si lo encontramos. — Dió la última mordida a su segunda manzana y ella pareció cabizbaja con esa respuesta. — Oye, no es imposible… simplemente requiere un poco de esfuerzo.
— ¿Qué es un poco?
— Buscar en todos los bosques existentes en el planeta. — Explicó como cosa de nada.
— Eso llevaría años.
— O siglos.
— Estaré muerta para ese momento. — Se llevó una mano a la cabeza intentando no estresarse, después de todo estaba comiendo y aunque fuese solo fruta seguía siendo comida. Drew por su lado le pasó un conjunto de frutos secos a Absol el que no pareció muy convencido de comerlos y lo hizo por simple curiosidad y gula; aunque se terminó la porción, cuando le ofrecieron más rechazó completamente la oferta.
— Pero encontré algo que también podría funcionar.
— Ilustrame.
— Si todo regresa a la normalidad, y sellamos nuevamente a Groudon y Kyogre, este presente de nosotros no existiría, por lo que el rumbo de las cosas cambiaría y estarías en tu tiempo nuevamente.
— ¿Es posible?
— Bueno, es el método más cercano y apurado que se me ocurre… También cabe la posibilidad de que seamos reemplazados por nuestros yo actuales, pero es un mínimo riesgo…
— No tiene sentido que yo misma me reemplace. — Él le quitó importancia.
— Es una posibilidad teniendo en cuenta que esto ya no existiría, así que no tendrías recuerdos de lo mismo, por lo que esta parte de ti no sabrías que existió. — La notó complicada y añadió. — Al final te dejaré escoger, después de todo tampoco sabemos el paradero del sello, no digo que encontrarlo sea más rápido que una criatura divina que anda de bosque en bosque jugueteando porque sí, y que de paso no tenemos pruebas contundentes de que sea verdad… Pero definitivamente tendría resultados más asegurados. Te diría que podríamos probar ambos pero la realidad es que si buscamos a uno tendríamos que olvidarnos de lo otro por ese tiempo. — Ella se quedó mirando una frutilla del plato principal como si fuese la cosa más interesante que había encontrado en toda su vida, pero su cabeza solo estaba en blanco al no saber siquiera que pensar acerca de aquella situación.
— Buscar cualquiera de los dos implica salir de aquí ¿No?
— Sí, salir, estar en la intemperie, mantener un perfil bajo… especialmente si terminamos en los mismos reinos donde me encarcelaron… No sé si se acuerden de mí ahora, pero… No fue una buena experiencia. — Se rascó la nuca nervioso de recordar lo sucedido.
— Entonces… el sello.
— Pensé que tardarías más en escoger.
— De hecho te iba a pedir tiempo pero… Me doy cuenta que es lo que no hay, y siguiendo los consejos de mi tonto hermano, es más rápido cuando hay menos que abarcar. Y creo que buscar un punto entre mar y tierra es más sencillo que buscar en todo bosque existente.
— Que listo tu hermano.
— Yo también lo soy. — Se quejó, él compuso rostro negativo y ella respiró hondo.
— Es broma.
— No lo dices en serio.
— Sí, eres lista, tanto como para terminar ayudándome en la búsqueda del sello.
— Ya claro…. Espera… ¿Cómo que te estoy ayudando?
— Bueno, mira. — Sacó de entre su capa el libro que May había estado leyendo y lo abrió en una página donde se encontraba una ilustración
— ¿Y eso qué tiene que ver?
— ¿De qué habla la historia?
— Bueno, trata de una mujer que esperaba la llegada del amor
— ¿Podemos saltarnos lo cursi? — Pidió con rostro de asco, como cualquier jovenzuelo que no quiere saber nada del amor.
— Si no lo vas a leer, tendrás que escuchar cómo yo lo cuento. — él se arrimó a la mesa y pidió que procediera. — Bueno, Winona, como se llamaba la mujer, esperaba al amor, siempre soñando con ese momento se perdía con la mirada al cielo, creyendo que lo más probable es que cayese del mismo, pero resultó ser que esta persona nunca cayó del cielo y tampoco estaba destinada a quedarse con ella. Ella era una mujer de alta sociedad, respetable y con muchos pretendientes a sus espaldas. Él, Wallace, aunque bien parecido, vivía en la pobreza, no era más que un simple granjero en el palacio, es verdad que ninguna mujer, ni hombre, podía negar que para ser un sucio sirviente querrían estar en su lecho por lo menos una vez…
— Ugh…
— Shhhhh…. — Pidió silencio para poder concentrarse. — Pero este hombre solo tenía ojos para una sola mujer y era Winona, quien solo podía salir con él cada noche que escapaba de su habitación a hurtadillas con el corazón acelerado por lo que podría ocurrir si la descubrieran. Por supuesto, que Wallace conocía este inconveniente, y aunque le había dicho muchas veces para escapar juntos a otro reino ella se negó por miedo a sus padres y lo que podrían hacerle al amor de su vida si llegasen a encontrarlos.
Por desgracia, una noche el guardia que la ayudaba a escapar había sido retirado de su puesto, sin ninguna razón aparente, y la descubrieron.
Esa fue una larga noche de interrogación, pues ella se negaba a hablar, pero su guardia compinche, al que habían encadenado a una pared en la misma habitación, fue amenazado contra su familia, y ese es el punto en el que Winona, ya no podía ocultar nada, no quería que nadie ajeno sufriera por su desobediencia ni mucho menos por una noche de salida de la que ni siquiera iba a poder disculparse en un futuro.
Wallace destrozado porque Winona nunca llegó a su cita, se hizo ideas de que muy probablemente ella ya se había cansado de él. Pero, al siguiente día cuando llegó al palacio, pudo escuchar los gritos de Winona desde su alta alcoba, pero no entendía lo que le decía, y en aquella distracción los guardias lo aprendieron y fue llevado ante el rey; quien, no solo lo despidió, sino que le dió pena de muerte para los siguientes tres días, la hija decepcionada de su padre insistió más de una vez en que debía de hablar con él, hasta que por fin un día después aceptó verla.
Ella se casaría con el rey de Hoenn y lo manipulaba para tener todo el control del reino, mientras que Wallace ya no sería asesinado, pero así mismo, para demostrar su arrepentimiento debía de llevar ante él ofrendas del mismo valor de su ofensa, Mismas a las que el rey puso precio, llamandolas: Joyas de los milagros. Porque se decía que pueden cumplir cualquier deseo. Pero nadie sabía dónde se encontraban, solo que estaban completamente excluidas de la mano del hombre. Él solo aceptó por la expresión de dolor en el rostro de su amada, pero también prometió ahí mismo a todo pulmón que en cuanto regresara se la llevaría con él, ya que no estaba dispuesto a dejarla desposar con otro en contra de su voluntad.
Él buscó, y buscó, tardó en total trescientas sesenta noches hasta que por fin, pudo hallar una pista de dónde podría encontrar las "Joyas inútiles" como les decía él. Y no fue sencillo, se abrió paso a pico y pala, además de una espada. Era la montaña más grande que alguna vez hubiese visto en su vida, y le pareció increíble además que continuase indeformable aún cuando las olas marinas azotaban fuertemente contra ella a sus espaldas.
Después de un mes había logrado cavar gran cantidad de camino con ayuda de su familia, pero él mismo les pidió que le dejarán continuar solo, pues era algo que debía hacer por sí mismo como mandato.
Otro mes transcurrió, y el nivel freático había comenzado a aumentar su agotamiento, siempre cargaba provisiones y descansaba una hora de cada cinco que pasaban, y un día de cada diez, o eso pensaba él, ya que le costaba distinguir si era de día o de noche al estar tan lejos de la entrada. Pero, por fin un mes después, habría pegado con fuerza el pico a la tierra, provocando que se desmorone no solo ese pedazo de tierra sólida, sino que el lodo a sus pies era tan blando que sintió caer a un vacío desconocido, dónde las piedras redondas y grandes apoyaron su transitoria caída hasta la llegada al piso, mismo que constaba de Arena especialmente blanca, rodeando un pequeño lago salado, dentro del cuál se encontraba una roca donde Wallace pudo hallar por fin las joyas que le habían pedido, pudo saber que eran esas porque no eran como las demás, su brillo y color eran especialmente maravillosos. Tanto que hasta él mismo pensó en quedárselas para venderlas y volverse rico pero lo descartó tan pronto como recordó el verdadero porqué de su travesía hasta ahí..
Tuvo una gran dificultad para extraer las joyas, no solo por la dureza, sino que tenían guardianes muy molestos que apenas y podía controlar. Hasta que logró separarlas de su base y recogerlas. Después de más obstáculos logró salir de ahí y regresar al reino.
Estaba hecho un desastre, pero no le importó, ingresó por la puerta principal y le lanzó a la cara la bolsa con joyas al rey. Quien molesto por la falta de respeto lo mandó a arrestar, y de paso lo acusó de fraude, ya que nunca obtuvo lo que le pidió a las rocas.
Pero el día de su ejecución no encontraron nada de él, ni tampoco de la princesa. Habían huido lejos de ahí, junto a la familia del guardia que ayudó a la princesa a sacar a Wallace sin armar un alboroto, para que él pudiese huir junto a los demás.
Ella convencida de que no encontraría la felicidad lejos de él, decidió ir con ellos, se asentaron en un pequeño lugar rico en cultura y amabilidad, su civilización no había iniciado hace mucho, por lo que construían y aprendían de libros al mismo tiempo. Les sorprendió en medida la aceptación que tuvieron con ellos, anteriormente ya habían sido rechazados por otros reinos grandes. Winona, al ser una dama de sociedad, ya era muy conocida alrededor de los reinos y éstos no querían tener problemas ni disturbios más adelante. Pero en ese lugar, nadie sabía quiénes eran, nisiquiera reconocían el escudo bordado en la tela del carruaje robado, solo sabían que eran personas que necesitaban ayuda.
Ahí ayudaron a construir y también les dejaron materiales para ellos, tardaron mes y medio en completar dos pequeños hogares, uno para la familia del guardia y otro para Wallace y Winona. Después de otros cinco días, al notar que las cosas iban tranquilas Winona decidió acercarse a Wallace y confesarle que había robado las joyas que su padre había pedido, puesto que al haber sido encontradas por Wallace, entonces le debían de pertenecer a él, y este estando en desacuerdo se las dió al jefe del reino, quien las aceptó como gesto de gratitud por la estadía, al final ambos llevaron una vida tranquila y cómoda, Wallace se convirtió en jefe por los estragos que había hecho la avanzada edad en el anterior, y Winona, con su conocimiento previo, lo ayudó a mantener un lugar ordenado y comprometido con el propósito de crecer y convertirse en un lugar que fuese apto para ser llamado reino. Y se casaron, tuvieron dos hijos, y los hijos de sus hijos tuvieron hijos, y fin. — Ella miró al chico quien ocultaba su cara contra la mesa y respiraba con la lentitud de un sonámbulo. — ¡Oye! — Lo picó en el hombro con fuerza haciéndolo resollar. Él simplemente bostezó tranquilo y volvió a levantar la cabeza. — Me esforcé mucho contando todo, y tú te duermes… que falta de respeto…
— Te dije que fueras al grano no que me contarás todo.
— Pero eso hice, si hubiese contado realmente todo, no habría terminado aún.
— Bueno, entonces regresando a lo de dónde encontró las joyas.
— ¿En serio? De todo lo que conté ¿Fue lo único que escuchaste?
— No es eso… Bueno, un poco, pero ese puede ser nuestro punto de partida. — Ella quedó muda y luego echó una risa de incredulidad y burla sin haberle quitado la mirada de encima. — ¿Qué?
— ¿Vas a buscar un lugar de un cuento ficticio? — Preguntó en ascuas, él se encogió de hombros y asintió.
— El título decía: “La leyenda del narval y la grulla.” Y tu misma dijiste: “Las leyendas tienen algo de verdad en ellas”
— Eso no fue lo que dije.
— El significado es el mismo.
— Aun así, no entiendo, ¿No lo habías leído ya?
— ¿Y crees que teniendo libros de otro tipo iba a leer una típica historia romántica? La sinopsis no me llamó la atención, desde el principio era obvio que terminarían juntos. Pero, hoy puse especial atención al nombre de su autor.
— Ya, el autor. — Puso los ojos en blanco.
— ¿No lo viste? — Ella negó.
— Los salto, solo presto atención a la primera letra y ya.
— Bueno, está firmado por W y W.
— ¿Y? —
— Cierto, no has ido a la habitación de tesoros… — Ella solo le miró confundida y él continuó. — Allí hay varias herencias y objetos de valor emocional y hasta económico de antiguos reyes, entre ellos hay un retrato muy antiguo, no sabría decirte de cuándo pero son un hombre y una mujer, los primeros líderes legítimos de la civilización de la llanura de las rosas, y en su esquina inferior está la firma del pintor, pero en la parte superior izquierda está escrito: W y W, en las que se nota la clara diferencia en la caligrafía de cada una. Y no sería tan extraño que ellos mismos hayan publicado el libro, puesto que ellos comenzaron con la papelería originaria de aquí.
— ¡Ahora lo recuerdo! — Se emocionó de más, haciendo que Drew diese un disimulado salto ante el inesperado grito. — De pequeños me dejaste una nota, — Él quedó mudo en confusión pues seguía sin tener la mínima idea sobre esa parte de su vida. — Tenía la marca de W y W en su esquina superior izquierda, así mismo, aunque era un sello, se notaba la diferencia de caligrafía. — Él solo la quedó mirando con curiosidad dejando nerviosa a la joven que no comprendía la intensidad como para dejar de pestañear. — ¿Qué? — Él pareció resollar y después de componer su postura le dijo sincero:
— Nada, es que, si lo que dices es cierto y yo soy este tal “Drew de la Rosa” y poseemos la misma manera de ver el mundo ¿Qué tanto tenías que agradarme para que te regalase un cristal, una rosa y de paso dejarte una carta? — Ella sintió como su cara empezó a tomar calentura en un tiempo muy corto, así que miró a otro lado y raqueteando la mesa nerviosa intentó explicarse.
— No sé si realmente te gustaba o no, realmente eras muy extraño conmigo, por eso, esa es una pregunta a la que no tengo respuesta. — Quiso sentenciar las cosas ahí.
— Pero de la Rosa te gustaba, entonces no podía ser tan malo…
— ¿Podríamos no hablar de eso? Por favor. Es extraño hablar de eso contigo cuando no sabes quién eres y no lo recuerdas. — Aclaró su garganta y cambió el tema completamente aun cuando su rostro no recuperaba el color y temperatura normales, por lo que comenzó a abanicarse con su propia mano. — Entonces necesitamos encontrar el lugar dicho, y a la vista no parece ser que esté.
— Bajo tierra sin duda. El problema es que no sabemos la zona en la que él empezó a cavar.
— De hecho…
— ¿Tu sabes?
— Te dije que te resumí todo. — Sonrió ampliamente con confianza de más y pidió su atención con un suave aplauso. — El lugar en el que cavó, está cerca del lugar dónde se quedó a vivir después de que huyesen, es decir…
— ¿Aquí? — Ella asintió.
— Si esto que dices de que estas personas eran los mismos de la leyenda, debería de estar por aquí.
— ¡Sin sentidos! — Refutó inmediatamente.
— ¿Eh? ¿Por qué? — Se quejó decepcionada de su poca confianza.
— He vivido y recorrido este lugar por más de mil días y noches… ¿Y me dices que no he podido encontrar ese lugar? No lo creo. — Se cruzó de brazos.
— Bueno, nunca se busca lo suficiente para husmear en todos los rincones del mundo. O eso dice mi mamá.
— No es lo mismo.
— ¡Sí que lo es! — Al culmino de estas palabras volvió a temblar a una intensidad maor a la del día anterior, con fuerza tal, que el polvo se desprendió del techo y paredes haciéndolos toser aun cuando se habían precipitado bajo la mesa.
— Está cerca — Murmuró Drew más para sí, Absol había levantado la cabeza y se había puesto frente a ellos en símbolo de protección, y aunque gruñía en dirección opuesta a ellos, no sabían que esperar de aquella reacción, hasta el momento los temblores que habían vivido aunque fuertes podían creer sobrevivir a ellos, pero aquel casi les manda toda la roca del castillo encima.
— ¿Deberíamos salir? Es muy peligroso quedarnos dentro.
— Y afuera tampoco parece que estaremos muy seguros. — Salió de la mesa y se asomó apenas por una de las ventanitas hechas para la ventilación de olores dentro de la cocina, y aunque estaba lejos de todo, había notado claramente en el cielo, una enorme figura de pez con enormes aletas, saltando desde las profundidades con tal fuerza que cuando volvió al agua levantó varios metros de la misma; Drew se apuró a buscar a May quien apenas había salido de la mesa y lo miraba expectante, pero no dio ninguna explicación corrió a tomarla del brazo y la jaló en una carrera hacia las escaleras principales tan acelerada que ella tropezó a medio camino, él la ayudó a levantarse, pero era muy tarde para intentar correr más allá; el agua ya había pasado por la puerta principal con la fuerza suficiente para arrastrar objetos metálicos y de madera de roble consigo.
Ambos dejaron de pensar en ese instante, sin razonar el final que les estaba tocando vivir, pero para suerte de ambos Absol detrás de ellos decidió lo contrario.
Con una velocidad fuera del entendimiento humano había tirado con el hocico a ambos humanos a su lomo, y continuó por las escaleras a grandes saltos hasta el piso cuatro, donde la puerta abierta de la biblioteca los recibió aún con el agua tocándoles los talones, Absol avanzó hasta la extraña puerta negra de antes la cuál se cerró con ellos dentro provocando un sonido que los aturdió por la fuerza con la que impactó en sus oídos. No fue sino hasta después de varios segundos que entendieron que a pesar del paso lento del agua por las paredes, se habían salvado gracias a la quimera; quien, en cuanto ellos bajaron de su lomo, cayó al suelo del cansancio respirando entrecortado por el esfuerzo.
Drew revisó inmediatamente sus antiguas heridas, y consideró pura fortuna que no se haya abierto después de tal carrera.
— ¿Estás bien? — Preguntó al aire, y no recibió respuesta, realmente no sabía que pensar de esa chica, pero entendía que quizá se había asustado por lo ocurrido y por la repentina oscuridad.
La buscó con una pequeña fuente de luz que cargaba en su cinturón, era un extraño polvo brillante que colocó en el suelo e iluminó el pequeño cuarto; buscó a May con la mirada, y diferente a lo que pensaba, se había quedado pegada a la pared contigua, misma posición que había visto en estatuas que intentaban escuchar una conversación al lado contrario de una puerta o pared. — Oye. — La volvió a llamar caminando tranquilo hacia ella, te pregunté si estás bien. — Ella pidió silencio y después lo miró y haló para que también hiciera lo mismo. — ¿Qué haces? — Ella le siseó.
— Escucha. — Le dijo exigente, él por no discutir hizo caso, y era el mismo sonido ahogado de las profundidades de antes.
— Curioso. — Dijo. — Es más fuerte ahora que estamos encerrados.
— ¿Encerrados?
— Practicamente.
— ¿No se supone que el agua baja?
— ¿Tienes la llave de esa puerta?
— … ¿No deberías de tenerla tú?
— Nunca le encontré llave, solo estaba abierta y nunca se me ocurrió cerrarla.
— Touché. Entonces… ¿Estamos encerrados sin salida? — Se preocupó.
— Tampoco así, podemos salir de la misma manera que te traje a este reino antes. — Ella se alivió ante ello. — El problema es que como la distancia es más corta hay más posibilidades de que terminemos en el mar o en medio de lo que parece una nueva pelea entre Groudon y Kyogre.
— ¿Cómo no tienes nivelada una distancia de aquí a el librero?
— Es complicado de manejar. Más con el revuelo de afuera.
— Me voy a morir de hambre. — Cayó rodando por la pared con un claro sentimiento de desolación.
— No sé si ese sea nuestro mayor problema ahora.
— ¿Qué puede ser peor que tener hambre? —
— Muchas cosas… — Volvió a temblar provocando lo mismo de antes, Drew se vio en la necesidad de dar varios pasos para no caer. — Esto, por poner un ejemplo.
— Eso no quita que llevo todo un día sin comer carne. — Dijo ella apoyándose en la esquina para no caer.
— ¿Estás bromeando verdad? —
— Intento no temblar de miedo ahora mismo. — Sincerandose, sacó una sonrisa claramente nerviosa llena de espanto. Él se acercó a la puerta y pegó su oído, el claro oleaje al otro lado le decía que el nivel del agua había comenzado a bajar.
— Esperemos un rato, si salimos y vuelve a ocurrir lo mismo no creo que nos libremos dos veces. — Miró a la quimera y se quedó sentado contra la pared de frente a la puerta. — Absol está agotado.
— Es verdad. — Ella se acercó a la quimera y le dio un leve abrazo por el cuello. — Muchas gracias. — Dijo, el aludido solo movió la cabeza hacia su dirección mostrando que no era una molestia aquel gesto, May le acarició la cabeza y fue gateando hasta quedar a un costado de Drew dónde imitó su posición de indio. — Tenemos muy mala suerte ¿Eh?
— No sabría si es cosa de suerte.
— Mínimo tienes que aceptar que esto no pasa todos los días. — Intento ser optimista.
— Si hubiésemos vuelto hasta el principio de los tiempos ese sería el caso.
— Oh vamos, tan mala suerte no se puede tener.
— Cuando algo va mal siempre puede ir peor.
— Harás que me de un infarto de lo negativo que eres… — Se alejó de él un puesto, él giró el rostro hacia ella y resopló dejando salir una risa.
— Estoy bromeando contigo.
— ¡Pues no es gracioso! ¿Y si realmente hubiésemos regresado hasta allá?
— Bueno, este momento no existiría. — Le sonrió tranquilo y regresó su mirada a la puerta. May quedó muda y pensó que quizá él tenía razón y aquello no era cosa de suerte, simplemente ocurrió porque tenía que ocurrir.
— Es verdad. Ahora mismo, no estaríamos aquí…
— Quizá estaríamos poblando la tierra.
— Por favor, no digas cosas raras. — Él volvió a reír, y ella se contagió con ello. Absol se levantó para sorpresa de ellos quienes se callaron y observaron sus movimientos. Olisqueaba y se notaba atento y ansioso, hasta que unos segundos después había vuelto a temblar y con ello el sonido del agua azotando a la puerta les hizo entrar en razón de que no sería tan fácil salir de ahí.
— No va a quedar otra opción. — Dijo Drew viendo de un lado a otro.
— ¿A qué te refieres?
— Debemos salir de este reino. — Ella solo lo miró no convencida, que le dijera eso era perder la oportunidad de encontrar la llave para que todo regresara a la normalidad..
— Pero…
— Sujetate bien. — Pidió cuando sacó nuevamente el extraño objeto y estiró la mano esperando por la de ella, pero ella ni se le acercó.
— ¡Espera! — Él hizo caso y extrañado esperó a su razón. — ¿Y si terminamos en medio mar?
— Puedo llegar a tierra sin pro… — Fue interrumpido por un salto hacia atrás de Absol, mismo que miró a sus dos costados y se decidió por uno, la pared que emitía el sonido de profundidades, y sin darles tiempo a pensar mucho a los jóvenes lo que estaba pensando la quimera, el extraño cuerno de la misma había empezado a brillar lanzando un haz de luz que rompió la pared, dejando ante ellos un pasadizo de tierra que dejó a ambos sentir una suave brisa con aroma a tierra húmeda.
Se miraron entre sí y después de comprender la curiosidad del otro decidieron levantarse y adentrarse a lo desconocido.
Drew tomó la delantera iluminando el camino con el mismo polvo, pero con una pequeña antorcha metálica en su base y recubierta en la parte superior por un vidrio transparente, mientras que May lo seguía de cerca y Absol un paso detrás con un tipo de galope relajado..
— Nunca me hubiese imaginado que existe un pasadizo como este en el castillo. — Comentó Drew mientras cada tanto se detenía a observar con detenimiento el estado de la tierra sobre ellos.
— No es normal tener pasadizos secretos sin una entrada escondida. Esto es definitivamente algo que han querido enterrar. — Ella imitaba al muchacho sin mucho entendimiento de la diferencia entre un tramo o el otro, todo era igual para sus ojos.
— No, sí está enterrado definitivamente, está. — Iluminó de arriba a abajo y todo era tierra, y solo a ciertas distancias se encontraban marcos de mina para sostener la estructura, raro era que eso aún tuviese paso sin trabas. — Este castillo fue construido en base de la montaña más alta del Reino, de manera que, cuando se necesitase más espacio solo se tuviese que cavar hacia la montaña y no perturbar la vida de los demás. Lo curioso es que desde su construcción ninguno de los propietarios ha tenido la necesidad de hacerlo. Eso explicaría el buen estado de este pasaje.
— ¿También lo leíste en un plano?
— Del castillo, por supuesto. No es muy gráfico pero está bien detallado el propósito de cada cosa. — Miró hacia atrás para mirar su expresión de fastidio; y mucho ya había entendido él que más que por su explicación era porque no compartían gustos de lectura.
— Deberías de intentar tener otros pasatiempos, como el de no sé… ¿Una vida normal?
— Creo que la tengo.
— Creeme que a ojos de otros no.
— Será a los tuyos eres la primer persona con la que paso más de un día sin que me intente encarcelar o estafar, o que simplemente me haga transporte…
— Ya entendí, que me amas, sí. — Se sintió altamente halagada con ello.
— No he dicho eso… — Su tono salió con alarma y su rostro se encendió.
— El significado es el mismo.
— Por supuesto que no.
— Cuidado. — Dijo de la nada, Drew no comprendió pero, en cuanto giró el rostro se encontró con una pared de tierra que les impedía el paso.
— ¿No pudiste avisar antes? — Retrocedió un paso quitandose el poco de tierra que se le había pegado a la ropa.
— Lo siento, me distraje un poco con tu reacción. — Rió con inocencia, y luego se tapó la boca al notar su comentario, miró para arriba intentando aparentar que no significaba nada, aunque realmente el chico poco pareció entenderlo. — ¿Nos quedamos sin camino a seguir?
— Así parece, al menos que sea como antes y se pueda pasar rompiendo esta parte. — Golpeó suavemente la tierra y por el sonido era fácil deducir que no había paso más allá. — Hemos llegado hasta aquí por nada.
— Quizá Absol pueda hacer algo. — Miró a la quimera que parecía reacio a avanzar hasta donde ellos, así que compartieron incertidumbre de la actitud y luego al intentar regresar donde estaba la criatura, comprendieron por qué se había quedado donde estaba. El suelo a sus pies se desmoronó haciéndolos caer en un hoyo que no les dio tiempo de agarrarse de nada. Absol tampoco hizo algo por ayudarlos aparte de mirar como caían.
Cayendo al vacío de lo inesperado por más tiempo del que realmente sintieron se habían sumergido en oscuridad, su única compañía era el eco del grito de May ante el terror de lo que podría suceder después. Hasta que los recibió un punto de luz que se abría debajo de ellos en un color azul tan profundo como las mayores profundidades marinas. Fueron azotados contra el agua a la que pertenecía y aturdió sus sentidos mientras la asfixia combinada con la desesperación por llegar a la superficie, era el único recuerdo que quedó antes de perder el conocimiento.
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Re: [Fan Fic] Una Simple Esmeralda
6. Capítulo 5.5: — Wynaut (Why not?).
Abrió los ojos con pesadez, veía borroso y oscuro; sentía angustia por respirar y le dolía la cabeza a tal magnitud que creía era mejor volver a dormir, hasta que se encontró con unos inquietos ojos zafiros, acompañados de una enorme sonrisa de alivio y nerviosismo mezclado.
— Me duele la cabeza. — Fue lo primero que dijo al sentarse con ayuda de la chica.
— Me pasó igual, creo que nos entró mucha agua.
— ¿Agua? — Con la mano en la cabeza espabiló mientras todo lo anterior que había ocurrido pasaba como rayo en sus recuerdos. — Caímos y nos ahogamos… — La miró. — ¿Acaso tú…? — Se quedó mirando a May inquisitivo e incrédulo, pero rápidamente notó que ella le iba a dar una negativa desde que sus ojos se encogieron con un brillo de curiosidad infantil que lo hicieron observar a sus espaldas y ahí estaban unos pequeños seres azules gelatinosos, con bocas y ojos de zig zag, largos lazos a cada lado de la enorme y redonda cabeza, mismo que simulaban ser los brazos de estos seres; un cuerpo que apenas parecía un halda con final de picos que asomaban dos círculos redondos que hacían de piernas y una cola negra redondeada al final con un círculo blanco en el mismo, poseyendo como cereza del pastel un copete del mismo extraño tejido de la piel resaltando como cuerno en lo que se podría llamar la frente de aquellos seres tan extraños. Mientras tanto recostado a una pared estaba un Absol, claramente empapado mientras dormía rodeado de las curiosas miradas de los pequeños seres azules, mismos que decidieron colocarse junto a este para proporcionarle calor y parecían arrullarlo con un extraño sonido de meditación; el llamado Absol por su parte parecía muy familiarizado por lo cómodo y tranquilo que se había quedado.
El lugar por su parte era lo más parecido a una cueva subterránea, Un lago de aguas profundas se ubicaba grande y majestuoso como núcleo, mientras que todo el enorme rededor era un remanso de enormes, grises y brillantes piedras compactadas que les daban soporte como terreno, y su techo se oscurecía entre picos que parecían derretirse cual velas; poseía un tragaluz al mismo eje del lago, que les regalaba una luz irreconocible pero que ayudaba a la claridad y a la fresca y húmeda ventilación que se extendía a lo largo de esa imperfecta circunferencia terrenal.
— ¿Qué son estas cosas? — Preguntó confundido, ella sonrió ampliamente con el mismo brillo de ojos de antes y lo supo: esa mujer no tenía idea de lo que estaba ocurriendo ni de qué eran esas criaturas, pero tenía una emoción infantil de estar disfrutando de ello secretamente. No la podía culpar, nunca había visto algo siquiera parecido en los libros que había leído o en las ciudades que había estado, era tan nuevo que a pesar de la incertidumbre cualquiera estaría dispuesto de arriesgarse tanto como ellos para ver aquellos extraños seres caminando, jugando y acurrucandose.
— No tengo idea, pero les he puesto nombre. — Sonó orgullosa, más de lo que debería.
— ¿En base a qué?
— Escucha. — Pidió cuando llamó a uno con un gesto y este emitió un sonido muy peculiar y pronunciable pero sin sentido alguno en su propio idioma.
— Entonces… ¿Se llaman?
— Waynaut…
— ¿Tu gato se llama Miau y tu perro Woof? — Casi sintió vergüenza de hacer aquellas onomatopeyas.
— No, porque no tengo ninguno de esos dos, pero tengo un caballo que se llama: Ñiji Ji Nombre Ji, y apellido Ñiji.
— May… Esto no es momento para inventar cosas…
— No estoy inventando nada, es la verdad. — Contestó tan certera que dejó al peliverde en trance, cuestionando seriamente cómo funcionaba la mente de la chica.
— …
Ella volvió a sonreír ampliamente pero había algo raro en aquella sonrisa, en su emoción parecía ocultar algo, algo muy malo; y es que con el paso de los segundos se la notaba más y más nerviosa, como si estuviese pasando una situación que no parase de incomodarla y solo empeorase en el tiempo. No podía terminar de entenderlo aunque intentase leer sus expresiones como ya había hecho antes, por primera vez desde que la había visto no tenía idea de qué le quería decir su rostro.
— ¿Qué pasa? — Preguntó ya agotado de intentar adivinar en silencio, y con una extraña inocencia intranquila. Ella movió levemente la cabeza a un lado junto con los ojos, él observó a esa dirección y entendió a qué se refería.
En el agua bolas azules con sonrisas de osos, con ojos grandes y cola de pez, jugaban a lanzarse objetos entre ellas, no solo varios de los implementos de magia del peliverde, sino que además tenían la bolsa donde guardaba las piedras por las que había comenzado todo el dilema presente.
Revisó su cinturón en incredulidad y como temía, le habían quitado todo, hasta algunas monedas que había podido encontrar tiradas en el suelo en su recorrido por los reinos.
— ¿Cuándo pasó eso? — Preguntó señalando con incredulidad y alarma lo que veía. Ella se encogió de hombros.
— Cuando desperté, lo primero que vi fue a los Waynaut, y cuando recobré la conciencia vi que seguías desmayado pero respirabas, así que revisé por encima las cosas, y pues… Los Waynout estaban curioseando todo lo que te habían quitado y al darse cuenta que no era comida, ni tampoco les era de utilidad… se lo lanzaron a esas… ¿Focas? — Dudó de aquello ya que eran mucho más pequeñas, más redondas y de otro color a las que alguna vez vio ilustradas, pero al menos podía decir que muy parecidas si que eran. — Disculpa, intenté quitarles las joyas pero fue imposible, no solo son escurridizos sino que me trataron como boba de turno. — Cabizbaja sintió impotencia, él tomó su mano para llamar su atención, y ella levantó la mirada con un puchero formado en sus labios como esperando un regaño..
— No te disculpes, no ha sido culpa tuya. — Le tranquilizó, ella solo pudo dedicarle una expresión de preocupación avergonzada. — El problema ahora es cómo los vamos a recuperar. Si caen al agua, nos podemos ir olvidando de arreglar este problema. — Miró de un lado a otro y el único de confianza para algo así estaba completamente dormido del cansancio; algo imposible de cuestionar, después de todo, Absol había utilizado demasiada energía para rescatarlos antes, y si era verdad lo que sospechaba, era él quien los había sacado del agua, o mínimo ayudado de alguna manera.
— Bueno, tenemos un punto a favor. — Él escuchó expectante. — Desde que desperté no han habido temblores, y el nivel de agua del lago se mantiene en la misma posición, por lo que dudo que esta cueva se nos vaya a caer encima… o eso espero.
— ¿Y eso en qué nos ayuda con eso? — Señaló a los seres jugando en el agua.
— Bueno… — Ella miró a otro lado intentando pensar en algo que resultase mínimamente útil. — No hay que preocuparse tanto por el peligro…
— Escucha, no te enojes… Solo te lo pregunté porque es gracioso verte nerviosa. — Confesó. Ella sintió como todo su estómago se revolvía en la impotencia de no tener las agallas para noquearlo o lanzarlo nuevamente al agua. O así se mentía a sí misma para convencerse de que no tenía idea de la atención que estaba recibiendo de su parte.
— No te contesto como debería porque soy una dama de alta socie… — No pudo completar su frase ante la sensación fría de algo contra su pierna que la hizo arrastrarse rápidamente a las espaldas del joven. Cuando notó que se trataba de uno de aquellos Waynout llamando su atención con lo que creía era su brazo, dejó escapar el susto en un suspiro de alivio.
— Pensé que ya eran amigos. — Le dijo Drew inclinándose un poco para atrás para poder verla, ella le dio a entender que más o menos era el caso con un movimiento de su mano.
— Se podría decir que tenemos una extraña y amigable relación a distancia… — Esta vez usó todo su brazo en una mímica que alejaba su mano de su cuerpo cada vez más. Él parecía más que complacido con ello y entonces ella ya se dio a la tarea de preguntar por intentar entender lo que estaba pasando.
— ¿Por qué estás tan tranquilo? — Señaló la zona donde estaban jugando, pero ya no se veía la bolsa usada como pelota. Y no le dio al chico el tiempo de contestar nada. — ¡No está! — Se escandalizó tanto que se levantó de un salto y corrió hasta el lago, primero buscando entre todas las cabezas y luego intentando buscar en la oscuridad de la profundidad de aquel lago que parecía no tener fondo. — No hay nada…
— No, de hecho, han hecho un desastre. — Señaló entre los seres y se podían ver varios puntillos flotantes, polvos de diferentes tipos, y hasta productos secos que aparentaban ser más para comida de emergencia que para los extraños trucos del joven. — No creo que vayas a encontrar nada mirando para abajo. — Él se levantó calmado dirigiéndose hasta el otro lado del lago, más allá de la orilla, a unos pasos más cercanos al final de la cueva, hacia una sombra que había visto desde antes del escándalo de May, siendo llevada y regresada por las patas de aquellos seres a lo que la chica había nombrado Wynaut,
— Ya, pero si no las encontramos, buscar el lugar y regresar a nuestro tiempo será imposible. — Lo regresó a ver, y él quedó observando el otro lado del lago como si hubiese recordado algo y le respondió con una expresión melancólica que se grabó en los recuerdos de May con tristeza y desesperanza. Parecía que el chico ya había perdido cualquier ánimo por recuperar el reino; pero aún así se acercó a ella y se acuclilló a su lado.
— Bueno, tengo trucos. — Mostró la bolsita.
— ¿Cómo la recuperaste? — Sorprendida se acercó a mirar, y él no supo cómo explicarle lo sucedido.
— Eh… Bueno… — Podía decirle muchas cosas para quitarle la curiosidad, pero decidió ser sincero. — Simplemente estaban ahí… — Señaló el lugar. — Supongo ya les habrá dolido la cabeza, después de todo son piedras. — La miró y parecía completamente perdida en lo que estaba contando. — De hecho, si hubieses ido un poco más allá las hubieras visto… — Abrió la bolsa encontrándose con otra sorpresa, estaba medio abierta y sintió como su alma y razón se perdieron completamente. — No son estas. — Dijo, ella se lo arrebató de las manos y él no puso resistencia.
— ¡Te dije! ¡Vamos a quedarnos aquí por siempre! — Dejó caer aquello sin remordimiento alguno, de la bolsa se deslizaron suavemente un tipo de piedrecitas negras y brillantes. May sintió que le dolía la cabeza. — Quizá si voy a mi casa y les cuento lo que ha pasado me crean, y pueda tener una vida normal como la hermana mayor de mi yo pequeña… Puede ser. — Se quedó pensando un momento entendiendo que había entrado en demencia. — Por supuesto que no servirá, nunca me creerían algo tan irreverente. — Se llevó las manos a la cabeza y se sacudió siendo su única manera de sobrellevarlo.
— Cálmate, no pierdas la cabeza… — Le pidió intentando calmarla pero la verdad es que él mismo no tenía idea de cómo podrían resolver aquello. — Parece que en sus juegos ya sea las focas o las cosas de acá. — Señaló a los Wynaut. — Cambiaron el contenido de la bolsa, quizá solo debemos buscarlo en el suelo… — Miró de un lado a otro, ella lo ayudó también y el problema no era buscar en el suelo, el problema era la cantidad de cuerpos de color azul contaminando su búsqueda. — Bien… ¿Has pensado en vivir en una cueva el resto de tu vida?
— Alguna vez cuando era más joven me pareció una experiencia que querría experimentar… — Contestó, y luego regresó en sí. — ¡No me quiero quedar aquí!
— Yo tampoco. Pero si no encontramos un método que nos lleve a las piedras…
— ¡Espera! — Buscó en su bolsillo y después de una sonrisa de hallazgo sacó la esmeralda, y luego miró a Drew. — Si están iluminados por el mismo astro sonarán…
Drew observó la claraboya que aunque profunda aún dejaba entrar luz a aquel lugar.
— ¿Será luz de un astro? — Preguntó sin certeza. Ella solo se quedó mirando para arriba y con una mueca de perplejidad le regresó otra pregunta.
— ¿No es el sol? — Él no supo qué contestar, no se lo parecía de ninguna manera, puesto que por mucho que lo intentase no se veía la profundidad de la montaña, solo una masa blanca de destellos multicolor. Pero terminó simplemente haciendo caso, porque más opciones no tenían.
— Acerquémonos al lago. — Dijo inmediatamente, pero en el momento un Waynout saltó y arrebató la esmeralda de las manos de May, quien intentó recuperarla cayendo en el intento ocurriendo lo mismo con Drew. — ¡Espera! — Le gritó, el ser que se alejaba contento retrocedió la mirada hacia ellos. — Eso no es para jugar.
— Waynout.
— No deben lanzarlo por lo aires…
— Waynout.
— ¿Por qué siento que se está burlando de mí?
— No eres el único que siente eso… — Miró al pequeño. — Por favor, es nuestra única manera de regresar a nuestro hogar.
— Waynout Waynout. — Repitió varias veces la criatura que parecía estar explicando algo, pero ellos no comprendieron, May aprovechó y en la distracción volvió a levantarse y se lanzó hacia el pequeño, mismo que correteó un poco y ella a penas alcanzó a sostener con los brazos.
— Regresala. — Pidió mientras estiraba un brazo intentando alcanzarla, pero le jugó en contra su determinación.
El Wynaut la lanzó, Drew siguió su dirección en una pequeña carrera pero no consiguió alcanzarla cuando ya había entrado al agua, y solo alcanzó a recoger el pequeño hilo de agua que se había levantado.
Ante los ojos de May aquello había ido en una tortuosa y lenta secuencia que la hizo sentir por primera vez en esos dos días, sentir que cualquier esperanza de volver a casa estaba pérdida.
Soltó al Waynout, este se fue corriendo, y ella se sentó sobre sus tobillos procesando lo que acababa de ocurrir, Drew estaba ahí a unos metros de ella pero no podía quitar la vista de la oscuridad del agua frente a él. No sabía si lloraba pero definitivamente aquel parálisis demostraba el impacto que había causado en él. Haber perdido aquella joya significaba perder a su familia, y su realidad, significaba que él también perdía a su familia y a todo un reino, sin importar si los recordaba o no, como él mismo había dicho: Era todo lo que conocía y todo lo que nunca podría conocer.
Y para miseria de ambos, habían fallado en rescatar lo que más amaban y querían proteger: A los suyos.
Abrió los ojos con pesadez, veía borroso y oscuro; sentía angustia por respirar y le dolía la cabeza a tal magnitud que creía era mejor volver a dormir, hasta que se encontró con unos inquietos ojos zafiros, acompañados de una enorme sonrisa de alivio y nerviosismo mezclado.
— Me duele la cabeza. — Fue lo primero que dijo al sentarse con ayuda de la chica.
— Me pasó igual, creo que nos entró mucha agua.
— ¿Agua? — Con la mano en la cabeza espabiló mientras todo lo anterior que había ocurrido pasaba como rayo en sus recuerdos. — Caímos y nos ahogamos… — La miró. — ¿Acaso tú…? — Se quedó mirando a May inquisitivo e incrédulo, pero rápidamente notó que ella le iba a dar una negativa desde que sus ojos se encogieron con un brillo de curiosidad infantil que lo hicieron observar a sus espaldas y ahí estaban unos pequeños seres azules gelatinosos, con bocas y ojos de zig zag, largos lazos a cada lado de la enorme y redonda cabeza, mismo que simulaban ser los brazos de estos seres; un cuerpo que apenas parecía un halda con final de picos que asomaban dos círculos redondos que hacían de piernas y una cola negra redondeada al final con un círculo blanco en el mismo, poseyendo como cereza del pastel un copete del mismo extraño tejido de la piel resaltando como cuerno en lo que se podría llamar la frente de aquellos seres tan extraños. Mientras tanto recostado a una pared estaba un Absol, claramente empapado mientras dormía rodeado de las curiosas miradas de los pequeños seres azules, mismos que decidieron colocarse junto a este para proporcionarle calor y parecían arrullarlo con un extraño sonido de meditación; el llamado Absol por su parte parecía muy familiarizado por lo cómodo y tranquilo que se había quedado.
El lugar por su parte era lo más parecido a una cueva subterránea, Un lago de aguas profundas se ubicaba grande y majestuoso como núcleo, mientras que todo el enorme rededor era un remanso de enormes, grises y brillantes piedras compactadas que les daban soporte como terreno, y su techo se oscurecía entre picos que parecían derretirse cual velas; poseía un tragaluz al mismo eje del lago, que les regalaba una luz irreconocible pero que ayudaba a la claridad y a la fresca y húmeda ventilación que se extendía a lo largo de esa imperfecta circunferencia terrenal.
— ¿Qué son estas cosas? — Preguntó confundido, ella sonrió ampliamente con el mismo brillo de ojos de antes y lo supo: esa mujer no tenía idea de lo que estaba ocurriendo ni de qué eran esas criaturas, pero tenía una emoción infantil de estar disfrutando de ello secretamente. No la podía culpar, nunca había visto algo siquiera parecido en los libros que había leído o en las ciudades que había estado, era tan nuevo que a pesar de la incertidumbre cualquiera estaría dispuesto de arriesgarse tanto como ellos para ver aquellos extraños seres caminando, jugando y acurrucandose.
— No tengo idea, pero les he puesto nombre. — Sonó orgullosa, más de lo que debería.
— ¿En base a qué?
— Escucha. — Pidió cuando llamó a uno con un gesto y este emitió un sonido muy peculiar y pronunciable pero sin sentido alguno en su propio idioma.
— Entonces… ¿Se llaman?
— Waynaut…
— ¿Tu gato se llama Miau y tu perro Woof? — Casi sintió vergüenza de hacer aquellas onomatopeyas.
— No, porque no tengo ninguno de esos dos, pero tengo un caballo que se llama: Ñiji Ji Nombre Ji, y apellido Ñiji.
— May… Esto no es momento para inventar cosas…
— No estoy inventando nada, es la verdad. — Contestó tan certera que dejó al peliverde en trance, cuestionando seriamente cómo funcionaba la mente de la chica.
— …
Ella volvió a sonreír ampliamente pero había algo raro en aquella sonrisa, en su emoción parecía ocultar algo, algo muy malo; y es que con el paso de los segundos se la notaba más y más nerviosa, como si estuviese pasando una situación que no parase de incomodarla y solo empeorase en el tiempo. No podía terminar de entenderlo aunque intentase leer sus expresiones como ya había hecho antes, por primera vez desde que la había visto no tenía idea de qué le quería decir su rostro.
— ¿Qué pasa? — Preguntó ya agotado de intentar adivinar en silencio, y con una extraña inocencia intranquila. Ella movió levemente la cabeza a un lado junto con los ojos, él observó a esa dirección y entendió a qué se refería.
En el agua bolas azules con sonrisas de osos, con ojos grandes y cola de pez, jugaban a lanzarse objetos entre ellas, no solo varios de los implementos de magia del peliverde, sino que además tenían la bolsa donde guardaba las piedras por las que había comenzado todo el dilema presente.
Revisó su cinturón en incredulidad y como temía, le habían quitado todo, hasta algunas monedas que había podido encontrar tiradas en el suelo en su recorrido por los reinos.
— ¿Cuándo pasó eso? — Preguntó señalando con incredulidad y alarma lo que veía. Ella se encogió de hombros.
— Cuando desperté, lo primero que vi fue a los Waynaut, y cuando recobré la conciencia vi que seguías desmayado pero respirabas, así que revisé por encima las cosas, y pues… Los Waynout estaban curioseando todo lo que te habían quitado y al darse cuenta que no era comida, ni tampoco les era de utilidad… se lo lanzaron a esas… ¿Focas? — Dudó de aquello ya que eran mucho más pequeñas, más redondas y de otro color a las que alguna vez vio ilustradas, pero al menos podía decir que muy parecidas si que eran. — Disculpa, intenté quitarles las joyas pero fue imposible, no solo son escurridizos sino que me trataron como boba de turno. — Cabizbaja sintió impotencia, él tomó su mano para llamar su atención, y ella levantó la mirada con un puchero formado en sus labios como esperando un regaño..
— No te disculpes, no ha sido culpa tuya. — Le tranquilizó, ella solo pudo dedicarle una expresión de preocupación avergonzada. — El problema ahora es cómo los vamos a recuperar. Si caen al agua, nos podemos ir olvidando de arreglar este problema. — Miró de un lado a otro y el único de confianza para algo así estaba completamente dormido del cansancio; algo imposible de cuestionar, después de todo, Absol había utilizado demasiada energía para rescatarlos antes, y si era verdad lo que sospechaba, era él quien los había sacado del agua, o mínimo ayudado de alguna manera.
— Bueno, tenemos un punto a favor. — Él escuchó expectante. — Desde que desperté no han habido temblores, y el nivel de agua del lago se mantiene en la misma posición, por lo que dudo que esta cueva se nos vaya a caer encima… o eso espero.
— ¿Y eso en qué nos ayuda con eso? — Señaló a los seres jugando en el agua.
— Bueno… — Ella miró a otro lado intentando pensar en algo que resultase mínimamente útil. — No hay que preocuparse tanto por el peligro…
— Escucha, no te enojes… Solo te lo pregunté porque es gracioso verte nerviosa. — Confesó. Ella sintió como todo su estómago se revolvía en la impotencia de no tener las agallas para noquearlo o lanzarlo nuevamente al agua. O así se mentía a sí misma para convencerse de que no tenía idea de la atención que estaba recibiendo de su parte.
— No te contesto como debería porque soy una dama de alta socie… — No pudo completar su frase ante la sensación fría de algo contra su pierna que la hizo arrastrarse rápidamente a las espaldas del joven. Cuando notó que se trataba de uno de aquellos Waynout llamando su atención con lo que creía era su brazo, dejó escapar el susto en un suspiro de alivio.
— Pensé que ya eran amigos. — Le dijo Drew inclinándose un poco para atrás para poder verla, ella le dio a entender que más o menos era el caso con un movimiento de su mano.
— Se podría decir que tenemos una extraña y amigable relación a distancia… — Esta vez usó todo su brazo en una mímica que alejaba su mano de su cuerpo cada vez más. Él parecía más que complacido con ello y entonces ella ya se dio a la tarea de preguntar por intentar entender lo que estaba pasando.
— ¿Por qué estás tan tranquilo? — Señaló la zona donde estaban jugando, pero ya no se veía la bolsa usada como pelota. Y no le dio al chico el tiempo de contestar nada. — ¡No está! — Se escandalizó tanto que se levantó de un salto y corrió hasta el lago, primero buscando entre todas las cabezas y luego intentando buscar en la oscuridad de la profundidad de aquel lago que parecía no tener fondo. — No hay nada…
— No, de hecho, han hecho un desastre. — Señaló entre los seres y se podían ver varios puntillos flotantes, polvos de diferentes tipos, y hasta productos secos que aparentaban ser más para comida de emergencia que para los extraños trucos del joven. — No creo que vayas a encontrar nada mirando para abajo. — Él se levantó calmado dirigiéndose hasta el otro lado del lago, más allá de la orilla, a unos pasos más cercanos al final de la cueva, hacia una sombra que había visto desde antes del escándalo de May, siendo llevada y regresada por las patas de aquellos seres a lo que la chica había nombrado Wynaut,
— Ya, pero si no las encontramos, buscar el lugar y regresar a nuestro tiempo será imposible. — Lo regresó a ver, y él quedó observando el otro lado del lago como si hubiese recordado algo y le respondió con una expresión melancólica que se grabó en los recuerdos de May con tristeza y desesperanza. Parecía que el chico ya había perdido cualquier ánimo por recuperar el reino; pero aún así se acercó a ella y se acuclilló a su lado.
— Bueno, tengo trucos. — Mostró la bolsita.
— ¿Cómo la recuperaste? — Sorprendida se acercó a mirar, y él no supo cómo explicarle lo sucedido.
— Eh… Bueno… — Podía decirle muchas cosas para quitarle la curiosidad, pero decidió ser sincero. — Simplemente estaban ahí… — Señaló el lugar. — Supongo ya les habrá dolido la cabeza, después de todo son piedras. — La miró y parecía completamente perdida en lo que estaba contando. — De hecho, si hubieses ido un poco más allá las hubieras visto… — Abrió la bolsa encontrándose con otra sorpresa, estaba medio abierta y sintió como su alma y razón se perdieron completamente. — No son estas. — Dijo, ella se lo arrebató de las manos y él no puso resistencia.
— ¡Te dije! ¡Vamos a quedarnos aquí por siempre! — Dejó caer aquello sin remordimiento alguno, de la bolsa se deslizaron suavemente un tipo de piedrecitas negras y brillantes. May sintió que le dolía la cabeza. — Quizá si voy a mi casa y les cuento lo que ha pasado me crean, y pueda tener una vida normal como la hermana mayor de mi yo pequeña… Puede ser. — Se quedó pensando un momento entendiendo que había entrado en demencia. — Por supuesto que no servirá, nunca me creerían algo tan irreverente. — Se llevó las manos a la cabeza y se sacudió siendo su única manera de sobrellevarlo.
— Cálmate, no pierdas la cabeza… — Le pidió intentando calmarla pero la verdad es que él mismo no tenía idea de cómo podrían resolver aquello. — Parece que en sus juegos ya sea las focas o las cosas de acá. — Señaló a los Wynaut. — Cambiaron el contenido de la bolsa, quizá solo debemos buscarlo en el suelo… — Miró de un lado a otro, ella lo ayudó también y el problema no era buscar en el suelo, el problema era la cantidad de cuerpos de color azul contaminando su búsqueda. — Bien… ¿Has pensado en vivir en una cueva el resto de tu vida?
— Alguna vez cuando era más joven me pareció una experiencia que querría experimentar… — Contestó, y luego regresó en sí. — ¡No me quiero quedar aquí!
— Yo tampoco. Pero si no encontramos un método que nos lleve a las piedras…
— ¡Espera! — Buscó en su bolsillo y después de una sonrisa de hallazgo sacó la esmeralda, y luego miró a Drew. — Si están iluminados por el mismo astro sonarán…
Drew observó la claraboya que aunque profunda aún dejaba entrar luz a aquel lugar.
— ¿Será luz de un astro? — Preguntó sin certeza. Ella solo se quedó mirando para arriba y con una mueca de perplejidad le regresó otra pregunta.
— ¿No es el sol? — Él no supo qué contestar, no se lo parecía de ninguna manera, puesto que por mucho que lo intentase no se veía la profundidad de la montaña, solo una masa blanca de destellos multicolor. Pero terminó simplemente haciendo caso, porque más opciones no tenían.
— Acerquémonos al lago. — Dijo inmediatamente, pero en el momento un Waynout saltó y arrebató la esmeralda de las manos de May, quien intentó recuperarla cayendo en el intento ocurriendo lo mismo con Drew. — ¡Espera! — Le gritó, el ser que se alejaba contento retrocedió la mirada hacia ellos. — Eso no es para jugar.
— Waynout.
— No deben lanzarlo por lo aires…
— Waynout.
— ¿Por qué siento que se está burlando de mí?
— No eres el único que siente eso… — Miró al pequeño. — Por favor, es nuestra única manera de regresar a nuestro hogar.
— Waynout Waynout. — Repitió varias veces la criatura que parecía estar explicando algo, pero ellos no comprendieron, May aprovechó y en la distracción volvió a levantarse y se lanzó hacia el pequeño, mismo que correteó un poco y ella a penas alcanzó a sostener con los brazos.
— Regresala. — Pidió mientras estiraba un brazo intentando alcanzarla, pero le jugó en contra su determinación.
El Wynaut la lanzó, Drew siguió su dirección en una pequeña carrera pero no consiguió alcanzarla cuando ya había entrado al agua, y solo alcanzó a recoger el pequeño hilo de agua que se había levantado.
Ante los ojos de May aquello había ido en una tortuosa y lenta secuencia que la hizo sentir por primera vez en esos dos días, sentir que cualquier esperanza de volver a casa estaba pérdida.
Soltó al Waynout, este se fue corriendo, y ella se sentó sobre sus tobillos procesando lo que acababa de ocurrir, Drew estaba ahí a unos metros de ella pero no podía quitar la vista de la oscuridad del agua frente a él. No sabía si lloraba pero definitivamente aquel parálisis demostraba el impacto que había causado en él. Haber perdido aquella joya significaba perder a su familia, y su realidad, significaba que él también perdía a su familia y a todo un reino, sin importar si los recordaba o no, como él mismo había dicho: Era todo lo que conocía y todo lo que nunca podría conocer.
Y para miseria de ambos, habían fallado en rescatar lo que más amaban y querían proteger: A los suyos.
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Re: [Fan Fic] Una Simple Esmeralda
7. Capítulo seis: Un punto entre Mar y Tierra.
May se quedó sentada a un lado de Drew quien no se quería mover de la orilla. No es que ninguno hubiese pensado en la posibilidad de ir hasta abajo, es que era imposible llegar al fondo y más aún regresar, mínimo en una pieza, no se debía de ser muy listo para saberlo.
— Lo siento. — Fue lo primero que pronunció, decepcionado y desanimado así se encontraba. — No alcancé… No cumplí lo que prometí… — Ella por su parte no podía dejar de mirar al suelo con el quebranto que le daba pensar en un futuro inexistente, por lo que aunque lo escuchó no contestó y las lágrimas no paraban de brotar. — Lo siento mucho… Quizá si hubiésemos ido por Celebi…
— Está bien. — Dijo con su quebrada y dolorida voz, no quería pensar en posibilidades, lo hecho estaba hecho, no solo había perdido las piedras, sino que también todos los materiales que ella entendía él necesitaba si en algún momento decidían salir de ahí. — No tienes que disculparte, solo pasó… — Intentó calmarlo y calmarse ella e intentó contener sus sentimientos al dar la mayor bocanada de aire que alguna vez habría dado, aún contra la voluntad del corset, fallando en ello.
— Pero ha sido mi torpeza la que nos ha puesto en esta situación.
— No sabías nada de esto.
— Debería de haberlo sabido…
— ¿Sabes? Para no recordar nada, eres igual que siempre. — Su voz ya había tomado un tono nasal al intentar decir más de lo que podía con todo lo que estaba sintiendo en ese momento: Pesar, angustia, tristeza. Hablar solo le estaba agrandando el nudo de su estómago y el enojo que sentía hacia sí misma por haber contribuido a ese momento y hacia él al tener la osadía de llevarse toda la culpa aun cuando podía hablar tan bajo y tranquilo como si realmente no estuviera en un deplorable estado de ánimo. — Quieres que todo vaya como tú quieres, pero no siempre puede pasar eso… no eres el centro del mundo. ¿Por qué nunca has entendido eso?
— Si lo entiendo. — Se defendió en su inconformidad. — Pero podría haber preparado todo mejor para que las cosas salieran medianamente mejor. — Ella ya no sabía cómo calar en él de manera que no se culpase por ello, o al menos no solo a él, ambos compartían mucho la culpa y no es que lo creyese, estaba segura de ello. Pero la verdad es que aunque lo hiciera darse cuenta de ello, no tenían nada por hacer después, sólo les quedaba esperar a saber que iba a ocurrir con ellos.
— Hace mucho tiempo, cuando aún era pequeña. — Comenzó a contar de la nada, no le gustaba ese silencio sepulcral que había estancado entre ellos. Él quiso decir algo pero no pudo interrumpirla, sintió que si lo hacía no se lo perdonaría nunca. — Un apático niño llegó al reino de mis padres, su nombre era: Drew de la rosa. Yo estaba jugando con una mariposa intentando que se posara sobre mi cabeza porque creía que era una buena idea, y cuando lo logré recibí el aplauso de mis amigos del castillo, pero ese niño llegó sin que lo invitase siquiera y me dijo: Te ves tonta haciendo eso, una señorita de sociedad no debería de juguetear por ahí con insectos, ni mucho menos con personas que no son de su mismo status, refiriéndose a mis amigos, claro él no sabía que a parte de mi hermano los únicos niños de mi edad eran hijos del personal del castillo. Yo recuerdo que me enojé mucho y le grité y hasta intenté echar una pelea con él, razón por la cuál solo me degradó más con su palabrería innata. Eso hizo que no quisiera jugar nunca con él, pero siempre me lo encontraba, y aunque pasabamos el uno del otro debíamos de convivir frente a nuestros padres. Un día llegué tarde a la cena, mi madre me iba a regañar, pero Drew dijo que me había pedido un favor y por eso recién aparecía, su madre lo terminó regañando, y tampoco me salvé del todo del regaño de mi madre. No sé si se enteró por Max de que había ido al bosque a recoger unas hojas para él, porque las necesitaba para estudiar algo que había leído acerca de las mismas. Después de la cena me acerqué a él y le agradecí, y sabes ¿Qué me dijo? — Una floja risa se asomó en ella. Drew no podía recordar o imaginar siquiera que podría haber sido para que su ánimo haya cambiado al menos un poco. — Que tenía muy mal gusto de vestir, que hasta para ir a recoger unas hojas hay que saber que ponerse. Y además que se me había prendido una cigarra en la falda; la que él ayudó a sacarme aunque yo empecé a gritar y a correr. Desde ahí, tuvimos una relación más amena, hasta lo invité a jugar al escondite en una ocasión, fue en el jardín del palacio y su conocimiento sobre las rosas y plantas en general lo ayudó mucho a camuflarse y ganar varias partidas, ese día me prometió que me enseñaría sobre las rosas, y al día siguiente me fue a buscar muy temprano para dar un paseo y conversar sobre ello. Un día fuimos a la biblioteca, intenté hacerlo leer los tipos de libros que me gustan y me hizo cara fea, y en su lugar empezó a buscar algo que directamente no se encontraba en ninguna colección y aun cuando yo estaba enojada con él y ni lo quería ver; fue directamente a cuestionarme la falta de aquello. Era un libro sobre la llanura de las rosas; me dijo que él tuvo que aprender mucho de este ya que le habían dicho que cuando fuese mayor era su labor el cuidar de este lugar, yo le dije que no lo conocía y comenzó a hablarme de la misma y su historia; para concluir en: Cuando seas mayor y no sepas dónde ir, puedo venir a buscarte y te llevaré a la llanura de las rosas, seguramente cualquier molestia como la de ahora se te pasará en el momento, lo prometo. Yo aun era pequeña así que no le creí, y lo amenacé diciéndole que si no lo cumplía un rayo le iba a caer encima, aunque me dijo que soy una extremista, ¿Sabes qué? — Lo miró en cierto trance, con una alegría mezclada con melancolía. — Lo cumplió. — Drew abrió los ojos grandes mientras sentía un vuelco en sus emociones, ella estaba tan segura de algo que él mismo desconocía que lo hacían querer creer que así era y solo era algo que desconocía. — No sé lo que nos depara de aquí en adelante, Drew, pero confío en lo que prometes y así mismo, en mis amenazas.
— Pero es que… yo no soy ese Drew que conocías, y aunque lo fuese, no lo recuerdo, no somos la misma persona por mucho que lo intente.
— Lo sé, aquel era un Drew inmaduro y poco comprensivo, pero era un pequeño mimado de diez años, tú, podría decir que… simplemente has crecido con una perspectiva diferente. — Ella se levantó y estiró su brazo hacia el joven quien solo quedó mirándola. — Debemos intentar al menos salir de este lugar. — Le sonrió, sus ojos estaban tan rojos que él no pudo evitar culparse mentarlmente de aquel estado en ella, sentía que estaba esperando más de lo que él realmente podía dar. Una expectativa errónea que él mismo se había marcado como propia, siempre tratando de cumplir más de lo que realmente podía, y que hasta la fecha era lo que siempre le había funcionado.
Sonrió convenciendose de que aunque fuese una falsedad y él no fuese esa persona, frente a sus ojos estaba alguien que lo llegó a conocer un poco mejor que otros, y quiso confiar en eso, quiso confiar en lo que ella decía y proclamaba. Tomó su mano y ella lo ayudó a levantar.
— Podemos intentar recuperar las piedras. — Dijo para sorpresa de la joven y hasta para él mismo, había salido sin pensar y porque eso era lo que quería hacer.
— ¿Te piensas tirar? — Preguntó ella en claro sarcasmo, él primero enmudeció pero después asintió. — ¿Estás loco? ¿Mínimo sabes nadar?
— Sé pescar.
— Esto no tiene nada que ver con la pes…— Se quedó estática, siendo que realmente no era algo tan descabellado, excepto que no había nada que los ayudara a ello. — ¿Cómo siquiera podrías cogerlas? — Abrió los brazos como queriendo mostrar su alrededor, estaba claro que no había nada de esa índole.
— Nuestras manos son muy pequeñas para siquiera pensar en ello. Pero esas criaturas. — Señaló a las focas que nadaban alegremente. — Si lograremos hacer algo para que nos hagan caso, quizá podríamos recuperarlos.
— Si logramos algo así sería un milagro. — Dijo al mirar la dirección en que él señalaba. — Ninguno se ve muy listo.
— Podría intentar caerles bien. — Quedó pensativo pero la risilla burlona de May lo sacó inmediatamente de su propia cabeza. — ¿Qué es tan gracioso?
— Bueno, no es que tengas mucho “encanto” — Él la quedó mirando y ella se quedó quieta esperando a por un regaño o una mala contestación de su parte que nunca llegó.
— ¡Es verdad!
— Espera ¿Qué? — No esperó que se tomase tan bien aquel claro insulto.
— Hay un método llamado encanto. — Empezó a buscar con la mirada, y encontró una de sus bolsitas misma con la que se habían quedado distraídos varios Waynout. No se lo pensó dos veces para cuando se acercó a quitarlas de sus manos, acción que pareció despertarlos de un trance. — Nunca ha funcionado con animales normales, solo lo aprendí porque ahí estaba, aunque no estoy seguro de que funcione… puedo intentarlo. — Regresó con ella mientras sacaba lo más parecido a un collar rosado con un dije circular. May solo parecía cada vez más confundida con lo que el chico sacaba de tanta a tanto, era como bolsas mágicas de objetos raros que nunca acababan..
— ¿Y se supone que esa cosita hará que nos obedezcan? — Se atrevió a hincarla con su índice, esta se movió oscilando de un lado a otro, y aunque se vacía bonito, no podía rescatar nada más.
— Pues si una cosita nos transportó aquí, no veo por qué otra cosita — Levantó el collar como si fuese la respuesta a todos sus problemas. — no podría hipnotizar a esas cosas. — Se notó más seguro de lo que May podía interpretar, pues ella había perdido completamente la fe en esos aparatos y su “buena” funcionalidad.
— Si no funciona aun podemos intentar salir eh…
— Si no funciona… — Miró al suelo y como aquellos Waynout se estaban aglomerando entre ellos, como si buscasen calor entre ellos mismos y es que el ambiente se había vuelto helado de un momento a otro, dando la sensación de hielo esparcido por el suelo. Drew miró decidido a May quien esperó paciente lo siguiente. — Esta vez, por lo menos intentaré salvarte a ti. — Le dijo, ella dejó de respirar en ese momento sabiendo lo que eso significaba.
Él se acercó al lago sin perder más tiempo y antes de hacer cualquier cosa pareció meditarlo una última vez, pero respiró hondo y se alejó de la chica hasta el otro lado del lago, se agachó y con cuidado se acercó a uno de aquellos seres, se notaba más grande que los otros y menos amigable, pero era el más cercano a la orilla.
May lo quedó mirando con curiosidad y preocupación, habiendo visto antes lo que lograba, no es que no lo creyese capaz, después de todo, las fantasías que alguna vez creía solo eso, se habían vuelto realidad de pronto de un segundo a otro. Pero reconociendo toda la desgracia que traían en sus espaldas desde el momento en que ella no podía decidir su propia vida en su hogar, ya se sentía nerviosa de lo que pudiese ocurrir un segundo después si quitaba la mirada de su acompañante y es que tenía un muy mal presentimiento desde lo último que le dijo, sabiendo que no se equivocaba completamente cuando lo vio caer al agua por intentar alcanzar a uno de esos peces.
— ¿Estás bien? — Corrió lo más rápido que pudo hasta la orilla más cercana a él y extendió su mano para intentar ayudarlo, él hizo caso en una maniobra aparatosa casi llevándose a May con él, pero para suerte de ambos no ocurrió. — ¡Si no sabes nadar no te tienes que acercar a estos lugares!
— ¿Tú sabes nadar? — Preguntó, ella asintió sin estar completamente convencida.
— Al menos un poco más que tú, sí. — Él solo mantuvo la seriedad vacía y ella intentó arreglar aquello. — Lo básico ¿Bien? Mamá me dijo que mínimo debía de saber chapotear.
— Olvídalo. — Dijo con orgullo herido. — No me sueltes. — Pidió de todas maneras cuando se adentró un poco más, obligando a la May a prenderse de un bache del suelo cercano..
— Que sepas que mis brazos no son tan largos. — Le advirtió con terror al notar que tenía medio cuerpo fuera, él siguió avanzando hasta que May ya no le dejó ceder.
— Solo falta un poco. — Regresó la mirada y notó que efectivamente, si cedía un poco más iba a caer, lo que no era una buena idea para ninguno de los dos.
Depositó su atención al desconocido ser, no faltaba mucho para alcanzarlo, el problema es que no quería moverse y ninguno de los otros se acercaba a él por claro miedo, sin poder culparlo, siendo ellos los extraños del lugar, vio el asunto perdido y pensó en regresar hasta que el mismo ser decidió acercarse a él con clara curiosidad, se quedó quieto para no espantarlo, pero así mismo aprovechó su oportunidad y con cautela empezó a mover aquel collar en movimiento oscilante mientras el ser daba vueltas a su alrededor. Aun así, cuando había pasado un momento prolongado parecía no estar dando el efecto que buscaba, haciéndolo pensar que probablemente no funcionaría por mucho que lo intentase. Al tratarse de criaturas desconocidas no era algo que le viniera en sorpresa, a pesar de tener una pequeña esperanza que fue la que lo movió a de todas maneras intentarlo al final.
— Necesito las joyas que lanzaron al agua, ¿Puedes traerlas? — El Spheal se detuvo frente a él, y luego se alejó como si no existiese, Drew decepcionado le dedicó una mirada a May para que lo ayudara a salir, pues sabía que no había valido de nada.
— Oye… Al menos lo intentaste. — Le dijo intentando mejorar el semblante de peliverde, cosa que consiguió a medias con la sonrisa de dolor que logró sacarle, cuando ya él se había prendido de la orilla.
— No sé si con intentar basta…
— Está bien… Digo… Aun podemos buscar a Celebi por los siglos que quedan…
— Primero tengo que sacarte de aquí para que estés a salvo… — Dijo, pero notó que ella no lo escuchó pues su atención se había ido a otro lugar, y aunque quedó eclipsado un segundo, la sensación del agua en movimiento alrededor de su cuerpo hundido despertó su interés y siguió su dirección hasta donde toda la manada de extrañas focas había empezado a dar vueltas formando un remolino que solo crecía con el paso de los segundos, mismo que no dejó a Drew subir nuevamente a tierra y empezó a arrastrarlo hacia su centro aun en su intento de aferrarse a las piedras de la orilla. May notó esto y alcanzó su mano como pudo siendo jalada junto a Drew hacia las profundidades de aquel incontrolable fenómeno.
Ellos lo único que pudieron hacer fue mantenerse juntos mientras intentaban no ahogarse en la espiral acuática que los tragaba, alejándose cada vez más de la orilla y del mismo techo brillante y puntiagudo. La corriente los llevó hasta lo más profundo, escupiendolos en el lodo de las profundidades marinas donde agitados, abrazados, aterrados y tiritando de frío no podían pensar en otra cosa que el agua a su alrededor cerniéndose sobre ellos en cualquier momento.
— ¿Qué significa esto? — Preguntó ella con voz temblorosa.
— No tengo idea, ni siquiera entiendo cómo es que seguimos vivos.
— Digamos que ha sido buena suerte ¿Si? — Dijo ella sin creerse sus propias palabras.
– No sé yo… — La miró y no parecía querer soltarlo, y es que si él estaba asustado ella que prácticamente desconocía más que él, debía de estar sufriendo algún tipo de ataque nervioso, o estaría demasiado perdida en sí misma como para reaccionar. Y aquel momento de silencio en que la joven lo miró confundida, pudo saber que esos días con ella habían repercutido en su persona de una extraña manera. No era desagradable, pero sentía la vergüenza que nunca creyó existiese en él.
Ese milisegundo de realización se vio opacado más no olvidado por la congelación oportuna e inexplicable del agua junto una repentina melodía, tan fuerte alta y bella, que el encierro de aquel lugar provocó una llenura ambiental para los oídos, como un suave vals de las fiestas de primavera que conmemoraban los cumpleaños de la realeza, los abrazaba dando calor a sus corazones al recordar sus hogares.
— Al menos podemos decir que no nos vamos a ahogar… — Dijo ella como la mejor noticia que le había pasado en mucho tiempo, a pesar de que a cada respiración el aire congelado le hizo percatarse de un invierno curioso para el que no estaban preparados. Él solo hizo una mueca contrariado. — ¡Allí están! — May señaló a un punto brillante en aquella hundida y húmeda habitación, y ambos se acercaron reconociendo las tres joyas. — Te hicieron caso. — Sorprendida, las tomó en sus manos y miró a Drew sin saber qué decir, y éste estaba igual o más atónito que ella. No solo tenían las joyas de nuevo en su poder, sino que habían llegado al fondo de aquel lago, mismo que al principio parecía no existir.
Miró para arriba y la distancia era tan grande que la idea de siquiera intentar salir con sus propios medios se veía imposible, pero era algo en lo que pensaría después, puesto que no solo era el fondo del extraño lago sino que además en el centro de ese terreno formado por el remolino helado, divisó una extraña forma en la tierra que llamó su atención, a la que sin pensarlo se acercó con cuidado, y después de comprobar que no se movía retiró la oscura arena con sus manos y allí un bloque de Diamante se hallaba enterrado e inamovible. May se acercó con curiosidad, él aprovechó y con un gesto le pidió las piedras y fue insertando de una a una en las ranuras de las mismas. Dos arriba y una abajo.
Primero el Rubí que representaba el valor, el zafiro que representaba la sabiduría y la esmeralda que representaba el poder.
Todos reflejados en un brillante diamante que desprendía una luz parecida a los rayos del sol en una mañana de verano, derritiendo a su alrededor todo el frío que alcanzaban, como el despertar de un cuerpo atrapado que provocó el movimiento de todo a sus pies y sobre sus cabezas.
En ningún momento pudieron pensar en las consecuencias de aquello y ante el sonido de rompimiento miraron de un lado a otro, el hielo comenzó a romperse y derretirse. Drew recordó que había visto un brillo familiar antes y corrió hasta este probando suerte; no se había equivocado era su péndulo. Tomó a May de la mano y con la mayor rapidez que pudo los transportó a ambos a la superficie rocosa de ese lugar nuevamente, demasiado cerca del lago, casi cayendo otra vez a este, pero lograron recuperar el equilibrio gracias a los llamados waynout que los jalaron para atrás llevando sus espaldas a las rocas. Lo que aunque dolió era mejor que terminar ahogados. Absol se acercó a comprobar sus estados, éste aunque parecía recompuesto no tenía la expresión más apacible, en su lugar se notaba más alerta de lo que había estado antes.
El lugar no dejó de temblar en ningún momento y las focas salieron del agua para comenzar a rodar hacia los waynout haciendo un tipo de barricada a su alrededor.
— ¿Podían salir del agua? — May sorprendida observó cómo se acomodaban, de uno en uno.
— Y ruedan… — Mencionó Drew de manera cansada al sentirse engañado por seres de entendimiento que suponía inferior al suyo.
— Y ruedan. — Repitió ella, encantada con la acción.
El agua comenzaba a tomar la estructura anterior, mientras del fondo una luz arcoiris se elevaba como una pequeña isla en medio de la laguna, era el diamante, que una vez en la superficie, su luz opacó todo el espacio volviéndolo nítidamente blanco y uno que otro reflejo en color. Mientras tanto, cada movimiento repercutía como eco en toda la cueva que comenzó a derrumbarse ante sus ojos.
Ambos fueron protegidos por la barricada a la que por fin le encontraron sentido, y que se dispersó en cuanto todo sonido había desaparecido, y solo quedaba una luz homogénea en la que no se distinguía inicio ni final, junto a una fresca ventisca que traía el aroma seco del espacio y el cielo sobre la nubes, encontrándose de frente con, la enorme cabeza de un dragón mucho más grande que la misma cueva, tanto que no necesitaba ni de dar un bocado para poder acabar con ellos si ese fuese su objetivo.
Un ser serpentiforme verde de apariencia rígida, alas inferiores seccionadas en el abdomen, antes del final de su cola que parecían molinos de cuatro aspas cada una y dos grandes superiores en su lomo, precedidas por dos y únicas extremidades de fuertes garras; añadiendo dos antenas sobre su cabeza y otras bajo su mandíbula más pequeñas y afinadas. Por todo su cuerpo se podían apreciar brillantes escamas amarillas que parecían serpentear como rayos en sus costados y anillos rojos que seccionaban su cuerpo.
— Rayquaza… — Murmuró Drew atónito, ese era el nombre de lo que estaba seguro veía en ese momento. En contra de todo pronóstico lo había logrado; había invocado a Rayquaza y ahora estaba frente a él. Algo que no hace mucho ya creía imposible, pero que ahora resplandecía ante él como la divinidad que merecía ser.
En su impacto retrocedió a ver a May, quien no cabía de la impresión ante lo que estaba frente a ellos, luego solo un poco más atrás de ellos, todas las criaturas daban sus respetos inclinándose ante su Dios, hasta el mismo Absol, que aparentaba no tener respeto por nada ni nadie, se mostraba dócil ante aquella presencia.
Los imitó y halo a May del brazo para que notase esto y también lo hiciera, logrando por fin una reacción de la criatura, lo que le dio valor para hablarle.
— Rayquaza… Por favor, detén a Groudon y a Kyogre, para poder regresar el Reino de las Rosas a como era antes de su despertar… — Le rogó con vehemencia sin cambiar su postura. Pero no recibió ninguna respuesta, pensó por un momento que quizá estaba pidiendo demasiado, después de todo, una divinidad no tenía ninguna responsabilidad de concebir deseos humanos fuera de sus propios impulsos.
Pero en cuanto levantó la cabeza para poder saber si simplemente lo estaba ignorando, Rayquaza estaba prestando su lomo para que todos subieran y así lo hicieron, no sabían que iba a pasar después de esto, pero si la decisión de este ser era como mínimo sacarlos de ahí la respuesta de todos los demás era tener que obedecer. Sobre sus cabezas se abrió un agujero tan perfecto pero oscuro y caótico que les dejaba ver una superficie completamente diferente a ese lugar, siendo aquel al que iban su mundo y aquel en el que estaban un mundo completamente diferente, el hogar de Rayquaza.
Se tuvieron que agarrar de dónde encontraron en el lomo de la bestia, terminando siendo socorridos por los Waynout que también tuvieron que ayudar a los Spheal a subir con apuro para que ninguno quedase fuera, y cuando ya no faltaba nadie el dragón divino tomó impulso y salió disparado hacia el caos y la destrucción que se vivían en el mundo humano.
Salieron desde las profundidades de la isla a la superficie catastrófica nocturna, en la que el viento golpeó en sus rostros con tal fuerza que los obligó a cerrar los ojos con muecas horrendas al sentir como si el rostro se les desollara, y así mismo abrazarse a Rayquaza con la mayor fuerza que habían usado alguna vez. Hasta que la serpiente gigante logró estabilizarse en lo más alto del cielo antes de que este se llenara de nubes tan negras que tapaban cualquier rastro de luz de luna que pudiese ayudar a la vista de los mortales, lo único que los ayudaba era la tormenta eléctrica que descendía sin piedad en todo el paisaje. El que tan alejado como estaba, seres como Groudon y Kyogre parecían del tamaño de un cachorro recién nacido y la isla un simple tapete.
Con un fuerte gruñido el dios de los cielos había anunciado su presencia, obteniendo toda la atención de las otras dos divinidades, recordándoles de quien era la culpa de que ahora fuesen seres con poder limitado sin opciones a reclamar lo que por derecho les pertenecía. Y respondieron al gruñido de la misma manera con una furia incontrolable que hizo mover la tierra y olear los mares agresivamente.
Tenían tanto odio a la serpiente gigante que olvidaron su combate para atacar en conjunto a la misma. Provocando un ataque tal, que obligó a Rayquaza a esquivar a gran velocidad, aún cuando supo que varias de las criaturas en su lomo caerían al agua, cosa que May y Drew pudieron controlar al sostenerse de las fuertes escamas, pero tampoco pudieron evitar mirar hacia abajo para comprobar que estarían bien, algo que solo se podía ver a medias como puntos celestes flotando en un mar ennegrecido.
Rayquaza había regresado el ataque con claro resentimiento ante la desobediencia, sus escamas brillaron y asustaron a sus últimos tres pasajeros que subieron a su cabeza al notar que todo el cuerpo se movía y daba descargas en cada ataque. Drew subió en un apuro preocupado por el objetivo de aquel rayo y May fue siguiéndolo a tropezones, con un Absol saltarín detrás de ellos.
Para la tranquilidad de Drew había sido dirigido a Kyogre y Groudon quienes se encontraba lejos de las zonas pobladas, pero aún así, eran Divinidades con quienes estaban tratando, no conocían realmente la capacidad de sus habilidades a parte de lo que habían escuchado en las leyendas, cosas que no estaban completas y muchas eran inventadas, y solo podía estar seguros que si ellos seguían vivos era pura suerte gracias a qué tanto Groudon y Kyogre continuaban con parte de sus poderes sellados, razón por la que solo lograron hacer algunos terremotos y tsunamis por separado, pero juntos contra un mismo objetivo era otra duda que embargada la mente del peli verde en esos momentos.
— Esto se pondrá peligroso. — Dijo buscando a May, quien se encontraba paralizada de miedo mientras se sostenía con todo lo que le daban sus brazos al enorme cuerno de Rayquaza, eso le dejaba claro a él que no lo había escuchado, y con todo el viento que corría, más el estruendo del océano y de la tierra, nunca lo haría.
Decidió regresar con ella prendiendose del mismo cuerno e intentó hablarle pero seguía siendo inútil, por mucho que gritase solo conseguía negativas y confusión de su parte, hasta cuando ella movió los labios él mismo no entendió nada más además de todo el ruido entre la furia del cielo, la tierra y el mar.
— ¡Tenemos que salir de aquí! — Insistió sin recibir más que otra mirada confusa, y una expresión de terror en dirección a él que lo hizo mirar a sus espaldas. Era un ataque desde abajo e iba en dirección a ellos, Pero Absol puro detenerlo en esa zona con el mismo método que había usado antiguamente para abrir el pasadizo del castillo, cosa que repitió cada que los ataques venían en esa dirección, pero cada vez se volvían más insistentes y cercanos..
Drew volvió a mirar a May, quien le estaba diciendo algo, pero no le entendía, mas, haciendo un intento en leerle los labios pudo entender una palabra: “Casa”.
Era verdad que nunca le dijo nada a Rayquaza sobre ello, pero en su mente, en cuanto el reino regresara a la normalidad, su lógica le decía que ella también iba a volver a su tiempo y su casa… Pero no pasó, ellos seguían ahí, y aún peor que antes, en medio de una guerra en la que intervenir no era siquiera una remota opción.
Plantandose fuerte sobre sus pies estiró la mano hacia May pidiendo que la tomase, pero ella no parecía querer soltar a Rayquaza por el miedo de caer. Otro ataque fue dirigido a ellos, pero esta vez Absol les hizo de escudo cayendo así en picada ante los ojos de los dos jóvenes, quienes a pesar de gritar su nombre no alcanzaron a tomar ni una extremidad para rescatarlo, llegando hasta el mar y dejando solo una sombra hundiéndose.
Ambos de habían soltado del cuerno de la serpiente y se quedaron observando sobre sus rodillas el lugar donde había caído la quimera, y más pronto de lo que sintieron esos segundos de angustia las extrañas focas lo habían regresado a la superficie sobre sus espaldas, junto a los waynout de pasajeros. Eso los tranquilizó por un momento, pero no lo disfrutaron en absoluto, Drew puso en marcha el péndulo que aun cargaba en la mano y volvió a estirar su mano hacia May quien sin pensárselo estuvo a punto de tomarla, pero otra vez un ataque fue hacia ellos, quemando parte de la ropa de Drew, la capa había recibido todo el impacto desapareciendo completamente junto a los guantes, May solo sintió(Gracias a Que Drew la tapó) como sus manos habían entrado en un calor que las enrojeció y quemó sus mangas. Siendo la peor parte que le habían dado a Rayquaza, quien se sacudió tan fuerte haciéndolos caer uno detrás del otro.
Para suerte de Drew recordó que había puesto en marcha el artefacto y en el aire aprovechó ir en picada para alcanzar la mano de May que seguía estirada hacia él, notó sus quemaduras y su falta de guantes,por lo que sabía que aquello le dolería más a ella. Conocía las consecuencias pero era la única manera que tenía de que la joven regresara a tierra.
Tomó su mano, escuchó claramente su quejido de dolor, y toda una vida que desconocía pasó ante sus ojos en desconcierto, la vida que ella tan pacientemente e insistente le había contado. La acercó hacia él en un abrazo y ahí la hizo tomar el péndulo. Ella se quedó observando esto sin comprenderlo, pero dejó de sentir el calor de su mano y en su lugar sentía caer en cascada arcilla seca desmoronándose, había dejado de sentir la quemadura y había empezado a sentir el temor de volver a perderlo.
— ¿Drew? — Miró su mano vacía y luego a él quien poco a poco se dispersaba en el aire. — ¡¿Qué está…?! ¡Drew! — desesperada, fue lo último que pudo decir antes de escuchar sus últimas palabras.
— Realmente eres una mariposa muy ruidosa. — Con una sonrisa de altanería todo su cuerpo se había disuelto ante los ojos de una consternada May que siguió buscando con la mirada por el joven, rogando porque fuese un malentendido de su mente, pero su ropa había quedado flotando en el aire y viajando suavemente fuera de su alcance. Lo único que había permanecido con ella, era el péndulo anudado al pantalón que nunca dejó de moverse y una simple esmeralda que quedó resguardada en su puño como algo que no pensaba dejar ir; ni ante el egoísmo de poderosas divinidades, y tampoco cuando su cuerpo golpeó contra el agua tan fuerte que sintió retumbar su cabeza y desfallecer su conciencia mientras las luces caóticas en el exterior continuaban sin cesar y su presencia era olvidada por todos.
En poco tiempo, otra vez sentía como se asfixiaba en el vacío y todo se volvía negro en medio de una guerra colosal de la cuál solo podía rescatar que toda la protección que creían tener de los dioses no era más que patrañas camufladas de palabras bonitas.
Dos capítulos más
May se quedó sentada a un lado de Drew quien no se quería mover de la orilla. No es que ninguno hubiese pensado en la posibilidad de ir hasta abajo, es que era imposible llegar al fondo y más aún regresar, mínimo en una pieza, no se debía de ser muy listo para saberlo.
— Lo siento. — Fue lo primero que pronunció, decepcionado y desanimado así se encontraba. — No alcancé… No cumplí lo que prometí… — Ella por su parte no podía dejar de mirar al suelo con el quebranto que le daba pensar en un futuro inexistente, por lo que aunque lo escuchó no contestó y las lágrimas no paraban de brotar. — Lo siento mucho… Quizá si hubiésemos ido por Celebi…
— Está bien. — Dijo con su quebrada y dolorida voz, no quería pensar en posibilidades, lo hecho estaba hecho, no solo había perdido las piedras, sino que también todos los materiales que ella entendía él necesitaba si en algún momento decidían salir de ahí. — No tienes que disculparte, solo pasó… — Intentó calmarlo y calmarse ella e intentó contener sus sentimientos al dar la mayor bocanada de aire que alguna vez habría dado, aún contra la voluntad del corset, fallando en ello.
— Pero ha sido mi torpeza la que nos ha puesto en esta situación.
— No sabías nada de esto.
— Debería de haberlo sabido…
— ¿Sabes? Para no recordar nada, eres igual que siempre. — Su voz ya había tomado un tono nasal al intentar decir más de lo que podía con todo lo que estaba sintiendo en ese momento: Pesar, angustia, tristeza. Hablar solo le estaba agrandando el nudo de su estómago y el enojo que sentía hacia sí misma por haber contribuido a ese momento y hacia él al tener la osadía de llevarse toda la culpa aun cuando podía hablar tan bajo y tranquilo como si realmente no estuviera en un deplorable estado de ánimo. — Quieres que todo vaya como tú quieres, pero no siempre puede pasar eso… no eres el centro del mundo. ¿Por qué nunca has entendido eso?
— Si lo entiendo. — Se defendió en su inconformidad. — Pero podría haber preparado todo mejor para que las cosas salieran medianamente mejor. — Ella ya no sabía cómo calar en él de manera que no se culpase por ello, o al menos no solo a él, ambos compartían mucho la culpa y no es que lo creyese, estaba segura de ello. Pero la verdad es que aunque lo hiciera darse cuenta de ello, no tenían nada por hacer después, sólo les quedaba esperar a saber que iba a ocurrir con ellos.
— Hace mucho tiempo, cuando aún era pequeña. — Comenzó a contar de la nada, no le gustaba ese silencio sepulcral que había estancado entre ellos. Él quiso decir algo pero no pudo interrumpirla, sintió que si lo hacía no se lo perdonaría nunca. — Un apático niño llegó al reino de mis padres, su nombre era: Drew de la rosa. Yo estaba jugando con una mariposa intentando que se posara sobre mi cabeza porque creía que era una buena idea, y cuando lo logré recibí el aplauso de mis amigos del castillo, pero ese niño llegó sin que lo invitase siquiera y me dijo: Te ves tonta haciendo eso, una señorita de sociedad no debería de juguetear por ahí con insectos, ni mucho menos con personas que no son de su mismo status, refiriéndose a mis amigos, claro él no sabía que a parte de mi hermano los únicos niños de mi edad eran hijos del personal del castillo. Yo recuerdo que me enojé mucho y le grité y hasta intenté echar una pelea con él, razón por la cuál solo me degradó más con su palabrería innata. Eso hizo que no quisiera jugar nunca con él, pero siempre me lo encontraba, y aunque pasabamos el uno del otro debíamos de convivir frente a nuestros padres. Un día llegué tarde a la cena, mi madre me iba a regañar, pero Drew dijo que me había pedido un favor y por eso recién aparecía, su madre lo terminó regañando, y tampoco me salvé del todo del regaño de mi madre. No sé si se enteró por Max de que había ido al bosque a recoger unas hojas para él, porque las necesitaba para estudiar algo que había leído acerca de las mismas. Después de la cena me acerqué a él y le agradecí, y sabes ¿Qué me dijo? — Una floja risa se asomó en ella. Drew no podía recordar o imaginar siquiera que podría haber sido para que su ánimo haya cambiado al menos un poco. — Que tenía muy mal gusto de vestir, que hasta para ir a recoger unas hojas hay que saber que ponerse. Y además que se me había prendido una cigarra en la falda; la que él ayudó a sacarme aunque yo empecé a gritar y a correr. Desde ahí, tuvimos una relación más amena, hasta lo invité a jugar al escondite en una ocasión, fue en el jardín del palacio y su conocimiento sobre las rosas y plantas en general lo ayudó mucho a camuflarse y ganar varias partidas, ese día me prometió que me enseñaría sobre las rosas, y al día siguiente me fue a buscar muy temprano para dar un paseo y conversar sobre ello. Un día fuimos a la biblioteca, intenté hacerlo leer los tipos de libros que me gustan y me hizo cara fea, y en su lugar empezó a buscar algo que directamente no se encontraba en ninguna colección y aun cuando yo estaba enojada con él y ni lo quería ver; fue directamente a cuestionarme la falta de aquello. Era un libro sobre la llanura de las rosas; me dijo que él tuvo que aprender mucho de este ya que le habían dicho que cuando fuese mayor era su labor el cuidar de este lugar, yo le dije que no lo conocía y comenzó a hablarme de la misma y su historia; para concluir en: Cuando seas mayor y no sepas dónde ir, puedo venir a buscarte y te llevaré a la llanura de las rosas, seguramente cualquier molestia como la de ahora se te pasará en el momento, lo prometo. Yo aun era pequeña así que no le creí, y lo amenacé diciéndole que si no lo cumplía un rayo le iba a caer encima, aunque me dijo que soy una extremista, ¿Sabes qué? — Lo miró en cierto trance, con una alegría mezclada con melancolía. — Lo cumplió. — Drew abrió los ojos grandes mientras sentía un vuelco en sus emociones, ella estaba tan segura de algo que él mismo desconocía que lo hacían querer creer que así era y solo era algo que desconocía. — No sé lo que nos depara de aquí en adelante, Drew, pero confío en lo que prometes y así mismo, en mis amenazas.
— Pero es que… yo no soy ese Drew que conocías, y aunque lo fuese, no lo recuerdo, no somos la misma persona por mucho que lo intente.
— Lo sé, aquel era un Drew inmaduro y poco comprensivo, pero era un pequeño mimado de diez años, tú, podría decir que… simplemente has crecido con una perspectiva diferente. — Ella se levantó y estiró su brazo hacia el joven quien solo quedó mirándola. — Debemos intentar al menos salir de este lugar. — Le sonrió, sus ojos estaban tan rojos que él no pudo evitar culparse mentarlmente de aquel estado en ella, sentía que estaba esperando más de lo que él realmente podía dar. Una expectativa errónea que él mismo se había marcado como propia, siempre tratando de cumplir más de lo que realmente podía, y que hasta la fecha era lo que siempre le había funcionado.
Sonrió convenciendose de que aunque fuese una falsedad y él no fuese esa persona, frente a sus ojos estaba alguien que lo llegó a conocer un poco mejor que otros, y quiso confiar en eso, quiso confiar en lo que ella decía y proclamaba. Tomó su mano y ella lo ayudó a levantar.
— Podemos intentar recuperar las piedras. — Dijo para sorpresa de la joven y hasta para él mismo, había salido sin pensar y porque eso era lo que quería hacer.
— ¿Te piensas tirar? — Preguntó ella en claro sarcasmo, él primero enmudeció pero después asintió. — ¿Estás loco? ¿Mínimo sabes nadar?
— Sé pescar.
— Esto no tiene nada que ver con la pes…— Se quedó estática, siendo que realmente no era algo tan descabellado, excepto que no había nada que los ayudara a ello. — ¿Cómo siquiera podrías cogerlas? — Abrió los brazos como queriendo mostrar su alrededor, estaba claro que no había nada de esa índole.
— Nuestras manos son muy pequeñas para siquiera pensar en ello. Pero esas criaturas. — Señaló a las focas que nadaban alegremente. — Si lograremos hacer algo para que nos hagan caso, quizá podríamos recuperarlos.
— Si logramos algo así sería un milagro. — Dijo al mirar la dirección en que él señalaba. — Ninguno se ve muy listo.
— Podría intentar caerles bien. — Quedó pensativo pero la risilla burlona de May lo sacó inmediatamente de su propia cabeza. — ¿Qué es tan gracioso?
— Bueno, no es que tengas mucho “encanto” — Él la quedó mirando y ella se quedó quieta esperando a por un regaño o una mala contestación de su parte que nunca llegó.
— ¡Es verdad!
— Espera ¿Qué? — No esperó que se tomase tan bien aquel claro insulto.
— Hay un método llamado encanto. — Empezó a buscar con la mirada, y encontró una de sus bolsitas misma con la que se habían quedado distraídos varios Waynout. No se lo pensó dos veces para cuando se acercó a quitarlas de sus manos, acción que pareció despertarlos de un trance. — Nunca ha funcionado con animales normales, solo lo aprendí porque ahí estaba, aunque no estoy seguro de que funcione… puedo intentarlo. — Regresó con ella mientras sacaba lo más parecido a un collar rosado con un dije circular. May solo parecía cada vez más confundida con lo que el chico sacaba de tanta a tanto, era como bolsas mágicas de objetos raros que nunca acababan..
— ¿Y se supone que esa cosita hará que nos obedezcan? — Se atrevió a hincarla con su índice, esta se movió oscilando de un lado a otro, y aunque se vacía bonito, no podía rescatar nada más.
— Pues si una cosita nos transportó aquí, no veo por qué otra cosita — Levantó el collar como si fuese la respuesta a todos sus problemas. — no podría hipnotizar a esas cosas. — Se notó más seguro de lo que May podía interpretar, pues ella había perdido completamente la fe en esos aparatos y su “buena” funcionalidad.
— Si no funciona aun podemos intentar salir eh…
— Si no funciona… — Miró al suelo y como aquellos Waynout se estaban aglomerando entre ellos, como si buscasen calor entre ellos mismos y es que el ambiente se había vuelto helado de un momento a otro, dando la sensación de hielo esparcido por el suelo. Drew miró decidido a May quien esperó paciente lo siguiente. — Esta vez, por lo menos intentaré salvarte a ti. — Le dijo, ella dejó de respirar en ese momento sabiendo lo que eso significaba.
Él se acercó al lago sin perder más tiempo y antes de hacer cualquier cosa pareció meditarlo una última vez, pero respiró hondo y se alejó de la chica hasta el otro lado del lago, se agachó y con cuidado se acercó a uno de aquellos seres, se notaba más grande que los otros y menos amigable, pero era el más cercano a la orilla.
May lo quedó mirando con curiosidad y preocupación, habiendo visto antes lo que lograba, no es que no lo creyese capaz, después de todo, las fantasías que alguna vez creía solo eso, se habían vuelto realidad de pronto de un segundo a otro. Pero reconociendo toda la desgracia que traían en sus espaldas desde el momento en que ella no podía decidir su propia vida en su hogar, ya se sentía nerviosa de lo que pudiese ocurrir un segundo después si quitaba la mirada de su acompañante y es que tenía un muy mal presentimiento desde lo último que le dijo, sabiendo que no se equivocaba completamente cuando lo vio caer al agua por intentar alcanzar a uno de esos peces.
— ¿Estás bien? — Corrió lo más rápido que pudo hasta la orilla más cercana a él y extendió su mano para intentar ayudarlo, él hizo caso en una maniobra aparatosa casi llevándose a May con él, pero para suerte de ambos no ocurrió. — ¡Si no sabes nadar no te tienes que acercar a estos lugares!
— ¿Tú sabes nadar? — Preguntó, ella asintió sin estar completamente convencida.
— Al menos un poco más que tú, sí. — Él solo mantuvo la seriedad vacía y ella intentó arreglar aquello. — Lo básico ¿Bien? Mamá me dijo que mínimo debía de saber chapotear.
— Olvídalo. — Dijo con orgullo herido. — No me sueltes. — Pidió de todas maneras cuando se adentró un poco más, obligando a la May a prenderse de un bache del suelo cercano..
— Que sepas que mis brazos no son tan largos. — Le advirtió con terror al notar que tenía medio cuerpo fuera, él siguió avanzando hasta que May ya no le dejó ceder.
— Solo falta un poco. — Regresó la mirada y notó que efectivamente, si cedía un poco más iba a caer, lo que no era una buena idea para ninguno de los dos.
Depositó su atención al desconocido ser, no faltaba mucho para alcanzarlo, el problema es que no quería moverse y ninguno de los otros se acercaba a él por claro miedo, sin poder culparlo, siendo ellos los extraños del lugar, vio el asunto perdido y pensó en regresar hasta que el mismo ser decidió acercarse a él con clara curiosidad, se quedó quieto para no espantarlo, pero así mismo aprovechó su oportunidad y con cautela empezó a mover aquel collar en movimiento oscilante mientras el ser daba vueltas a su alrededor. Aun así, cuando había pasado un momento prolongado parecía no estar dando el efecto que buscaba, haciéndolo pensar que probablemente no funcionaría por mucho que lo intentase. Al tratarse de criaturas desconocidas no era algo que le viniera en sorpresa, a pesar de tener una pequeña esperanza que fue la que lo movió a de todas maneras intentarlo al final.
— Necesito las joyas que lanzaron al agua, ¿Puedes traerlas? — El Spheal se detuvo frente a él, y luego se alejó como si no existiese, Drew decepcionado le dedicó una mirada a May para que lo ayudara a salir, pues sabía que no había valido de nada.
— Oye… Al menos lo intentaste. — Le dijo intentando mejorar el semblante de peliverde, cosa que consiguió a medias con la sonrisa de dolor que logró sacarle, cuando ya él se había prendido de la orilla.
— No sé si con intentar basta…
— Está bien… Digo… Aun podemos buscar a Celebi por los siglos que quedan…
— Primero tengo que sacarte de aquí para que estés a salvo… — Dijo, pero notó que ella no lo escuchó pues su atención se había ido a otro lugar, y aunque quedó eclipsado un segundo, la sensación del agua en movimiento alrededor de su cuerpo hundido despertó su interés y siguió su dirección hasta donde toda la manada de extrañas focas había empezado a dar vueltas formando un remolino que solo crecía con el paso de los segundos, mismo que no dejó a Drew subir nuevamente a tierra y empezó a arrastrarlo hacia su centro aun en su intento de aferrarse a las piedras de la orilla. May notó esto y alcanzó su mano como pudo siendo jalada junto a Drew hacia las profundidades de aquel incontrolable fenómeno.
Ellos lo único que pudieron hacer fue mantenerse juntos mientras intentaban no ahogarse en la espiral acuática que los tragaba, alejándose cada vez más de la orilla y del mismo techo brillante y puntiagudo. La corriente los llevó hasta lo más profundo, escupiendolos en el lodo de las profundidades marinas donde agitados, abrazados, aterrados y tiritando de frío no podían pensar en otra cosa que el agua a su alrededor cerniéndose sobre ellos en cualquier momento.
— ¿Qué significa esto? — Preguntó ella con voz temblorosa.
— No tengo idea, ni siquiera entiendo cómo es que seguimos vivos.
— Digamos que ha sido buena suerte ¿Si? — Dijo ella sin creerse sus propias palabras.
– No sé yo… — La miró y no parecía querer soltarlo, y es que si él estaba asustado ella que prácticamente desconocía más que él, debía de estar sufriendo algún tipo de ataque nervioso, o estaría demasiado perdida en sí misma como para reaccionar. Y aquel momento de silencio en que la joven lo miró confundida, pudo saber que esos días con ella habían repercutido en su persona de una extraña manera. No era desagradable, pero sentía la vergüenza que nunca creyó existiese en él.
Ese milisegundo de realización se vio opacado más no olvidado por la congelación oportuna e inexplicable del agua junto una repentina melodía, tan fuerte alta y bella, que el encierro de aquel lugar provocó una llenura ambiental para los oídos, como un suave vals de las fiestas de primavera que conmemoraban los cumpleaños de la realeza, los abrazaba dando calor a sus corazones al recordar sus hogares.
— Al menos podemos decir que no nos vamos a ahogar… — Dijo ella como la mejor noticia que le había pasado en mucho tiempo, a pesar de que a cada respiración el aire congelado le hizo percatarse de un invierno curioso para el que no estaban preparados. Él solo hizo una mueca contrariado. — ¡Allí están! — May señaló a un punto brillante en aquella hundida y húmeda habitación, y ambos se acercaron reconociendo las tres joyas. — Te hicieron caso. — Sorprendida, las tomó en sus manos y miró a Drew sin saber qué decir, y éste estaba igual o más atónito que ella. No solo tenían las joyas de nuevo en su poder, sino que habían llegado al fondo de aquel lago, mismo que al principio parecía no existir.
Miró para arriba y la distancia era tan grande que la idea de siquiera intentar salir con sus propios medios se veía imposible, pero era algo en lo que pensaría después, puesto que no solo era el fondo del extraño lago sino que además en el centro de ese terreno formado por el remolino helado, divisó una extraña forma en la tierra que llamó su atención, a la que sin pensarlo se acercó con cuidado, y después de comprobar que no se movía retiró la oscura arena con sus manos y allí un bloque de Diamante se hallaba enterrado e inamovible. May se acercó con curiosidad, él aprovechó y con un gesto le pidió las piedras y fue insertando de una a una en las ranuras de las mismas. Dos arriba y una abajo.
Primero el Rubí que representaba el valor, el zafiro que representaba la sabiduría y la esmeralda que representaba el poder.
Todos reflejados en un brillante diamante que desprendía una luz parecida a los rayos del sol en una mañana de verano, derritiendo a su alrededor todo el frío que alcanzaban, como el despertar de un cuerpo atrapado que provocó el movimiento de todo a sus pies y sobre sus cabezas.
En ningún momento pudieron pensar en las consecuencias de aquello y ante el sonido de rompimiento miraron de un lado a otro, el hielo comenzó a romperse y derretirse. Drew recordó que había visto un brillo familiar antes y corrió hasta este probando suerte; no se había equivocado era su péndulo. Tomó a May de la mano y con la mayor rapidez que pudo los transportó a ambos a la superficie rocosa de ese lugar nuevamente, demasiado cerca del lago, casi cayendo otra vez a este, pero lograron recuperar el equilibrio gracias a los llamados waynout que los jalaron para atrás llevando sus espaldas a las rocas. Lo que aunque dolió era mejor que terminar ahogados. Absol se acercó a comprobar sus estados, éste aunque parecía recompuesto no tenía la expresión más apacible, en su lugar se notaba más alerta de lo que había estado antes.
El lugar no dejó de temblar en ningún momento y las focas salieron del agua para comenzar a rodar hacia los waynout haciendo un tipo de barricada a su alrededor.
— ¿Podían salir del agua? — May sorprendida observó cómo se acomodaban, de uno en uno.
— Y ruedan… — Mencionó Drew de manera cansada al sentirse engañado por seres de entendimiento que suponía inferior al suyo.
— Y ruedan. — Repitió ella, encantada con la acción.
El agua comenzaba a tomar la estructura anterior, mientras del fondo una luz arcoiris se elevaba como una pequeña isla en medio de la laguna, era el diamante, que una vez en la superficie, su luz opacó todo el espacio volviéndolo nítidamente blanco y uno que otro reflejo en color. Mientras tanto, cada movimiento repercutía como eco en toda la cueva que comenzó a derrumbarse ante sus ojos.
Ambos fueron protegidos por la barricada a la que por fin le encontraron sentido, y que se dispersó en cuanto todo sonido había desaparecido, y solo quedaba una luz homogénea en la que no se distinguía inicio ni final, junto a una fresca ventisca que traía el aroma seco del espacio y el cielo sobre la nubes, encontrándose de frente con, la enorme cabeza de un dragón mucho más grande que la misma cueva, tanto que no necesitaba ni de dar un bocado para poder acabar con ellos si ese fuese su objetivo.
Un ser serpentiforme verde de apariencia rígida, alas inferiores seccionadas en el abdomen, antes del final de su cola que parecían molinos de cuatro aspas cada una y dos grandes superiores en su lomo, precedidas por dos y únicas extremidades de fuertes garras; añadiendo dos antenas sobre su cabeza y otras bajo su mandíbula más pequeñas y afinadas. Por todo su cuerpo se podían apreciar brillantes escamas amarillas que parecían serpentear como rayos en sus costados y anillos rojos que seccionaban su cuerpo.
— Rayquaza… — Murmuró Drew atónito, ese era el nombre de lo que estaba seguro veía en ese momento. En contra de todo pronóstico lo había logrado; había invocado a Rayquaza y ahora estaba frente a él. Algo que no hace mucho ya creía imposible, pero que ahora resplandecía ante él como la divinidad que merecía ser.
En su impacto retrocedió a ver a May, quien no cabía de la impresión ante lo que estaba frente a ellos, luego solo un poco más atrás de ellos, todas las criaturas daban sus respetos inclinándose ante su Dios, hasta el mismo Absol, que aparentaba no tener respeto por nada ni nadie, se mostraba dócil ante aquella presencia.
Los imitó y halo a May del brazo para que notase esto y también lo hiciera, logrando por fin una reacción de la criatura, lo que le dio valor para hablarle.
— Rayquaza… Por favor, detén a Groudon y a Kyogre, para poder regresar el Reino de las Rosas a como era antes de su despertar… — Le rogó con vehemencia sin cambiar su postura. Pero no recibió ninguna respuesta, pensó por un momento que quizá estaba pidiendo demasiado, después de todo, una divinidad no tenía ninguna responsabilidad de concebir deseos humanos fuera de sus propios impulsos.
Pero en cuanto levantó la cabeza para poder saber si simplemente lo estaba ignorando, Rayquaza estaba prestando su lomo para que todos subieran y así lo hicieron, no sabían que iba a pasar después de esto, pero si la decisión de este ser era como mínimo sacarlos de ahí la respuesta de todos los demás era tener que obedecer. Sobre sus cabezas se abrió un agujero tan perfecto pero oscuro y caótico que les dejaba ver una superficie completamente diferente a ese lugar, siendo aquel al que iban su mundo y aquel en el que estaban un mundo completamente diferente, el hogar de Rayquaza.
Se tuvieron que agarrar de dónde encontraron en el lomo de la bestia, terminando siendo socorridos por los Waynout que también tuvieron que ayudar a los Spheal a subir con apuro para que ninguno quedase fuera, y cuando ya no faltaba nadie el dragón divino tomó impulso y salió disparado hacia el caos y la destrucción que se vivían en el mundo humano.
Salieron desde las profundidades de la isla a la superficie catastrófica nocturna, en la que el viento golpeó en sus rostros con tal fuerza que los obligó a cerrar los ojos con muecas horrendas al sentir como si el rostro se les desollara, y así mismo abrazarse a Rayquaza con la mayor fuerza que habían usado alguna vez. Hasta que la serpiente gigante logró estabilizarse en lo más alto del cielo antes de que este se llenara de nubes tan negras que tapaban cualquier rastro de luz de luna que pudiese ayudar a la vista de los mortales, lo único que los ayudaba era la tormenta eléctrica que descendía sin piedad en todo el paisaje. El que tan alejado como estaba, seres como Groudon y Kyogre parecían del tamaño de un cachorro recién nacido y la isla un simple tapete.
Con un fuerte gruñido el dios de los cielos había anunciado su presencia, obteniendo toda la atención de las otras dos divinidades, recordándoles de quien era la culpa de que ahora fuesen seres con poder limitado sin opciones a reclamar lo que por derecho les pertenecía. Y respondieron al gruñido de la misma manera con una furia incontrolable que hizo mover la tierra y olear los mares agresivamente.
Tenían tanto odio a la serpiente gigante que olvidaron su combate para atacar en conjunto a la misma. Provocando un ataque tal, que obligó a Rayquaza a esquivar a gran velocidad, aún cuando supo que varias de las criaturas en su lomo caerían al agua, cosa que May y Drew pudieron controlar al sostenerse de las fuertes escamas, pero tampoco pudieron evitar mirar hacia abajo para comprobar que estarían bien, algo que solo se podía ver a medias como puntos celestes flotando en un mar ennegrecido.
Rayquaza había regresado el ataque con claro resentimiento ante la desobediencia, sus escamas brillaron y asustaron a sus últimos tres pasajeros que subieron a su cabeza al notar que todo el cuerpo se movía y daba descargas en cada ataque. Drew subió en un apuro preocupado por el objetivo de aquel rayo y May fue siguiéndolo a tropezones, con un Absol saltarín detrás de ellos.
Para la tranquilidad de Drew había sido dirigido a Kyogre y Groudon quienes se encontraba lejos de las zonas pobladas, pero aún así, eran Divinidades con quienes estaban tratando, no conocían realmente la capacidad de sus habilidades a parte de lo que habían escuchado en las leyendas, cosas que no estaban completas y muchas eran inventadas, y solo podía estar seguros que si ellos seguían vivos era pura suerte gracias a qué tanto Groudon y Kyogre continuaban con parte de sus poderes sellados, razón por la que solo lograron hacer algunos terremotos y tsunamis por separado, pero juntos contra un mismo objetivo era otra duda que embargada la mente del peli verde en esos momentos.
— Esto se pondrá peligroso. — Dijo buscando a May, quien se encontraba paralizada de miedo mientras se sostenía con todo lo que le daban sus brazos al enorme cuerno de Rayquaza, eso le dejaba claro a él que no lo había escuchado, y con todo el viento que corría, más el estruendo del océano y de la tierra, nunca lo haría.
Decidió regresar con ella prendiendose del mismo cuerno e intentó hablarle pero seguía siendo inútil, por mucho que gritase solo conseguía negativas y confusión de su parte, hasta cuando ella movió los labios él mismo no entendió nada más además de todo el ruido entre la furia del cielo, la tierra y el mar.
— ¡Tenemos que salir de aquí! — Insistió sin recibir más que otra mirada confusa, y una expresión de terror en dirección a él que lo hizo mirar a sus espaldas. Era un ataque desde abajo e iba en dirección a ellos, Pero Absol puro detenerlo en esa zona con el mismo método que había usado antiguamente para abrir el pasadizo del castillo, cosa que repitió cada que los ataques venían en esa dirección, pero cada vez se volvían más insistentes y cercanos..
Drew volvió a mirar a May, quien le estaba diciendo algo, pero no le entendía, mas, haciendo un intento en leerle los labios pudo entender una palabra: “Casa”.
Era verdad que nunca le dijo nada a Rayquaza sobre ello, pero en su mente, en cuanto el reino regresara a la normalidad, su lógica le decía que ella también iba a volver a su tiempo y su casa… Pero no pasó, ellos seguían ahí, y aún peor que antes, en medio de una guerra en la que intervenir no era siquiera una remota opción.
Plantandose fuerte sobre sus pies estiró la mano hacia May pidiendo que la tomase, pero ella no parecía querer soltar a Rayquaza por el miedo de caer. Otro ataque fue dirigido a ellos, pero esta vez Absol les hizo de escudo cayendo así en picada ante los ojos de los dos jóvenes, quienes a pesar de gritar su nombre no alcanzaron a tomar ni una extremidad para rescatarlo, llegando hasta el mar y dejando solo una sombra hundiéndose.
Ambos de habían soltado del cuerno de la serpiente y se quedaron observando sobre sus rodillas el lugar donde había caído la quimera, y más pronto de lo que sintieron esos segundos de angustia las extrañas focas lo habían regresado a la superficie sobre sus espaldas, junto a los waynout de pasajeros. Eso los tranquilizó por un momento, pero no lo disfrutaron en absoluto, Drew puso en marcha el péndulo que aun cargaba en la mano y volvió a estirar su mano hacia May quien sin pensárselo estuvo a punto de tomarla, pero otra vez un ataque fue hacia ellos, quemando parte de la ropa de Drew, la capa había recibido todo el impacto desapareciendo completamente junto a los guantes, May solo sintió(Gracias a Que Drew la tapó) como sus manos habían entrado en un calor que las enrojeció y quemó sus mangas. Siendo la peor parte que le habían dado a Rayquaza, quien se sacudió tan fuerte haciéndolos caer uno detrás del otro.
Para suerte de Drew recordó que había puesto en marcha el artefacto y en el aire aprovechó ir en picada para alcanzar la mano de May que seguía estirada hacia él, notó sus quemaduras y su falta de guantes,por lo que sabía que aquello le dolería más a ella. Conocía las consecuencias pero era la única manera que tenía de que la joven regresara a tierra.
Tomó su mano, escuchó claramente su quejido de dolor, y toda una vida que desconocía pasó ante sus ojos en desconcierto, la vida que ella tan pacientemente e insistente le había contado. La acercó hacia él en un abrazo y ahí la hizo tomar el péndulo. Ella se quedó observando esto sin comprenderlo, pero dejó de sentir el calor de su mano y en su lugar sentía caer en cascada arcilla seca desmoronándose, había dejado de sentir la quemadura y había empezado a sentir el temor de volver a perderlo.
— ¿Drew? — Miró su mano vacía y luego a él quien poco a poco se dispersaba en el aire. — ¡¿Qué está…?! ¡Drew! — desesperada, fue lo último que pudo decir antes de escuchar sus últimas palabras.
— Realmente eres una mariposa muy ruidosa. — Con una sonrisa de altanería todo su cuerpo se había disuelto ante los ojos de una consternada May que siguió buscando con la mirada por el joven, rogando porque fuese un malentendido de su mente, pero su ropa había quedado flotando en el aire y viajando suavemente fuera de su alcance. Lo único que había permanecido con ella, era el péndulo anudado al pantalón que nunca dejó de moverse y una simple esmeralda que quedó resguardada en su puño como algo que no pensaba dejar ir; ni ante el egoísmo de poderosas divinidades, y tampoco cuando su cuerpo golpeó contra el agua tan fuerte que sintió retumbar su cabeza y desfallecer su conciencia mientras las luces caóticas en el exterior continuaban sin cesar y su presencia era olvidada por todos.
En poco tiempo, otra vez sentía como se asfixiaba en el vacío y todo se volvía negro en medio de una guerra colosal de la cuál solo podía rescatar que toda la protección que creían tener de los dioses no era más que patrañas camufladas de palabras bonitas.
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Re: [Fan Fic] Una Simple Esmeralda
8. Capítulo 6.5: Lo que recuerda él.
En la carroza de regreso a casa un pequeño de cabellos verdes no podía dejar de mirar por la ventana el reino que habían abandonado. Una ciudad enorme con un castillo muy protegido, que simulaba más a una fortaleza que a un hogar de la realeza, muy tosco a la vista, pero bastante entrañable una vez se observaba su monumental complexión por encima del organizado y jerárquico pueblo.
— ¿Te gustó el reino de Petalburgo, Drew? — Preguntó una hermosa mujer de cabellos verdes y mirada violeta, de postura elegante y calma al hablar, llamó la atención del pequeño quien se tomó su tiempo para quitar la vista de la ventana y el paisaje que cada vez más se perdía en el horizonte. Pensó en su respuesta y miró a la mujer con inocente admiración.
— Muy simpático de alguna manera, pero demasiado tosco y muy poco llamativo para mi gusto, madre. — le contestó en el mismo tono, con las manos sobre sus rodillas y su cuello encogido para esconder sus ansias de cierto obsequio que había hecho sin consultar con ella.
— Bueno, la próxima vez, cuando Denisse pueda caminar por sí misma, y Daya haya dejado su rebeldía, podríamos volver con toda la familia. — Le favoreció al pequeño anhelo que observaba en su hijo, quien quedó estupefacto. — ¿No te agrada la idea?
— No es eso, madre. — Negó a penas haciendo un gesto con su mano. — Es que, el reino no te niego que es muy bonito y cálido, pero ¿No sería posible que al contrario ellos fueran a conocer el nuestro? Podríamos regresar la amabilidad que han tenido este tiempo con nosotros. — Quiso hacerla reflexionar, pero al contrario de lo que esperaba escuchar, solo recibió la risa divertida e insinuante de su madre.
— Ya veo. — Aclaró su garganta una vez se calmó. — Con eso comprendo que te han caído en gracia nuestros anfitriones. — El joven volvió a mirar por la ventana para observar el paisaje de los verdes pinos que se alzaban en el amplio y frondoso bosque.
— No es que sean muy diferentes a los otros reyes de los demás reinos. Tienen buenas intenciones, pero así mismo solo buscan tratados de acuerdos para mantener la paz. — Intentó levantarse un poco observando el lugar que habían dejado atrás y del cuál ya no se percibía ni sus altas torres. El pequeño pensó que realmente los caballos de ese reino eran muy rápidos para su gusto. Por lo cuál solo continuó concentrado en lo que tenía de frente: densidad arbórea.
— ¿Eso te parece mal? — Preguntó la mayor interesada, el niño negó.
— No me interesa ser sus amigos, pero si tenemos que serlo para que no se repitan las guerras, entonces es mejor serlo. — Dijo con seguridad, pero con una mirada distraída. Su madre por su parte suspiró rendida ante lo que escuchaba.
— ¿Entonces no te agradaron los hijos de los reyes?
— No he dicho eso madre. — La corrigió. — El hijo menor es un niño aunque joven muy listo, lo creo capaz de llevar un reino ordenado en el futuro. A diferencia de la mayor, que es más bien torpe y con un panorama de la realidad muy tergiversado.
— No es eso lo que te pregunté pequeño. — Le dio a entender a su hijo que no le interesaba el asunto político de su relación con ellos. Drew lo meditó.
— Max… Es un buen chico, no hablamos mucho realmente pero cuando lo hicimos siempre fue curioso por las cosas que yo sabía y me escuchaba atento… Y May… — Se quedó mudo más tiempo del que hubiese querido, y apartó el rostro fuera de la vista de su madre. — Ella es… agradable.
— ¿Solo eso? — se sorprendió la mujer de escuchar un halago tan sencillo de la voz de su hijo, quien asintió simplemente. — Es a quien quieres llevar a conocer el reino ¿Verdad? — Le insinuó, el niño sintió como se le ponía la piel de gallina al verse descubierto y observó a su progenitora ruborizado.
— Toda la familia puede ir. — Le aclaró, la mujer se volvió a reír y él al sentirse traicionado regresó su mirada al exterior, donde un brillo llamó su atención y rodeado de este una extraña criatura que nunca creyó ver en persona apareció bajo los pinos: Una quimera. Mucho más hermosa de lo que pudiese imaginar y mucho más lastimada de lo que hubiese querido ver. — ¡Mamá! — Llamó rápidamente señalando estupefacto.
— ¿Qué ocurre? — La mujer con esfuerzo de no caer por los baches del camino se levantó con cuidado hasta su hijo y observó a donde señalaba, no había nada. — ¿Los pinos son grandes? — Cuestionó confundida.
— ¡No! Había una quimera, acaba de salir volando.
— ¡¿Una quimera?! — Asombrada, intentó encontrar el ser del que su hijo hablaba, pero el cielo así de despejado como estaba solo mostraba su azul claro con unas pocas nubes blancas y uno que otro pájaro pequeño sobrevolando el lugar. — ¿No habrás visto otra cosa, pequeño? — Él negó inmediatamente.
— Estoy seguro de que era una quimera, madre. — La volvió a observar con clara convicción, la mujer abrió los ojos con un sútil miedo en sus ojos. — Fue al reino… — Fue interrumpido por el repentino toque de su madre para llamar la atención del cochero, y en cuanto lo logró pidió que parecen el carruaje y fue hasta el segundo que había pedido su marido para poder descansar, despertando al instante con una noticia que hizo acelerar el paso fuera del Reino de Hoenn, convirtiendo el suave paseo de seis días andando y con descansos en un trajinado viaje de tres días en los que a duras penas se pudo dormir o descansar correctamente, nisiquiera el más pequeño, Drew, tuvo tiempo para entender qué era lo que estaba pasando ni la reacción de sus progenitores.
De pronto su madre se había acelerado y puesto nerviosa, estado en el que nunca la había visto antes y su padre olvidó que necesitaba descansar por todo el estudio que había hecho a lo largo del viaje.
— ¿Qué ocurre madre? — Preguntó el niño, la mujer aunque parecía distraída, no se descuidó de él.
— No ocurre nada, pequeño, solo… No es bueno quedarse cerca de dónde ha aparecido una quimera. — Esa explicación fuera de calmar al niño solo lo dejó en ascuas, pero no quiso preguntar más, sabía que le volverían a mentir.
Si era verdad lo que decía su madre, al contrario ¿No deberían de volver a la ciudad y avisar a sus gobernantes de tal peligro? O como mínimo mandar un mensajero, pero no cumplió ninguna de estas dos opciones lógicas. Lo que le dejaba en claro que no tenía nada que ver con el reino que acababan de dejar, sino con el reino al que necesitaban llegar: Su reino.
— Tu esmeralda está en casa ¿Verdad? — Preguntó, el niño asintió certero. Su madre suspiró como si aquello le hubiera sacado un peso de encima, — En cuanto lleguemos ve a buscarla. — Le pidió.
— Por favor querida. — Tomó la palabra el hombre que viajaba con ellos en silencio, poseía cabellos rubios y ojos verde intenso como los de su hijo. — Nuestro hijo no es tonto y creo es inteligente lo suficiente para entender que no estamos en la mejor de las situaciones. — Su mujer se notó molesta al escuchar esto y el hombre cerró los ojos con fuerza evitando así una jaqueca. — Sé por qué lo haces con intenciones de hacerlo ignorante, pero él tiene que entenderlo en un momento. — Pasó a observar a su hijo quien estaba expectante a la conversación de sus progenitores sin poder comprender en totalidad todo el misterio que se estaban callando, hasta que su padre le hizo el favor de explicarle lo que ocurría. — Nuestro reino es lo que es no por nuestro poder militar, nisiquiera poseemos una estructura propia, sino prestada; nuestro reino es lo que es porque somos quienes poseen la llave para detener el desastre en este mundo. Tu esmeralda, así como el rubí de Daya y el zafiro de Denisse, son objetos importantes por esta razón, no por considerarse reliquias familiares valiosas. Poseen el poder de un Dios, algunos dicen que tienen conciencia, aunque esta parte es imposible de comprobar. Por esa razón que aparezca una quimera solo nos puede alarmar, una criatura divina no puede salir de la nada en este mundo porque sí, y el único lugar en el que alguna vez se ha conseguido rastro de poder divino ha sido nuestro reino. No podemos preocuparnos por otros cuando tenemos esta responsabilidad.
La llegada de los principales líderes al Reino de las Rosas fue aparatosa pero sigilosa para su gente, muy pocos se enteraron de su regreso gracias al fuerte sonido del cabalgar de los caballos y relinchos de los mismos a altas horas de la madrugada.
La mayoría de sus sirvientes no tuvieron descanso desde el momento en que ellos cruzaron las puertas, no solo acomodando todo sino tratando con las exigencias de los líderes mayores, quienes pidieron una búsqueda exhaustiva por la esmeralda que se suponía debía de encontrarse en el cuarto del segundo hijo de estos. Mismo que el menor se encargó, hasta el mediodía, de poner patas para arriba al no comprender que había pasado y por qué la esmeralda no estaba ahí.
Recibió el regaño de sus padres pero lo tomó con poca importancia porque desconocía la verdadera razón de lo ocurrido, hasta que al subir a la torre principal por alguna pista, lo vio, un gato blanco con cara oscura y de ojos azules tenía en su hocico la esmeralda como si fuese un juguete. Y lo siguió. Lo siguió sabiendo que no podría huir por mucho que se escabullera, y después de casi una hora perdida, en la que recibió golpes, raspones y arañazos, lo consiguió alcanzar y quitarle la esmeralda, a cambio de una mordida.
En la urgencia del momento aunque lo vio herido en su abdomen, decidió correr hacia sus padres, no sin antes decirle a unos trabajadores que de favor se hicieran cargo de la herida del animal de la torre, pero cuando estos subieron no encontraron nada.
— ¡Madre, Padre! — Drew, entusiasmado llegó a las escaleras del salón principal donde sus padres se quedaron esperando por él junto a su hermana mayor, Daya. Y es que el joven se notaba demasiado animado agitando su mano en el aire con la esmeralda como atractivo principal — La encontré. — Amplió su sonrisa, pero pronto un fuerte rugido llegó a sus oídos junto a una oscuridad que se cierne sobre todo el reino, como una sombra colosal, imposible de traspasar.
El escalofrío que sintió lo hizo correr hacia la mujer y esconderse tras ella, antes de que otro rugido se presentase y con el mismo el lugar comenzara a colapsar de pedazo en pedazo.
Y antes de poder empezar a correr fuera de ese lugar otro rugido acompañado de una llamarada espesa cubrió el reino en toda su extensión inmovilizando todo a su paso, llenando de hollín todos sus rincones y petrificando a todos sus ciudadanos ajenos al fenómenos fugaz que fue seguido de un terremoto tal que la isla del reino se desprendió de su lugar y comenzó a alejarse y navegar sin rumbo en el océano.
Años después un alma guiada por el remordimiento y el peso de culpa, sería proyectada, gracias a la esmeralda que empuñaba fuertemente en su mano, nuevamente en un mundo desconocido, lleno de esculturas familiares pero indescifrables a primera vista. Comenzaría un estudio exhaustivo lleno de insufrible añoranza e intriga de ese sitio, hasta el momento en que la decisión de salir de ese lugar en busca de una esmeralda, la pieza faltante para el rompecabezas, lo llevaría hacia la persona que más lo ha conocido alguna vez y por la cuál terminaría cediendo todo su anterior anhelo de ver ese reino como alguna vez fue; perdiendo todo por segunda vez sin entender el destino, ni en qué se había equivocado.
todo por segunda vez sin entender el destino, ni en qué se había equivocado.
Esto no es un capítulo es un extra.
En la carroza de regreso a casa un pequeño de cabellos verdes no podía dejar de mirar por la ventana el reino que habían abandonado. Una ciudad enorme con un castillo muy protegido, que simulaba más a una fortaleza que a un hogar de la realeza, muy tosco a la vista, pero bastante entrañable una vez se observaba su monumental complexión por encima del organizado y jerárquico pueblo.
— ¿Te gustó el reino de Petalburgo, Drew? — Preguntó una hermosa mujer de cabellos verdes y mirada violeta, de postura elegante y calma al hablar, llamó la atención del pequeño quien se tomó su tiempo para quitar la vista de la ventana y el paisaje que cada vez más se perdía en el horizonte. Pensó en su respuesta y miró a la mujer con inocente admiración.
— Muy simpático de alguna manera, pero demasiado tosco y muy poco llamativo para mi gusto, madre. — le contestó en el mismo tono, con las manos sobre sus rodillas y su cuello encogido para esconder sus ansias de cierto obsequio que había hecho sin consultar con ella.
— Bueno, la próxima vez, cuando Denisse pueda caminar por sí misma, y Daya haya dejado su rebeldía, podríamos volver con toda la familia. — Le favoreció al pequeño anhelo que observaba en su hijo, quien quedó estupefacto. — ¿No te agrada la idea?
— No es eso, madre. — Negó a penas haciendo un gesto con su mano. — Es que, el reino no te niego que es muy bonito y cálido, pero ¿No sería posible que al contrario ellos fueran a conocer el nuestro? Podríamos regresar la amabilidad que han tenido este tiempo con nosotros. — Quiso hacerla reflexionar, pero al contrario de lo que esperaba escuchar, solo recibió la risa divertida e insinuante de su madre.
— Ya veo. — Aclaró su garganta una vez se calmó. — Con eso comprendo que te han caído en gracia nuestros anfitriones. — El joven volvió a mirar por la ventana para observar el paisaje de los verdes pinos que se alzaban en el amplio y frondoso bosque.
— No es que sean muy diferentes a los otros reyes de los demás reinos. Tienen buenas intenciones, pero así mismo solo buscan tratados de acuerdos para mantener la paz. — Intentó levantarse un poco observando el lugar que habían dejado atrás y del cuál ya no se percibía ni sus altas torres. El pequeño pensó que realmente los caballos de ese reino eran muy rápidos para su gusto. Por lo cuál solo continuó concentrado en lo que tenía de frente: densidad arbórea.
— ¿Eso te parece mal? — Preguntó la mayor interesada, el niño negó.
— No me interesa ser sus amigos, pero si tenemos que serlo para que no se repitan las guerras, entonces es mejor serlo. — Dijo con seguridad, pero con una mirada distraída. Su madre por su parte suspiró rendida ante lo que escuchaba.
— ¿Entonces no te agradaron los hijos de los reyes?
— No he dicho eso madre. — La corrigió. — El hijo menor es un niño aunque joven muy listo, lo creo capaz de llevar un reino ordenado en el futuro. A diferencia de la mayor, que es más bien torpe y con un panorama de la realidad muy tergiversado.
— No es eso lo que te pregunté pequeño. — Le dio a entender a su hijo que no le interesaba el asunto político de su relación con ellos. Drew lo meditó.
— Max… Es un buen chico, no hablamos mucho realmente pero cuando lo hicimos siempre fue curioso por las cosas que yo sabía y me escuchaba atento… Y May… — Se quedó mudo más tiempo del que hubiese querido, y apartó el rostro fuera de la vista de su madre. — Ella es… agradable.
— ¿Solo eso? — se sorprendió la mujer de escuchar un halago tan sencillo de la voz de su hijo, quien asintió simplemente. — Es a quien quieres llevar a conocer el reino ¿Verdad? — Le insinuó, el niño sintió como se le ponía la piel de gallina al verse descubierto y observó a su progenitora ruborizado.
— Toda la familia puede ir. — Le aclaró, la mujer se volvió a reír y él al sentirse traicionado regresó su mirada al exterior, donde un brillo llamó su atención y rodeado de este una extraña criatura que nunca creyó ver en persona apareció bajo los pinos: Una quimera. Mucho más hermosa de lo que pudiese imaginar y mucho más lastimada de lo que hubiese querido ver. — ¡Mamá! — Llamó rápidamente señalando estupefacto.
— ¿Qué ocurre? — La mujer con esfuerzo de no caer por los baches del camino se levantó con cuidado hasta su hijo y observó a donde señalaba, no había nada. — ¿Los pinos son grandes? — Cuestionó confundida.
— ¡No! Había una quimera, acaba de salir volando.
— ¡¿Una quimera?! — Asombrada, intentó encontrar el ser del que su hijo hablaba, pero el cielo así de despejado como estaba solo mostraba su azul claro con unas pocas nubes blancas y uno que otro pájaro pequeño sobrevolando el lugar. — ¿No habrás visto otra cosa, pequeño? — Él negó inmediatamente.
— Estoy seguro de que era una quimera, madre. — La volvió a observar con clara convicción, la mujer abrió los ojos con un sútil miedo en sus ojos. — Fue al reino… — Fue interrumpido por el repentino toque de su madre para llamar la atención del cochero, y en cuanto lo logró pidió que parecen el carruaje y fue hasta el segundo que había pedido su marido para poder descansar, despertando al instante con una noticia que hizo acelerar el paso fuera del Reino de Hoenn, convirtiendo el suave paseo de seis días andando y con descansos en un trajinado viaje de tres días en los que a duras penas se pudo dormir o descansar correctamente, nisiquiera el más pequeño, Drew, tuvo tiempo para entender qué era lo que estaba pasando ni la reacción de sus progenitores.
De pronto su madre se había acelerado y puesto nerviosa, estado en el que nunca la había visto antes y su padre olvidó que necesitaba descansar por todo el estudio que había hecho a lo largo del viaje.
— ¿Qué ocurre madre? — Preguntó el niño, la mujer aunque parecía distraída, no se descuidó de él.
— No ocurre nada, pequeño, solo… No es bueno quedarse cerca de dónde ha aparecido una quimera. — Esa explicación fuera de calmar al niño solo lo dejó en ascuas, pero no quiso preguntar más, sabía que le volverían a mentir.
Si era verdad lo que decía su madre, al contrario ¿No deberían de volver a la ciudad y avisar a sus gobernantes de tal peligro? O como mínimo mandar un mensajero, pero no cumplió ninguna de estas dos opciones lógicas. Lo que le dejaba en claro que no tenía nada que ver con el reino que acababan de dejar, sino con el reino al que necesitaban llegar: Su reino.
— Tu esmeralda está en casa ¿Verdad? — Preguntó, el niño asintió certero. Su madre suspiró como si aquello le hubiera sacado un peso de encima, — En cuanto lleguemos ve a buscarla. — Le pidió.
— Por favor querida. — Tomó la palabra el hombre que viajaba con ellos en silencio, poseía cabellos rubios y ojos verde intenso como los de su hijo. — Nuestro hijo no es tonto y creo es inteligente lo suficiente para entender que no estamos en la mejor de las situaciones. — Su mujer se notó molesta al escuchar esto y el hombre cerró los ojos con fuerza evitando así una jaqueca. — Sé por qué lo haces con intenciones de hacerlo ignorante, pero él tiene que entenderlo en un momento. — Pasó a observar a su hijo quien estaba expectante a la conversación de sus progenitores sin poder comprender en totalidad todo el misterio que se estaban callando, hasta que su padre le hizo el favor de explicarle lo que ocurría. — Nuestro reino es lo que es no por nuestro poder militar, nisiquiera poseemos una estructura propia, sino prestada; nuestro reino es lo que es porque somos quienes poseen la llave para detener el desastre en este mundo. Tu esmeralda, así como el rubí de Daya y el zafiro de Denisse, son objetos importantes por esta razón, no por considerarse reliquias familiares valiosas. Poseen el poder de un Dios, algunos dicen que tienen conciencia, aunque esta parte es imposible de comprobar. Por esa razón que aparezca una quimera solo nos puede alarmar, una criatura divina no puede salir de la nada en este mundo porque sí, y el único lugar en el que alguna vez se ha conseguido rastro de poder divino ha sido nuestro reino. No podemos preocuparnos por otros cuando tenemos esta responsabilidad.
La llegada de los principales líderes al Reino de las Rosas fue aparatosa pero sigilosa para su gente, muy pocos se enteraron de su regreso gracias al fuerte sonido del cabalgar de los caballos y relinchos de los mismos a altas horas de la madrugada.
La mayoría de sus sirvientes no tuvieron descanso desde el momento en que ellos cruzaron las puertas, no solo acomodando todo sino tratando con las exigencias de los líderes mayores, quienes pidieron una búsqueda exhaustiva por la esmeralda que se suponía debía de encontrarse en el cuarto del segundo hijo de estos. Mismo que el menor se encargó, hasta el mediodía, de poner patas para arriba al no comprender que había pasado y por qué la esmeralda no estaba ahí.
Recibió el regaño de sus padres pero lo tomó con poca importancia porque desconocía la verdadera razón de lo ocurrido, hasta que al subir a la torre principal por alguna pista, lo vio, un gato blanco con cara oscura y de ojos azules tenía en su hocico la esmeralda como si fuese un juguete. Y lo siguió. Lo siguió sabiendo que no podría huir por mucho que se escabullera, y después de casi una hora perdida, en la que recibió golpes, raspones y arañazos, lo consiguió alcanzar y quitarle la esmeralda, a cambio de una mordida.
En la urgencia del momento aunque lo vio herido en su abdomen, decidió correr hacia sus padres, no sin antes decirle a unos trabajadores que de favor se hicieran cargo de la herida del animal de la torre, pero cuando estos subieron no encontraron nada.
— ¡Madre, Padre! — Drew, entusiasmado llegó a las escaleras del salón principal donde sus padres se quedaron esperando por él junto a su hermana mayor, Daya. Y es que el joven se notaba demasiado animado agitando su mano en el aire con la esmeralda como atractivo principal — La encontré. — Amplió su sonrisa, pero pronto un fuerte rugido llegó a sus oídos junto a una oscuridad que se cierne sobre todo el reino, como una sombra colosal, imposible de traspasar.
El escalofrío que sintió lo hizo correr hacia la mujer y esconderse tras ella, antes de que otro rugido se presentase y con el mismo el lugar comenzara a colapsar de pedazo en pedazo.
Y antes de poder empezar a correr fuera de ese lugar otro rugido acompañado de una llamarada espesa cubrió el reino en toda su extensión inmovilizando todo a su paso, llenando de hollín todos sus rincones y petrificando a todos sus ciudadanos ajenos al fenómenos fugaz que fue seguido de un terremoto tal que la isla del reino se desprendió de su lugar y comenzó a alejarse y navegar sin rumbo en el océano.
Años después un alma guiada por el remordimiento y el peso de culpa, sería proyectada, gracias a la esmeralda que empuñaba fuertemente en su mano, nuevamente en un mundo desconocido, lleno de esculturas familiares pero indescifrables a primera vista. Comenzaría un estudio exhaustivo lleno de insufrible añoranza e intriga de ese sitio, hasta el momento en que la decisión de salir de ese lugar en busca de una esmeralda, la pieza faltante para el rompecabezas, lo llevaría hacia la persona que más lo ha conocido alguna vez y por la cuál terminaría cediendo todo su anterior anhelo de ver ese reino como alguna vez fue; perdiendo todo por segunda vez sin entender el destino, ni en qué se había equivocado.
todo por segunda vez sin entender el destino, ni en qué se había equivocado.
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Re: [Fan Fic] Una Simple Esmeralda
9. Capítulo 6.5 (parte 2): Lo que recuerda ella.
El carruaje se había perdido tras las enormes puertas del castillo, saliendo del rango visual de una pequeña de ojos zafiros que descubrió un nuevo pero inexplicable sentimiento en cuanto de regreso al interior del castillo sabía que ya no estarían esas personas, ni su amigo que había sido aunque un dolor de cabeza al principio; al final se convirtió en algo más que la mantendría de vez en cuando soñando despierta por su siguiente encuentro.
— Mamá. — Llamó a su mayor quien se quedó en el salón principal ordenando a los sirvientes por los cambios a hacer después de la partida de las visitas.
— Dime, May. — Pidió caminando y observando con cuidado todo, parecía tener una disputa entre si dejar o no una decoración.
— ¿Crees que volverán a venir?
— ¿Quienes? ¿Los de la Rosa? — Su hija dejó salir un monosílabo de afirmación.Y la mujer le prestó atención por un segundo deteniéndose y observando sus grandes ojos zafiro llenos de ilusión. — No es cosa de creer cariño, es lo más seguro. Tu padre quiere hacer un intercambio de culturas la próxima vez por lo que habrá una feria en unos meses mientras se organiza todo. — Le sonrió. — Descuida cariño, puede que veas a Drew más pronto de lo que crees.
— ¡N-No es por él! — Se excusó en seguida.
— ¿¡Ah no!? ¿Entonces? — Se llevó una mano a los labios con sorpresa fingida. Conocía demasiado a su hija como para no notar que había estrechado lazos con el segundo hijo de los de la Rosa.
— Por.. Por… ¡Su padre! Sí, su padre, es un hombre muy apuesto, tengo intenciones de hacerle competencia a la reina. — Sacó lo primero que le vino a la cabeza y su madre abrió los ojos grandes y la escuchó reír como nunca.
— Eso es un objetivo muy complicado de cumplir cariño. — Dijo entre risas. — Pero, sea Drew o el Rey, te apoyaré siempre. — Le dio un beso en la frente antes de regresar a sus labores, dejando a una May con las mejillas rojas de vergüenza al comprender que su madre no se tragó su pobre excusa.
Pero rápido se le pasó al recordar lo que le había contestado, solo serían unos meses antes de volver a ver a su, un poco molesto, amigo. Por lo que pudo pasar sus estudios de la mañana con una gran sonrisa, mientras averiguaba de sus maestros el objetivo de los festivales culturales.
Al finalizar los mismos decidió ir a su habitación para recoger el libro que había dejado a medias la noche anterior; en el camino se encontró con varios trabajadores cuchicheando asustados por una extraña criatura hurgando en el palacio, por la cual los guardias se habían desplegado por todos los rincones en su búsqueda.
May no comprendía que podía ser tan malo como para tener que hacer trabajar a los guardias tan arduamente, y aunque le advirtieron que anduviese con cuidado y que sería mejor si se quedaba con uno de los guardias, ella decidió que su habitación era por mucho más segura, y continuó su camino junto a un guardia, hasta que al abrir la puerta una fuerte ráfaga de aire la hizo retroceder hasta caer de espaldas junto al mayor, rápidamente él se levantó y corrió al interior del cuarto, sin encontrar nada más que una suave brisa y los delicados rayos del sol entrando por la gran ventana, había sido un simple vendaval inesperado.
Dejó a la princesa del lugar tranquilizada del susto sin fundamento en su habitación y se retiró a continuar con su labor. May por su parte ingresó encontrándose en su peinadora algo inusual, una rosa roja y despinada atada a una hoja de papel enrollada y sujeta con una suave tela de seda verde claro, y al lado de esto una singular piedra verde de un tono muy parecido a la seda, ambos le recordaban a su amigo Drew de la Rosa, por lo que sin perder tiempo se acercó a su peinadora y se sentó en la butaca frente a esta antes de desamarrar la seda y desenrollar la hoja de papel.
La rosa olía a un perfume delicado pero desconocido para ella, claramente era un producto de producción con pétalos de rosas, que dejaba a la rosa falsa de tela y alambre bastante suave al tacto.
May lo sabía, era la misma rosa que el segundo hijo del matrimonio de la Rosa cargaba de un lado a otro para hacer alarde de lo bello de su reino y de su producción de rosas a más no poder. Nunca creyó que fuese capaz de dejarla atrás y mucho menos de dejarsela a ella, ya que estaba segura del gran aprecio que le tenía a la misma. La contempló un momento con inocente ilusión y pasó a leer la carta que en el mismo momento que vio la primera línea supo que era para ella.
May se rio de la carta y la quedó observando un momento con especial atención, tenía el mismo aroma de la rosa y se sintió cautivada por lo mismo. Pronto volvió a enrollarla y hacerle un nudo poco prolijo, para guardarlo en el pequeño cajón que se encontraba en la mitad de su mueble, se bajó de la butaca y buscó por papel y tinta en una mesa que le habían colocado especialmente para ella con la excusa de que debía de esforzarse un poco más en los estudios al tratarse de la hija mayor, pero la verdad es que de todo el año que estuvo ahí era la primera vez que la utilizaba.
Se quedó mirando la hoja pensando en su respuesta, y aunque tardó un poco en hacerse a la idea, las palabras comenzaron a fluir en su mente, mas, olvidó tomar algo con lo que escribir. Se volvió a levantar y miró por toda su habitación, sabía que no debería de tener nada para ello, pero para su suerte bajo la ventana vio una pluma blanca que se apresuró a recoger, sabiendo que debía ser de alguna paloma, una un poco grande, y comenzó a escribir una carta que tardó en terminar hasta pasadas dos horas al haberse estancado en la mitad de la misma sin saber mucho qué decir.
Salió de su habitación presurosa y se encontró con su padre quien estaba mandando a los guardias a descansar ante el fracaso de la búsqueda de la extraña criatura que nadie alcanzó a visualizar más que la sombra, y dejaron el asunto como una confusión.
El hombre se quedó estático mientras observaba a su hija mayor estirando sus manos hacia él con un sobre rojo en estas; no tardó en tomar el pequeño gesto y le sonrió.
— Cariño, creía que ya no me escribirías cartas nunca más. — Parecía muy feliz y con la mirada iluminada del presente de su hija, pero pronto ella lo sacó de su error.
— No es para ti, papá.
— ¿Qué? ¿Entonces?
— Es para… Los de la Rosa… — Explicó avergonzada, su padre sintió llorar por dentro. — Específicamente para Drew. — Y aquello le rompió el corazón.
— ¿No crees que eres muy pequeña para tener un amorío por correo? — preguntó seco y directo, a ella se le subieron los colores al rostro.
— ¡No es ningún amorío! Es mi amigo solo quiero agradecerle por el regalo que me hizo y eso. — Explicó, su padre quedó en silencio mientras se cuestionaba la naturaleza del llamado regalo, y luego solo vio a su hija dar media vuelta con camino a su alcoba. — ¡Y no la leas! —Le advirtió antes de que el hombre siquiera hiciera el intento.
— ¿Quién crees que soy? ¿Un mero fisgón?
— ¡Sí!
— Pues no, soy tu padre y Rey de Hoenn, prácticamente debo de estar enterado de cada movimiento realizado en mi reino y… — Su hija ya lo había dejado hablando solo y él solo suspiró y se quedó mirando el sobre. Era de los últimos que le habían regalado para su cumpleaños, y además había escrito el nombre del remitente en grande en su parte dorsal. Norman no se hizo más drama y decidió no prestar atención a ello, solo debía de poner el sello real y mandarlo para que alcanzaran a los de la Rosa en su viaje y él aprovecharía a enviarle otro comunicado al gobernador de ese reino también. Sabía que si lo mandaban en ese momento podría estar llegando a ellos en dos días, cosa que nunca ocurrió.
Los mensajeros regresaron ocho días después con la noticia de que nunca lograron alcanzar a los lujosos carruajes, y aun cuando llegaron al límite con el Reino de las Rosas no encontraron más que Océano embravecido además de una presencia de movimientos telúricos muy alta, a esto último, ninguno del Reino era indiferente.
Pero la noticia de la desaparición de todo el Reino de las Rosas fue un tema de gran revuelo entre los altos mandos quienes priorizaron caballerías y expertos en la búsqueda del mismo. Cosa que no duró más de un año ante los insostenibles gastos sin resultados, y el repentino declive de la producción agrícola y los repentinos y constantes movimientos de tierra que los obligaron a cambiar muchas cosas en el palacio y el reino completo. Priorizando a sus ciudadanos y dejando de lado todo lo que tuviese que ver con el Reino de la Rosa. Haciendo que su simple mención fuese un tabú al desmoralizar la confianza de la caballería que no logró su objetivo.
Esto es otro extra
El carruaje se había perdido tras las enormes puertas del castillo, saliendo del rango visual de una pequeña de ojos zafiros que descubrió un nuevo pero inexplicable sentimiento en cuanto de regreso al interior del castillo sabía que ya no estarían esas personas, ni su amigo que había sido aunque un dolor de cabeza al principio; al final se convirtió en algo más que la mantendría de vez en cuando soñando despierta por su siguiente encuentro.
— Mamá. — Llamó a su mayor quien se quedó en el salón principal ordenando a los sirvientes por los cambios a hacer después de la partida de las visitas.
— Dime, May. — Pidió caminando y observando con cuidado todo, parecía tener una disputa entre si dejar o no una decoración.
— ¿Crees que volverán a venir?
— ¿Quienes? ¿Los de la Rosa? — Su hija dejó salir un monosílabo de afirmación.Y la mujer le prestó atención por un segundo deteniéndose y observando sus grandes ojos zafiro llenos de ilusión. — No es cosa de creer cariño, es lo más seguro. Tu padre quiere hacer un intercambio de culturas la próxima vez por lo que habrá una feria en unos meses mientras se organiza todo. — Le sonrió. — Descuida cariño, puede que veas a Drew más pronto de lo que crees.
— ¡N-No es por él! — Se excusó en seguida.
— ¿¡Ah no!? ¿Entonces? — Se llevó una mano a los labios con sorpresa fingida. Conocía demasiado a su hija como para no notar que había estrechado lazos con el segundo hijo de los de la Rosa.
— Por.. Por… ¡Su padre! Sí, su padre, es un hombre muy apuesto, tengo intenciones de hacerle competencia a la reina. — Sacó lo primero que le vino a la cabeza y su madre abrió los ojos grandes y la escuchó reír como nunca.
— Eso es un objetivo muy complicado de cumplir cariño. — Dijo entre risas. — Pero, sea Drew o el Rey, te apoyaré siempre. — Le dio un beso en la frente antes de regresar a sus labores, dejando a una May con las mejillas rojas de vergüenza al comprender que su madre no se tragó su pobre excusa.
Pero rápido se le pasó al recordar lo que le había contestado, solo serían unos meses antes de volver a ver a su, un poco molesto, amigo. Por lo que pudo pasar sus estudios de la mañana con una gran sonrisa, mientras averiguaba de sus maestros el objetivo de los festivales culturales.
Al finalizar los mismos decidió ir a su habitación para recoger el libro que había dejado a medias la noche anterior; en el camino se encontró con varios trabajadores cuchicheando asustados por una extraña criatura hurgando en el palacio, por la cual los guardias se habían desplegado por todos los rincones en su búsqueda.
May no comprendía que podía ser tan malo como para tener que hacer trabajar a los guardias tan arduamente, y aunque le advirtieron que anduviese con cuidado y que sería mejor si se quedaba con uno de los guardias, ella decidió que su habitación era por mucho más segura, y continuó su camino junto a un guardia, hasta que al abrir la puerta una fuerte ráfaga de aire la hizo retroceder hasta caer de espaldas junto al mayor, rápidamente él se levantó y corrió al interior del cuarto, sin encontrar nada más que una suave brisa y los delicados rayos del sol entrando por la gran ventana, había sido un simple vendaval inesperado.
Dejó a la princesa del lugar tranquilizada del susto sin fundamento en su habitación y se retiró a continuar con su labor. May por su parte ingresó encontrándose en su peinadora algo inusual, una rosa roja y despinada atada a una hoja de papel enrollada y sujeta con una suave tela de seda verde claro, y al lado de esto una singular piedra verde de un tono muy parecido a la seda, ambos le recordaban a su amigo Drew de la Rosa, por lo que sin perder tiempo se acercó a su peinadora y se sentó en la butaca frente a esta antes de desamarrar la seda y desenrollar la hoja de papel.
La rosa olía a un perfume delicado pero desconocido para ella, claramente era un producto de producción con pétalos de rosas, que dejaba a la rosa falsa de tela y alambre bastante suave al tacto.
May lo sabía, era la misma rosa que el segundo hijo del matrimonio de la Rosa cargaba de un lado a otro para hacer alarde de lo bello de su reino y de su producción de rosas a más no poder. Nunca creyó que fuese capaz de dejarla atrás y mucho menos de dejarsela a ella, ya que estaba segura del gran aprecio que le tenía a la misma. La contempló un momento con inocente ilusión y pasó a leer la carta que en el mismo momento que vio la primera línea supo que era para ella.
“WyW Querida May, Escribo esta carta con la pena de saber que ya no gozaras de mi presencia en esa tu humilde morada, así que te dejo de recuerdo la rosa que está junto a esta, así no tienes que arrancar las de tu madre y ser castigada. Mi padre me contó que hemos de regresar pronto por una feria cultural, que si no sabes lo que es, se trata de un mercado con la intención de intercambiar productos y tradiciones a parte de mover la economía, como bien has de saber compartimos los valores de las monedas ya que son hechas con el mismo material y peso… Mejor olvida eso, no es importante conocer eso, no por ahora. Cuidate, espero nos volvamos a ver pronto y que podamos hacer un viaje a mi reino para que lo conozcas, la ciudad principal es más pequeña que Petalburgo, pero es tan bonita que no te querrás ir; si no aparece un colosal claro. Eso fue una broma. No va a ocurrir nada así, te lo prometo, así mismo como te prometí ir en tu rescate de ser el caso, así que hasta ese momento espera por mí. — Con añoranza Drew De la Rosa.” |
May se rio de la carta y la quedó observando un momento con especial atención, tenía el mismo aroma de la rosa y se sintió cautivada por lo mismo. Pronto volvió a enrollarla y hacerle un nudo poco prolijo, para guardarlo en el pequeño cajón que se encontraba en la mitad de su mueble, se bajó de la butaca y buscó por papel y tinta en una mesa que le habían colocado especialmente para ella con la excusa de que debía de esforzarse un poco más en los estudios al tratarse de la hija mayor, pero la verdad es que de todo el año que estuvo ahí era la primera vez que la utilizaba.
Se quedó mirando la hoja pensando en su respuesta, y aunque tardó un poco en hacerse a la idea, las palabras comenzaron a fluir en su mente, mas, olvidó tomar algo con lo que escribir. Se volvió a levantar y miró por toda su habitación, sabía que no debería de tener nada para ello, pero para su suerte bajo la ventana vio una pluma blanca que se apresuró a recoger, sabiendo que debía ser de alguna paloma, una un poco grande, y comenzó a escribir una carta que tardó en terminar hasta pasadas dos horas al haberse estancado en la mitad de la misma sin saber mucho qué decir.
Salió de su habitación presurosa y se encontró con su padre quien estaba mandando a los guardias a descansar ante el fracaso de la búsqueda de la extraña criatura que nadie alcanzó a visualizar más que la sombra, y dejaron el asunto como una confusión.
El hombre se quedó estático mientras observaba a su hija mayor estirando sus manos hacia él con un sobre rojo en estas; no tardó en tomar el pequeño gesto y le sonrió.
— Cariño, creía que ya no me escribirías cartas nunca más. — Parecía muy feliz y con la mirada iluminada del presente de su hija, pero pronto ella lo sacó de su error.
— No es para ti, papá.
— ¿Qué? ¿Entonces?
— Es para… Los de la Rosa… — Explicó avergonzada, su padre sintió llorar por dentro. — Específicamente para Drew. — Y aquello le rompió el corazón.
— ¿No crees que eres muy pequeña para tener un amorío por correo? — preguntó seco y directo, a ella se le subieron los colores al rostro.
— ¡No es ningún amorío! Es mi amigo solo quiero agradecerle por el regalo que me hizo y eso. — Explicó, su padre quedó en silencio mientras se cuestionaba la naturaleza del llamado regalo, y luego solo vio a su hija dar media vuelta con camino a su alcoba. — ¡Y no la leas! —Le advirtió antes de que el hombre siquiera hiciera el intento.
— ¿Quién crees que soy? ¿Un mero fisgón?
— ¡Sí!
— Pues no, soy tu padre y Rey de Hoenn, prácticamente debo de estar enterado de cada movimiento realizado en mi reino y… — Su hija ya lo había dejado hablando solo y él solo suspiró y se quedó mirando el sobre. Era de los últimos que le habían regalado para su cumpleaños, y además había escrito el nombre del remitente en grande en su parte dorsal. Norman no se hizo más drama y decidió no prestar atención a ello, solo debía de poner el sello real y mandarlo para que alcanzaran a los de la Rosa en su viaje y él aprovecharía a enviarle otro comunicado al gobernador de ese reino también. Sabía que si lo mandaban en ese momento podría estar llegando a ellos en dos días, cosa que nunca ocurrió.
Los mensajeros regresaron ocho días después con la noticia de que nunca lograron alcanzar a los lujosos carruajes, y aun cuando llegaron al límite con el Reino de las Rosas no encontraron más que Océano embravecido además de una presencia de movimientos telúricos muy alta, a esto último, ninguno del Reino era indiferente.
Pero la noticia de la desaparición de todo el Reino de las Rosas fue un tema de gran revuelo entre los altos mandos quienes priorizaron caballerías y expertos en la búsqueda del mismo. Cosa que no duró más de un año ante los insostenibles gastos sin resultados, y el repentino declive de la producción agrícola y los repentinos y constantes movimientos de tierra que los obligaron a cambiar muchas cosas en el palacio y el reino completo. Priorizando a sus ciudadanos y dejando de lado todo lo que tuviese que ver con el Reino de la Rosa. Haciendo que su simple mención fuese un tabú al desmoralizar la confianza de la caballería que no logró su objetivo.
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Re: [Fan Fic] Una Simple Esmeralda
10. Capítulo siete: Harley.
Despertó al sentir como el aire regresaba a sus pulmones y como la asfixia le pedía tirar toda el agua salada que había tragado. Hincada y tosiendo débilmente ante su irritada garganta abrió los ojos, sintiendo la sal entrando por los mismos obligándola a gatear en la búsqueda de algo con lo que poder limpiarse, para su suerte el sonido del agua fluyendo la guió hacia un riachuelo en el que pudo lavar sus manos y seguido su rostro, pudiendo por fin ver dónde se encontraba.
Y como si se tratase de una mera pesadilla, había vuelto al bosque del que salió en una noche de luna casi llena; ya no habían tres divinidades combatiendo, tampoco había rastro de alguna de las otras criaturas; pero la ropa que cargaba no era suya y estaba hecha añicos, mientras que sus pulmones, aun cuando el corsé estaba rasgado también, pesaban para respirar con normalidad, diciéndole a gritos que no había sido ningún sueño. Se sentó componiendo una postura de indio intentando recobrar todos sus sentidos, su cabeza dolía y un ligero mareo no la dejaba levantarse como hubiese querido desde el primer momento; estaba empapada en agua marina, sus manos aun enrojecidas ardían aún en contacto con el agua y estaba tan sucia del polvo que pegada a ella se había convertido en un lodo espeso que al rodar por su ropa y piel parecía alquitrán, de lo oscura que se había vuelto la tierra de esa zona hace muchos años ya.
Se recompuso después de tomar muchas bocanadas de aire, y decidió volver al riachuelo, donde terminó de lavarse brazos, cuello y con torpeza el cabello, al meter la cabeza como si no fuese suficiente ahogarse una sola vez en menos de dos horas; cuando sintió que era suficiente se sacudió con fuerza, sintiendo un fuerte mareo, y cuando se recompuso observó su reflejo en el suave caudal del riachuelo, que le dio a conocer su deplorable aspecto de gato mojado y desaliñado, cosas que menos le podía importar en ese momento, menos cuando recordó la piedra verde que seguía en su puño cerrado, la cual se quedó observando con el mayor afán de no echarse a llorar, al recordar lo que había perdido cuando esta apareció. La guardó en el bolsillo y se volvió a observar en el agua; ella sabía que no sacaba nada con llorar ni con recordar nada, ni siquiera entendía como seguía viva después de haber sentido claramente como su consciencia se había perdido por completo en un momento que solo le causaba estremecimiento y miedo incontrolables. Y es que había estado a punto de morir, lejos de cualquier conocimiento de su familia o amigos, lejos de todo.
Ese pensamiento la llevó hasta su propia y principal realidad: El compromiso, y eso a la preocupación de su familia; había desaparecido por más de un día y en la noche del cumpleaños de su hermano ¿Se acordaban de ella? ¿La habrían buscado? ¿Estarían tristes? ¿Habrían entrado en guerra ambos reinos por su berrinche? ¿Habría cambiado algo respecto a lo que ella ya había vivido? O en el peor de los casos ¿Y si ese no era su tiempo?
Un escalofrío la embargó aterrando todos sus sentidos, cuando estaba con Drew era un escenario que podía asimilar, al final del día tenían plan B, pero ella completamente sola, era la guillotina y ya; pero pronto sacudió su cabeza quitándose aquella idea, no era posible que continuase en el pasado, de ser ese el caso, los árboles serían más verdes, el suelo menos denso y oscuro y el riachuelo sería más grande y generoso, cosas que no se cumplían y por lo que no podía empezar a hacerse dramas internos; pues había algo más inquietante que no la dejaba tranquila.
— “La puerta se abrirá” — Repitió aquella frase de un brillante y borroso recuerdo antes de despertar. No sabía cómo explicárselo ni a sí misma, sentía que su odisea, todavía no había acabado, pero también se sentía sola; la única persona que podía creerle algo así y que podría ayudarla, ya no estaba ni a su lado, ni vivo. Sin contar que el mensaje era demasiado corto e impreciso como para poder hacerse una idea de lo que se refería ¿Qué puerta y por qué debía abrirse? ¿Quienes necesitaban pasar a dónde?
Se perdió en sus pensamientos sin dejar de mirar a lo más profundo del río; como su propia persona, no había nada, solo agua que fluía tan suave que no era capaz de arrastrar ni una sola piedrita, agua que a duras penas alcanzaba para la subsistencia de un reino en decadencia, agua que solo iba por donde el terreno le demandaba, porque esa era su función; seguir el camino impuesto, sin reclamos, sin quejas… Pero asimilaba que Kyogre era un ser de agua, y Groudon uno de tierra, y nunca ninguno de los dos se dejó mandar del otro, ni siquiera de Rayquaza… Sus objetivos hasta ese momento eran inciertos para ella más allá del poderío, pero tenían razón en algo, y es que al luchar por lo que querían prácticamente habían movido todo, a tal punto de corromper el espacio tiempo de alguien ajeno a sus problemas, dejándolos como los seres más egoístas que alguna vez conoció, no podía entender por qué debía de ser venerados por nadie. Mas, de la misma manera, que los quería responsabilizar, le recordaron a aquel riachuelo que no se dejaba vencer por la decadencia, y aun después de tantos años continuaba fluyendo, y eso le daba envidia, quería así mismo, poder tomar el camino de su vida, sus decisiones y ser egoísta sin necesitar de esperar por promesas, ni nadie.
Lo más seguro es que estaba cometiendo un error viendo el ejemplo de unas divinidades poderosas y sin límites como una luz para su persona, pero de alguna manera estaba teniendo una segunda oportunidad y pensaba tomarla, para bien o para mal.
Y cuando se levantó el ruido de pasos sobre hojas secas la alertó, observó de un lado a otro y entre la densidad de los árboles, lo encontró, tan o más sucio que ella. El pelaje blanco de Absol era lodo chorreando entre sus patas y torso. En ese momento comprendió quien la rescató y por qué su ropa estaba hecha añicos. Sin previo aviso se lanzó a abrazarlo como agradecimiento y al mismo tiempo con tal impotencia de saber que la persona por la cual él seguía ahí, quien lo había nombrado, ya no estaría para cuidarlo.
— Lo siento Absol, lo siento tanto. — Repitió varias veces intentando convencerse a sí misma de que a ella le dolía menos solo por mantenerse en sus cinco sentidos. Absol mientras tanto la intentó consolar con un movimiento de cabeza que simulaba un abrazo que borró toda la máscara que le quería hacer creer al cuadrúpedo, haciendo que su falsa y dura expresión desapareciera; sus lágrimas brotaron y comenzó un llanto tan lastimero que desgarró su propia garganta ya irritada de antes. Era una sensación muy diferente a la que alguna vez había tenido. Ella no conocía lo que era perder algo para siempre, no hasta ese momento. antes lloraba por ella y sus propias torpezas, al sentirse atrapada y ofendida; en ese momento era por la ausencia de alguien en quien siempre tuvo la esperanza de volverse a encontrar en la vida, pero ya no iba a volver nunca, no lo podría ni ver, ni oír, solo recordar — Nunca creí que algo así pasaría, lo siento, no debí tocar su mano, si simplemente no se hubiese preocupado por mi, si hubiera sabido que él también… quizá él seguiría vivo, quizá habríamos arreglado algo, quizá el reino volvería a la normalidad, lo siento tanto. Lo siento tanto. — Entre sollozos y con frases entrecortadas no podía calmarse como quisiera. Aceptar el compromiso le dolía mucho menos que aquello, ni siquiera perder el reino, el estatus, ni sus comodidades era tan difícil de aceptar como eso.
No podía decir que estaba devastada, al final del día no era justo para nadie decir aquello después de conocer a alguien de apenas un día atrás., porque a pesar de saber que era Drew, también estaba consciente de que no era el mismo, al igual que sus objetivos y promesas entre el pequeño de diez años de edad y ese joven al que no podía ponerle más de quince años. Al anterior solo le gustaba presumir de su tierra natal, el otro dio su vida por rescatar a una tonta como ella. Y odiaba pensar que ahora por su culpa no se pudo cumplir por lo que tanto se había esforzado.
Un carraspeo a las espaldas de Absol le pasmó las lágrimas, convirtiendo todo dolor en miedo, no tenía recuerdos de que aquel bosque fuese frecuentado a tan altas horas de la noche. Se asomó un poco sobre la cabeza de Absol, e intentó enfocar la vista ante la oscuridad que resaltaba, hasta que pudo enfocar una capa negra, de la cual su dueño se despojó de su capucha, dejando a la vista unos largos y ondulados cabellos violetas junto a unos ojos turquesa, un rostro alargado, una figura más esbelta de la media de hombre a la que se amoldaba un traje verde muy ajustado que aun así se podía apreciar bajo la enorme y holgada capa negra, acompañado todo esto de un aura que le causaba escalofríos a la princesa de ese reino. Tras él unos ojos amarillos y amenazantes parecían estar atentos a su persona y Absol, como si se tratase de una amenaza.
— Disculparán mi intromisión a tan preciosa escena de reencuentro. — Dijo con vaga empatía y fuerte tono engallado. — Pero esto es más importante que un berrinche de un individuo cualquiera.
— ¿Disculpa? ¿Quién eres tú? Raro — May, aunque confundida y asustada decidió plantarle cara al soltar a Absol, pero no se apartó de él; y se limpió las lágrimas mientras el desconocido hablaba sus incoherencias
— En primer lugar, señorita, debería de aprender un poco sobre el pudor. — La señaló, May recordó que su ropa seguía desgarrada y atinó a escudarse tras una de las enormes alas de Absol. — En segundo lugar, que seas la princesa de este lugar no te da derecho a decirle raro a cualquiera. — Se quedó mudo un momento y no tardó para exasperarse. — Ay, ¿Si ves? Por tu tontería me desvío de lo que realmente vengo a hacer.
— ¡Oye, no es mi culpa que tengas mala actitud!
— Mala actitud y todo pero tengo mucho mejor sentido de la moda. — Apartó la capa para dejar ver la mitad de su traje que terminaba en campana, en las bastas junto con un calzado con un diseño poco convencional en punta y muy exagerado según la chica; quien ya no podía decir nada, porque aunque aquello la haya dejado perpleja, no podía defenderse mucho con lo que cargaba en ese momento.
— Por favor, habla rápido, no tengo toda la noche. — Le pidió con la mayor pereza que le salió en ese momento. Realmente ninguno de los dos tenía tiempo para eso. Pero al hombre le crisparon los nervios al no obtener ningún comentario respecto a su vestimenta, pero decidió seguirle la corriente.
— Princesa de Hoenn, deje que me presente. — Hizo una reverencia con elegancia volviendo a la cotidiana educación que se había opacado en cuanto había escuchado el término de “Raro” en un principio. — Me llamo HarleyQuinn, soy originario de la ciudad de Slate, el puerto central del Reino de Hoenn, actualmente soy el administrador de la biblioteca central de esta ciudad; y he venido por la esmeralda de Rayquaza que carga con usted.
— ¿Qué? — Quedó atónita, ¿Cómo podía saber de la esmeralda? Solo su familia conocía que la tenía y la creían una simple piedra como las demás existentes; los únicos que sabían un detalle tan específico eran ella y Drew; o eso creía. Para suerte del llamado Harley, pudo recordar que el segundo hijo de los de la Rosa le comentó que cuando llegó al Reino de Hoenn cayó en la biblioteca, administrada por una persona extraña que nunca cuestionó su extraño actuar.
— Deje que me explique antes de que salte a conclusiones o salga corriendo. — Pidió, la criatura tras él se mostró de las sombras, revelando una planta tipo cactus humanoide de grandes espinas recubierta en tonos verdes, ojos hundidos y enojados contrastantes con un color amarillo intenso y brillante, con una sonrisa compuesta de agujeros a lo ancho de su rostro, acompañando sobre su cabeza un sobresaliente sombrero de espantapájaros en el mismo verde de sus espinas. Una vista aterradora que le puso la piel de gallina. — Este es Cacturne, un ser de un tipo parecido a la criatura a tu lado. — May se vio confundida al intentar comparar el parecido, porque a parte de ser seres no comunes no tenían nada de parecido, pero así mismo pasaba con las criaturas que había visto en la cueva de las profundidades; razón por la cuál decidió darle la gracia de la duda y creer que lo que le decía tenía su parte de verdad. — Estas criaturas a las que erróneamente llamamos de divinas no son más que seres como cualquiera de nosotros, ni Cacturne ni esa quimera tuya son criaturas imposibles para nuestra comprensión, sólo poseen habilidades un poco diferentes a las de nosotros y apariencias muy variadas como puedes comprobar. No sé cuánto tiempo tienes junto a él, pero Cacturne lleva conmigo alrededor de siete años y he podido comprobar esto. — Giró a ver a la criatura con cariño y continuó. — A parte de esto, con sus habilidades me mostró su mundo, lleno de criaturas diversas y hermosas, reinadas por nuestro mismo creador, Arceus, el mismo que ha coreografiado nuestro encuentro.
— Me estás diciendo que es Arceus el que ha provocado ¿Esto? — Se señaló a sí misma. Harley pareció dudoso ante ello.
— Eso no lo sé. — La señaló de arriba a abajo con asco. — Pero al portador de la Esmeralda de Rayquaza sí, el quién seas realmente es irrelevante. Solo el hecho de saber que la tienes es lo único que importa.
— ¿Por qué la necesitaría alguien como tú? — Preguntó dejando en claro su confusión, el otro suspiró fuertemente.
— ¿No lo sabes? — Extrañado empezó a buscar entre sus bolsillos, May negó.
— Hasta ahora solo sé que es parte del ritual para invocar a Rayquaza, y al menos que tengas asuntos con él no entiendo para qué las querrías, de paso, faltan dos piedras más y la base de diamante, cosas muy complicadas de conseguir. — Concluyó, él le mostró el zafiro y rubí sobre su mano. — ¿Cómo? — Abrió los ojos grandes incrédula de lo que veía.
— Tu amigo aquí me las dio. — Hizo referencia a Absol.
— ¿Por qué a ti?
— Porque yo sé lo que está pasando en este mundo, y en el de ellos. — Explicó pausado y siguiendo un ritmo. — Su mundo está colapsando y necesitan pasar al de nosotros si quieren sobrevivir, no hay mucho tiempo ya. Este Reino ha sido la brecha para ello, en un lugar de este comenzó una falla que lo ha llevado al deterioro al adaptarse y replicar lo que ocurre en el otro mundo, pero es un mínimo porcentaje, ya que no somos reflejos, pero si coexistimos en ambientes parecidos, por lo que si la cosa continúa así, lo más probable es que el mundo, nuestro mundo, también acabe por colapsar pronto, al mismo tiempo o un poco después del de ellos. Puedes decir que este mundo fue creado como un mero accidente del fatal destino, pero es nuestro mundo y lo necesitamos, y ellos ahora lo necesitan, los creadores lo necesitan. Nos necesitan. — Estiró su mano esperando por la respuesta positiva de la indecisa chica, quien en lugar de darle la piedra que tanto esperaba, se acercó y le dio un manotazo. — ¡Oye! ¡Salvaje! — Se quejó sacudiendo la mano en dolor falso.
— ¡¿Me estás diciendo que deje pasar a las criaturas que mataron a alguien importante para mí?! — Sus ojos se cristalizaron con lágrimas y su rostro se enrojeció en furia, su mano ardía del golpe que le propinó. — ¿¡Las mismas que pueden destruir este reino en menos de un segundo solo porque así les place!? ¡Prefiero amarrarme a un desconocido toda mi vida a aceptar algo como eso! ¡Serán los creadores y lo que quieran, pero ellos no construyeron este Reino de las cenizas! Eso lo hicieron mis ascendentes, no ellos. — Gritaba ciega por la rabia, en un momento creía que esa ridícula persona le podría ayudar con algo, pero se equivocó completamente, solo empeoró todo, lo que había ocurrido durante todo ese tiempo era obra de dioses negligentes que solo los estaban utilizando a conveniencia. — ¡Si tanto quieren un planeta que se creen otro!
— ¿Acaso no escuchaste? ¡No hay tiempo para hacer otro planeta! — Levantó la voz para que comprendiese lo que decía si no lo había hecho antes. — Además, esas mismas criaturas te salvaron la vida, y por ello ahora estás aquí. — Le rebatió con decepción, esperaba que la hija “rara” de los gobernadores fuera más comprensiva y menos paranoica, pero si era verdad que le calzaba el título. — ¿Y qué importa una sola persona cuando millones de otros están en peligro?
— ¿Cómo te atreves a decir que qué importa una persona? ¡Estaba intentando reparar lo que hicieron ellos! — Señaló al Cacturne molesta, el que solo observó a Harley y luego se volvió a esconder en la oscuridad.
— ¿Qué haces acusando a un inocente? — Le reclamó dolido por su acompañante. — Entonces ¿Él también tiene culpa? — Señaló a Absol, May lo miró entonces con claro dolor, no era eso lo que pensaba, pero no podía aceptar lo que le estaban diciendo. No era justo. — Si ese amigo tuyo decidió dar su vida a cambio de algo mayor ¿Qué haces quejándote de ello?
— ¡No es así! — Volvió a rebatir en sollozos. — Lo hizo para salvarme, por eso tengo la esmeralda, era él. — Se explicó sin atreverse ya a mirar al hombre y en su lugar pudo notar la culpa en los ojos de Absol.
— Entonces tu no eres la… ¿Portadora de la esmeralda? — Se quedó de piedra, estaba tratando con la persona equivocada y se llevó una mano a la cabeza para evitar una jaqueca. — Bien, no entremos en pánico — Se dijo a sí mismo intentando relajarse; y dio una larga y profunda bocanada de aire. — No dejes que su sacrificio sea en vano; esto ya no se trata solo de lo que le ocurrió a él, sino de lo que nos ocurrirá a nosotros y a esa criatura tuya.
— Absol no es mío… — Le corrigió por fin de su persistente error. — Y sé que no tienen la culpa de nada. Pero es tan injusto. — Se limpió los ojos y la nariz frotando con fuerza, se había estado desahogando con un desconocido culpando a todo de lo que había ocurrido. No quería aceptarlo, pero estaba demasiado afectada para razonar con nadie. — ¿Por qué él tuvo que sacrificarse para que otros vivan? — Preguntó Harley, quién resopló fuerte al no tener una respuesta concreta.
— Tú vida, o la mía, o la de él, para este escenario es irrelevante. — Con calma y nostálgico intentó dar un punto de vista muy suyo. — Pudo ser cualquier otro ser humano, la situación sería la misma, pero ya no sería él quien se sacrificaría, sería otro, en su lugar pudiste haber sido tú, tu padre, tu madre, cualquiera; y al menos yo… por Cacturne, si me toca tomar el lugar de esa persona lo haría. No se trata de quienes se benefician, sino de lo que podemos hacer para mantener lo que aún tenemos. — Apretó los puños con fuerza y volvió a mirar a May. — Así que debes de decidir rápido. Si quedarte llorando compadeciéndote de ti, o hacer algo por y para ti. — May sintió que le había pegado en la fibra más sensible de su persona, algo en lo que siempre recaía sin darse cuenta, y recapacitó en sus adentros.
— Perdoname Absol, no es tu culpa. — Le acarició el lomo intentando reparar el daño. — Y tampoco de… esa cosa, lo sé. — Se acercó al riachuelo y miró un momento el mismo lugar donde había visto al que llamaba Rosa por primera vez, él quería reparar el daño a su pueblo, ella quería salvarse a ella misma y huír de todo, pero nunca se podría permitir lastimar, y por eso, se equivocaba, por no querer herir a nadie, ella terminaba haciendo y diciendo cosas que no debía. En ese momento, quería creer que si en algún momento Rosa tuvo algún resentimiento a las divinidades, con la ayuda de todo su conocimiento él sería capaz de comprender su decisión y el porqué de lo que muy seguramente discrepaba completamente con lo que él hubiese hecho. Segura de ello, miró al extraño hombre con un nuevo enfoque para intentar ahora sí, comprender la otra parte más pronto que tarde, como había errado con Drew. — Pero… Dejar pasar criaturas así… ¿Me aseguras que eso traerá al reino a la normalidad? — Le preguntó con clara amenaza en su semblante. El hombre asintió.
— Cacturne me ha mostrado muchas cosas, el desastre de su mundo y lo que será este si no reparamos la brecha. Es un apocalipsis lo que se avecina, y no tenemos otra escapatoria. Nos han puesto contra las cuerdas en este sentido, pero es parte de su desesperación al no tener control sobre estas tierras, pero así mismo, sé que lo pueden arreglar, puedo asegurarlo y jurarlo por mi sentido de la moda. — Aseveró convencido.
— No puedo confiar en tu palabra… Ya veo… — Su rostro de desconfianza decía todo lo que estaba pensando sobre esa última frase.
— ¿Qué insinúas mocosa?
— Olvídalo — Le restó importancia. — Si nada de esto resulta… Te mandaré a la guillotina. — Lo señaló, él sintió como un escalofrío le ponía la piel de gallina.
— Solo es juntar las piedras y listo, nada puede salir mal. — Se explicó, ella lo miró dudosa, y aprovechando que él tenía el zafiro y el rubí todavía en las manos sacó la esmeralda, comprobando que solo eso no bastaría. No solo esto, sino que el sonido que emitían era completamente diferente, era caos, ruidos y rugidos extraños que le eran imposible de identificar desvariando por todas partes. La tierra sonaba y se partía, el mar rugía y los cielos caían. Todos sonidos colapsantes, unos más lejanos que otros, pero en ninguna capa encontraba calma alguna, dejándole una idea más clara de lo que decía Harley, confirmando de paso, que el hombre no mintió en ningún momento. — Así que así suenan.
— Así no sonaban antes… — Le contó para que supiese solo como dato. — Esto no es suficiente.
— No, querida, no lo decía literalmente, hay que buscar la brecha. — Le recordó con burla.
— ¿Sabes dónde está?
— No. Por eso debo de apurarme, que por cierto ya me has quitado mucho tiempo. — Le indicó molesto mientras regresaba a guardar las piedras y estiró la mano esperando una vez más por la esmeralda. — Pero ella empezó a desvariar y según él a hacerlo perder más tiempo.
— “Junta el inicio de todo y la encontrarás. La puerta se abrirá” — Repitió pensativa nuevamente, ante el rostro atónito y disgustado del hombre quien se quedó confundido con aquella frase, esa extraña manera de su expresión le recordaban palabras sueltas de cosas que había visto gracias a Cacturne. Por su parte, May, ahora entendía el accionar de las tres bestias mayores, aún más su enojo y más importante: el mensaje. Ahora confiaba en que podía rescatar su reino y a su pueblo; y no permitiría que le ocurriese lo mismo que al Reino de las Rosas, repararía el daño que había dejado en ese, protegiendo lo que quedaba. — Hay un inicio y en ese inicio está la brecha que debemos encontrar — Se explicó con más ánimo —. Y lo vamos a hacer. — Lo miró decidida, esperando su respuesta, que fue muy sosa, pero entendible.
— ¿Vamos?
— Ni creas que te daré la piedra sólo porque sí. — Le negó en un tono muy parecido al que él había estado usando con ella. — Ahora somos un equipo.
— ¿Equipo? — May asintió. — Disculpa… ¿Qué?
— Tu sabes como funciona esto, y yo sé donde hay que buscar.
— ¿Segura? ¿Señorita… no está un poco impresentable para algo así? — Resopló con dolor de aquel mal gusto, May, respiró hondo y sin decir nada más se montó en Absol, mismo que no se lo pensó dos veces para alzar el vuelo. — ¡¿Dónde vas?! ¡Dame la esmeralda! — Exigió a gritos.
— ¡Esperame cerca de la puerta principal del palacio, tengo algo que hacer! — Le regresó el grito desde las alturas con mucha menos cizaña que el hombre que se quedó pataleando en el suelo ante la clara traición que sintió de su parte. — Necesito ir a mi habitación Absol, y necesitamos ser cautelosos, debes de ir por allí. — Le señaló la dirección con calma y el ser alado obedeció volviendo a descender a una de las ventanas sin protección más altas en el castillo, por ahí pudo pasar sin problemas con la chica en su lomo, quien en cuanto tocó suelo se bajó y se fue a buscar en el cajón central de su peinadora, y de ahí recuperó una rosa artificial, a la cual sonrió con nostalgia. — “El inicio” — Le dijo a Absol, el que se había echado a descansar y ensuciar su suelo anteriormente limpio. — Esta rosa es del Reino de las Rosas. “El inicio” de todo esto ¿Verdad? — Preguntó esperando una respuesta de la criatura que a su sorpresa asintió dándole la razón. — Gracias. ¡Espera! — Del mismo cajón sacó una pluma blanca y con esta se acercó a las alas de Absol. — Es tuya… — La quedó mirando y comparándola con la rosa. — ¿Has estado aquí antes? — Y aunque la criatura se notó confundida y en clara negación a su pregunta, la mente de May viajó al pasado y la intromisión de una “quimera” en el palacio, y así mismo recordó cierto comentario en una conversación que tuvo con Drew, sobre toda la información que tenían acerca de las divinidades. — “No me preguntes cómo es que estas cosas se saben cuando es raro su aparición.” — Parafraseó lo que recordaba. Tenían información, pero ninguna de las referentes a las divinidades poseían una justificación más allá de encontrarse ahí, algo que le mantuvo su curiosidad abierta desde ese momento. — Si sabemos de ustedes ahora… es porque están aquí en un futuro… — Sentía haber hecho el hallazgo de su vida, y miró a Absol nuevamente, pero esta vez con determinación. Si él no había estado antes ahí, lo iba a estar, por eso poseía su pluma y por eso, aquello no era una coincidencia. Existía un futuro que se lo afirmaba. — Salvaremos el Reino. — Le sonrió a la criatura, y aunque este parecía más interesado en descansar, se dio el tiempo de asentir a su afirmación con ánimo.
May fue rápidamente a su ropero, del que sacó una camisa de lino roja junto a unos pantalones azules y unas botas negras, aquella ropa solo tenía autorización a utilizarla cuando tenía alguna salida premeditada sin el conocimiento de su madre. Pero lo mejor de ese atuendo a parte de sus colores, era que se había liberado del corsé, la comodidad la invadía para algo que ahora sí sabía que necesitaba. Al fin, sentía que podía respirar. Y de paso tomó unos guantes de algodón blancos para ocultar sus quemaduras y evitar lastimarse más.
Tomó un morral tejido que su madre le había regalado en color amarillo y blanco, ahí guardó la esmeralda, la rosa y la pluma sin pensarlo mucho; usando esta vez la puerta, salió de su habitación después de revisar que estaba todo despejado, y como si nada hubiese ocurrido, no había nada ni nadie, lo que la confundió y la hizo avanzar más, hasta encontrarse con una Solidad que parecía ir en camino a su búsqueda y se sintió aliviada de verla, aunque curiosamente seguía con el vestido que la había visto la última vez.
La pelirrosa corrió hacia May, pero a medio camino se detuvo al detectar a la quimera a su lado.
— Señorita… — Sintiendo un atoramiento en la garganta, fue lo único que Solidad pudo pronunciar nerviosa.
— Descuida, no hace nada. — Le dio a conocer mientras acariciaba la cabeza del ser blanco y este lo recibía gustoso. Lo que parecía haberle dado a Solidad la confianza para acercarse del lado contrario a la criatura.
— ¡May! — Le llamó tomándola por sorpresa y antes de que la nombrada pudiese decir algo, la pelirrosa la comenzó a bombardear de preguntas. — ¿Dónde ha estado? ¿Qué hace con esa quimera? — Preocupada la tomó de ambas manos. May arrugó la cara en dolor, que ocultó inmediatamente. — ¿Y qué son esas ropas? ¿Y su vestido? Su madre me va a matar…
— Tuve unas cuantas fallas técnicas… — Se explicó sintiéndose confundida ante la actitud de Solidad, pues actuaba como si la hubiese visto hace no más de unas horas.
— ¿Fallas técnicas? ¿Cómo podría ser si ese vestido está diseñado para aguantar mínimo cinco fiestas con baile incluido, pasando por noches tormentosas y calores infernales.
— Sí… Bueno… hay ciertos detalles… — Observó a otro lado, no quería tener que contar toda la historia, no en ese momento.
— No hay tiempo para detalles, pronto van a nombrarla, es la primera que saldrá de la familia real, recuerde que hoy debuta en sociedad, y de paso su compromiso…
— ¿Cómo que debuto en sociedad? ¿Solidad, hoy es el cumpleaños de mi hermano? ¿Hace cuanto me desaparecí?
— ¿Está bien? Obviamente es el cumpleaños de su hermano, y tiene una hora más o menos desde que salió del palacio ¿Qué ha podido pasar en una hora para que esté en esas condiciones? ¿Se cayó acaso? Huele a mar y tierra. — Esperó una respuesta pero solo recibió un suspiro lastimero que le dijo que no quería hablar de eso, y se calló.
— ¿Dónde está Max? — Preguntó directamente en cuanto la vio rendida a hacer preguntas.
— Está con sus padres, se supone que usted debería estar con ellos, por eso me mandaron a buscarla. — Suspiró pesadamente. May la tomó de la mano y le pidió que le mostrara el camino, la mujer no dudó en hacerlo a pesar del temor que se guardó para sí misma ante el pensamiento de cómo reaccionaría la reina en cuanto viese a su hija vestida como cualquier pueblerino.
Y no se equivocó, en cuanto pasaron el umbral a la habitación donde la familia real esperaba por ambas jóvenes la mujer echó tal grito al cielo que el esposo tuvo que ayudarla a mantenerse en pie para que no desmayara.
— ¿Qué es esto? — Fue lo único que alcanzó a preguntar en cuanto le salieron las palabras, pero no pudo avanzar más, su hija se había abalanzado a abrazarla como una niña pequeña cuando se pierde en el mercado del reino.
— Te extrañé mamá. — Le dijo en voz ahogada. Caroline sin entenderlo le regresó el abrazo tan sincero, aunque con un aroma peculiar en el mismo, pero no le dijo nada, en su lugar observó a sus familiares confundida, quienes estaban en su misma situación de incomprensión absoluta, pero el paso de una quimera por el umbral los espantó aún más que la confusión de las palabras de su hija.
— ¡Guardias! — Llamó el Rey en ese momento, tres hombres armados con lanzas entraron y rodearon a Absol, quien respondió con gruñidos y tomó una posición de ataque.
— ¡Espera papá! — Le interrumpió su hija. — No les hará nada, se los puedo asegurar. — Le dedicó una expresión suplicante, aún poseía un nudo en la garganta, pero se mantuvo firme, el gobernante les pidió a los guardias que descansen con un gesto, estos obedecieron al instante poco convencidos de la disparatada orden.
— ¿Qué está ocurriendo May? — Preguntó su padre con una seriedad y amenaza que ella nunca antes había recibido. — ¿Qué haces aquí con… Eso? — Señaló a Absol, ella tomó aire procesando en su mente lo que debía decir. — ¡¿Te das cuenta del peligro que es simplemente tenerlo aquí dentro? ¿Quién te ha dicho que son mascotas?!
— ¡Yo sé que no son mascotas! — Se defendió inmediatamente levantando la voz en frente de todos.
— ¡May! — Le regañó su madre, aquella actitud no era permitida en frente de cualquier ajeno a la familia.
— Yo… yo… — Volvió a tomar aire y se forzó a no tartamudear. — ¡Absol no es una mascota y tampoco un peligro!
— ¿Absol? ¿Le has puesto nombre? — Preguntó la mujer entrando en negación de lo que estaba escuchando, la presencia de una quimera no atraía más que desgracias; todos lo sabían y eso les atemorizaba. May quería creer que era eso, la presencia de una fue lo que causó el estado actual del reino, por lo que una segunda solo traía un peor augurio.
— No fui yo. — Bajó la mirada melancólica, algo que no escapó de la vista de sus conocidos, pero pronto se sacudió la cabeza, ya no tenía tiempo para lidiar con burdos problemas familiares en ese momento, ni con sus sentimentalismos. Harley tenía razón, no había tiempo que perder y el estado de las plantas del palacio se lo afirmaron durante todo su camino hasta ahí. — Voy… Voy a ayudar al reino. — Miró a sus padres con severidad nunca antes vista, ni cuando encaró a su madre por la disputa del compromiso lo hizo de tal manera.
— ¿De qué hablas May? ¡Ese no es tu trabajo! — Le recordó su padre.
— Pero se volvió mi responsabilidad. — Se llevó la mano al pecho extendida con la intención de que la tomasen en serio, sin lograrlo.
— ¿Es por lo del compromiso? Yo te dije ya que no tienes que aceptarlo si no quieres. — El hombre se llevó una mano a la cabeza intentando comprender un poco el comportamiento de su hija adolescente. — Si no lo quieres solo debes de decir que no, y no hacer tanto show trayendo de paso algo así. Siquiera ¿De dónde lo sacaste? — Le reclamó furioso, no solo tenía que dar explicaciones por el claro retraso que tendrían sino que además pensar en dónde pondrían a una criatura de ese talle.
— No es por el compromiso, esta vez, no es por el compromiso. Lo juro. — Intentó razonar con él.
— ¿No? ¿Qué más podría moverte para tremendo disparate?
— Norman, no te ensañes con ella. — Tomó la palabra Caroline, intentando mantener una dignidad que entendía había fallado a media frase. — Es mi culpa, yo le pedí que lo acepte. — Confesó resignada. — Si hay alguien a quien debes castigar es a mí.
— ¿Por qué hiciste eso?
— Estamos en una situación en la que ya no damos para más Norman, si a ti no te importa tu Reino, y no piensas velar por el mismo de manera correcta, yo no puedo ser cómplice de tal genocidio. — Acusó a su marido con severidad y malestar, sabía que estaba mal, pero era la única salida que encontraba.
— Pero obligar a nuestra hija…
— ¡Es por el Reino de las Rosas! — Gritó May con su pulso tan acelerado que sentía se le iban a salir los ojos de tal rabia, todos enmudecieron ante la mención. Ya sabía ella que nunca la escuchaban, pero hasta ese momento aquello rebasaba el ridículo. — Desapareció por la misma razón de que ahora nuestro Reino se está cayendo en pedazos. Las divinidades son las únicas culpables de todo esto, quieren llegar a nuestro mundo. — Se alejó de ellos y fue hacia Absol a pasos rápidos y agigantados. — Las ayudaré a pasar, y solo así, quizá nuestro reino regrese a la prosperidad que antes poseía. — Por fin se pudo explicar, sin sentirse interrumpida por todo. No perdió el tiempo y se subió a Absol. Al principio pensaba ir por su caballo y dejar descansar al ser alado, pero después de todo lo que había dicho no iba a tener oportunidad para ello, era irse en ese momento o nunca. — Max, ¿Sabes dónde comenzó el primer problema que desencadenó todo lo demás? — Preguntó acercándose de un salto de la bestia a un joven príncipe que de la impresión que le había dado ver a una quimera por primera vez no podía articular palabra.
— Max, no le digas nada. — Le dijo su padre como advertencia. — Y tu May, bajate de esa cosa, esto ya rebasó muchas cosas.
— Las minas. — Contestó el hijo menor sin dudar, por mucho que la molestara siempre, era su hermana y confiaba en ella, y en lo sincera que siempre había sido con él y los demás. — La tierra comenzó a endurecer tanto que dañaba los picos, y se hicieron imposibles de avanzar. — Le explicó para que tuviese en cuenta. May le agradeció con un movimiento de labios, y cuando pretendía irse escuchó a su madre.
— May ¿Estás demente acaso? ¿Quién te ha dicho tremenda desfachatez? — Su madre la juzgó con la mirada como si estuviera loca, no la culpaba porque era la misma manera en que miraba a Drew cada que le decía algo relacionado a ello. — No hagas esto… No tienes por qué, no tiene por qué pasar lo mismo que el Reino de las rosas, no es posible. — Ya se había empezado a desesperar, a pesar de todo, era su hija, y viéndola con esa criatura, sabía que era sinónimo de un gran peligro.
— Mamá… — Intentó hablar con cuidado para tranquilizarla. — Yo sé que puedo hacer algo, si esto funciona, no necesitamos de un matrimonio arreglado… pero si no funciona y sobrevivo… — Recordó toda su travesía hasta llegar ahí y que su sobrevivencia había sido pura y netamente gracias a la criatura que ahora la acompañaba. — Juro que lo aceptaré, sin importar qué. — Le sonrió a su madre quien se espantó de aquello, sentía que en el fondo se estaba despidiendo de ellos.
— No los dejen pasar. — Ordenó la mujer a los guardias que se interpusieron rápidamente entre el umbral y la criatura y otros aseguraron la puerta principal al salón. Absol se notó fastidiado con gruñidos dándoles escalofríos a los demás, pero aun así no se movieron.
Y por mucho que May no quisiera hacer el asunto más grande de lo que ya era, tomó una decisión que, aunque poco favorable, fue mucho más rápida y poco barata.
— Absol… rompe la puerta. — Y sin contemplaciones, ni segundos de espera se lanzó hacia la enorme estructura haciendo uso de la misma habilidad con la que había destruido una pared antes, dejando un hoyo tal que pudieron pasar sin problemas a una velocidad en la que los invitados a penas entendieron que una sombra había pasado por medio salón hacia la enorme entrada principal del palacio, al mismo tiempo que manteles y vestidos se levantaron ante el fuerte viento y muchos cabellos se despeinaron y además, el nombre de “May Balance, princesa de Hoenn” había sido anunciado como estaba especificado en el itinerario, sin que apareciese nunca o que siquiera a alguien le importara.
May pasó el portón de la fortaleza y no tardó en avistar a Harley, quien sorprendentemente si la esperó donde ella pidió, pero sin un segundo para dejarlo reclamar su tardanza, lo hizo seguirla porque ella sabía que sus padres no se quedarían tranquilos con esa explicación tan superficial, mucho menos después de su estrepitosa salida y del fuerte movimiento telúrico que les acompañó en aquella carrera, que removió con tal fuerza que las criaturas que los ayudaban a transportarse tuvieron que esquivar varios objetos.
— ¿Cuál es el plan? — Alcanzó a preguntar May cuando ambas criaturas se nivelaron a la par. A Harley lo cargaba Cacturne, el que aun con solo dos piernas podía seguir el paso de Absol.
— Serás la princesa, pero estás bastante bobita. — Le aclaró de antemano, May resopló. — Tenemos que llegar al lugar, hemos de encontrar la brecha y luego solo quedará esperar a que los Dioses se encarguen de todo.
— ¿Qué? ¿No tienes poderes mágicos o algo así?
— ¿Magia? ¿De qué hablas? Eso no existe.
— ¿Cómo que no? ¡Yo lo vi con mis propios ojitos! ¿Y tú por qué te vistes así de raro si no eres mago?
— ¡Se llama moda, mocosa! — Le volvió a recalcar en un chillido. — En cualquier caso, no se trata de magia, se trata de habilidades elementales.
— ¡Entonces sabes de lo que hablo! — Sus ojos brillaron de la emoción de no estar siendo tratada como demente.
— No te emociones tanto, esto es algo que solo poseen las criaturas divinas.
— Pero si yo vi usarlos a una persona. Tenía aparatitos raros sí, pero hacía cosas raras.
— ¿El portador que mataste? — Dijo sin un ápice de culpa en ello, May no supo qué decir y solo enmudeció. — Esas son habilidades prestadas. Literalmente no pueden ser usadas por humanos, a menos que haya ocurrido una excepción o haya estado expuesto a una cantidad enorme de la misma. — Orgulloso continuó. — Se nota que no confiaban mucho en ti para no haberte dicho nada de eso, por otra parte; mi bello Cacturne me explicó todo esto
— Bueno, ¿Cómo podría? Me pasé diciendole demente todo el tiempo. — Murmuró para sí y apretó los puños en el pelaje de Absol, y es que como Harley decía, ella desconocía todo eso, aun no entendía cómo terminó envuelta en un desastre de dos mundos, pues ella solo se dedicaba a sus hobbies sin molestar a nadie (A parte de sus padre). Podían fácilmente haber escogido a alguien más consciente, quizá una Solidad, o hasta su hermano menor, pero no ¿Por qué ella?. Aunque tambuén era verdad que, el peligro por el que pasó y seguramente viviría no se lo deseaba a ninguno de ellos, por eso decidió solo preguntar e irse, no quería inmiscuirlos más de lo que debía.
El gruñido de Absol la volvió a la realidad, y le recordó algo que aunque mínimo, fue un detonante en toda la enredosa aventura, y es que por ella, es que Absol estaba ahí en ese momento, y aunque había perdido a Drew, todavía podía salvar a su Reino y a Absol.
— Dijiste que sabías dónde era el lugar. — Volvió a hablar Harley esperando por ella, quien asintió.
— Hay que ir a la minas.
— Eso está cerrado.
— Desde ahí comenzó todo.
— Entonces nos vamos a tardar más de lo que creía. — Se notó perezoso, y se acomodó más sobre la espalda de Cacturne.
— ¿Eh?
— Claro, es un viaje de dos días a caballo.
— ¿Do… Dos días…? — A May se le salió el alma del cuerpo, Harley se alteró al notarla casi desmayada.
— ¡No se muera princesa, no quiero ser decapitado! ¡Ah!
“Junta el inicio de todo y lo encontrarás. La puerta se abrirá. Permítenos pasar.”
Despertó al sentir como el aire regresaba a sus pulmones y como la asfixia le pedía tirar toda el agua salada que había tragado. Hincada y tosiendo débilmente ante su irritada garganta abrió los ojos, sintiendo la sal entrando por los mismos obligándola a gatear en la búsqueda de algo con lo que poder limpiarse, para su suerte el sonido del agua fluyendo la guió hacia un riachuelo en el que pudo lavar sus manos y seguido su rostro, pudiendo por fin ver dónde se encontraba.
Y como si se tratase de una mera pesadilla, había vuelto al bosque del que salió en una noche de luna casi llena; ya no habían tres divinidades combatiendo, tampoco había rastro de alguna de las otras criaturas; pero la ropa que cargaba no era suya y estaba hecha añicos, mientras que sus pulmones, aun cuando el corsé estaba rasgado también, pesaban para respirar con normalidad, diciéndole a gritos que no había sido ningún sueño. Se sentó componiendo una postura de indio intentando recobrar todos sus sentidos, su cabeza dolía y un ligero mareo no la dejaba levantarse como hubiese querido desde el primer momento; estaba empapada en agua marina, sus manos aun enrojecidas ardían aún en contacto con el agua y estaba tan sucia del polvo que pegada a ella se había convertido en un lodo espeso que al rodar por su ropa y piel parecía alquitrán, de lo oscura que se había vuelto la tierra de esa zona hace muchos años ya.
Se recompuso después de tomar muchas bocanadas de aire, y decidió volver al riachuelo, donde terminó de lavarse brazos, cuello y con torpeza el cabello, al meter la cabeza como si no fuese suficiente ahogarse una sola vez en menos de dos horas; cuando sintió que era suficiente se sacudió con fuerza, sintiendo un fuerte mareo, y cuando se recompuso observó su reflejo en el suave caudal del riachuelo, que le dio a conocer su deplorable aspecto de gato mojado y desaliñado, cosas que menos le podía importar en ese momento, menos cuando recordó la piedra verde que seguía en su puño cerrado, la cual se quedó observando con el mayor afán de no echarse a llorar, al recordar lo que había perdido cuando esta apareció. La guardó en el bolsillo y se volvió a observar en el agua; ella sabía que no sacaba nada con llorar ni con recordar nada, ni siquiera entendía como seguía viva después de haber sentido claramente como su consciencia se había perdido por completo en un momento que solo le causaba estremecimiento y miedo incontrolables. Y es que había estado a punto de morir, lejos de cualquier conocimiento de su familia o amigos, lejos de todo.
Ese pensamiento la llevó hasta su propia y principal realidad: El compromiso, y eso a la preocupación de su familia; había desaparecido por más de un día y en la noche del cumpleaños de su hermano ¿Se acordaban de ella? ¿La habrían buscado? ¿Estarían tristes? ¿Habrían entrado en guerra ambos reinos por su berrinche? ¿Habría cambiado algo respecto a lo que ella ya había vivido? O en el peor de los casos ¿Y si ese no era su tiempo?
Un escalofrío la embargó aterrando todos sus sentidos, cuando estaba con Drew era un escenario que podía asimilar, al final del día tenían plan B, pero ella completamente sola, era la guillotina y ya; pero pronto sacudió su cabeza quitándose aquella idea, no era posible que continuase en el pasado, de ser ese el caso, los árboles serían más verdes, el suelo menos denso y oscuro y el riachuelo sería más grande y generoso, cosas que no se cumplían y por lo que no podía empezar a hacerse dramas internos; pues había algo más inquietante que no la dejaba tranquila.
— “La puerta se abrirá” — Repitió aquella frase de un brillante y borroso recuerdo antes de despertar. No sabía cómo explicárselo ni a sí misma, sentía que su odisea, todavía no había acabado, pero también se sentía sola; la única persona que podía creerle algo así y que podría ayudarla, ya no estaba ni a su lado, ni vivo. Sin contar que el mensaje era demasiado corto e impreciso como para poder hacerse una idea de lo que se refería ¿Qué puerta y por qué debía abrirse? ¿Quienes necesitaban pasar a dónde?
Se perdió en sus pensamientos sin dejar de mirar a lo más profundo del río; como su propia persona, no había nada, solo agua que fluía tan suave que no era capaz de arrastrar ni una sola piedrita, agua que a duras penas alcanzaba para la subsistencia de un reino en decadencia, agua que solo iba por donde el terreno le demandaba, porque esa era su función; seguir el camino impuesto, sin reclamos, sin quejas… Pero asimilaba que Kyogre era un ser de agua, y Groudon uno de tierra, y nunca ninguno de los dos se dejó mandar del otro, ni siquiera de Rayquaza… Sus objetivos hasta ese momento eran inciertos para ella más allá del poderío, pero tenían razón en algo, y es que al luchar por lo que querían prácticamente habían movido todo, a tal punto de corromper el espacio tiempo de alguien ajeno a sus problemas, dejándolos como los seres más egoístas que alguna vez conoció, no podía entender por qué debía de ser venerados por nadie. Mas, de la misma manera, que los quería responsabilizar, le recordaron a aquel riachuelo que no se dejaba vencer por la decadencia, y aun después de tantos años continuaba fluyendo, y eso le daba envidia, quería así mismo, poder tomar el camino de su vida, sus decisiones y ser egoísta sin necesitar de esperar por promesas, ni nadie.
Lo más seguro es que estaba cometiendo un error viendo el ejemplo de unas divinidades poderosas y sin límites como una luz para su persona, pero de alguna manera estaba teniendo una segunda oportunidad y pensaba tomarla, para bien o para mal.
Y cuando se levantó el ruido de pasos sobre hojas secas la alertó, observó de un lado a otro y entre la densidad de los árboles, lo encontró, tan o más sucio que ella. El pelaje blanco de Absol era lodo chorreando entre sus patas y torso. En ese momento comprendió quien la rescató y por qué su ropa estaba hecha añicos. Sin previo aviso se lanzó a abrazarlo como agradecimiento y al mismo tiempo con tal impotencia de saber que la persona por la cual él seguía ahí, quien lo había nombrado, ya no estaría para cuidarlo.
— Lo siento Absol, lo siento tanto. — Repitió varias veces intentando convencerse a sí misma de que a ella le dolía menos solo por mantenerse en sus cinco sentidos. Absol mientras tanto la intentó consolar con un movimiento de cabeza que simulaba un abrazo que borró toda la máscara que le quería hacer creer al cuadrúpedo, haciendo que su falsa y dura expresión desapareciera; sus lágrimas brotaron y comenzó un llanto tan lastimero que desgarró su propia garganta ya irritada de antes. Era una sensación muy diferente a la que alguna vez había tenido. Ella no conocía lo que era perder algo para siempre, no hasta ese momento. antes lloraba por ella y sus propias torpezas, al sentirse atrapada y ofendida; en ese momento era por la ausencia de alguien en quien siempre tuvo la esperanza de volverse a encontrar en la vida, pero ya no iba a volver nunca, no lo podría ni ver, ni oír, solo recordar — Nunca creí que algo así pasaría, lo siento, no debí tocar su mano, si simplemente no se hubiese preocupado por mi, si hubiera sabido que él también… quizá él seguiría vivo, quizá habríamos arreglado algo, quizá el reino volvería a la normalidad, lo siento tanto. Lo siento tanto. — Entre sollozos y con frases entrecortadas no podía calmarse como quisiera. Aceptar el compromiso le dolía mucho menos que aquello, ni siquiera perder el reino, el estatus, ni sus comodidades era tan difícil de aceptar como eso.
No podía decir que estaba devastada, al final del día no era justo para nadie decir aquello después de conocer a alguien de apenas un día atrás., porque a pesar de saber que era Drew, también estaba consciente de que no era el mismo, al igual que sus objetivos y promesas entre el pequeño de diez años de edad y ese joven al que no podía ponerle más de quince años. Al anterior solo le gustaba presumir de su tierra natal, el otro dio su vida por rescatar a una tonta como ella. Y odiaba pensar que ahora por su culpa no se pudo cumplir por lo que tanto se había esforzado.
Un carraspeo a las espaldas de Absol le pasmó las lágrimas, convirtiendo todo dolor en miedo, no tenía recuerdos de que aquel bosque fuese frecuentado a tan altas horas de la noche. Se asomó un poco sobre la cabeza de Absol, e intentó enfocar la vista ante la oscuridad que resaltaba, hasta que pudo enfocar una capa negra, de la cual su dueño se despojó de su capucha, dejando a la vista unos largos y ondulados cabellos violetas junto a unos ojos turquesa, un rostro alargado, una figura más esbelta de la media de hombre a la que se amoldaba un traje verde muy ajustado que aun así se podía apreciar bajo la enorme y holgada capa negra, acompañado todo esto de un aura que le causaba escalofríos a la princesa de ese reino. Tras él unos ojos amarillos y amenazantes parecían estar atentos a su persona y Absol, como si se tratase de una amenaza.
— Disculparán mi intromisión a tan preciosa escena de reencuentro. — Dijo con vaga empatía y fuerte tono engallado. — Pero esto es más importante que un berrinche de un individuo cualquiera.
— ¿Disculpa? ¿Quién eres tú? Raro — May, aunque confundida y asustada decidió plantarle cara al soltar a Absol, pero no se apartó de él; y se limpió las lágrimas mientras el desconocido hablaba sus incoherencias
— En primer lugar, señorita, debería de aprender un poco sobre el pudor. — La señaló, May recordó que su ropa seguía desgarrada y atinó a escudarse tras una de las enormes alas de Absol. — En segundo lugar, que seas la princesa de este lugar no te da derecho a decirle raro a cualquiera. — Se quedó mudo un momento y no tardó para exasperarse. — Ay, ¿Si ves? Por tu tontería me desvío de lo que realmente vengo a hacer.
— ¡Oye, no es mi culpa que tengas mala actitud!
— Mala actitud y todo pero tengo mucho mejor sentido de la moda. — Apartó la capa para dejar ver la mitad de su traje que terminaba en campana, en las bastas junto con un calzado con un diseño poco convencional en punta y muy exagerado según la chica; quien ya no podía decir nada, porque aunque aquello la haya dejado perpleja, no podía defenderse mucho con lo que cargaba en ese momento.
— Por favor, habla rápido, no tengo toda la noche. — Le pidió con la mayor pereza que le salió en ese momento. Realmente ninguno de los dos tenía tiempo para eso. Pero al hombre le crisparon los nervios al no obtener ningún comentario respecto a su vestimenta, pero decidió seguirle la corriente.
— Princesa de Hoenn, deje que me presente. — Hizo una reverencia con elegancia volviendo a la cotidiana educación que se había opacado en cuanto había escuchado el término de “Raro” en un principio. — Me llamo Harley
— ¿Qué? — Quedó atónita, ¿Cómo podía saber de la esmeralda? Solo su familia conocía que la tenía y la creían una simple piedra como las demás existentes; los únicos que sabían un detalle tan específico eran ella y Drew; o eso creía. Para suerte del llamado Harley, pudo recordar que el segundo hijo de los de la Rosa le comentó que cuando llegó al Reino de Hoenn cayó en la biblioteca, administrada por una persona extraña que nunca cuestionó su extraño actuar.
— Deje que me explique antes de que salte a conclusiones o salga corriendo. — Pidió, la criatura tras él se mostró de las sombras, revelando una planta tipo cactus humanoide de grandes espinas recubierta en tonos verdes, ojos hundidos y enojados contrastantes con un color amarillo intenso y brillante, con una sonrisa compuesta de agujeros a lo ancho de su rostro, acompañando sobre su cabeza un sobresaliente sombrero de espantapájaros en el mismo verde de sus espinas. Una vista aterradora que le puso la piel de gallina. — Este es Cacturne, un ser de un tipo parecido a la criatura a tu lado. — May se vio confundida al intentar comparar el parecido, porque a parte de ser seres no comunes no tenían nada de parecido, pero así mismo pasaba con las criaturas que había visto en la cueva de las profundidades; razón por la cuál decidió darle la gracia de la duda y creer que lo que le decía tenía su parte de verdad. — Estas criaturas a las que erróneamente llamamos de divinas no son más que seres como cualquiera de nosotros, ni Cacturne ni esa quimera tuya son criaturas imposibles para nuestra comprensión, sólo poseen habilidades un poco diferentes a las de nosotros y apariencias muy variadas como puedes comprobar. No sé cuánto tiempo tienes junto a él, pero Cacturne lleva conmigo alrededor de siete años y he podido comprobar esto. — Giró a ver a la criatura con cariño y continuó. — A parte de esto, con sus habilidades me mostró su mundo, lleno de criaturas diversas y hermosas, reinadas por nuestro mismo creador, Arceus, el mismo que ha coreografiado nuestro encuentro.
— Me estás diciendo que es Arceus el que ha provocado ¿Esto? — Se señaló a sí misma. Harley pareció dudoso ante ello.
— Eso no lo sé. — La señaló de arriba a abajo con asco. — Pero al portador de la Esmeralda de Rayquaza sí, el quién seas realmente es irrelevante. Solo el hecho de saber que la tienes es lo único que importa.
— ¿Por qué la necesitaría alguien como tú? — Preguntó dejando en claro su confusión, el otro suspiró fuertemente.
— ¿No lo sabes? — Extrañado empezó a buscar entre sus bolsillos, May negó.
— Hasta ahora solo sé que es parte del ritual para invocar a Rayquaza, y al menos que tengas asuntos con él no entiendo para qué las querrías, de paso, faltan dos piedras más y la base de diamante, cosas muy complicadas de conseguir. — Concluyó, él le mostró el zafiro y rubí sobre su mano. — ¿Cómo? — Abrió los ojos grandes incrédula de lo que veía.
— Tu amigo aquí me las dio. — Hizo referencia a Absol.
— ¿Por qué a ti?
— Porque yo sé lo que está pasando en este mundo, y en el de ellos. — Explicó pausado y siguiendo un ritmo. — Su mundo está colapsando y necesitan pasar al de nosotros si quieren sobrevivir, no hay mucho tiempo ya. Este Reino ha sido la brecha para ello, en un lugar de este comenzó una falla que lo ha llevado al deterioro al adaptarse y replicar lo que ocurre en el otro mundo, pero es un mínimo porcentaje, ya que no somos reflejos, pero si coexistimos en ambientes parecidos, por lo que si la cosa continúa así, lo más probable es que el mundo, nuestro mundo, también acabe por colapsar pronto, al mismo tiempo o un poco después del de ellos. Puedes decir que este mundo fue creado como un mero accidente del fatal destino, pero es nuestro mundo y lo necesitamos, y ellos ahora lo necesitan, los creadores lo necesitan. Nos necesitan. — Estiró su mano esperando por la respuesta positiva de la indecisa chica, quien en lugar de darle la piedra que tanto esperaba, se acercó y le dio un manotazo. — ¡Oye! ¡Salvaje! — Se quejó sacudiendo la mano en dolor falso.
— ¡¿Me estás diciendo que deje pasar a las criaturas que mataron a alguien importante para mí?! — Sus ojos se cristalizaron con lágrimas y su rostro se enrojeció en furia, su mano ardía del golpe que le propinó. — ¿¡Las mismas que pueden destruir este reino en menos de un segundo solo porque así les place!? ¡Prefiero amarrarme a un desconocido toda mi vida a aceptar algo como eso! ¡Serán los creadores y lo que quieran, pero ellos no construyeron este Reino de las cenizas! Eso lo hicieron mis ascendentes, no ellos. — Gritaba ciega por la rabia, en un momento creía que esa ridícula persona le podría ayudar con algo, pero se equivocó completamente, solo empeoró todo, lo que había ocurrido durante todo ese tiempo era obra de dioses negligentes que solo los estaban utilizando a conveniencia. — ¡Si tanto quieren un planeta que se creen otro!
— ¿Acaso no escuchaste? ¡No hay tiempo para hacer otro planeta! — Levantó la voz para que comprendiese lo que decía si no lo había hecho antes. — Además, esas mismas criaturas te salvaron la vida, y por ello ahora estás aquí. — Le rebatió con decepción, esperaba que la hija “rara” de los gobernadores fuera más comprensiva y menos paranoica, pero si era verdad que le calzaba el título. — ¿Y qué importa una sola persona cuando millones de otros están en peligro?
— ¿Cómo te atreves a decir que qué importa una persona? ¡Estaba intentando reparar lo que hicieron ellos! — Señaló al Cacturne molesta, el que solo observó a Harley y luego se volvió a esconder en la oscuridad.
— ¿Qué haces acusando a un inocente? — Le reclamó dolido por su acompañante. — Entonces ¿Él también tiene culpa? — Señaló a Absol, May lo miró entonces con claro dolor, no era eso lo que pensaba, pero no podía aceptar lo que le estaban diciendo. No era justo. — Si ese amigo tuyo decidió dar su vida a cambio de algo mayor ¿Qué haces quejándote de ello?
— ¡No es así! — Volvió a rebatir en sollozos. — Lo hizo para salvarme, por eso tengo la esmeralda, era él. — Se explicó sin atreverse ya a mirar al hombre y en su lugar pudo notar la culpa en los ojos de Absol.
— Entonces tu no eres la… ¿Portadora de la esmeralda? — Se quedó de piedra, estaba tratando con la persona equivocada y se llevó una mano a la cabeza para evitar una jaqueca. — Bien, no entremos en pánico — Se dijo a sí mismo intentando relajarse; y dio una larga y profunda bocanada de aire. — No dejes que su sacrificio sea en vano; esto ya no se trata solo de lo que le ocurrió a él, sino de lo que nos ocurrirá a nosotros y a esa criatura tuya.
— Absol no es mío… — Le corrigió por fin de su persistente error. — Y sé que no tienen la culpa de nada. Pero es tan injusto. — Se limpió los ojos y la nariz frotando con fuerza, se había estado desahogando con un desconocido culpando a todo de lo que había ocurrido. No quería aceptarlo, pero estaba demasiado afectada para razonar con nadie. — ¿Por qué él tuvo que sacrificarse para que otros vivan? — Preguntó Harley, quién resopló fuerte al no tener una respuesta concreta.
— Tú vida, o la mía, o la de él, para este escenario es irrelevante. — Con calma y nostálgico intentó dar un punto de vista muy suyo. — Pudo ser cualquier otro ser humano, la situación sería la misma, pero ya no sería él quien se sacrificaría, sería otro, en su lugar pudiste haber sido tú, tu padre, tu madre, cualquiera; y al menos yo… por Cacturne, si me toca tomar el lugar de esa persona lo haría. No se trata de quienes se benefician, sino de lo que podemos hacer para mantener lo que aún tenemos. — Apretó los puños con fuerza y volvió a mirar a May. — Así que debes de decidir rápido. Si quedarte llorando compadeciéndote de ti, o hacer algo por y para ti. — May sintió que le había pegado en la fibra más sensible de su persona, algo en lo que siempre recaía sin darse cuenta, y recapacitó en sus adentros.
— Perdoname Absol, no es tu culpa. — Le acarició el lomo intentando reparar el daño. — Y tampoco de… esa cosa, lo sé. — Se acercó al riachuelo y miró un momento el mismo lugar donde había visto al que llamaba Rosa por primera vez, él quería reparar el daño a su pueblo, ella quería salvarse a ella misma y huír de todo, pero nunca se podría permitir lastimar, y por eso, se equivocaba, por no querer herir a nadie, ella terminaba haciendo y diciendo cosas que no debía. En ese momento, quería creer que si en algún momento Rosa tuvo algún resentimiento a las divinidades, con la ayuda de todo su conocimiento él sería capaz de comprender su decisión y el porqué de lo que muy seguramente discrepaba completamente con lo que él hubiese hecho. Segura de ello, miró al extraño hombre con un nuevo enfoque para intentar ahora sí, comprender la otra parte más pronto que tarde, como había errado con Drew. — Pero… Dejar pasar criaturas así… ¿Me aseguras que eso traerá al reino a la normalidad? — Le preguntó con clara amenaza en su semblante. El hombre asintió.
— Cacturne me ha mostrado muchas cosas, el desastre de su mundo y lo que será este si no reparamos la brecha. Es un apocalipsis lo que se avecina, y no tenemos otra escapatoria. Nos han puesto contra las cuerdas en este sentido, pero es parte de su desesperación al no tener control sobre estas tierras, pero así mismo, sé que lo pueden arreglar, puedo asegurarlo y jurarlo por mi sentido de la moda. — Aseveró convencido.
— No puedo confiar en tu palabra… Ya veo… — Su rostro de desconfianza decía todo lo que estaba pensando sobre esa última frase.
— ¿Qué insinúas mocosa?
— Olvídalo — Le restó importancia. — Si nada de esto resulta… Te mandaré a la guillotina. — Lo señaló, él sintió como un escalofrío le ponía la piel de gallina.
— Solo es juntar las piedras y listo, nada puede salir mal. — Se explicó, ella lo miró dudosa, y aprovechando que él tenía el zafiro y el rubí todavía en las manos sacó la esmeralda, comprobando que solo eso no bastaría. No solo esto, sino que el sonido que emitían era completamente diferente, era caos, ruidos y rugidos extraños que le eran imposible de identificar desvariando por todas partes. La tierra sonaba y se partía, el mar rugía y los cielos caían. Todos sonidos colapsantes, unos más lejanos que otros, pero en ninguna capa encontraba calma alguna, dejándole una idea más clara de lo que decía Harley, confirmando de paso, que el hombre no mintió en ningún momento. — Así que así suenan.
— Así no sonaban antes… — Le contó para que supiese solo como dato. — Esto no es suficiente.
— No, querida, no lo decía literalmente, hay que buscar la brecha. — Le recordó con burla.
— ¿Sabes dónde está?
— No. Por eso debo de apurarme, que por cierto ya me has quitado mucho tiempo. — Le indicó molesto mientras regresaba a guardar las piedras y estiró la mano esperando una vez más por la esmeralda. — Pero ella empezó a desvariar y según él a hacerlo perder más tiempo.
— “Junta el inicio de todo y la encontrarás. La puerta se abrirá” — Repitió pensativa nuevamente, ante el rostro atónito y disgustado del hombre quien se quedó confundido con aquella frase, esa extraña manera de su expresión le recordaban palabras sueltas de cosas que había visto gracias a Cacturne. Por su parte, May, ahora entendía el accionar de las tres bestias mayores, aún más su enojo y más importante: el mensaje. Ahora confiaba en que podía rescatar su reino y a su pueblo; y no permitiría que le ocurriese lo mismo que al Reino de las Rosas, repararía el daño que había dejado en ese, protegiendo lo que quedaba. — Hay un inicio y en ese inicio está la brecha que debemos encontrar — Se explicó con más ánimo —. Y lo vamos a hacer. — Lo miró decidida, esperando su respuesta, que fue muy sosa, pero entendible.
— ¿Vamos?
— Ni creas que te daré la piedra sólo porque sí. — Le negó en un tono muy parecido al que él había estado usando con ella. — Ahora somos un equipo.
— ¿Equipo? — May asintió. — Disculpa… ¿Qué?
— Tu sabes como funciona esto, y yo sé donde hay que buscar.
— ¿Segura? ¿Señorita… no está un poco impresentable para algo así? — Resopló con dolor de aquel mal gusto, May, respiró hondo y sin decir nada más se montó en Absol, mismo que no se lo pensó dos veces para alzar el vuelo. — ¡¿Dónde vas?! ¡Dame la esmeralda! — Exigió a gritos.
— ¡Esperame cerca de la puerta principal del palacio, tengo algo que hacer! — Le regresó el grito desde las alturas con mucha menos cizaña que el hombre que se quedó pataleando en el suelo ante la clara traición que sintió de su parte. — Necesito ir a mi habitación Absol, y necesitamos ser cautelosos, debes de ir por allí. — Le señaló la dirección con calma y el ser alado obedeció volviendo a descender a una de las ventanas sin protección más altas en el castillo, por ahí pudo pasar sin problemas con la chica en su lomo, quien en cuanto tocó suelo se bajó y se fue a buscar en el cajón central de su peinadora, y de ahí recuperó una rosa artificial, a la cual sonrió con nostalgia. — “El inicio” — Le dijo a Absol, el que se había echado a descansar y ensuciar su suelo anteriormente limpio. — Esta rosa es del Reino de las Rosas. “El inicio” de todo esto ¿Verdad? — Preguntó esperando una respuesta de la criatura que a su sorpresa asintió dándole la razón. — Gracias. ¡Espera! — Del mismo cajón sacó una pluma blanca y con esta se acercó a las alas de Absol. — Es tuya… — La quedó mirando y comparándola con la rosa. — ¿Has estado aquí antes? — Y aunque la criatura se notó confundida y en clara negación a su pregunta, la mente de May viajó al pasado y la intromisión de una “quimera” en el palacio, y así mismo recordó cierto comentario en una conversación que tuvo con Drew, sobre toda la información que tenían acerca de las divinidades. — “No me preguntes cómo es que estas cosas se saben cuando es raro su aparición.” — Parafraseó lo que recordaba. Tenían información, pero ninguna de las referentes a las divinidades poseían una justificación más allá de encontrarse ahí, algo que le mantuvo su curiosidad abierta desde ese momento. — Si sabemos de ustedes ahora… es porque están aquí en un futuro… — Sentía haber hecho el hallazgo de su vida, y miró a Absol nuevamente, pero esta vez con determinación. Si él no había estado antes ahí, lo iba a estar, por eso poseía su pluma y por eso, aquello no era una coincidencia. Existía un futuro que se lo afirmaba. — Salvaremos el Reino. — Le sonrió a la criatura, y aunque este parecía más interesado en descansar, se dio el tiempo de asentir a su afirmación con ánimo.
May fue rápidamente a su ropero, del que sacó una camisa de lino roja junto a unos pantalones azules y unas botas negras, aquella ropa solo tenía autorización a utilizarla cuando tenía alguna salida premeditada sin el conocimiento de su madre. Pero lo mejor de ese atuendo a parte de sus colores, era que se había liberado del corsé, la comodidad la invadía para algo que ahora sí sabía que necesitaba. Al fin, sentía que podía respirar. Y de paso tomó unos guantes de algodón blancos para ocultar sus quemaduras y evitar lastimarse más.
Tomó un morral tejido que su madre le había regalado en color amarillo y blanco, ahí guardó la esmeralda, la rosa y la pluma sin pensarlo mucho; usando esta vez la puerta, salió de su habitación después de revisar que estaba todo despejado, y como si nada hubiese ocurrido, no había nada ni nadie, lo que la confundió y la hizo avanzar más, hasta encontrarse con una Solidad que parecía ir en camino a su búsqueda y se sintió aliviada de verla, aunque curiosamente seguía con el vestido que la había visto la última vez.
La pelirrosa corrió hacia May, pero a medio camino se detuvo al detectar a la quimera a su lado.
— Señorita… — Sintiendo un atoramiento en la garganta, fue lo único que Solidad pudo pronunciar nerviosa.
— Descuida, no hace nada. — Le dio a conocer mientras acariciaba la cabeza del ser blanco y este lo recibía gustoso. Lo que parecía haberle dado a Solidad la confianza para acercarse del lado contrario a la criatura.
— ¡May! — Le llamó tomándola por sorpresa y antes de que la nombrada pudiese decir algo, la pelirrosa la comenzó a bombardear de preguntas. — ¿Dónde ha estado? ¿Qué hace con esa quimera? — Preocupada la tomó de ambas manos. May arrugó la cara en dolor, que ocultó inmediatamente. — ¿Y qué son esas ropas? ¿Y su vestido? Su madre me va a matar…
— Tuve unas cuantas fallas técnicas… — Se explicó sintiéndose confundida ante la actitud de Solidad, pues actuaba como si la hubiese visto hace no más de unas horas.
— ¿Fallas técnicas? ¿Cómo podría ser si ese vestido está diseñado para aguantar mínimo cinco fiestas con baile incluido, pasando por noches tormentosas y calores infernales.
— Sí… Bueno… hay ciertos detalles… — Observó a otro lado, no quería tener que contar toda la historia, no en ese momento.
— No hay tiempo para detalles, pronto van a nombrarla, es la primera que saldrá de la familia real, recuerde que hoy debuta en sociedad, y de paso su compromiso…
— ¿Cómo que debuto en sociedad? ¿Solidad, hoy es el cumpleaños de mi hermano? ¿Hace cuanto me desaparecí?
— ¿Está bien? Obviamente es el cumpleaños de su hermano, y tiene una hora más o menos desde que salió del palacio ¿Qué ha podido pasar en una hora para que esté en esas condiciones? ¿Se cayó acaso? Huele a mar y tierra. — Esperó una respuesta pero solo recibió un suspiro lastimero que le dijo que no quería hablar de eso, y se calló.
— ¿Dónde está Max? — Preguntó directamente en cuanto la vio rendida a hacer preguntas.
— Está con sus padres, se supone que usted debería estar con ellos, por eso me mandaron a buscarla. — Suspiró pesadamente. May la tomó de la mano y le pidió que le mostrara el camino, la mujer no dudó en hacerlo a pesar del temor que se guardó para sí misma ante el pensamiento de cómo reaccionaría la reina en cuanto viese a su hija vestida como cualquier pueblerino.
Y no se equivocó, en cuanto pasaron el umbral a la habitación donde la familia real esperaba por ambas jóvenes la mujer echó tal grito al cielo que el esposo tuvo que ayudarla a mantenerse en pie para que no desmayara.
— ¿Qué es esto? — Fue lo único que alcanzó a preguntar en cuanto le salieron las palabras, pero no pudo avanzar más, su hija se había abalanzado a abrazarla como una niña pequeña cuando se pierde en el mercado del reino.
— Te extrañé mamá. — Le dijo en voz ahogada. Caroline sin entenderlo le regresó el abrazo tan sincero, aunque con un aroma peculiar en el mismo, pero no le dijo nada, en su lugar observó a sus familiares confundida, quienes estaban en su misma situación de incomprensión absoluta, pero el paso de una quimera por el umbral los espantó aún más que la confusión de las palabras de su hija.
— ¡Guardias! — Llamó el Rey en ese momento, tres hombres armados con lanzas entraron y rodearon a Absol, quien respondió con gruñidos y tomó una posición de ataque.
— ¡Espera papá! — Le interrumpió su hija. — No les hará nada, se los puedo asegurar. — Le dedicó una expresión suplicante, aún poseía un nudo en la garganta, pero se mantuvo firme, el gobernante les pidió a los guardias que descansen con un gesto, estos obedecieron al instante poco convencidos de la disparatada orden.
— ¿Qué está ocurriendo May? — Preguntó su padre con una seriedad y amenaza que ella nunca antes había recibido. — ¿Qué haces aquí con… Eso? — Señaló a Absol, ella tomó aire procesando en su mente lo que debía decir. — ¡¿Te das cuenta del peligro que es simplemente tenerlo aquí dentro? ¿Quién te ha dicho que son mascotas?!
— ¡Yo sé que no son mascotas! — Se defendió inmediatamente levantando la voz en frente de todos.
— ¡May! — Le regañó su madre, aquella actitud no era permitida en frente de cualquier ajeno a la familia.
— Yo… yo… — Volvió a tomar aire y se forzó a no tartamudear. — ¡Absol no es una mascota y tampoco un peligro!
— ¿Absol? ¿Le has puesto nombre? — Preguntó la mujer entrando en negación de lo que estaba escuchando, la presencia de una quimera no atraía más que desgracias; todos lo sabían y eso les atemorizaba. May quería creer que era eso, la presencia de una fue lo que causó el estado actual del reino, por lo que una segunda solo traía un peor augurio.
— No fui yo. — Bajó la mirada melancólica, algo que no escapó de la vista de sus conocidos, pero pronto se sacudió la cabeza, ya no tenía tiempo para lidiar con burdos problemas familiares en ese momento, ni con sus sentimentalismos. Harley tenía razón, no había tiempo que perder y el estado de las plantas del palacio se lo afirmaron durante todo su camino hasta ahí. — Voy… Voy a ayudar al reino. — Miró a sus padres con severidad nunca antes vista, ni cuando encaró a su madre por la disputa del compromiso lo hizo de tal manera.
— ¿De qué hablas May? ¡Ese no es tu trabajo! — Le recordó su padre.
— Pero se volvió mi responsabilidad. — Se llevó la mano al pecho extendida con la intención de que la tomasen en serio, sin lograrlo.
— ¿Es por lo del compromiso? Yo te dije ya que no tienes que aceptarlo si no quieres. — El hombre se llevó una mano a la cabeza intentando comprender un poco el comportamiento de su hija adolescente. — Si no lo quieres solo debes de decir que no, y no hacer tanto show trayendo de paso algo así. Siquiera ¿De dónde lo sacaste? — Le reclamó furioso, no solo tenía que dar explicaciones por el claro retraso que tendrían sino que además pensar en dónde pondrían a una criatura de ese talle.
— No es por el compromiso, esta vez, no es por el compromiso. Lo juro. — Intentó razonar con él.
— ¿No? ¿Qué más podría moverte para tremendo disparate?
— Norman, no te ensañes con ella. — Tomó la palabra Caroline, intentando mantener una dignidad que entendía había fallado a media frase. — Es mi culpa, yo le pedí que lo acepte. — Confesó resignada. — Si hay alguien a quien debes castigar es a mí.
— ¿Por qué hiciste eso?
— Estamos en una situación en la que ya no damos para más Norman, si a ti no te importa tu Reino, y no piensas velar por el mismo de manera correcta, yo no puedo ser cómplice de tal genocidio. — Acusó a su marido con severidad y malestar, sabía que estaba mal, pero era la única salida que encontraba.
— Pero obligar a nuestra hija…
— ¡Es por el Reino de las Rosas! — Gritó May con su pulso tan acelerado que sentía se le iban a salir los ojos de tal rabia, todos enmudecieron ante la mención. Ya sabía ella que nunca la escuchaban, pero hasta ese momento aquello rebasaba el ridículo. — Desapareció por la misma razón de que ahora nuestro Reino se está cayendo en pedazos. Las divinidades son las únicas culpables de todo esto, quieren llegar a nuestro mundo. — Se alejó de ellos y fue hacia Absol a pasos rápidos y agigantados. — Las ayudaré a pasar, y solo así, quizá nuestro reino regrese a la prosperidad que antes poseía. — Por fin se pudo explicar, sin sentirse interrumpida por todo. No perdió el tiempo y se subió a Absol. Al principio pensaba ir por su caballo y dejar descansar al ser alado, pero después de todo lo que había dicho no iba a tener oportunidad para ello, era irse en ese momento o nunca. — Max, ¿Sabes dónde comenzó el primer problema que desencadenó todo lo demás? — Preguntó acercándose de un salto de la bestia a un joven príncipe que de la impresión que le había dado ver a una quimera por primera vez no podía articular palabra.
— Max, no le digas nada. — Le dijo su padre como advertencia. — Y tu May, bajate de esa cosa, esto ya rebasó muchas cosas.
— Las minas. — Contestó el hijo menor sin dudar, por mucho que la molestara siempre, era su hermana y confiaba en ella, y en lo sincera que siempre había sido con él y los demás. — La tierra comenzó a endurecer tanto que dañaba los picos, y se hicieron imposibles de avanzar. — Le explicó para que tuviese en cuenta. May le agradeció con un movimiento de labios, y cuando pretendía irse escuchó a su madre.
— May ¿Estás demente acaso? ¿Quién te ha dicho tremenda desfachatez? — Su madre la juzgó con la mirada como si estuviera loca, no la culpaba porque era la misma manera en que miraba a Drew cada que le decía algo relacionado a ello. — No hagas esto… No tienes por qué, no tiene por qué pasar lo mismo que el Reino de las rosas, no es posible. — Ya se había empezado a desesperar, a pesar de todo, era su hija, y viéndola con esa criatura, sabía que era sinónimo de un gran peligro.
— Mamá… — Intentó hablar con cuidado para tranquilizarla. — Yo sé que puedo hacer algo, si esto funciona, no necesitamos de un matrimonio arreglado… pero si no funciona y sobrevivo… — Recordó toda su travesía hasta llegar ahí y que su sobrevivencia había sido pura y netamente gracias a la criatura que ahora la acompañaba. — Juro que lo aceptaré, sin importar qué. — Le sonrió a su madre quien se espantó de aquello, sentía que en el fondo se estaba despidiendo de ellos.
— No los dejen pasar. — Ordenó la mujer a los guardias que se interpusieron rápidamente entre el umbral y la criatura y otros aseguraron la puerta principal al salón. Absol se notó fastidiado con gruñidos dándoles escalofríos a los demás, pero aun así no se movieron.
Y por mucho que May no quisiera hacer el asunto más grande de lo que ya era, tomó una decisión que, aunque poco favorable, fue mucho más rápida y poco barata.
— Absol… rompe la puerta. — Y sin contemplaciones, ni segundos de espera se lanzó hacia la enorme estructura haciendo uso de la misma habilidad con la que había destruido una pared antes, dejando un hoyo tal que pudieron pasar sin problemas a una velocidad en la que los invitados a penas entendieron que una sombra había pasado por medio salón hacia la enorme entrada principal del palacio, al mismo tiempo que manteles y vestidos se levantaron ante el fuerte viento y muchos cabellos se despeinaron y además, el nombre de “May Balance, princesa de Hoenn” había sido anunciado como estaba especificado en el itinerario, sin que apareciese nunca o que siquiera a alguien le importara.
May pasó el portón de la fortaleza y no tardó en avistar a Harley, quien sorprendentemente si la esperó donde ella pidió, pero sin un segundo para dejarlo reclamar su tardanza, lo hizo seguirla porque ella sabía que sus padres no se quedarían tranquilos con esa explicación tan superficial, mucho menos después de su estrepitosa salida y del fuerte movimiento telúrico que les acompañó en aquella carrera, que removió con tal fuerza que las criaturas que los ayudaban a transportarse tuvieron que esquivar varios objetos.
— ¿Cuál es el plan? — Alcanzó a preguntar May cuando ambas criaturas se nivelaron a la par. A Harley lo cargaba Cacturne, el que aun con solo dos piernas podía seguir el paso de Absol.
— Serás la princesa, pero estás bastante bobita. — Le aclaró de antemano, May resopló. — Tenemos que llegar al lugar, hemos de encontrar la brecha y luego solo quedará esperar a que los Dioses se encarguen de todo.
— ¿Qué? ¿No tienes poderes mágicos o algo así?
— ¿Magia? ¿De qué hablas? Eso no existe.
— ¿Cómo que no? ¡Yo lo vi con mis propios ojitos! ¿Y tú por qué te vistes así de raro si no eres mago?
— ¡Se llama moda, mocosa! — Le volvió a recalcar en un chillido. — En cualquier caso, no se trata de magia, se trata de habilidades elementales.
— ¡Entonces sabes de lo que hablo! — Sus ojos brillaron de la emoción de no estar siendo tratada como demente.
— No te emociones tanto, esto es algo que solo poseen las criaturas divinas.
— Pero si yo vi usarlos a una persona. Tenía aparatitos raros sí, pero hacía cosas raras.
— ¿El portador que mataste? — Dijo sin un ápice de culpa en ello, May no supo qué decir y solo enmudeció. — Esas son habilidades prestadas. Literalmente no pueden ser usadas por humanos, a menos que haya ocurrido una excepción o haya estado expuesto a una cantidad enorme de la misma. — Orgulloso continuó. — Se nota que no confiaban mucho en ti para no haberte dicho nada de eso, por otra parte; mi bello Cacturne me explicó todo esto
— Bueno, ¿Cómo podría? Me pasé diciendole demente todo el tiempo. — Murmuró para sí y apretó los puños en el pelaje de Absol, y es que como Harley decía, ella desconocía todo eso, aun no entendía cómo terminó envuelta en un desastre de dos mundos, pues ella solo se dedicaba a sus hobbies sin molestar a nadie (A parte de sus padre). Podían fácilmente haber escogido a alguien más consciente, quizá una Solidad, o hasta su hermano menor, pero no ¿Por qué ella?. Aunque tambuén era verdad que, el peligro por el que pasó y seguramente viviría no se lo deseaba a ninguno de ellos, por eso decidió solo preguntar e irse, no quería inmiscuirlos más de lo que debía.
El gruñido de Absol la volvió a la realidad, y le recordó algo que aunque mínimo, fue un detonante en toda la enredosa aventura, y es que por ella, es que Absol estaba ahí en ese momento, y aunque había perdido a Drew, todavía podía salvar a su Reino y a Absol.
— Dijiste que sabías dónde era el lugar. — Volvió a hablar Harley esperando por ella, quien asintió.
— Hay que ir a la minas.
— Eso está cerrado.
— Desde ahí comenzó todo.
— Entonces nos vamos a tardar más de lo que creía. — Se notó perezoso, y se acomodó más sobre la espalda de Cacturne.
— ¿Eh?
— Claro, es un viaje de dos días a caballo.
— ¿Do… Dos días…? — A May se le salió el alma del cuerpo, Harley se alteró al notarla casi desmayada.
— ¡No se muera princesa, no quiero ser decapitado! ¡Ah!
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Re: [Fan Fic] Una Simple Esmeralda
11. Capítulo 7.5: ¿Dónde está el Rey?
En cuanto May abandonó la habitación su padre no dejó de llamarla a gritos furioso ante la frustración de tal desobediencia.
— ¡Anuncien a las tropas que resguarden las minas! — Ordenó a los guardias inmediatamente cuando ya no había ni sombra de su hija. — Nadie tiene permitido ingresar. En cuanto vean a mi hija hagan todo para traerla ante mí, con vida.
— ¿Y la quimera señor? — Preguntó uno de los guardias.
— No me interesa que hagan con eso, si huye mejor, pero si se opone… Capturarla, y si no es posible, matenla. — Sentenció, ante un sepulcral silencio en el que él se quedó mirando a su hijo y esposa, si era verdad que todo eso lo desató la petición de Caroline a su hija, no sabía que debía hacer después, nunca previó una situación semejante. Sabía que May no era la niña más lista, pero también sabía que no estaba fuera de sus cabales para inventarse todo un lío solo por rechazar un compromiso, y menos de ese calibre. Lo que le dejaba en duda de hasta donde se podía creer su relato y cuánto más le faltó contar, aún más teniendo en cuenta a la quimera que le acompañaba. — Que preparen los caballos más rápidos. Voy con ustedes. — Anunció, Caroline se acercó a su esposo en claro desconcierto; el que creció cuando un fuerte temblor los tomó por sorpresa.
— ¿Estás seguro de esto? — Se notó en desacuerdo mientras tomaba la mano de su esposo; le daba miedo que Norman tuviese represalias fuertes contra May por algo que era su culpa. Él asintió a su pregunta. — No dejes que le pase nada. Por favor.
— Solo será ir, darle un jalón de orejas y volver, no te preocupes. — Le dio un beso de despedida a su esposa y luego vio a su hijo menor. — Esta será tu primera misión como encargado. — Le anunció con seriedad. — Da una buena excusa. — Le pidió, dejando a Max atónito de tal petición.
— Supongo que eso intentaré, padre.
— Bien, porque sino, estaremos en problemas si alguno de los representantes de otros reinos se entera que la cabeza principal se fue detrás de su hija que hizo una rabieta al no querer comprometerse ¿Entiendes? — Específico para que Max comprendiese el escenario en una vista macro en la que estaba seguro no la había visto.. El menor entonces asintió tragando saliva, eso era mucha responsabilidad para su mente adolescente. Pero su padre solo le asintió de vuelta con seguridad en su juicio y salió de ahí por la puerta del pasillo.
No muy después de que los cambios fuesen respectivamente hechos, al menor de los Balance le tocó escoltar a su madre a la fiesta de su propio cumpleaños donde eran recibidos con miradas de absoluto respeto ante su posición. Aunque así mismo se notaba la preocupación hacia el incidente “Paranormal” que había ocurrido no mucho tiempo atrás; algunos de los invitados decían haber visto un fantasma, otros una quimera, y otros hasta llegaron a murmurar que era la manera del Rey para proclamar una guerra contra el norte.
Max y su madre estaban al tanto de esto gracias a las damas de compañía de Caroline y los guardias que habían sido distribuidos alrededor del salón.
La mujer mayor comenzó a dar su discurso de bienvenida y los preparativos de la noche ante el evento principal que era el homenajear otro año de vida del heredero al trono, mientras que Max se mantenía un paso atrás esperando su turno y meditando lo que iba a decir; no tenía dudas de que él era el listo de la familia, siempre lo supo, pero esto solo abarcaba a hechos para memorizar y repetir como loro, o seguir o replicar algún plan estructurado ya estudiado de alta funcionalidad, mas, no tenía ningún tipo de idea cuando se trataba de inventar cosas, y mucho menos una excusa tan importante que les podría costar la paz al reino solo porque su hermanita decidió salir a buscar criaturas divinas de un momento a otro sin avisar de antemano.
Antes de que pudiese reaccionar su madre lo estaba mirando con insistencia, remarcándole con el movimiento de su iris que pasara al frente. Él sintió como los nervios lo golpeaban al punto de que se había arrepentido de todas las decisiones tomadas en su vida, entre ellas la más importante: Nacer en esa familia.
— Buenas noches a todos. — Comenzó carraspeando con la intención de aclararse la garganta y tomar aire para fingir una seguridad que en ese momento no sentía. — Muchas gracias por acompañarme en éste día de mi catorceavo cumpleaños. Espero que tengan una buena noche a pesar de la ausencia de mi padre el Rey de Hoenn, quien pide disculpas a través de mi persona por ello, pero un asunto importante le ha demandado su pronta acción. — Y empezaron los cuchicheos, y supo que habló de más, si había un asunto tan urgente como para no presentarse ante los representantes del Reino de Norte no podían ser buenas noticias para nadie, lo que lo hizo sudar frío, su madre intentó darle ánimos desde atrás con un suave susurro de: “Tu puedes” pues ya no se podía meter al verse sospechosa cualquier acción arrebatada que ella tomase desde ese momento. — Por favor, pido calma, no es un asunto de alarma para los presentes, es… — Tragó saliva recordando las palabras de su hermana antes de irse, diciendo demasiado pero ocultando todo. — Él, encontró la manera de regresar nuestro Reino a la prosperidad de siempre, las divinidades han revelado el camino que debe de tomar para ello, por eso, fue llamado de urgencia y se dirige al origen de todo esto para recuperar nuestro reino y se llevó a mi hermana mayor al ser una gran conocedora, creyente y poseer gran respeto por nuestras divinidades. Esto como un regalo, no solo para mí, sino para todo nuestro hermoso reino que podrá volver a verse en su más grande auge. — Concluyó ante impresionados y alegres aplausos de los presentes, quienes dejaron de murmurar y comenzaron a mantener conversaciones y acciones menos rígidas ante el descarte de cualquier posibilidad de guerra.
Max se dio media vuelta para encarar a su madre quien con la boca abierta no podía creer lo que había dicho su hijo, pero con disimulo lo tomó del brazo y mientras bajaba las escaleras le murmuró.
— Que sepas que lo que acabas de hacer nos puede condenar si May simplemente se ha vuelto errática. — Le advirtió sin dejar de sonreír a los presentes. El joven de cabellos azules como el padre sintió su cuerpo temblar de la idea de un futuro tan complicado, imitando la misma máscara que su madre utilizaba para el ojo ajeno.
— Está bien mamá. — Mantuvo la compostura como pudo. — Confiemos en May. Sé que normalmente ella se la ha pasado haciendo cosas que no te termina de complacer por sus métodos lejos de lo que estás acostumbrada, pero conozco a mi hermana y cada cosa que ha hecho, siempre tiene una razón de ser, puede que las haga mal pero nunca son con intenciones de dañar a nadie.
— Sé que no quiere dañar a nadie Max, y eso también me asusta. — Tomó aire y lo dejó salir con preocupación. — ¿Sabes lo que ocurrirá si lo que dice May es verdad, no? — Su hijo solo se quedó mudo y la miró de reojo esperando por lo siguiente. — Lo que conocemos, como lo conocemos, no volverá a ser lo mismo, será un completo blanco o negro lo que suceda después. O aprendemos a convivir, o la guerra ya no será con meros humanos semejantes a nosotros; sino con criaturas fuera de nuestro alcance y raciocinio. O en el peor de los casos… Como ella dijo, puede que ya no la veamos. — Concluyó, y soltó a su hijo dedicando una suave mirada antes de alejarse para acercarse a los primeros nobles que la interceptaron.
Max no era una persona de muchas palabras emocionales, de eso siempre se encargaba su hermana, ella era la que había nacido con mejor empatía e inteligencia emocional de los dos. Pero hasta él, siendo así podía notar que su madre solo se estaba conteniendo, y que si hubiese podido, si no tuviese que estar tapando apariencias por su posición de reina de ese lugar, lo más seguro es que en el mismo momento que salió May ella también hubiese ido. Porque le había creído, pero no podía decirle aquello, era lo mismo que mandarla a matar; y le entristecía no poder ser sincera con ella, ni con nadie, solo se escondía detrás de una mirada severa o una sonrisa de conformidad.
En cuanto May abandonó la habitación su padre no dejó de llamarla a gritos furioso ante la frustración de tal desobediencia.
— ¡Anuncien a las tropas que resguarden las minas! — Ordenó a los guardias inmediatamente cuando ya no había ni sombra de su hija. — Nadie tiene permitido ingresar. En cuanto vean a mi hija hagan todo para traerla ante mí, con vida.
— ¿Y la quimera señor? — Preguntó uno de los guardias.
— No me interesa que hagan con eso, si huye mejor, pero si se opone… Capturarla, y si no es posible, matenla. — Sentenció, ante un sepulcral silencio en el que él se quedó mirando a su hijo y esposa, si era verdad que todo eso lo desató la petición de Caroline a su hija, no sabía que debía hacer después, nunca previó una situación semejante. Sabía que May no era la niña más lista, pero también sabía que no estaba fuera de sus cabales para inventarse todo un lío solo por rechazar un compromiso, y menos de ese calibre. Lo que le dejaba en duda de hasta donde se podía creer su relato y cuánto más le faltó contar, aún más teniendo en cuenta a la quimera que le acompañaba. — Que preparen los caballos más rápidos. Voy con ustedes. — Anunció, Caroline se acercó a su esposo en claro desconcierto; el que creció cuando un fuerte temblor los tomó por sorpresa.
— ¿Estás seguro de esto? — Se notó en desacuerdo mientras tomaba la mano de su esposo; le daba miedo que Norman tuviese represalias fuertes contra May por algo que era su culpa. Él asintió a su pregunta. — No dejes que le pase nada. Por favor.
— Solo será ir, darle un jalón de orejas y volver, no te preocupes. — Le dio un beso de despedida a su esposa y luego vio a su hijo menor. — Esta será tu primera misión como encargado. — Le anunció con seriedad. — Da una buena excusa. — Le pidió, dejando a Max atónito de tal petición.
— Supongo que eso intentaré, padre.
— Bien, porque sino, estaremos en problemas si alguno de los representantes de otros reinos se entera que la cabeza principal se fue detrás de su hija que hizo una rabieta al no querer comprometerse ¿Entiendes? — Específico para que Max comprendiese el escenario en una vista macro en la que estaba seguro no la había visto.. El menor entonces asintió tragando saliva, eso era mucha responsabilidad para su mente adolescente. Pero su padre solo le asintió de vuelta con seguridad en su juicio y salió de ahí por la puerta del pasillo.
No muy después de que los cambios fuesen respectivamente hechos, al menor de los Balance le tocó escoltar a su madre a la fiesta de su propio cumpleaños donde eran recibidos con miradas de absoluto respeto ante su posición. Aunque así mismo se notaba la preocupación hacia el incidente “Paranormal” que había ocurrido no mucho tiempo atrás; algunos de los invitados decían haber visto un fantasma, otros una quimera, y otros hasta llegaron a murmurar que era la manera del Rey para proclamar una guerra contra el norte.
Max y su madre estaban al tanto de esto gracias a las damas de compañía de Caroline y los guardias que habían sido distribuidos alrededor del salón.
La mujer mayor comenzó a dar su discurso de bienvenida y los preparativos de la noche ante el evento principal que era el homenajear otro año de vida del heredero al trono, mientras que Max se mantenía un paso atrás esperando su turno y meditando lo que iba a decir; no tenía dudas de que él era el listo de la familia, siempre lo supo, pero esto solo abarcaba a hechos para memorizar y repetir como loro, o seguir o replicar algún plan estructurado ya estudiado de alta funcionalidad, mas, no tenía ningún tipo de idea cuando se trataba de inventar cosas, y mucho menos una excusa tan importante que les podría costar la paz al reino solo porque su hermanita decidió salir a buscar criaturas divinas de un momento a otro sin avisar de antemano.
Antes de que pudiese reaccionar su madre lo estaba mirando con insistencia, remarcándole con el movimiento de su iris que pasara al frente. Él sintió como los nervios lo golpeaban al punto de que se había arrepentido de todas las decisiones tomadas en su vida, entre ellas la más importante: Nacer en esa familia.
— Buenas noches a todos. — Comenzó carraspeando con la intención de aclararse la garganta y tomar aire para fingir una seguridad que en ese momento no sentía. — Muchas gracias por acompañarme en éste día de mi catorceavo cumpleaños. Espero que tengan una buena noche a pesar de la ausencia de mi padre el Rey de Hoenn, quien pide disculpas a través de mi persona por ello, pero un asunto importante le ha demandado su pronta acción. — Y empezaron los cuchicheos, y supo que habló de más, si había un asunto tan urgente como para no presentarse ante los representantes del Reino de Norte no podían ser buenas noticias para nadie, lo que lo hizo sudar frío, su madre intentó darle ánimos desde atrás con un suave susurro de: “Tu puedes” pues ya no se podía meter al verse sospechosa cualquier acción arrebatada que ella tomase desde ese momento. — Por favor, pido calma, no es un asunto de alarma para los presentes, es… — Tragó saliva recordando las palabras de su hermana antes de irse, diciendo demasiado pero ocultando todo. — Él, encontró la manera de regresar nuestro Reino a la prosperidad de siempre, las divinidades han revelado el camino que debe de tomar para ello, por eso, fue llamado de urgencia y se dirige al origen de todo esto para recuperar nuestro reino y se llevó a mi hermana mayor al ser una gran conocedora, creyente y poseer gran respeto por nuestras divinidades. Esto como un regalo, no solo para mí, sino para todo nuestro hermoso reino que podrá volver a verse en su más grande auge. — Concluyó ante impresionados y alegres aplausos de los presentes, quienes dejaron de murmurar y comenzaron a mantener conversaciones y acciones menos rígidas ante el descarte de cualquier posibilidad de guerra.
Max se dio media vuelta para encarar a su madre quien con la boca abierta no podía creer lo que había dicho su hijo, pero con disimulo lo tomó del brazo y mientras bajaba las escaleras le murmuró.
— Que sepas que lo que acabas de hacer nos puede condenar si May simplemente se ha vuelto errática. — Le advirtió sin dejar de sonreír a los presentes. El joven de cabellos azules como el padre sintió su cuerpo temblar de la idea de un futuro tan complicado, imitando la misma máscara que su madre utilizaba para el ojo ajeno.
— Está bien mamá. — Mantuvo la compostura como pudo. — Confiemos en May. Sé que normalmente ella se la ha pasado haciendo cosas que no te termina de complacer por sus métodos lejos de lo que estás acostumbrada, pero conozco a mi hermana y cada cosa que ha hecho, siempre tiene una razón de ser, puede que las haga mal pero nunca son con intenciones de dañar a nadie.
— Sé que no quiere dañar a nadie Max, y eso también me asusta. — Tomó aire y lo dejó salir con preocupación. — ¿Sabes lo que ocurrirá si lo que dice May es verdad, no? — Su hijo solo se quedó mudo y la miró de reojo esperando por lo siguiente. — Lo que conocemos, como lo conocemos, no volverá a ser lo mismo, será un completo blanco o negro lo que suceda después. O aprendemos a convivir, o la guerra ya no será con meros humanos semejantes a nosotros; sino con criaturas fuera de nuestro alcance y raciocinio. O en el peor de los casos… Como ella dijo, puede que ya no la veamos. — Concluyó, y soltó a su hijo dedicando una suave mirada antes de alejarse para acercarse a los primeros nobles que la interceptaron.
Max no era una persona de muchas palabras emocionales, de eso siempre se encargaba su hermana, ella era la que había nacido con mejor empatía e inteligencia emocional de los dos. Pero hasta él, siendo así podía notar que su madre solo se estaba conteniendo, y que si hubiese podido, si no tuviese que estar tapando apariencias por su posición de reina de ese lugar, lo más seguro es que en el mismo momento que salió May ella también hubiese ido. Porque le había creído, pero no podía decirle aquello, era lo mismo que mandarla a matar; y le entristecía no poder ser sincera con ella, ni con nadie, solo se escondía detrás de una mirada severa o una sonrisa de conformidad.
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12. Capítulo ocho: Del presente al futuro para un pasado. (Parte uno)
El sol despidió la oscura y tranquila noche en el reino, dando el comienzo de una mañana nublada y fría, a la que ni los canarios desearon saludar.
— No puedo creer que estés tan hambrienta. — Harley miraba asustado y asqueado como la princesa de atragantaba con un sándwich de los que él había preparado con anticipación para el camino el día anterior, poseían queso y una carne de cerdo finamente cortada y ahumada por varios días al punto; algo por lo que nunca creería nadie lloraría, pero allí estaba la susodicha “Princesa de Hoenn” tragando como si en su casa no fuese alimentada correctamente. — Come despacio niña ¿Acaso son pobres en ese palacio?
Se habían quedado sentados a orillas de un camino de tierra rodeado de bosque y una que otra casa perdida por el mismo. Ambas criaturas divinas se quedaron descansando en un árbol a espalda de ellos, estos también recibieron algo de comida y agua; hace varias horas ya habían perdido de vista la ciudad principal terminando en una zona campestre, en la que el viento frío era más palpable que la noche en el palacio destruido.
— No es eso. — Dijo tomando agua de la cantimplora que él cargaba, preparado de antemano. — Tengo un día entero sin comer carne ¿Tienes idea de la bendición que es esto?
— Por supuesto, no cualquiera puede probar las delicias que preparo. — Se golpeó el pecho con orgullo, May sin pensarlo y aun masticando le dijo:
— Bueno, no está mal.
— ¿No está mal? — Se sintió atacado. — ¿Cómo te atreves? Encima que te doy de comer. Regresa mi comida, maldita mocosa.
May continuó comiendo con demasiada tranquilidad ante la calma del lugar, mientras Harley se pasó murmurando maldiciones que nadie entendía; hasta que Cacturne y Absol decidieron que era hora de continuar el camino; pero a diferencia de la noche anterior, en la que con calma avanzaron sin descanso, en esta ocasión tomaron un trote ansioso y apurado.
— Alguien nos persigue. — Dijo Harley, y volteó levemente la cabeza hacia atrás intentando corroborar su intuición, pero no había nadie.
— ¿Qué? Pero si hasta ahora las pocas personas que hemos visto ni se han detenido a voltear a vernos. — May hizo memoria, y sin duda, no era posible que estuvieran siendo seguidos, evitaron los pueblos en todo momento por no llamar la atención, y todo asentamiento de personas, aunque fuese pequeño, siempre lo rodearon.
— No lo sé… Hemos sido cautelosos creo, pero no podemos confiarnos, en estos lugares poco transitados es normal la presencia de cazadores furtivos.
— ¿Cazadores? Pero en ningún momento ha sonado algún disparo. — May regresó su mirada atrás imitando a Harley, y como pensaba no había nada; pero aún así, ni Absol ni Cacturne se detenían o bajaban la velocidad.
Pasaron más de una hora en el apurado recorrido con Harley siempre indicando el camino; quien ya le había explicado a May que las minas se encontraban en su ciudad natal: Slate, por lo que conocía cómo llegar y el camino más rápido; transformándose en el mejor guía que pudieron pedir alguna vez. Pero la tranquilidad de su travesía fue incordiada por un sonido lejano que los obligó a volver la mirada al cielo donde una nube de humo de color azul había sido soltada.
— ¿Qué es eso? — Harley se desconcertó por su desconocimiento, mientras que a May se le pusieron los pelos de punta.
— Son las bengalas de la caballería del Reino.
— Uh… Que ruidoso y poco llamativo…
— ¿Esa es tu preocupación? — Le dirigió una expresión entre molesta y confundida.
— Obviamente, soy ciudadano de un reino que no posee buenas bengalas, mínimo algo más brillante.
— Pero… ¿Tú por qué crees que es eso? — Preguntó con tono nervioso intentando no tartamudear.
— Alguna cosa han de estar haciendo, ya sabes, resguardando, o buscando algún prófugo, cosas así.
— No… La verdad es que esa señal azul es que están persiguiendo a alguien. — Le explicó.
— Entonces un fugitivo; deberemos ir con cuidado.
— No, están persiguiendo a un noble….
— ¿Un noble fugitivo? No lo escuchas todos los días, quién diría.
— ¡Nos persiguen a nosotros! — Le hizo caer en cuenta.
— ¿Khá?… — Quedó mudo varios segundos, para luego lamentarse. — Sabía que traerte no era buena idea. Si te hubieras quedado en casa nada de esto habría pasado.
— Si me hubiera quedado en casa no tendrías la esmeralda. — Miró al cielo con reproche; acción que le recordó al heredero del Reino de las Rosas, y sonrió melancólica al entender mejor la posición en la que se encontraba la primera vez que se vieron. Aunque siendo más amable con ella misma, Harley era más pasota e insufrible de lo que ella lograba ser..
— En cualquier caso, les llevamos mucha ventaja, es muy complicado que nos alcancen. Después de todo no saben a dónde vamos ¿No? — Preguntó con toda la calma que poseía mientras estiraba sus brazos, hasta que el prolongado silencio de la chica lo empezó a inquietar. — May… Querida… ¿No saben a dónde vamos, verdad? — Insistió. Ella empezó a vacilar en una sola vocal y moviendo la cabeza.
— Tuve que preguntarle algo a mi hermano, y pues… Estaban todos presentes, así que… Escucharon… No esperaba que realmente fueran a venir… Es decir… Había un negocio importante en la gala de anoche a parte del cumpleaños de mi hermano. — A raíz de tanta excusa Harley sintió que su cabeza dolía y casi lanza un grito al cielo pero se contuvo.
— Deja de querer librarte con penosos pretextos, se nota que cuando haces las cosas solo piensas en lo que te interesa ¿Qué tu madre no te enseñó a hacerte responsable de tus actos? Ay, pero que estoy diciendo si eres una mocosita mimada de un palacio, por supuesto que no. — Suspiró largo y fuerte, May no le dijo nada, ella misma había dicho que ya se haría responsable, pero otra vez había cometido un error… Y cada vez comprendía más que llevar sobre los hombros las preocupaciones de otras personas era complicado, realmente no había nacido para eso. Pero, así mismo escuchar a alguien ajeno a su familia regañandola no la hizo sentir tan mal, al contrario ya entendía que debía de aceptar las consecuencias de lo que provocaba, fuera con o sin intención.
— Me parecías alguien raro, pero ahora veo que si tienes tus principios. — Le sonrió amigable. Harley sintió escalofríos de aquello.
— ¿Qué estás insinuando? — Le retó en claro resentimiento. — Ahora debemos de andar con más cautela y ya no hay tiempo para descansar.
— Es verdad… Voy a morir de hambre. — Miró de un lado a otro, no había rastro de árboles frutales de los cuales beneficiarse, y para rematar, ella desconocía por completo esa localización, por lo que estaban a las indicaciones que Harley brindaba y de su orientación; a parte de también tener que tomar decisiones ella misma, ya no había nada fortuito; y descansar o tomar algún refrigerio era solo distracciones de las cuales no se podían dar el lujo, menos con la caballería tocándoles los talones,.
La noche nuevamente se cernió sobre ellos, dejándolos con una luz de luna que los obligaba a mantenerse entre los árboles ante el cansancio de las bestias que daban su mejor esfuerzo por acortar tiempo. Razón por lo que la noche era la mejor opción para continuar el camino a pie.
Mientras avanzaban volvían a degustar de otra preparación simple de Harley, suficiente para no morir pero poco para no vomitar si les tocaba volver a correr. Hasta que, a dos horas para la medianoche, habían llegado sin mayor problema al lugar por el que no habían dormido en toda una noche: Las minas de la ciudad de Slate.
Se acercaron a las polvosas y maltratadas señales de alerta dirigida a ciudadanos comunes, las cuales se encontraban en los puntos más desérticos y cercados por alambres con púas, algo de nada para ambas criaturas que sólo sobrepasaron la altura de los mismos de un salto al otro lado. Para suerte de ambos, la seguridad apreciable hasta ese momento era poca, por lo que estaban seguros habían llegado antes que la caballería. Pero el problema después era saber por dónde deberían de ingresar.
Las minas poseían muchas entradas y salidas que unían un solo laberinto desconocido sin un mapa de referencia en las manos de ellos; pero para este momento, ya sabían a quien deberían de seguir, por lo que todos se quedaron observando a Cacturne, el que solo les regresó la mirada confundido.
— No me digas que él no sabe… — Aquello le salió con agotamiento. — ¿Absol? — May ahora se enfrascó en el nombrado, quien tampoco sabía qué camino tomar. — Pero si tú nos llevaste hasta el subterráneo la última vez. — Le lloró en dramatismo, la criatura solo giró la cabeza como si viese algo raro.
— Era para esto que necesitábamos al portador de la esmeralda. — Murmuró Harley mientras se pensaba el siguiente paso a hacer.
— No lo sé la verdad. — May observó las entradas, sabía por alguna que otra conversación de sus padres y charlas con Max que entrase por donde se entrase en un momento se interceptaban todos los caminos; un punto en especial en el que tenían planeado un proyecto como sala de descanso, mismo que no se pudo llevar a cabo por la dureza incomparable de la tierra, comparable a la de un diamante imposible de romper con simples herramientas de minería como las que tenían a la fecha. — Vamos por ahí. — Señaló la primera que vio, Harley se lo pensó colocando una mano en la mejilla nada convencido.
— ¿Te harás responsable de todo lo que ocurra a futuro y no dejarás que me decapiten, verdad?
— ¿No que por Cacturne darías la vida?
— Ya, pero no quiero que me decapiten, imagina esta linda cabecita lejos de este perfecto cuerpo, eso es herejía.
— Vamos Absol. — Fue lo único que dijo avanzando junto al cuadrúpedo que no tardó en ser seguido por la planta humanoide.
— ¿También te vas, Cacturne? Esperen, no me dejen solo. — Corrió detrás de ellos presuroso ante la solitaria oscuridad que le aguardaba si no lo hacía.
Ayudados por la oscuridad para camuflarse por las amoldadas paredes de tierra, y arbustos secos sin podar, de los poco guardias del rededor, hasta la entrada más cercana de las minas principales donde todo a esas horas no era más que oscuridad, a parte de algunas pocas antorchas que aún mantenían una leve luz que les permitía saber que tan ancho era el túnel y por lo cual se arriesgaron a entrar, encontrando varios metros adelante, gracias al tropiezo de la joven castaña, una lámpara de queroseno junto a una caja de fósforos sin uso.
— ¿No es irresponsable dejar esto tirado por ahí? — Harley se carcajeó de lo ocurrido y solo se quedó esperando a que se levantara por ella misma; luego le quitó la lámpara para prenderla él mismo, sintiéndose más seguro de esa manera
— Según he escuchado es para evitar que los mineros se pierdan y tengan una fuente de luz y calor. — Se explicó mientras su cara fea de dolor ante el golpe delataba que no había sido nada agradable. Harley solo se pudo alegrar por el karma.
— Pues deberían de pensar en poner más antorchas en su lugar.
— Si hacemos eso ten por seguro que te van a llevar a la guillotina por pisar una propiedad privada. — Dejó que notara que aquello salió con cizaña por lo nada caballeroso que había sido.
— Uh, no, olvídalo, así estamos bien, la oscuridad es bella de bonita siempre.
Volvieron a caminar dando a la suerte los pasillos que tomaban en las divisiones, pues según el relato que May les había dado en su marcha, debían de llegar a un punto central fuera cual fuera el que tomasen, pero dejaron de creerle en cuanto se toparon cinco veces con callejones sin salidas, en las cuales el aroma a tierra húmeda y podrida prevalecía, dejando claro que eran excavaciones nuevas en áreas llenas de desechos orgánicos; a lo cual la chica solo podía responder un: "No era por aquí, ja-ja* y darse la media vuelta siendo seguida por los demás.
En un momento ya agotados y faltos de suficiente oxígeno decidieron descansar al lado de uno de los rieles con mayor cantidad de vagones mineros que habían visto hasta el momento.
— ¿Por qué llegaste a Petalburgo? — Preguntó May al sentirse incómoda con el silencio que se había formado en ese descanso, pero tampoco podía culparlos, todos estaban agotados, hasta a los dos seres fantásticos les costaba respirar.
— No quieres escuchar eso. — Le contestó tomando grandes bocanadas de aire y dejando salir solo un poco como si fuese un tipo de ejercicio.
— Creo que hay tiempo, por ahora no hay nada mejor que hacer… ¿Por qué no? — Le rebatió, Harley la miró de soslayo y luego mandó los ojos hacia arriba.
— Mis padres poseían un modesto negocio de vestimenta y pedrería. Mi madre es una costurera muy hábil y mi padre un joyero muy prolijo, de ellos heredé mi gran gusto a la hora de refinar mi apariencia. — Vocífero orgulloso. — Todo iba perfectamente, el negocio se mantenía en una buena racha y yo pude convertirme en un ayudante del lugar obviamente, después de todo soy hijo único. Pero hace ocho años con los cambios climáticos,los aumentos de precios y la baja de calidad en todas las materias primas, todo se volvió catastrófico, nadie estaba dispuesto a pagar el precio justo por el arduo trabajo que incluía una inversión nada pequeña, y así se fueron perdiendo clientes, hasta que tuvimos que declararnos en bancarrota. Hubo días en los que comer un poco más era un lujo, hasta que un año después decidí ir a la capital, tuve que hacerlo de una manera no muy llamativa, pues todo el reino estaba y aún está en una situación nada provechosa para recibir a nadie ajeno a la familia. Pero encontré a un hombre mayor que ya no podía mantener su empleo por una enfermedad y me dejó a cargo, era el encargado de la biblioteca, y repartimos la poca ganancia a mitad, hasta que bueno, él dejó este mundo, antes de eso conocí a Cacturne en la misma biblioteca, un día simplemente pareció caer del techo y ahí estaba, tan pequeño y adorable, era redondito y lindo, antes de verse como se ve hoy en día. Y pues… Los días libres voy a visitar a mis padres y dejarles parte de las ganancias a ellos, lo necesitan más que yo; pero aunque eso fue una mejora no es suficiente, cada vez la economía empeora, y un pago normal no da abasto para todo, y la verdad… no quiero que pasen por una vejez nada agraciada; por eso en cuanto me enteré de todo me dije que haría todo lo que estuviese a mi alcance para regresar las cosas a la normalidad, dejar que el portador llegase y leyese cualquier cosa en la biblioteca era una de estas cosas, como dejarme mandonear por una mocosa como tú. Pero está bien mientras podamos regresar a la gloria de ocho años en el pasado, aun si me toca dejar todo esto. — Concluyó con un suspiro cansado y observó a May quien parecía verlo con una lástima que solo lo enfureció. — ¡Ni te atrevas a mirarme así! He salido adelante solo; no tienes derecho a mostrar empatía cuando no conoces de eso. — La regañó. Ella respiró profundo y asintió siendo consciente de a lo que se refería, ella no tenía ningún derecho, no tenía la misma vida.
— Lo siento. — Se encogió en su lugar. Harley regresó a hacer sus respiraciones hasta que cansado del silencio, esta vez, decidió cambiar de tema.
— ¿Sabes cuánto estamos bajo tierra? — Preguntó, notando que no era normal ese agotamiento.
— No tengo idea, cuando empezaban a hablar de números me perdía.
— Deberías leer un poco más entonces. — Harley con poca fuerza se dejó caer en el suelo, agotado de tanta caminata y conversación en un lugar prácticamente cerrado en el que si se ponía a pensar solo un poco de más le causaría claustrofobia a cualquiera que no sea él, a él le parecía bastante acogedor, excepto por el poco aire.
— Pero si leo bastante.
— Pues no parece.
— Uhh… mejor no discuto contigo… — Dijo simplemente, sabía que le haría falta el aire más adelante y se sentó en el suelo apoyando la espalda a la enorme pared de tierra vagamente moldeada por palas y picos. Si tuviese que decirlo en alto, era incómodo y su aroma en ningún momento se acercaba a la ligera humedad en tierra de todo el rededor, al contrario estaba completamente seca y dura, ni siquiera se pegaba a su ropa cuando se separaba de esta, comparándolas con ciertas rocas de un recuerdo muy cercano. Al notar esto su vista viajó por cada rincón de la pequeña y subterránea cueva, teniendo una sensación de dejavú que la hizo levantarse de golpe ante la mirada confundida del bibliotecario. — Es aquí… — Murmuró fijando su vista en aquella pared y así mismo pasando su mano para comprobar que por mucho que aplastase la misma no se deformaba en ningún momento. Sí picos y palas no lo habían logrado, mucho menos sus frágiles y quemadas manos.
— ¿Cómo sabes? — Harley la escrutó con la mirada unos segundos, hasta llegó a pensar, por primera vez, que era correcto el tenerla ahí.
— No lo sé… Simplemente… Comparte una sensación similar a un lugar en el que estuve antes. — Explicó observando al hombre quien levantó una ceja en sospecha. — Sí, con el portador que maté. Por si tenías alguna duda.
— Yo no dije nada. — Levantó las manos liberándose de cualquier culpa. — Tú lo dijiste, no yo. No me involucres en lo que sientes.
— Cuando acabemos esto si seguimos vivos le diré a papá que te quite el cargo. — Infló las mejillas en clara molestía, Harley no se notó impactado en lo más mínimo por la amenaza y en su lugar buscó por las piedras, pero fue interrumpido por Cacturne,
Absol mientras tanto se acercó a May y le pidió permiso para buscar en su bolsa, ella no se opuso, y de esta sacó la rosa.
— ¿Es porque es el inicio? — Se lo volvió a pensar al ver nuevamente la pared. Absol comenzó a raspar con sus garras un espacio más blando de la pared del cuál emergió una luz que May reconocía muy bien; era la misma luz sobre el lago con el diamante en la isla subterránea. — No, esto es lo que nos conecta… — Miró la rosa y recordó que era artificial, y más importante, era papel del Reino de las Rosas.
Inmediatamente buscó por su tallo donde encontró un pedacito del mismo levantado; respiró hondo y con todo el dolor que podía sentir, desplegó el último recuerdo que le quedaba de aquel Reino caído, descubriendo sus dos partes de papel arrugado con letras que ya conocía y sabía se iba a encontrar, pero en medio de estas, tanto en el verde, como en el rojo, encontró semillas de la cantidad y los colores de un arco iris, comparable al reflejo que emergió del pequeño espacio, marcando su propósito .
— Curioso. — Harley se acercó a ver en curiosidad desde un costado de la chica, y ella al notar que el ser de pelaje blanco la observó con insistencia solo asintió y se acercó sin pensarlo a colocar las semillas en el pequeño hoyo de luz.
En ese momento, el fuerte sonido de pisadas en multitud se iba acercando hacia ellos a un paso feroz. Ambos sabían de quien se trataba: la guardia.
— ¡¿Qué hacen aquí tan pronto?! — Se espantó el pelimorado y la zarandeó de un hombro. — Ay apúrate.
May abrumada por los nervios de Harley sintió como ella se contagiaba de los mismos, y observó a Absol nuevamente, intentando entender lo que debía hacer. Había germinado semillas antes con su madre, no era algo complicado, pero aquello frente a ella no era tierra, era una superficie de procedencia desconocida, y según la lógica que conocía, aquello no serviría de nada, pues para unas semillas normales el germinar era un proceso de días largos y tierra húmeda cosas que no tenían, quedando en blanco. Harley tuvo que sacudirla una vez más de los hombros para que reaccionara y solo asintió volviendo a tapar el agujero; frente a este Cacturne lo recubrió con extrañas espinas que sirvieron de soporte para que la tierra no cediera con todo el alboroto y el nuevo temblor que sacudió todo el lugar obligándolos a agacharse y tomar sus cabezas por los desprendimientos de tierra y piedra que comenzaron a caer sobre ellos.
— ¡May! — Escuchó la voz de su padre y levantó la cabeza, este se arrimaba a la pared de una de las rutas cercanas. — ¡Sal de ahí! — Le pidió, no parecía tener mucho ánimo de pasar a ese espacio al notar el cómo se movía y destruía, pero no se detuvo y continuó usando el brazo como protección para la vista, con intenciones de sacar a su hija de tal peligro, siendo cegado a mitad de camino por una luz tan radiante que parecía lo iba a quemar si se acercaba solo un poco más, pero en su lugar, sintió tal frío que su cuerpo empezó a congelarse. — ¡May! — Volvió a gritar, su hija se había levantado en un apuro a su ayuda, pero le fue impedido por Absol.
Ella se quedó estática y observó a su espalda, y ahí estaba: la brecha que abría paso al otro mundo había sido abierta en totalidad, siendo llevada a ésta por ambas criaturas junto a Harley, dejando a su padre despavorido detrás aun llamando por ella y a un grupo de guardias que intentaron ayudar a alcanzarla, pero la abertura se cerró a unos pocos centímetros de que su padre alcanzara la pata de Absol.
— ¡Papá! — Alcanzó a decir antes de verse rodeada por un cielo nublado ennegrecido desconocido y tierras negras y encharcadas que evitaban una movilidad normal, y frente a ella, ya no había brecha, solo un gigante ser semejante a un caballo blanco lleno de picos, sin rostro y una cabeza que terminaba en cono hacia atrás, poseía protecciones a lo largo de sus patas y dos aureolas al costado de su torso de multicolores.
— ¿Arceus? — Se horrorizó al reconocerlo, era diferente al que había visto en las leyendas, pero al mismo tiempo sabía que no podía ser otro.
May sintió un leve golpe en la cabeza y miró al culpable con más terror que molestia.
— No seas tonta ¡Arrodíllate! — Harley había sido el que la había golpeado, y se veía tan o más aterrado que ella, pero eso no evitó que la jalara y obligara a hacer lo que dijo junto a él. Ante eso, notó que solo Cacturne hacía lo mismo que ellos, mientras que Absol solo gruñía a su presencia; una respuesta completamente opuesta a la que tuvo con Rayquaza, a quien sí le mostró respeto. Por lo que se hizo a la idea de que algo no estaba bien.
Tomó toda la valentía que pudo acumular y con pesadez en el cuerpo ante el cambio de atmósfera de levantó y pidió explicaciones que sentía le debían con razones.
— ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué tiene que ser nuestro mundo? — Preguntó sin reparo ni respeto alguno, después de todo lo que había pasado lo que menos podía sentir era alguna pizca de condolencia ante los que decían ser los guardianes de su mundo. Para ese momento podía llegar a sentirlo como la historia de fantasía más falsa que alguna vez le contaron.
Tragó saliva cuando la cabeza se movió y agachó en dirección a ella, por mucho enojo que tuviera no es que pudiese hacer mucho en contra de tal criatura, si quisiera la misma podía aplastarla y ahí terminaba todo. Pero contra todo pronóstico, una voz omnisciente y severa retumbó por todos los costados de ese lugar.
— En este universo, existen más seres de los que alguna vez podrías imaginar, no creas que su planeta fue la primera opción, pero eran la única que poseía los recursos. No teníamos la intención de que las cosas se salieran de control a este nivel, solo queríamos pasar de manera simple, pero no fue posible gracias a la impertinencia de Rayquaza al plantar lo nexos.
— ¿Rayquaza? — Quedó en trance.
— Implantó nexos que nos prohíben el paso a su mundo libremente, por eso, no tuve otra opción que traer un pedazo del suyo para poder conectarlos.
— ¿El reino de las rosas? — Se espantó a tal grado que miró de un lado a otro, y lo reconoció, esas eran las tierras del reino en el que había estado, solo que ya no había nada, ni casas, ni animales, ni plantas, ni personas. Solo ese enorme charco bajo sus pies. — Por destruir unas piedras… por algo como eso…. ¿Por eso tuvieron que destruir todo un reino? — Reclamó chillando de la rabia que le fue imposible contener.
— En este universo nada es gratis, si es necesario sacrificar unos pocos en beneficio de muchos más, estoy dispuesto a cargar con la culpa. Un territorio no se compara a todo un planeta. Y era necesario para recibir la aceptación de Alguien que trajese los nexos para ello. — De la bolsa de May y del bolsillo de Harley salieron volando las piedras preciosas sin oportunidad a alcanzarlas hacia la cara de Arceus quien se notó cambió su expresión desinteresada por una de rabia. — Gracias a esto, la puerta que has plantado ayudará al paso de todos y adaptará su planeta a nosotros de la misma manera.
— ¿Adaptar?
— Como dije, tienen los recursos, solo faltan los implementos, después de destruir los nexos, podremos pasar y su planeta será nuestro nuevo nido y este el de ustedes. — May se quedó muda, quería entender lo que el imponente ser estaba diciendo, pero al mismo tiempo quería pensar que lo estaba malinterpretando en sus palabras.
— ¿Nos van a exterminar? — Harley levantó la cabeza espantado de lo que escuchaba, no recibió respuesta alguna, solo el amargor de la indiferencia; no solo de parte del impotente ser, sino también de aquel que él mismo proclamaba como alguien importante para él..
May entonces comprendió el rechazo de Absol, el enojo de Groudon y Kyogre, y lo más importante; la extraña simpatía de Rayquaza al simplemente obedecer el egoísmo de Drew. Pero su duda, era donde estaban si no hace mucho, según lo que ella había vivido, estaban batallando por una simple oposición de intereses ¿Arceus habría intervenido?
— No es una convivencia que convenga, ustedes son seres de guerras y apropiaciones, nosotros simplemente fluimos con la naturaleza y sus elementos; sólo nos traerán complicaciones.
— Pero… — Observó a Absol, este no le fue recíproco al mantenerse alerta y sintió miedo por él, a tal punto de que comenzó a temblar en ese espacio donde la única sensación que percibía era de vacío. — Absol…
El suelo comenzó a temblar al punto de hacerla caer al suelo y partirse; los cielos rugieron junto a venosas luces que lo rompían sin piedad.
— Es hora. — Comunicó Arceus en medio de todo el desastre, desconcertando a ambos humanos que con horror observaron como éste se elevaba alejandose y dejando un rastro de los residuos negros de sus patas.
Con él también se elevaban los nexos rodeados de una incandescente luz que parecían empezar a derretirse en medio de esta.
El cielo comenzó a caer dejando ver el oscuro vacío que aguardaba a ese mundo y a quienes les tocaría quedarse ahí; sin embargo, en oposición un mar de rugidos detuvo la ascensión del imponente ser que comenzó a ser atacado por fuertes rayos multicolores que venían de varias direcciones, y frente a él aparecieron tres seres reconocidos por la princesa del reino de Hoenn: Rayquaza, Groudon y Kyogre, se habían unido para detener a Arceus.
Los tres seres pasaron de ellos sin detener sus ataques, logrando así que Arceus perdiera el foco y las gemas fueran liberadas; por las cuales Absol voló a recuperar en su hocico, pero fue interceptado por Cacturne y lastimado por una larga y brillante hoja que emergió de su brazo, el mismo cactus humanoide detuvo su ataque conteniendo su acatamiento al regresar su mirada al llamado suplicante de Harley, y después de quedar paralizado unos eternos segundos para ambos desistió de su ataque y lo dejó avanzar tranquilo hasta May, quien en un intento de no volver a caer se prendió del cuello del cuadrúpedo con esfuerzo, y notó el grave daño que le había causado el otro, a quien no pudo evitar regresar a mirar con recelo.
Mientras los tres seres divinos continuaron su lucha en contra de Arceus sin parar de atacar aún cuando este les devolvía los impactos con mayor ímpetu, se podía visualizar como el mismo ser caía a pedazos de a poco, mostrando seres diversos y espectaculares separarse de todos los bloques, hasta dejar a un Arceus de tamaño muy similar al de las otras tres divinidades. Ya no era multicolor, sino que poseía placas doradas en sus patas y aureolas.
Absol removió la cabeza contra el bolso de May y ella comprendió que quería la pluma por lo que sin pensar la sacó para él, y con una fuerte ráfaga, Absol la mandó a volar hacia arriba en línea recta, haciendo revolotear todo lo cercano y con un fuerte salto moviendo la hoz de su cabeza la partió en dos provocando una ruptura en el espacio que creció y creció hasta sobrepasar los límites de ese mismo mundo que iba perdiendo cada vez más su forma original a gran velocidad; tanto que las desesperación de millones y millones de criaturas los hizo correr en estampida hacia este nuevo portal.
De no ser por el rápido reaccionar de Cacturne y Absol que se apresuraron a apartarlos, tanto May como Harley hubiesen sido arrastrados por la intocable marea de seres que corrían errantes .
— Esta ha sido su decisión. — Se pudo escuchar la fuerte voz de Arceus como un eco, en el espacio. — En muchos años desde ahora su existencia y supervivencia no dependerá de mí, más que de cada uno ¿Entienden lo que han hecho?
Sus palabras de furia hicieron al mundo resonar con más devastación mientras que el trío de criaturas divinas lejos de calmar al ser supremo, aprovecharon sus palabras al tomarlas como aceptación, ayudando a todos los seres faltantes a pasar hacia la nueva grieta, acción que fue imitada por Absol y Cacturne quienes buscaron una zona específica y la atravesaron regresando a las minas donde el padre de May al esperar por alguna señal pudo ver a su hija regresando más salva que sana en el lomo de la quimera, con el bibliotecario de la ciudad y la curiosa criatura que había visto antes a su lado.
Norman recibió a su hija con un abrazo de alivio que no duró el tiempo que hubiese querido ante el comienzo de un temblor tan fuerte que nuevamente la tierra sobre sus cabezas comenzó a desprenderse, obligandolos a todos a salir de ahí, pero gracias a que tenían la guía de mineros veteranos junto a ellos pudieron llegar con facilidad a la superficie, donde un espectáculo de brillantes estrellas se extendía en el cielo del reino dispersandose por todas partes y lloviendo sobre ellos en grupos como un río repartiendo su cauce, extendiéndose por todas las regiones del mundo.
— Así que estas son las criaturas de las que hablaba… — Norman observaba al cielo fascinado y aterrorizado a la vez, no solo estaba viendo las imponentes presencias del trío creador surcando los cielos, sino que muchas criaturas desconocidas y muchas otras con una imponencia igual o parecida a los del principio, sin contar a un Arceus brillando más que la misma luna llena; en medio de todo esto parecía ser el contenedor de todas las criaturas que seguían un rumbo a sus lugares indicados e ideales según su especie. — May… — Buscó a su hija hasta que dio con ella a unos metros concentrada en la quimera, sabía que por mucho que le quisiera decir algo, sintió que en ese momento no tenía que interrumpirla y, no solo eso, uno de los guardias se acercó a él apresurado y entre jadeos de haber pasado un largo sendero corriendo le informó de algo que lo dejó estupefacto.
— Soy un guardia de Slate señor. — Se presentó y esperó por la venia para continuar su relato. — Desde hace una hora me han comunicado diferentes sectores de la ciudad que los canales han vuelto a proveer agua con un caudal en ascenso, la tierra está recuperando su color y las plantas sembradas hace mucho han brotado con buen pronóstico. — Se explicó, Norman asintió y procedió a hacer una seña de que le muestre el camino.
— Mañana hemos de regresar al palacio a primera hora. — Anunció a su guardia personal antes de ser guiado por el hombre; no sin antes darle un última ojeada a su hija, quien no parecía tan alegre de la hazaña que había realizado.
May se encontraba frente a Absol, este no soltó los nexos en ningún momento y ella solo podía mirarlo con cariño y dolor.
— Deberíamos de ser capaces de curarte, como mínimo. — La criatura negó inmediatamente y tras de él apareció un ser que May reconoció como la luz que vio cada que cambió de tiempo, era pequeño y verde como si se tratase de un hada, que alguna vez leyó descrita en los cuentos de fantasía que tanto le gustaban, con una cabezo de cebolla bastante adorable a su parecer. — ¿Celebi? — Fue lo único que pudo pronunciar, había hablado con Drew por la posibilidad de encontrarlo, pero al final del día, parecía que todo fue al revés, y para su pesar, ella ya reconocía lo que significaba su presencia ahí.
Observó a Absol con lágrimas en los ojos, no quería perder otra vez algo importante.
— ¿Vas a volver, verdad? Yo sé, que el reino de las rosas ya no volverá, sé que Drew no volverá, pero ¿Tú también? Digo, puede ser como pasó conmigo que solo me fui por unos minutos, nadie notó mi ausencia, tú también… Podría ser… — Absol solo se le restregó a un costado con cariño como su manera de despedirse, ella lo abrazó de vuelta y dejó la cabeza del mismo llena de sus lágrimas, hasta que Celebí se interpuso entre ellos y en una espiral que rodeó al cuadrúpredo éste desapareció en un haz de luz dejando solo destellos que se perdieron en el viento helado de la noche..
A los pies de ella un pequeño ser naranja semejante a un pollo se le acercó en curiosidad, ella se agachó y acarició un poco su cabeza, era cálido, y recordó el dolor que era tocar algo con sus manos en ese estado aun cuando tenía los guantes puestos: un segundo después Harley llegó hasta ella seguido de Cacturne.
— No deberías de llorar, no es justo que tu llores, — Le dijo, ella solo se secó las lágrimas porque no quería que justamente él la viese llorando por una segunda vez como una niña desconsolada. — Has ayudado a todo un mundo a pasar a otro, y no solo eso, has salvado el tuyo. Creo que eso es bastante para sonreír y enorgullecerse aunque sea un poco. — Le dijo con una sonrisa amable y empática, algo que a May le extrañó pero terminó siendo recíproca y agradecida de sus palabras, y aunque quiso contestarle algo, su vista se volvió borrosa y su consciencia oscura, hasta el punto de solo poder sentir cómo se golpeaba contra el suelo.
El sol despidió la oscura y tranquila noche en el reino, dando el comienzo de una mañana nublada y fría, a la que ni los canarios desearon saludar.
— No puedo creer que estés tan hambrienta. — Harley miraba asustado y asqueado como la princesa de atragantaba con un sándwich de los que él había preparado con anticipación para el camino el día anterior, poseían queso y una carne de cerdo finamente cortada y ahumada por varios días al punto; algo por lo que nunca creería nadie lloraría, pero allí estaba la susodicha “Princesa de Hoenn” tragando como si en su casa no fuese alimentada correctamente. — Come despacio niña ¿Acaso son pobres en ese palacio?
Se habían quedado sentados a orillas de un camino de tierra rodeado de bosque y una que otra casa perdida por el mismo. Ambas criaturas divinas se quedaron descansando en un árbol a espalda de ellos, estos también recibieron algo de comida y agua; hace varias horas ya habían perdido de vista la ciudad principal terminando en una zona campestre, en la que el viento frío era más palpable que la noche en el palacio destruido.
— No es eso. — Dijo tomando agua de la cantimplora que él cargaba, preparado de antemano. — Tengo un día entero sin comer carne ¿Tienes idea de la bendición que es esto?
— Por supuesto, no cualquiera puede probar las delicias que preparo. — Se golpeó el pecho con orgullo, May sin pensarlo y aun masticando le dijo:
— Bueno, no está mal.
— ¿No está mal? — Se sintió atacado. — ¿Cómo te atreves? Encima que te doy de comer. Regresa mi comida, maldita mocosa.
May continuó comiendo con demasiada tranquilidad ante la calma del lugar, mientras Harley se pasó murmurando maldiciones que nadie entendía; hasta que Cacturne y Absol decidieron que era hora de continuar el camino; pero a diferencia de la noche anterior, en la que con calma avanzaron sin descanso, en esta ocasión tomaron un trote ansioso y apurado.
— Alguien nos persigue. — Dijo Harley, y volteó levemente la cabeza hacia atrás intentando corroborar su intuición, pero no había nadie.
— ¿Qué? Pero si hasta ahora las pocas personas que hemos visto ni se han detenido a voltear a vernos. — May hizo memoria, y sin duda, no era posible que estuvieran siendo seguidos, evitaron los pueblos en todo momento por no llamar la atención, y todo asentamiento de personas, aunque fuese pequeño, siempre lo rodearon.
— No lo sé… Hemos sido cautelosos creo, pero no podemos confiarnos, en estos lugares poco transitados es normal la presencia de cazadores furtivos.
— ¿Cazadores? Pero en ningún momento ha sonado algún disparo. — May regresó su mirada atrás imitando a Harley, y como pensaba no había nada; pero aún así, ni Absol ni Cacturne se detenían o bajaban la velocidad.
Pasaron más de una hora en el apurado recorrido con Harley siempre indicando el camino; quien ya le había explicado a May que las minas se encontraban en su ciudad natal: Slate, por lo que conocía cómo llegar y el camino más rápido; transformándose en el mejor guía que pudieron pedir alguna vez. Pero la tranquilidad de su travesía fue incordiada por un sonido lejano que los obligó a volver la mirada al cielo donde una nube de humo de color azul había sido soltada.
— ¿Qué es eso? — Harley se desconcertó por su desconocimiento, mientras que a May se le pusieron los pelos de punta.
— Son las bengalas de la caballería del Reino.
— Uh… Que ruidoso y poco llamativo…
— ¿Esa es tu preocupación? — Le dirigió una expresión entre molesta y confundida.
— Obviamente, soy ciudadano de un reino que no posee buenas bengalas, mínimo algo más brillante.
— Pero… ¿Tú por qué crees que es eso? — Preguntó con tono nervioso intentando no tartamudear.
— Alguna cosa han de estar haciendo, ya sabes, resguardando, o buscando algún prófugo, cosas así.
— No… La verdad es que esa señal azul es que están persiguiendo a alguien. — Le explicó.
— Entonces un fugitivo; deberemos ir con cuidado.
— No, están persiguiendo a un noble….
— ¿Un noble fugitivo? No lo escuchas todos los días, quién diría.
— ¡Nos persiguen a nosotros! — Le hizo caer en cuenta.
— ¿Khá?… — Quedó mudo varios segundos, para luego lamentarse. — Sabía que traerte no era buena idea. Si te hubieras quedado en casa nada de esto habría pasado.
— Si me hubiera quedado en casa no tendrías la esmeralda. — Miró al cielo con reproche; acción que le recordó al heredero del Reino de las Rosas, y sonrió melancólica al entender mejor la posición en la que se encontraba la primera vez que se vieron. Aunque siendo más amable con ella misma, Harley era más pasota e insufrible de lo que ella lograba ser..
— En cualquier caso, les llevamos mucha ventaja, es muy complicado que nos alcancen. Después de todo no saben a dónde vamos ¿No? — Preguntó con toda la calma que poseía mientras estiraba sus brazos, hasta que el prolongado silencio de la chica lo empezó a inquietar. — May… Querida… ¿No saben a dónde vamos, verdad? — Insistió. Ella empezó a vacilar en una sola vocal y moviendo la cabeza.
— Tuve que preguntarle algo a mi hermano, y pues… Estaban todos presentes, así que… Escucharon… No esperaba que realmente fueran a venir… Es decir… Había un negocio importante en la gala de anoche a parte del cumpleaños de mi hermano. — A raíz de tanta excusa Harley sintió que su cabeza dolía y casi lanza un grito al cielo pero se contuvo.
— Deja de querer librarte con penosos pretextos, se nota que cuando haces las cosas solo piensas en lo que te interesa ¿Qué tu madre no te enseñó a hacerte responsable de tus actos? Ay, pero que estoy diciendo si eres una mocosita mimada de un palacio, por supuesto que no. — Suspiró largo y fuerte, May no le dijo nada, ella misma había dicho que ya se haría responsable, pero otra vez había cometido un error… Y cada vez comprendía más que llevar sobre los hombros las preocupaciones de otras personas era complicado, realmente no había nacido para eso. Pero, así mismo escuchar a alguien ajeno a su familia regañandola no la hizo sentir tan mal, al contrario ya entendía que debía de aceptar las consecuencias de lo que provocaba, fuera con o sin intención.
— Me parecías alguien raro, pero ahora veo que si tienes tus principios. — Le sonrió amigable. Harley sintió escalofríos de aquello.
— ¿Qué estás insinuando? — Le retó en claro resentimiento. — Ahora debemos de andar con más cautela y ya no hay tiempo para descansar.
— Es verdad… Voy a morir de hambre. — Miró de un lado a otro, no había rastro de árboles frutales de los cuales beneficiarse, y para rematar, ella desconocía por completo esa localización, por lo que estaban a las indicaciones que Harley brindaba y de su orientación; a parte de también tener que tomar decisiones ella misma, ya no había nada fortuito; y descansar o tomar algún refrigerio era solo distracciones de las cuales no se podían dar el lujo, menos con la caballería tocándoles los talones,.
La noche nuevamente se cernió sobre ellos, dejándolos con una luz de luna que los obligaba a mantenerse entre los árboles ante el cansancio de las bestias que daban su mejor esfuerzo por acortar tiempo. Razón por lo que la noche era la mejor opción para continuar el camino a pie.
Mientras avanzaban volvían a degustar de otra preparación simple de Harley, suficiente para no morir pero poco para no vomitar si les tocaba volver a correr. Hasta que, a dos horas para la medianoche, habían llegado sin mayor problema al lugar por el que no habían dormido en toda una noche: Las minas de la ciudad de Slate.
Se acercaron a las polvosas y maltratadas señales de alerta dirigida a ciudadanos comunes, las cuales se encontraban en los puntos más desérticos y cercados por alambres con púas, algo de nada para ambas criaturas que sólo sobrepasaron la altura de los mismos de un salto al otro lado. Para suerte de ambos, la seguridad apreciable hasta ese momento era poca, por lo que estaban seguros habían llegado antes que la caballería. Pero el problema después era saber por dónde deberían de ingresar.
Las minas poseían muchas entradas y salidas que unían un solo laberinto desconocido sin un mapa de referencia en las manos de ellos; pero para este momento, ya sabían a quien deberían de seguir, por lo que todos se quedaron observando a Cacturne, el que solo les regresó la mirada confundido.
— No me digas que él no sabe… — Aquello le salió con agotamiento. — ¿Absol? — May ahora se enfrascó en el nombrado, quien tampoco sabía qué camino tomar. — Pero si tú nos llevaste hasta el subterráneo la última vez. — Le lloró en dramatismo, la criatura solo giró la cabeza como si viese algo raro.
— Era para esto que necesitábamos al portador de la esmeralda. — Murmuró Harley mientras se pensaba el siguiente paso a hacer.
— No lo sé la verdad. — May observó las entradas, sabía por alguna que otra conversación de sus padres y charlas con Max que entrase por donde se entrase en un momento se interceptaban todos los caminos; un punto en especial en el que tenían planeado un proyecto como sala de descanso, mismo que no se pudo llevar a cabo por la dureza incomparable de la tierra, comparable a la de un diamante imposible de romper con simples herramientas de minería como las que tenían a la fecha. — Vamos por ahí. — Señaló la primera que vio, Harley se lo pensó colocando una mano en la mejilla nada convencido.
— ¿Te harás responsable de todo lo que ocurra a futuro y no dejarás que me decapiten, verdad?
— ¿No que por Cacturne darías la vida?
— Ya, pero no quiero que me decapiten, imagina esta linda cabecita lejos de este perfecto cuerpo, eso es herejía.
— Vamos Absol. — Fue lo único que dijo avanzando junto al cuadrúpedo que no tardó en ser seguido por la planta humanoide.
— ¿También te vas, Cacturne? Esperen, no me dejen solo. — Corrió detrás de ellos presuroso ante la solitaria oscuridad que le aguardaba si no lo hacía.
Ayudados por la oscuridad para camuflarse por las amoldadas paredes de tierra, y arbustos secos sin podar, de los poco guardias del rededor, hasta la entrada más cercana de las minas principales donde todo a esas horas no era más que oscuridad, a parte de algunas pocas antorchas que aún mantenían una leve luz que les permitía saber que tan ancho era el túnel y por lo cual se arriesgaron a entrar, encontrando varios metros adelante, gracias al tropiezo de la joven castaña, una lámpara de queroseno junto a una caja de fósforos sin uso.
— ¿No es irresponsable dejar esto tirado por ahí? — Harley se carcajeó de lo ocurrido y solo se quedó esperando a que se levantara por ella misma; luego le quitó la lámpara para prenderla él mismo, sintiéndose más seguro de esa manera
— Según he escuchado es para evitar que los mineros se pierdan y tengan una fuente de luz y calor. — Se explicó mientras su cara fea de dolor ante el golpe delataba que no había sido nada agradable. Harley solo se pudo alegrar por el karma.
— Pues deberían de pensar en poner más antorchas en su lugar.
— Si hacemos eso ten por seguro que te van a llevar a la guillotina por pisar una propiedad privada. — Dejó que notara que aquello salió con cizaña por lo nada caballeroso que había sido.
— Uh, no, olvídalo, así estamos bien, la oscuridad es bella de bonita siempre.
Volvieron a caminar dando a la suerte los pasillos que tomaban en las divisiones, pues según el relato que May les había dado en su marcha, debían de llegar a un punto central fuera cual fuera el que tomasen, pero dejaron de creerle en cuanto se toparon cinco veces con callejones sin salidas, en las cuales el aroma a tierra húmeda y podrida prevalecía, dejando claro que eran excavaciones nuevas en áreas llenas de desechos orgánicos; a lo cual la chica solo podía responder un: "No era por aquí, ja-ja* y darse la media vuelta siendo seguida por los demás.
En un momento ya agotados y faltos de suficiente oxígeno decidieron descansar al lado de uno de los rieles con mayor cantidad de vagones mineros que habían visto hasta el momento.
— ¿Por qué llegaste a Petalburgo? — Preguntó May al sentirse incómoda con el silencio que se había formado en ese descanso, pero tampoco podía culparlos, todos estaban agotados, hasta a los dos seres fantásticos les costaba respirar.
— No quieres escuchar eso. — Le contestó tomando grandes bocanadas de aire y dejando salir solo un poco como si fuese un tipo de ejercicio.
— Creo que hay tiempo, por ahora no hay nada mejor que hacer… ¿Por qué no? — Le rebatió, Harley la miró de soslayo y luego mandó los ojos hacia arriba.
— Mis padres poseían un modesto negocio de vestimenta y pedrería. Mi madre es una costurera muy hábil y mi padre un joyero muy prolijo, de ellos heredé mi gran gusto a la hora de refinar mi apariencia. — Vocífero orgulloso. — Todo iba perfectamente, el negocio se mantenía en una buena racha y yo pude convertirme en un ayudante del lugar obviamente, después de todo soy hijo único. Pero hace ocho años con los cambios climáticos,los aumentos de precios y la baja de calidad en todas las materias primas, todo se volvió catastrófico, nadie estaba dispuesto a pagar el precio justo por el arduo trabajo que incluía una inversión nada pequeña, y así se fueron perdiendo clientes, hasta que tuvimos que declararnos en bancarrota. Hubo días en los que comer un poco más era un lujo, hasta que un año después decidí ir a la capital, tuve que hacerlo de una manera no muy llamativa, pues todo el reino estaba y aún está en una situación nada provechosa para recibir a nadie ajeno a la familia. Pero encontré a un hombre mayor que ya no podía mantener su empleo por una enfermedad y me dejó a cargo, era el encargado de la biblioteca, y repartimos la poca ganancia a mitad, hasta que bueno, él dejó este mundo, antes de eso conocí a Cacturne en la misma biblioteca, un día simplemente pareció caer del techo y ahí estaba, tan pequeño y adorable, era redondito y lindo, antes de verse como se ve hoy en día. Y pues… Los días libres voy a visitar a mis padres y dejarles parte de las ganancias a ellos, lo necesitan más que yo; pero aunque eso fue una mejora no es suficiente, cada vez la economía empeora, y un pago normal no da abasto para todo, y la verdad… no quiero que pasen por una vejez nada agraciada; por eso en cuanto me enteré de todo me dije que haría todo lo que estuviese a mi alcance para regresar las cosas a la normalidad, dejar que el portador llegase y leyese cualquier cosa en la biblioteca era una de estas cosas, como dejarme mandonear por una mocosa como tú. Pero está bien mientras podamos regresar a la gloria de ocho años en el pasado, aun si me toca dejar todo esto. — Concluyó con un suspiro cansado y observó a May quien parecía verlo con una lástima que solo lo enfureció. — ¡Ni te atrevas a mirarme así! He salido adelante solo; no tienes derecho a mostrar empatía cuando no conoces de eso. — La regañó. Ella respiró profundo y asintió siendo consciente de a lo que se refería, ella no tenía ningún derecho, no tenía la misma vida.
— Lo siento. — Se encogió en su lugar. Harley regresó a hacer sus respiraciones hasta que cansado del silencio, esta vez, decidió cambiar de tema.
— ¿Sabes cuánto estamos bajo tierra? — Preguntó, notando que no era normal ese agotamiento.
— No tengo idea, cuando empezaban a hablar de números me perdía.
— Deberías leer un poco más entonces. — Harley con poca fuerza se dejó caer en el suelo, agotado de tanta caminata y conversación en un lugar prácticamente cerrado en el que si se ponía a pensar solo un poco de más le causaría claustrofobia a cualquiera que no sea él, a él le parecía bastante acogedor, excepto por el poco aire.
— Pero si leo bastante.
— Pues no parece.
— Uhh… mejor no discuto contigo… — Dijo simplemente, sabía que le haría falta el aire más adelante y se sentó en el suelo apoyando la espalda a la enorme pared de tierra vagamente moldeada por palas y picos. Si tuviese que decirlo en alto, era incómodo y su aroma en ningún momento se acercaba a la ligera humedad en tierra de todo el rededor, al contrario estaba completamente seca y dura, ni siquiera se pegaba a su ropa cuando se separaba de esta, comparándolas con ciertas rocas de un recuerdo muy cercano. Al notar esto su vista viajó por cada rincón de la pequeña y subterránea cueva, teniendo una sensación de dejavú que la hizo levantarse de golpe ante la mirada confundida del bibliotecario. — Es aquí… — Murmuró fijando su vista en aquella pared y así mismo pasando su mano para comprobar que por mucho que aplastase la misma no se deformaba en ningún momento. Sí picos y palas no lo habían logrado, mucho menos sus frágiles y quemadas manos.
— ¿Cómo sabes? — Harley la escrutó con la mirada unos segundos, hasta llegó a pensar, por primera vez, que era correcto el tenerla ahí.
— No lo sé… Simplemente… Comparte una sensación similar a un lugar en el que estuve antes. — Explicó observando al hombre quien levantó una ceja en sospecha. — Sí, con el portador que maté. Por si tenías alguna duda.
— Yo no dije nada. — Levantó las manos liberándose de cualquier culpa. — Tú lo dijiste, no yo. No me involucres en lo que sientes.
— Cuando acabemos esto si seguimos vivos le diré a papá que te quite el cargo. — Infló las mejillas en clara molestía, Harley no se notó impactado en lo más mínimo por la amenaza y en su lugar buscó por las piedras, pero fue interrumpido por Cacturne,
Absol mientras tanto se acercó a May y le pidió permiso para buscar en su bolsa, ella no se opuso, y de esta sacó la rosa.
— ¿Es porque es el inicio? — Se lo volvió a pensar al ver nuevamente la pared. Absol comenzó a raspar con sus garras un espacio más blando de la pared del cuál emergió una luz que May reconocía muy bien; era la misma luz sobre el lago con el diamante en la isla subterránea. — No, esto es lo que nos conecta… — Miró la rosa y recordó que era artificial, y más importante, era papel del Reino de las Rosas.
Inmediatamente buscó por su tallo donde encontró un pedacito del mismo levantado; respiró hondo y con todo el dolor que podía sentir, desplegó el último recuerdo que le quedaba de aquel Reino caído, descubriendo sus dos partes de papel arrugado con letras que ya conocía y sabía se iba a encontrar, pero en medio de estas, tanto en el verde, como en el rojo, encontró semillas de la cantidad y los colores de un arco iris, comparable al reflejo que emergió del pequeño espacio, marcando su propósito .
— Curioso. — Harley se acercó a ver en curiosidad desde un costado de la chica, y ella al notar que el ser de pelaje blanco la observó con insistencia solo asintió y se acercó sin pensarlo a colocar las semillas en el pequeño hoyo de luz.
En ese momento, el fuerte sonido de pisadas en multitud se iba acercando hacia ellos a un paso feroz. Ambos sabían de quien se trataba: la guardia.
— ¡¿Qué hacen aquí tan pronto?! — Se espantó el pelimorado y la zarandeó de un hombro. — Ay apúrate.
May abrumada por los nervios de Harley sintió como ella se contagiaba de los mismos, y observó a Absol nuevamente, intentando entender lo que debía hacer. Había germinado semillas antes con su madre, no era algo complicado, pero aquello frente a ella no era tierra, era una superficie de procedencia desconocida, y según la lógica que conocía, aquello no serviría de nada, pues para unas semillas normales el germinar era un proceso de días largos y tierra húmeda cosas que no tenían, quedando en blanco. Harley tuvo que sacudirla una vez más de los hombros para que reaccionara y solo asintió volviendo a tapar el agujero; frente a este Cacturne lo recubrió con extrañas espinas que sirvieron de soporte para que la tierra no cediera con todo el alboroto y el nuevo temblor que sacudió todo el lugar obligándolos a agacharse y tomar sus cabezas por los desprendimientos de tierra y piedra que comenzaron a caer sobre ellos.
— ¡May! — Escuchó la voz de su padre y levantó la cabeza, este se arrimaba a la pared de una de las rutas cercanas. — ¡Sal de ahí! — Le pidió, no parecía tener mucho ánimo de pasar a ese espacio al notar el cómo se movía y destruía, pero no se detuvo y continuó usando el brazo como protección para la vista, con intenciones de sacar a su hija de tal peligro, siendo cegado a mitad de camino por una luz tan radiante que parecía lo iba a quemar si se acercaba solo un poco más, pero en su lugar, sintió tal frío que su cuerpo empezó a congelarse. — ¡May! — Volvió a gritar, su hija se había levantado en un apuro a su ayuda, pero le fue impedido por Absol.
Ella se quedó estática y observó a su espalda, y ahí estaba: la brecha que abría paso al otro mundo había sido abierta en totalidad, siendo llevada a ésta por ambas criaturas junto a Harley, dejando a su padre despavorido detrás aun llamando por ella y a un grupo de guardias que intentaron ayudar a alcanzarla, pero la abertura se cerró a unos pocos centímetros de que su padre alcanzara la pata de Absol.
— ¡Papá! — Alcanzó a decir antes de verse rodeada por un cielo nublado ennegrecido desconocido y tierras negras y encharcadas que evitaban una movilidad normal, y frente a ella, ya no había brecha, solo un gigante ser semejante a un caballo blanco lleno de picos, sin rostro y una cabeza que terminaba en cono hacia atrás, poseía protecciones a lo largo de sus patas y dos aureolas al costado de su torso de multicolores.
— ¿Arceus? — Se horrorizó al reconocerlo, era diferente al que había visto en las leyendas, pero al mismo tiempo sabía que no podía ser otro.
May sintió un leve golpe en la cabeza y miró al culpable con más terror que molestia.
— No seas tonta ¡Arrodíllate! — Harley había sido el que la había golpeado, y se veía tan o más aterrado que ella, pero eso no evitó que la jalara y obligara a hacer lo que dijo junto a él. Ante eso, notó que solo Cacturne hacía lo mismo que ellos, mientras que Absol solo gruñía a su presencia; una respuesta completamente opuesta a la que tuvo con Rayquaza, a quien sí le mostró respeto. Por lo que se hizo a la idea de que algo no estaba bien.
Tomó toda la valentía que pudo acumular y con pesadez en el cuerpo ante el cambio de atmósfera de levantó y pidió explicaciones que sentía le debían con razones.
— ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué tiene que ser nuestro mundo? — Preguntó sin reparo ni respeto alguno, después de todo lo que había pasado lo que menos podía sentir era alguna pizca de condolencia ante los que decían ser los guardianes de su mundo. Para ese momento podía llegar a sentirlo como la historia de fantasía más falsa que alguna vez le contaron.
Tragó saliva cuando la cabeza se movió y agachó en dirección a ella, por mucho enojo que tuviera no es que pudiese hacer mucho en contra de tal criatura, si quisiera la misma podía aplastarla y ahí terminaba todo. Pero contra todo pronóstico, una voz omnisciente y severa retumbó por todos los costados de ese lugar.
— En este universo, existen más seres de los que alguna vez podrías imaginar, no creas que su planeta fue la primera opción, pero eran la única que poseía los recursos. No teníamos la intención de que las cosas se salieran de control a este nivel, solo queríamos pasar de manera simple, pero no fue posible gracias a la impertinencia de Rayquaza al plantar lo nexos.
— ¿Rayquaza? — Quedó en trance.
— Implantó nexos que nos prohíben el paso a su mundo libremente, por eso, no tuve otra opción que traer un pedazo del suyo para poder conectarlos.
— ¿El reino de las rosas? — Se espantó a tal grado que miró de un lado a otro, y lo reconoció, esas eran las tierras del reino en el que había estado, solo que ya no había nada, ni casas, ni animales, ni plantas, ni personas. Solo ese enorme charco bajo sus pies. — Por destruir unas piedras… por algo como eso…. ¿Por eso tuvieron que destruir todo un reino? — Reclamó chillando de la rabia que le fue imposible contener.
— En este universo nada es gratis, si es necesario sacrificar unos pocos en beneficio de muchos más, estoy dispuesto a cargar con la culpa. Un territorio no se compara a todo un planeta. Y era necesario para recibir la aceptación de Alguien que trajese los nexos para ello. — De la bolsa de May y del bolsillo de Harley salieron volando las piedras preciosas sin oportunidad a alcanzarlas hacia la cara de Arceus quien se notó cambió su expresión desinteresada por una de rabia. — Gracias a esto, la puerta que has plantado ayudará al paso de todos y adaptará su planeta a nosotros de la misma manera.
— ¿Adaptar?
— Como dije, tienen los recursos, solo faltan los implementos, después de destruir los nexos, podremos pasar y su planeta será nuestro nuevo nido y este el de ustedes. — May se quedó muda, quería entender lo que el imponente ser estaba diciendo, pero al mismo tiempo quería pensar que lo estaba malinterpretando en sus palabras.
— ¿Nos van a exterminar? — Harley levantó la cabeza espantado de lo que escuchaba, no recibió respuesta alguna, solo el amargor de la indiferencia; no solo de parte del impotente ser, sino también de aquel que él mismo proclamaba como alguien importante para él..
May entonces comprendió el rechazo de Absol, el enojo de Groudon y Kyogre, y lo más importante; la extraña simpatía de Rayquaza al simplemente obedecer el egoísmo de Drew. Pero su duda, era donde estaban si no hace mucho, según lo que ella había vivido, estaban batallando por una simple oposición de intereses ¿Arceus habría intervenido?
— No es una convivencia que convenga, ustedes son seres de guerras y apropiaciones, nosotros simplemente fluimos con la naturaleza y sus elementos; sólo nos traerán complicaciones.
— Pero… — Observó a Absol, este no le fue recíproco al mantenerse alerta y sintió miedo por él, a tal punto de que comenzó a temblar en ese espacio donde la única sensación que percibía era de vacío. — Absol…
El suelo comenzó a temblar al punto de hacerla caer al suelo y partirse; los cielos rugieron junto a venosas luces que lo rompían sin piedad.
— Es hora. — Comunicó Arceus en medio de todo el desastre, desconcertando a ambos humanos que con horror observaron como éste se elevaba alejandose y dejando un rastro de los residuos negros de sus patas.
Con él también se elevaban los nexos rodeados de una incandescente luz que parecían empezar a derretirse en medio de esta.
El cielo comenzó a caer dejando ver el oscuro vacío que aguardaba a ese mundo y a quienes les tocaría quedarse ahí; sin embargo, en oposición un mar de rugidos detuvo la ascensión del imponente ser que comenzó a ser atacado por fuertes rayos multicolores que venían de varias direcciones, y frente a él aparecieron tres seres reconocidos por la princesa del reino de Hoenn: Rayquaza, Groudon y Kyogre, se habían unido para detener a Arceus.
Los tres seres pasaron de ellos sin detener sus ataques, logrando así que Arceus perdiera el foco y las gemas fueran liberadas; por las cuales Absol voló a recuperar en su hocico, pero fue interceptado por Cacturne y lastimado por una larga y brillante hoja que emergió de su brazo, el mismo cactus humanoide detuvo su ataque conteniendo su acatamiento al regresar su mirada al llamado suplicante de Harley, y después de quedar paralizado unos eternos segundos para ambos desistió de su ataque y lo dejó avanzar tranquilo hasta May, quien en un intento de no volver a caer se prendió del cuello del cuadrúpedo con esfuerzo, y notó el grave daño que le había causado el otro, a quien no pudo evitar regresar a mirar con recelo.
Mientras los tres seres divinos continuaron su lucha en contra de Arceus sin parar de atacar aún cuando este les devolvía los impactos con mayor ímpetu, se podía visualizar como el mismo ser caía a pedazos de a poco, mostrando seres diversos y espectaculares separarse de todos los bloques, hasta dejar a un Arceus de tamaño muy similar al de las otras tres divinidades. Ya no era multicolor, sino que poseía placas doradas en sus patas y aureolas.
Absol removió la cabeza contra el bolso de May y ella comprendió que quería la pluma por lo que sin pensar la sacó para él, y con una fuerte ráfaga, Absol la mandó a volar hacia arriba en línea recta, haciendo revolotear todo lo cercano y con un fuerte salto moviendo la hoz de su cabeza la partió en dos provocando una ruptura en el espacio que creció y creció hasta sobrepasar los límites de ese mismo mundo que iba perdiendo cada vez más su forma original a gran velocidad; tanto que las desesperación de millones y millones de criaturas los hizo correr en estampida hacia este nuevo portal.
De no ser por el rápido reaccionar de Cacturne y Absol que se apresuraron a apartarlos, tanto May como Harley hubiesen sido arrastrados por la intocable marea de seres que corrían errantes .
— Esta ha sido su decisión. — Se pudo escuchar la fuerte voz de Arceus como un eco, en el espacio. — En muchos años desde ahora su existencia y supervivencia no dependerá de mí, más que de cada uno ¿Entienden lo que han hecho?
Sus palabras de furia hicieron al mundo resonar con más devastación mientras que el trío de criaturas divinas lejos de calmar al ser supremo, aprovecharon sus palabras al tomarlas como aceptación, ayudando a todos los seres faltantes a pasar hacia la nueva grieta, acción que fue imitada por Absol y Cacturne quienes buscaron una zona específica y la atravesaron regresando a las minas donde el padre de May al esperar por alguna señal pudo ver a su hija regresando más salva que sana en el lomo de la quimera, con el bibliotecario de la ciudad y la curiosa criatura que había visto antes a su lado.
Norman recibió a su hija con un abrazo de alivio que no duró el tiempo que hubiese querido ante el comienzo de un temblor tan fuerte que nuevamente la tierra sobre sus cabezas comenzó a desprenderse, obligandolos a todos a salir de ahí, pero gracias a que tenían la guía de mineros veteranos junto a ellos pudieron llegar con facilidad a la superficie, donde un espectáculo de brillantes estrellas se extendía en el cielo del reino dispersandose por todas partes y lloviendo sobre ellos en grupos como un río repartiendo su cauce, extendiéndose por todas las regiones del mundo.
— Así que estas son las criaturas de las que hablaba… — Norman observaba al cielo fascinado y aterrorizado a la vez, no solo estaba viendo las imponentes presencias del trío creador surcando los cielos, sino que muchas criaturas desconocidas y muchas otras con una imponencia igual o parecida a los del principio, sin contar a un Arceus brillando más que la misma luna llena; en medio de todo esto parecía ser el contenedor de todas las criaturas que seguían un rumbo a sus lugares indicados e ideales según su especie. — May… — Buscó a su hija hasta que dio con ella a unos metros concentrada en la quimera, sabía que por mucho que le quisiera decir algo, sintió que en ese momento no tenía que interrumpirla y, no solo eso, uno de los guardias se acercó a él apresurado y entre jadeos de haber pasado un largo sendero corriendo le informó de algo que lo dejó estupefacto.
— Soy un guardia de Slate señor. — Se presentó y esperó por la venia para continuar su relato. — Desde hace una hora me han comunicado diferentes sectores de la ciudad que los canales han vuelto a proveer agua con un caudal en ascenso, la tierra está recuperando su color y las plantas sembradas hace mucho han brotado con buen pronóstico. — Se explicó, Norman asintió y procedió a hacer una seña de que le muestre el camino.
— Mañana hemos de regresar al palacio a primera hora. — Anunció a su guardia personal antes de ser guiado por el hombre; no sin antes darle un última ojeada a su hija, quien no parecía tan alegre de la hazaña que había realizado.
May se encontraba frente a Absol, este no soltó los nexos en ningún momento y ella solo podía mirarlo con cariño y dolor.
— Deberíamos de ser capaces de curarte, como mínimo. — La criatura negó inmediatamente y tras de él apareció un ser que May reconoció como la luz que vio cada que cambió de tiempo, era pequeño y verde como si se tratase de un hada, que alguna vez leyó descrita en los cuentos de fantasía que tanto le gustaban, con una cabezo de cebolla bastante adorable a su parecer. — ¿Celebi? — Fue lo único que pudo pronunciar, había hablado con Drew por la posibilidad de encontrarlo, pero al final del día, parecía que todo fue al revés, y para su pesar, ella ya reconocía lo que significaba su presencia ahí.
Observó a Absol con lágrimas en los ojos, no quería perder otra vez algo importante.
— ¿Vas a volver, verdad? Yo sé, que el reino de las rosas ya no volverá, sé que Drew no volverá, pero ¿Tú también? Digo, puede ser como pasó conmigo que solo me fui por unos minutos, nadie notó mi ausencia, tú también… Podría ser… — Absol solo se le restregó a un costado con cariño como su manera de despedirse, ella lo abrazó de vuelta y dejó la cabeza del mismo llena de sus lágrimas, hasta que Celebí se interpuso entre ellos y en una espiral que rodeó al cuadrúpredo éste desapareció en un haz de luz dejando solo destellos que se perdieron en el viento helado de la noche..
A los pies de ella un pequeño ser naranja semejante a un pollo se le acercó en curiosidad, ella se agachó y acarició un poco su cabeza, era cálido, y recordó el dolor que era tocar algo con sus manos en ese estado aun cuando tenía los guantes puestos: un segundo después Harley llegó hasta ella seguido de Cacturne.
— No deberías de llorar, no es justo que tu llores, — Le dijo, ella solo se secó las lágrimas porque no quería que justamente él la viese llorando por una segunda vez como una niña desconsolada. — Has ayudado a todo un mundo a pasar a otro, y no solo eso, has salvado el tuyo. Creo que eso es bastante para sonreír y enorgullecerse aunque sea un poco. — Le dijo con una sonrisa amable y empática, algo que a May le extrañó pero terminó siendo recíproca y agradecida de sus palabras, y aunque quiso contestarle algo, su vista se volvió borrosa y su consciencia oscura, hasta el punto de solo poder sentir cómo se golpeaba contra el suelo.
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Re: [Fan Fic] Una Simple Esmeralda
13. Capítulo ocho: Del presente al futuro para un pasado. (Parte 2)
En el Reino de Hoenn, en su capital Petalburgo extranjeros y habitantes se levantan con los primeros rayos de sol para admirar la belleza de un pueblo que de poco a poco se recuperaba de la decadencia, no sólo gracias al cambiado y mejorado clima, sino también a unas singulares criaturas que cayeron del cielo y muchas de ellas, ahora convivían con los humanos en afán de adaptarse y comprender ese nuevo mundo que estaban prestando y de poco haciendo su hogar permanente.
La princesa del reino abrió los ojos aun desconcertada, su último recuerdo era un río de extraños puntos brillantes en el cielo, fluyendo y esparciéndose por todas partes; pero en ese momento, los puntos brillantes dejaron de esparcirse por el cielo, sino que al contrario, en ese momento podía ver cómo perlas caían a su rostro como agua que solo la golpeaba delicadamente para seguir su camino hacia la cómoda almohada.
— ¿Mamá? — Preguntó en murmuro con el desconcierto adornando su rostro aun adormilado. No recordaba haber visto llorando a su madre nunca, normalmente era una mujer fuerte y determinada, pero aquel pensamiento de ella se derrumbó en menos de tres segundos. — ¿Estás bien? — Se sentó con dificultad al sentirse débil, sus manos estaban vendadas hasta los codos y sentía el ardor del recién aplicado ungüento en estas; reconociendo también el extraño y ambiguo aroma de la medicina aromática del reino. — ¿Por qué lloras? Y ¿Por qué lavanda? Me da nauseas. — Se quejó antes de recibir el fuerte abrazo de su madre que la hizo emitir un suave sonido de dolor, a lo que la mujer no hizo nada por alejarse.
— ¿Tú estás bien? — Preguntó preocupada al separarse de su hija, las lágrimas seguían rodando por las mejillas de la mayor; May solo atinó a asentir y recobrando sus sentidos de todo lo ocurrido sus ojos imitaron a los de su madre y se lanzó a sus brazos nuevamente.
— ¡Estaba aterrada, mamá! — Lloró con fuerza. — ¡Por un momento vi como este mundo también iba a colapsar! Lo siento, lo siento. — Repitió tantas veces que su madre solo pudo sobajear su espalda para intentar calmarla.
— Pero no ocurrió, cariño, no ocurrió. — Le dijo al consolarla y así mismo ella también se intentó recomponer.
— Pero por mi desobediencia… Si no hubiera estado Absol ahí…
— Tranquila, ya pasó. — La reconfortó. — Además, no solo no colapsó el mundo, sino que has traído a este mundo y a nuestra región la vitalidad que había perdido. — Le limpió las lágrimas mientras ella se levantó en un tambaleo nervioso, y con su voz nasal fue hacia la puerta a anunciarle al guardia la buena noticia. May observó a la ventana, estaba atardeciendo, lo que despertó su curiosidad.
— ¿Estuve inconsciente un día?
— Cuatro para ser exactos. — Le contestó su madre antes de que Solidad entrase con un desayunador de cama lleno de comida y lo puso justo frente a May quien había quedado anonadada por el anuncio.
— ¿Cuatro días? — Se preguntó a sí misma, no se podía creer que hubiera pasado tanto tiempo sin hacer nada, claro que había estado bajo mucha presión, pero nunca esperó que fuese a tal nivel.
— El doctor dijo que nunca había visto un caso de agotamiento tan alto como el que vio en usted y en su amigo el bibliotecario. — Le explicó Solidad. — Por favor, sírvase, aún está caliente.
— Ah, gracias. — Le dijo sin prestar realmente atención. — ¿Harley también quedó inconsciente? — Dudó de aquello, recordaba que él seguía de pie cuando ella perdió el conocimiento.
— Sigue inconsciente. — La corrigió la pelirrosada. May tragó saliva, eso la tomó por sorpresa. — Pero no se preocupe, está bajo vigilancia médica en el palacio. — Le reconfortó. — Bueno, ahora sabemos que sí despertará.
— ¿A qué te refieres?
— Bueno… — Miró a Caroline de reojo. — Podría decirse que el doctor no había dado ninguna esperanza de que ninguno de los dos despertara. — Le explicó, dando pauta a May para comprender el anterior estado de ánimo de su madre. — No se ha separado de usted en estos tres días. — Le dijo en voz baja para que solo May escuchara, pero la mujer carraspeó y Solidad se alejó de la princesa para luego salir mientras se despedía con un movimiento de manos.
— Deberías de empezar a comer, son tres días que has pasado sin alimento alguno — Le recordó su madre. May obedeció y degustó de los alimentos. Y ¡Vaya sabor! No era igual, pero sí muy similar al que recordaba de su infancia: Una sopa de verduras y carne acompañada de rebanadas de pan. Las comidas de los últimos ocho años habían estado bien, pero solo eso, ahora era como volver a esos años atrás. — ¿Te sorprende? Es gracias a ti. — Se volvió a sentar a un lado de la cama mientras sonreía a su hija. — Quizá, esto pasó por simple coincidencia y se transformó en tu responsabilidad en cuanto te puse contra las cuerdas. Y lo siento mucho. — La mujer la miró tan arrepentida que May sentía que si le decía que no era su culpa la iba a regañar. — Pero ahora, gracias a ti, el reino ha vuelto a ser lo que era, ya lo podrás comprobar en estos días… ¿Sabes lo que eso significa no? — La joven negó sin dejar de masticar. — Ya no hay ningún compromiso. — Le sonrió. May abrió los ojos grandes, y le regresó la sonrisa, aunque cansada, con ilusión de poder escuchar aquello. Pero antes de que pudiese agradecerle algo a la mujer, la puerta de su habitación se abrió con la presencia de su padre seguido de su hermano, el primero con un ramillete de flores y el otro con muchas preguntas acerca de todo lo que había ocurrido con su hermana para poder comprender todo lo ocurrido a profundidad, cosa a la que se unieron los progenitores.
Los días pasaron, May tuvo un descanso de varios días en cama por órdenes médicas, además, supo que Harley despertó a los dos días después de ella y poseía un tratamiento parecido, con la diferencia de que él tenía a Cacturne con él y a ella le permitieron mantener al pequeño pollo que no dejaba de picotear a su puerta y que recordaba como la criatura que se le acercó antes de caer desmayada.
También le contaron que los investigadores no tardaron en salir a explorar y descubrir todo lo posible acerca de los nuevos y extraños entes que ahora compartían el planeta con ellos.
Al mes de darle vueltas decidieron cambiar el nombre de: Criaturas divinas por: Pokémon, puesto que decían ya no eran seres lejos de su comprensión y tenían muchas aptitudes que recordaban no sólo animales o plantas sino también a los mismos humanos.
Al tercer mes habían logrado hacer un listado regional numerado para poder calificarlos y llevar mejor una cuenta de especies, esta lista llegaba a manos del Rey Norman como manera de registro y certificación; en la misma habían añadido prototipos de nombres que eran reguladas por el investigador principal del palacio.
Esta lista fue pedida por May al cuarto mes de sentirse invadida por la curiosidad de si habían encontrado a Absol o alguna especie parecida, y para su sorpresa había una, el borrador del retrato era muy similar al Absol que conocía, pero más pequeño, sin alas, un pelaje más corto y caído, y una marca más pequeña en la frente, pero una hoz más larga y redondeada sobre su cabeza.
No pudo pasar por alto el hecho de que su nombre lo dejaron como: "Quimera" pero no le gustaba al conocer la historia que este nombre poseía, por lo que decidió tacharlo y cambiarlo, aun contra el dolor que aún sentía en sus manos a: Absol, como un pequeño honorífico a la criatura que la ayudó tanto y que prácticamente era la razón por la que seguía viva.
Una vez saciada su duda, revisó con calma todas las investigaciones por curiosidad, y varios le llamaron la atención, como el pollito que ahora tenía, sabía que le habían puesto "Torchic" un nombre que aceptó por lo bonito que sonaba, pero así mismo notó que tenía una etapa de crecimiento muy diferente a lo que estaba acostumbrada en animales comunes, y solo podía rezar porque no creciera agresivo puesto que en lo que iba a terminar era algo muy imponente. También hubo otro que le llamó la atención en medida y que le recordó la razón por la que pasó todo eso; era una pequeña criatura verde con picos en la cabeza y rosas, una azul y otra roja, como manos, detalles que le hicieron recordar a aquel joven de ojos esmeralda, y por el que también decidió cambiar el nombre de ese pokémon a Roselia, puesto que se confundió al recordar el nombre que le había dado en primer instancia el joven peliverde cuando se conocieron. Su padre aunque al principio se sintió angustiado al tratarse de documentos de investigación, decidió hablarlo con los encargados siendo que era una petición de la princesa del reino solo porque sí, ocultando completamente el hecho de hacerlo, a parte de por ser su hija, porque sentía que se lo debían como nación.
Cuando los Pokémon llegaron a ese mundo muchas zonas parecían haber cambiado a conveniencia de los mismos y modificadas un tiempo después por estos; lo que aunque era un cambio complicado de aceptar para unos más que otros, les tocaba aprender a vivir con eso por demanda del Rey, quien ya no solo era el rey, sino que también era quien había logrado el paso de estas criaturas, y por quien el reino había vuelto a su prosperidad. Una verdad que fue adelantada por Max en la misma noche de su cumpleaños y que todo el mundo se creyó en cuanto vieron lo ocurrido, nombrandolo: "El salvador de Hoenn".
A Norman le molestaba puesto que era mérito de su hija, pero May no quiso cambiar esa historia porque sabía que refutar algo dicho por el heredero lo metía en caminos sinuosos a futuro con la gente, y no quería que algo así le ocurriese a su hermano, a parte de que así no tenía ninguna obligación de asistir a ninguna celebración o reunión obligatoriamente, como sí era el caso de su padre quien lo estaba por los honores que le hacían. Y no era que a May no le gustase la atención, pero no quería revivir una y otra vez su no tan agradable viaje con las preguntas de los nobles, de las cuales su propio padre se quejaba y por lo cual tuvo que inventarse un guión lo suficientemente convincente para que nadie sospechara que eran mentiras.
Al año de los sucesos, su madre, preocupada por la edad de su hija, la animó a volver a debutar en sociedad, pues ya era demasiado mayor para seguir siendo considerada una niña. May aceptó solo por el pequeño interés que cogió a los eventos y su planificación, puesto que después de la recomposición del reino pudo entender con una mente más madura la elegancia y organización que había detrás de estos, queriendo hacerse cargo de alguno ella misma, y tomando su propia fiesta como excusa para ello, fue ayudada muy de cerca por su progenitora para lograr un baile no solo a su gusto, sino que también del agrado de los invitados.
A May le hubiera encantado tener un acompañante diferente para la ocasión, pero puesto que se trataba justamente de la princesa del reino no podía simplemente escoger a cualquiera, o los rumores comenzarían a deambular por todas las regiones, dejando en el puesto a su hermano Max, el heredero al trono, y familiar más cercano y de confianza, mismo que ese año tuvo la gracia de la pubertad estirando su altura a una unos centímetros más allá de la de ella y obteniendo una apariencia aunque muy similar a su padre más refinada por los rasgos heredados de su madre.
Tanto la presentación como el baile principal fueron tranquilos y armoniosos dando una impresión diferente a lo que normalmente se decía de: “La hija rara de los reyes” y no porque lo haya dejado de ser, simplemente se había aprendido a controlar más y se podía decir que estaba más calmada y aceptaba mejor las cosas aun cuando se le fuesen difíciles de procesar. Pero eso no bastó para sentir que había comenzado a hacer buenas migas con las demás damas nobles, al contrario fue completamente ignorada al tener un público más enfrascado en intentar impresionar al heredero al trono, que el hecho de que se suponía el tema central era ella; algo que si lastimó su orgullo de damita, estrellándose contra la dura y cruel pared social que debía de aprender a derribar, o si se ponía creativa también la podía pintar de colores más bonitos para no ver lo fea y aterradora que era, pero sería algo que dejaría para otra ocasión; en ese momento estaba más enfocada en disfrutar del banquete de bocadillos que habían dejado para que cualquiera se sirviere lo que gustase, y sin duda los bollos con crema habían sido de las mejores elecciones hechas, según su paladar.
— Princesa Balance, es un gusto. — Escuchó a sus espaldas una voz masculina joven y se dio media vuelta para encontrarse con el mismo príncipe de mirada desafiante de aquella noche que prefería mantener en el olvido. — Brendan Birch a sus servicios. — Tomó la mano protegida por los delicados guantes de algodón y la besó, soltandola al instante para no incomodar a una señorita que ya se veía en demasía incómoda, pues su presencia solo le recordaba lo mal que la había pasado la noche de más de un año atrás.
— Un gusto, Principe Birch. — Hizo una reverencia en conjunto a su enorme vestido naranja de volados verdes.
— Veo que sabe quien soy. — Musitó agasajado, ella asintió.
— Mi padre y madre me han hablado sobre usted, quedaron impresionados de buena manera cuando cumplió su decimoquinto cumpleaños. — Respondió de igual manera.
— Es bueno saberlo. — Hizo una pausa y observó que la chica no daba por soltar su comida, algo que le respondió aún más cosas. — Usted sabe por qué estoy aquí ¿No es así?
— Porque fue invitado a mi fiesta debutante. — Se hizo la tonta junto a una enorme sonrisa fingida.
— Aparte de eso. — Él decidió reír con pudor. — Dudo que sus padres no le hayan hablado de un compromiso.
— Bueno, sí, pero fue anulado. — Ella tragó saliva. — A parte no es obligatorio, y nunca lo fue.
— Hable por usted. — Suspiró pesadamente. — Antes no tenía la exigencia de aceptarlo, solo era unir fuerzas entre dos reinos en decadencia, pero ahora con ambos reinos volviendo a su normalidad, no puede haber mejor compañera que la hija del héroe que logró tal hazaña ¿No lo cree?
— Para nada. — May se quedó en blanco porque de ser así, y ateniéndose a la verdad, sería una hija ficticia que ella no tenía. — Solo soy la hija de alguien que hizo lo correcto, por favor no le intente dar muchas vueltas a ello.
— Y no lo hago. No tengo intenciones de ser un incordio en su vida, aunque es verdad que es muy probable que mis padres insistan en esta propuesta.
— Así que… no es cosa suya…
— Para nada. — Esta vez rio de manera sincera. — Solo vine a observar el panorama y hacer el intento.
— Así que a observar el panorama. — Ella misma se perdió en las decoraciones del salón principal, orgullosa de lo que había logrado con un presupuesto poco exagerado al querer dejar un aparte para los establos y otra para las investigaciones pokémon.
— Debo decir que ha logrado un espléndido trabajo llevando a cabo este evento, los nobles se ven de muy buen humor aun cuando hay otras clases sociales no acostumbradas.
— Ah…. Bueno, eso…
— No necesita explicar nada, hasta personas como nosotros poseemos amistades de diferentes estados económicos.
— ¿Y qué le parece la comida? — Cambió de tema al no querer ser juzgada tan pronto.
— Exquisita. — Dijo sin más y añadió. — Es probable que haya muchas pedidas de mano de ahora en adelante. Aparte de la mía, si me deja recomendarle algo, debería dejar ir al fantasma que la persigue.
— ¿Fantasma? ¿De qué habla?
— Tiene unos ojos hermosos pero tristes, como si hubiera perdido algo, yo en mi teoría sospecho de un amor pasado.
— ¿Amor pasado? — Quedó pensativa y luego sonrió y negó. — No es así, me ha malinterpretado, es verdad que tuve una pérdida, pero, no tiene nada que ver con algo tan romántico, era algo un poco diferente, si es verdad que mis ilusiones pudieron cegarme al yo ser muy inmadura y joven, pero estoy segura de algo, era diferente a un simple romance, era un poco más añorante y mágico, si se me permite decirlo.
El joven la escuchó atentamente y así mismo le contó sobre su real anhelo: Viajar y conocer muchas más cosas fuera de la nobleza y su alta alcurnia, quería algo fuera de los líos políticos y hereditarios. Ella solo lo escuchó y alentó para que siguiera lo que realmente quería, pues, aunque no fuese alguien a quien quisiera muy cerca, se sentía identificada con su sueño.
A los pocos días de la fiesta, comenzaron a llegar varias propuestas, así como había dicho Brendan, algo que sin duda la sorprendió y fastidió, puesto que sin importar a donde fuese, si alguien la reconocía y era de familia noble no faltaba el que pedía su mano o por medio de letras le pedían una respuesta: Cartas que ella ya había hecho quemar por Torchic.
Y sin dar respuesta alguna nunca, solo se dedicó a aprender sobre los eventos del reino y en un momento ser la mano derecha o la cabeza principal de la organización de estos, convirtiéndose en la organizadora principal de grandes galas del reino. Y así otro año pasó, tiempo en el que los temblores no cesaron y así mismo los montones de cartas llegaban a su nombre con peticiones referentes a los eventos anuales y cómo deberían ser cambiadas o canceladas por alguna ridiculez, siendo muy pocas las que daba su aprobación para luego pasarlo a su padre quien daba la palabra final.
Un día, después de su cumpleaños número veinte, entre estas cartas recibió una con un aroma muy familiar que la paralizó del miedo, tanto que no quiso abrirla y solo la apartó hasta lo último, tomándole dos días en los que sin darse cuenta había acelerado su lectura y juicio de manera nerviosa y errática, dejando como único trabajo inconcluso aquella carta con aroma a perfume de rosas.
Al abrirla buscó por las esquinas sin encontrar lo que pensaba iba a encontrar, sintiendo alivio y decepción a la vez, y suponiendo que se trataría de otra carta de petición de mano comenzó a leerla.
Sintió que sus ojos se salían de lo que había leído, era una familia que no conocía intentando renovar el tratado de paz y ella no había dicho nada desde hace dos días.
Salió corriendo de su pequeña oficina hasta el despacho de su padre para darle aviso de algo que a él también le cayó en frío, puesto que desconocía ese apellido; hasta que llegó Caroline a desenmarañar todo el lío y aclarando como si fuera evidente y estuviese viendo un fantasma dijo:
— Es el verdadero apellido de los reyes del reino de las Rosas. No lo utilizaban puesto que querían evitar confusiones entre el de ellos y su tierra, ya que no eran gente muy conocida alrededor de los reinos.. Pero no entiendo… ¿Cómo es posible?
Ambos padres miraron a May, esta solo se encogió de hombros sin saber qué decir, ni siquiera podía reaccionar, porque no quería hacerse ilusiones, y no podía ni vislumbrar un ápice de esperanza en ella, porque lo había visto con sus propios ojos, y en su pequeña fantasía solo pudo razonar lo más obvio: Rayquaza cumplió el deseo de Drew y salvó a su gente. Algo que era sin duda otra buena obra por parte de aquel ser del que ahora se sabía vivía y reposaba fuera del alcance del ojo humano y muy raramente se lo avistaba surcando los cielos de su región.
Aquello la hizo ir a la biblioteca donde trabajaba Harley, sintió esa necesidad por simple nostalgia y por pasar a saludar. Había sido remodelada y ahora Harley trabajaba junto a Cacturne, además, el lugar estaba lleno de uno que otro bicho raro que todavía calaban en los nervios de May por sus apariencias tétricas. Ella no podía entender cómo el encargado del lugar siquiera los podía considerar lindos.
Aprovechó para pedirle el libro que había leído Drew cuando estuvo ahí. Pensaba que si realmente iba a volver a ver a gente del reino de las rosas, quería poder superar algunas cosas primero aunque sólo le quedase un día para ello.
Harley se lo indicó muy de malas con soberbia de más y ella solo le pudo arrugar la cara al notar que no cambiaba ni porque lo habían ayudado en su casa, aunque su excusa era muy válida para contradecirlo: "Es su deber como líderes, si no lo hubieran hecho quedarían muy mal ante un pueblo que aún cree en ellos de pura suerte, renacuaja"
Y para tener que escucharlo demasiado prefería solo adentrarse en los libreros del terror hasta donde le había indicado, lugar en el que para su sorpresa y sensibilidad, encontró a un Absol conocido sacando el libro que buscaba, pero antes de poder llegar a él había desaparecido junto a celebi con el libro en el hocico y sin ninguno de los nexos, pero igual de mal herido como lo recordaba de hace dos años.
Y de nuevo Brendan había tenido razón, era perseguida por fantasmas que no sabía si podría superar alguna vez en la vida.
Regresó a su hogar y para no pensar en nada decidió salir a cabalgar con su caballo, y junto a su ya crecido Torchic que ahora se llamaba Combusken y parecía un pollo alargado y de grandes muslos, y un Butterfly, una mariposa gigante de alas multicolores, la consentida de la reina Caroline, dicho sea de paso. Hasta que el agotamiento le hizo volver a casa y caer en un profundo sueño a la hora de dormir.
Finalmente había llegado el día, y no había superado nada de lo que creía olvidado, por lo que en la tarde prefirió quedarse en su escondite detrás del castillo observando como el alto caudal del río arrastraba varias hojas caídas, ramas y una que otra roca colorida hacia el reino, hasta que una voz la sacó de su al fin logrado trance, haciéndola temblar en escalofríos y a maldecirse al sentir cómo sus ojos comenzaban a derramar lágrima tras lágrima sin piedad alguna.
— ¡Oye! — Escuchó a sus espaldas, se giró en ese momento y lo vió, mucho más alto que ella, un cabello bien peinado que parecía haber pasado horas frente al espejo para no dejar ni un solo mechón fuera de lugar. Su traje no dejaba mentir que se trataba de alguien de alta alcurnia, su camisa negra era simple pero contrastaba con la túnica morada de detalles dorados en pecho y hombros, acompañados de unos pantalones negros y zapatos lustrados del mismo tono. Su rostro sonriente la tomó de imprevisto, dejándola boquiabierta en los primeros segundos de contacto visual, para luego comenzar a tartamudear al no saber qué decir o cómo reaccionar, por un momento llegó a creer que estaba imaginando cosas, por lo que se dio a la tarea de comprobarlo aún con todo el peso emocional golpeando en su pecho.
— ¿Q-Quién eres, acaso un ladrón? — Preguntó con la voz quebrada, regresando la mirada al río, lejos de el chico tras ella.
— No sabría si un ladrón, un mago retirado o un verdugo mal pagado.
— ¿Cómo sabes eso? — Regresó a mirarlo exaltada, eso nunca lo había dicho en alto, por lo que podía empezar a creer que sin duda era su imaginación..
— Te lo dije antes, May, eres un libro abierto. — Le sonrió con calma poniéndose a un lado de ella y observando con atención a la corriente donde ella volvía a perderse con toda intención.
— Leer los pensamientos de una señorita es de muy mal gusto, que lo sepas. — Se cruzó de brazos, ofendida y tomando más aire del que sus pulmones le permitían.
— Parece que he ofendido a la princesa del Reino de Hoenn, estoy en problemas. — Suspiró aparentando preocupación. — ¿Qué debería hacer? ¿Hay alguna cosa que desee por el perdón de esta pobre alma perdida?
— ¿Desear…? — Quedó muda más de lo que hubiese querido, realmente tenía muchas cosas que quería, que sabía eran imposibles ya. — Sí, deseo algo, pero es muy difícil de cumplir, por eso si lo cumple puede que lo perdone. — Siguiendo su juego de buen trato, volvió a mirarlo a él y con una pequeña sonrisa le dijo: — Quiero ir a otro reino, pero no cualquiera debe de ser uno de altas montañas y bellos paisajes, además, tengo que llegar en una pieza.
— ¿Segura que es eso lo que quiere? No sería mejor, no sé… ¿Otro vestido? Traje algunos como obsequio.
— Tentador… Pero no, eso no es suficiente para que me olvide de la ofensa. Además, mi vestido, aunque poco práctico, está en perfecto estado.
— Entonces, creo que puedo hacer un intento. ¿Alguna vez escuchó hablar del Reino de las Rosas?
— Algo sé.
— Tuvo una época un tanto gris y polvosa, pero hoy gracias a todo el esfuerzo que se hizo por este ha regresado a su bello estado de antes. Aunque pensándolo bien, No, ahora es mucho más bello, además de poseer otro nombre en honor a sus líderes. — Se corrigió. — ¿Está bien ese pequeño pero muy bello reino?
— No puedo pensar en ninguno mejor. — Y por fin, volvió a mirarlo con una tierna sonrisa que el chico le regresó con una mirada cómplice misma que aún resplandecía con un leve destello de algo que siempre recordaría con cierto cariño y recelo: el brillo de una simple esmeralda.
Faltan unos extras y un prólogo porque viva mi idiotez kajkdjsajksj pero en sí ya ese es el final. Bueno, el primero, hay un segundo "final" por decirlo así (?
Sigo sacándole jugo a algo que nadie lee lkjdjhjhsd
Pero aquí seguimos con fe de que alguien lo lea alguna vez y me comente mínimo lo lamentable que es ksdjksjflK
En el Reino de Hoenn, en su capital Petalburgo extranjeros y habitantes se levantan con los primeros rayos de sol para admirar la belleza de un pueblo que de poco a poco se recuperaba de la decadencia, no sólo gracias al cambiado y mejorado clima, sino también a unas singulares criaturas que cayeron del cielo y muchas de ellas, ahora convivían con los humanos en afán de adaptarse y comprender ese nuevo mundo que estaban prestando y de poco haciendo su hogar permanente.
La princesa del reino abrió los ojos aun desconcertada, su último recuerdo era un río de extraños puntos brillantes en el cielo, fluyendo y esparciéndose por todas partes; pero en ese momento, los puntos brillantes dejaron de esparcirse por el cielo, sino que al contrario, en ese momento podía ver cómo perlas caían a su rostro como agua que solo la golpeaba delicadamente para seguir su camino hacia la cómoda almohada.
— ¿Mamá? — Preguntó en murmuro con el desconcierto adornando su rostro aun adormilado. No recordaba haber visto llorando a su madre nunca, normalmente era una mujer fuerte y determinada, pero aquel pensamiento de ella se derrumbó en menos de tres segundos. — ¿Estás bien? — Se sentó con dificultad al sentirse débil, sus manos estaban vendadas hasta los codos y sentía el ardor del recién aplicado ungüento en estas; reconociendo también el extraño y ambiguo aroma de la medicina aromática del reino. — ¿Por qué lloras? Y ¿Por qué lavanda? Me da nauseas. — Se quejó antes de recibir el fuerte abrazo de su madre que la hizo emitir un suave sonido de dolor, a lo que la mujer no hizo nada por alejarse.
— ¿Tú estás bien? — Preguntó preocupada al separarse de su hija, las lágrimas seguían rodando por las mejillas de la mayor; May solo atinó a asentir y recobrando sus sentidos de todo lo ocurrido sus ojos imitaron a los de su madre y se lanzó a sus brazos nuevamente.
— ¡Estaba aterrada, mamá! — Lloró con fuerza. — ¡Por un momento vi como este mundo también iba a colapsar! Lo siento, lo siento. — Repitió tantas veces que su madre solo pudo sobajear su espalda para intentar calmarla.
— Pero no ocurrió, cariño, no ocurrió. — Le dijo al consolarla y así mismo ella también se intentó recomponer.
— Pero por mi desobediencia… Si no hubiera estado Absol ahí…
— Tranquila, ya pasó. — La reconfortó. — Además, no solo no colapsó el mundo, sino que has traído a este mundo y a nuestra región la vitalidad que había perdido. — Le limpió las lágrimas mientras ella se levantó en un tambaleo nervioso, y con su voz nasal fue hacia la puerta a anunciarle al guardia la buena noticia. May observó a la ventana, estaba atardeciendo, lo que despertó su curiosidad.
— ¿Estuve inconsciente un día?
— Cuatro para ser exactos. — Le contestó su madre antes de que Solidad entrase con un desayunador de cama lleno de comida y lo puso justo frente a May quien había quedado anonadada por el anuncio.
— ¿Cuatro días? — Se preguntó a sí misma, no se podía creer que hubiera pasado tanto tiempo sin hacer nada, claro que había estado bajo mucha presión, pero nunca esperó que fuese a tal nivel.
— El doctor dijo que nunca había visto un caso de agotamiento tan alto como el que vio en usted y en su amigo el bibliotecario. — Le explicó Solidad. — Por favor, sírvase, aún está caliente.
— Ah, gracias. — Le dijo sin prestar realmente atención. — ¿Harley también quedó inconsciente? — Dudó de aquello, recordaba que él seguía de pie cuando ella perdió el conocimiento.
— Sigue inconsciente. — La corrigió la pelirrosada. May tragó saliva, eso la tomó por sorpresa. — Pero no se preocupe, está bajo vigilancia médica en el palacio. — Le reconfortó. — Bueno, ahora sabemos que sí despertará.
— ¿A qué te refieres?
— Bueno… — Miró a Caroline de reojo. — Podría decirse que el doctor no había dado ninguna esperanza de que ninguno de los dos despertara. — Le explicó, dando pauta a May para comprender el anterior estado de ánimo de su madre. — No se ha separado de usted en estos tres días. — Le dijo en voz baja para que solo May escuchara, pero la mujer carraspeó y Solidad se alejó de la princesa para luego salir mientras se despedía con un movimiento de manos.
— Deberías de empezar a comer, son tres días que has pasado sin alimento alguno — Le recordó su madre. May obedeció y degustó de los alimentos. Y ¡Vaya sabor! No era igual, pero sí muy similar al que recordaba de su infancia: Una sopa de verduras y carne acompañada de rebanadas de pan. Las comidas de los últimos ocho años habían estado bien, pero solo eso, ahora era como volver a esos años atrás. — ¿Te sorprende? Es gracias a ti. — Se volvió a sentar a un lado de la cama mientras sonreía a su hija. — Quizá, esto pasó por simple coincidencia y se transformó en tu responsabilidad en cuanto te puse contra las cuerdas. Y lo siento mucho. — La mujer la miró tan arrepentida que May sentía que si le decía que no era su culpa la iba a regañar. — Pero ahora, gracias a ti, el reino ha vuelto a ser lo que era, ya lo podrás comprobar en estos días… ¿Sabes lo que eso significa no? — La joven negó sin dejar de masticar. — Ya no hay ningún compromiso. — Le sonrió. May abrió los ojos grandes, y le regresó la sonrisa, aunque cansada, con ilusión de poder escuchar aquello. Pero antes de que pudiese agradecerle algo a la mujer, la puerta de su habitación se abrió con la presencia de su padre seguido de su hermano, el primero con un ramillete de flores y el otro con muchas preguntas acerca de todo lo que había ocurrido con su hermana para poder comprender todo lo ocurrido a profundidad, cosa a la que se unieron los progenitores.
Los días pasaron, May tuvo un descanso de varios días en cama por órdenes médicas, además, supo que Harley despertó a los dos días después de ella y poseía un tratamiento parecido, con la diferencia de que él tenía a Cacturne con él y a ella le permitieron mantener al pequeño pollo que no dejaba de picotear a su puerta y que recordaba como la criatura que se le acercó antes de caer desmayada.
También le contaron que los investigadores no tardaron en salir a explorar y descubrir todo lo posible acerca de los nuevos y extraños entes que ahora compartían el planeta con ellos.
Al mes de darle vueltas decidieron cambiar el nombre de: Criaturas divinas por: Pokémon, puesto que decían ya no eran seres lejos de su comprensión y tenían muchas aptitudes que recordaban no sólo animales o plantas sino también a los mismos humanos.
Al tercer mes habían logrado hacer un listado regional numerado para poder calificarlos y llevar mejor una cuenta de especies, esta lista llegaba a manos del Rey Norman como manera de registro y certificación; en la misma habían añadido prototipos de nombres que eran reguladas por el investigador principal del palacio.
Esta lista fue pedida por May al cuarto mes de sentirse invadida por la curiosidad de si habían encontrado a Absol o alguna especie parecida, y para su sorpresa había una, el borrador del retrato era muy similar al Absol que conocía, pero más pequeño, sin alas, un pelaje más corto y caído, y una marca más pequeña en la frente, pero una hoz más larga y redondeada sobre su cabeza.
No pudo pasar por alto el hecho de que su nombre lo dejaron como: "Quimera" pero no le gustaba al conocer la historia que este nombre poseía, por lo que decidió tacharlo y cambiarlo, aun contra el dolor que aún sentía en sus manos a: Absol, como un pequeño honorífico a la criatura que la ayudó tanto y que prácticamente era la razón por la que seguía viva.
Una vez saciada su duda, revisó con calma todas las investigaciones por curiosidad, y varios le llamaron la atención, como el pollito que ahora tenía, sabía que le habían puesto "Torchic" un nombre que aceptó por lo bonito que sonaba, pero así mismo notó que tenía una etapa de crecimiento muy diferente a lo que estaba acostumbrada en animales comunes, y solo podía rezar porque no creciera agresivo puesto que en lo que iba a terminar era algo muy imponente. También hubo otro que le llamó la atención en medida y que le recordó la razón por la que pasó todo eso; era una pequeña criatura verde con picos en la cabeza y rosas, una azul y otra roja, como manos, detalles que le hicieron recordar a aquel joven de ojos esmeralda, y por el que también decidió cambiar el nombre de ese pokémon a Roselia, puesto que se confundió al recordar el nombre que le había dado en primer instancia el joven peliverde cuando se conocieron. Su padre aunque al principio se sintió angustiado al tratarse de documentos de investigación, decidió hablarlo con los encargados siendo que era una petición de la princesa del reino solo porque sí, ocultando completamente el hecho de hacerlo, a parte de por ser su hija, porque sentía que se lo debían como nación.
Cuando los Pokémon llegaron a ese mundo muchas zonas parecían haber cambiado a conveniencia de los mismos y modificadas un tiempo después por estos; lo que aunque era un cambio complicado de aceptar para unos más que otros, les tocaba aprender a vivir con eso por demanda del Rey, quien ya no solo era el rey, sino que también era quien había logrado el paso de estas criaturas, y por quien el reino había vuelto a su prosperidad. Una verdad que fue adelantada por Max en la misma noche de su cumpleaños y que todo el mundo se creyó en cuanto vieron lo ocurrido, nombrandolo: "El salvador de Hoenn".
A Norman le molestaba puesto que era mérito de su hija, pero May no quiso cambiar esa historia porque sabía que refutar algo dicho por el heredero lo metía en caminos sinuosos a futuro con la gente, y no quería que algo así le ocurriese a su hermano, a parte de que así no tenía ninguna obligación de asistir a ninguna celebración o reunión obligatoriamente, como sí era el caso de su padre quien lo estaba por los honores que le hacían. Y no era que a May no le gustase la atención, pero no quería revivir una y otra vez su no tan agradable viaje con las preguntas de los nobles, de las cuales su propio padre se quejaba y por lo cual tuvo que inventarse un guión lo suficientemente convincente para que nadie sospechara que eran mentiras.
Al año de los sucesos, su madre, preocupada por la edad de su hija, la animó a volver a debutar en sociedad, pues ya era demasiado mayor para seguir siendo considerada una niña. May aceptó solo por el pequeño interés que cogió a los eventos y su planificación, puesto que después de la recomposición del reino pudo entender con una mente más madura la elegancia y organización que había detrás de estos, queriendo hacerse cargo de alguno ella misma, y tomando su propia fiesta como excusa para ello, fue ayudada muy de cerca por su progenitora para lograr un baile no solo a su gusto, sino que también del agrado de los invitados.
A May le hubiera encantado tener un acompañante diferente para la ocasión, pero puesto que se trataba justamente de la princesa del reino no podía simplemente escoger a cualquiera, o los rumores comenzarían a deambular por todas las regiones, dejando en el puesto a su hermano Max, el heredero al trono, y familiar más cercano y de confianza, mismo que ese año tuvo la gracia de la pubertad estirando su altura a una unos centímetros más allá de la de ella y obteniendo una apariencia aunque muy similar a su padre más refinada por los rasgos heredados de su madre.
Tanto la presentación como el baile principal fueron tranquilos y armoniosos dando una impresión diferente a lo que normalmente se decía de: “La hija rara de los reyes” y no porque lo haya dejado de ser, simplemente se había aprendido a controlar más y se podía decir que estaba más calmada y aceptaba mejor las cosas aun cuando se le fuesen difíciles de procesar. Pero eso no bastó para sentir que había comenzado a hacer buenas migas con las demás damas nobles, al contrario fue completamente ignorada al tener un público más enfrascado en intentar impresionar al heredero al trono, que el hecho de que se suponía el tema central era ella; algo que si lastimó su orgullo de damita, estrellándose contra la dura y cruel pared social que debía de aprender a derribar, o si se ponía creativa también la podía pintar de colores más bonitos para no ver lo fea y aterradora que era, pero sería algo que dejaría para otra ocasión; en ese momento estaba más enfocada en disfrutar del banquete de bocadillos que habían dejado para que cualquiera se sirviere lo que gustase, y sin duda los bollos con crema habían sido de las mejores elecciones hechas, según su paladar.
— Princesa Balance, es un gusto. — Escuchó a sus espaldas una voz masculina joven y se dio media vuelta para encontrarse con el mismo príncipe de mirada desafiante de aquella noche que prefería mantener en el olvido. — Brendan Birch a sus servicios. — Tomó la mano protegida por los delicados guantes de algodón y la besó, soltandola al instante para no incomodar a una señorita que ya se veía en demasía incómoda, pues su presencia solo le recordaba lo mal que la había pasado la noche de más de un año atrás.
— Un gusto, Principe Birch. — Hizo una reverencia en conjunto a su enorme vestido naranja de volados verdes.
— Veo que sabe quien soy. — Musitó agasajado, ella asintió.
— Mi padre y madre me han hablado sobre usted, quedaron impresionados de buena manera cuando cumplió su decimoquinto cumpleaños. — Respondió de igual manera.
— Es bueno saberlo. — Hizo una pausa y observó que la chica no daba por soltar su comida, algo que le respondió aún más cosas. — Usted sabe por qué estoy aquí ¿No es así?
— Porque fue invitado a mi fiesta debutante. — Se hizo la tonta junto a una enorme sonrisa fingida.
— Aparte de eso. — Él decidió reír con pudor. — Dudo que sus padres no le hayan hablado de un compromiso.
— Bueno, sí, pero fue anulado. — Ella tragó saliva. — A parte no es obligatorio, y nunca lo fue.
— Hable por usted. — Suspiró pesadamente. — Antes no tenía la exigencia de aceptarlo, solo era unir fuerzas entre dos reinos en decadencia, pero ahora con ambos reinos volviendo a su normalidad, no puede haber mejor compañera que la hija del héroe que logró tal hazaña ¿No lo cree?
— Para nada. — May se quedó en blanco porque de ser así, y ateniéndose a la verdad, sería una hija ficticia que ella no tenía. — Solo soy la hija de alguien que hizo lo correcto, por favor no le intente dar muchas vueltas a ello.
— Y no lo hago. No tengo intenciones de ser un incordio en su vida, aunque es verdad que es muy probable que mis padres insistan en esta propuesta.
— Así que… no es cosa suya…
— Para nada. — Esta vez rio de manera sincera. — Solo vine a observar el panorama y hacer el intento.
— Así que a observar el panorama. — Ella misma se perdió en las decoraciones del salón principal, orgullosa de lo que había logrado con un presupuesto poco exagerado al querer dejar un aparte para los establos y otra para las investigaciones pokémon.
— Debo decir que ha logrado un espléndido trabajo llevando a cabo este evento, los nobles se ven de muy buen humor aun cuando hay otras clases sociales no acostumbradas.
— Ah…. Bueno, eso…
— No necesita explicar nada, hasta personas como nosotros poseemos amistades de diferentes estados económicos.
— ¿Y qué le parece la comida? — Cambió de tema al no querer ser juzgada tan pronto.
— Exquisita. — Dijo sin más y añadió. — Es probable que haya muchas pedidas de mano de ahora en adelante. Aparte de la mía, si me deja recomendarle algo, debería dejar ir al fantasma que la persigue.
— ¿Fantasma? ¿De qué habla?
— Tiene unos ojos hermosos pero tristes, como si hubiera perdido algo, yo en mi teoría sospecho de un amor pasado.
— ¿Amor pasado? — Quedó pensativa y luego sonrió y negó. — No es así, me ha malinterpretado, es verdad que tuve una pérdida, pero, no tiene nada que ver con algo tan romántico, era algo un poco diferente, si es verdad que mis ilusiones pudieron cegarme al yo ser muy inmadura y joven, pero estoy segura de algo, era diferente a un simple romance, era un poco más añorante y mágico, si se me permite decirlo.
El joven la escuchó atentamente y así mismo le contó sobre su real anhelo: Viajar y conocer muchas más cosas fuera de la nobleza y su alta alcurnia, quería algo fuera de los líos políticos y hereditarios. Ella solo lo escuchó y alentó para que siguiera lo que realmente quería, pues, aunque no fuese alguien a quien quisiera muy cerca, se sentía identificada con su sueño.
A los pocos días de la fiesta, comenzaron a llegar varias propuestas, así como había dicho Brendan, algo que sin duda la sorprendió y fastidió, puesto que sin importar a donde fuese, si alguien la reconocía y era de familia noble no faltaba el que pedía su mano o por medio de letras le pedían una respuesta: Cartas que ella ya había hecho quemar por Torchic.
Y sin dar respuesta alguna nunca, solo se dedicó a aprender sobre los eventos del reino y en un momento ser la mano derecha o la cabeza principal de la organización de estos, convirtiéndose en la organizadora principal de grandes galas del reino. Y así otro año pasó, tiempo en el que los temblores no cesaron y así mismo los montones de cartas llegaban a su nombre con peticiones referentes a los eventos anuales y cómo deberían ser cambiadas o canceladas por alguna ridiculez, siendo muy pocas las que daba su aprobación para luego pasarlo a su padre quien daba la palabra final.
Un día, después de su cumpleaños número veinte, entre estas cartas recibió una con un aroma muy familiar que la paralizó del miedo, tanto que no quiso abrirla y solo la apartó hasta lo último, tomándole dos días en los que sin darse cuenta había acelerado su lectura y juicio de manera nerviosa y errática, dejando como único trabajo inconcluso aquella carta con aroma a perfume de rosas.
Al abrirla buscó por las esquinas sin encontrar lo que pensaba iba a encontrar, sintiendo alivio y decepción a la vez, y suponiendo que se trataría de otra carta de petición de mano comenzó a leerla.
Querida familia real Balance de Hoenn: Nos da gusto volver a presentarnos con nuestra verdadera bandera; siglos pasaron para nuestro primer imperio, esta vez han sido años, unos muy difíciles en los que, dejados a la deriva de una isla en busca de su origen, hemos recobrado parte de nuestras raíces como reino y gente de cultura, por esta razón pedimos una audiencia para tratar un nuevo acuerdo de paz, y una feria cultural pospuesta tantos años ya. Un representante de nuestro reino llegará al suyo en cuatro días después de que esta carta sea recibida, ahora el viaje es mucho más largo y agotador que antes, esperamos sea bien recibido así mismo como nuestra propuesta. Por la molestía hemos enviado regalos esperando sean de su agrado. — Con esperanza La Familia real de Larrouse. |
Sintió que sus ojos se salían de lo que había leído, era una familia que no conocía intentando renovar el tratado de paz y ella no había dicho nada desde hace dos días.
Salió corriendo de su pequeña oficina hasta el despacho de su padre para darle aviso de algo que a él también le cayó en frío, puesto que desconocía ese apellido; hasta que llegó Caroline a desenmarañar todo el lío y aclarando como si fuera evidente y estuviese viendo un fantasma dijo:
— Es el verdadero apellido de los reyes del reino de las Rosas. No lo utilizaban puesto que querían evitar confusiones entre el de ellos y su tierra, ya que no eran gente muy conocida alrededor de los reinos.. Pero no entiendo… ¿Cómo es posible?
Ambos padres miraron a May, esta solo se encogió de hombros sin saber qué decir, ni siquiera podía reaccionar, porque no quería hacerse ilusiones, y no podía ni vislumbrar un ápice de esperanza en ella, porque lo había visto con sus propios ojos, y en su pequeña fantasía solo pudo razonar lo más obvio: Rayquaza cumplió el deseo de Drew y salvó a su gente. Algo que era sin duda otra buena obra por parte de aquel ser del que ahora se sabía vivía y reposaba fuera del alcance del ojo humano y muy raramente se lo avistaba surcando los cielos de su región.
Aquello la hizo ir a la biblioteca donde trabajaba Harley, sintió esa necesidad por simple nostalgia y por pasar a saludar. Había sido remodelada y ahora Harley trabajaba junto a Cacturne, además, el lugar estaba lleno de uno que otro bicho raro que todavía calaban en los nervios de May por sus apariencias tétricas. Ella no podía entender cómo el encargado del lugar siquiera los podía considerar lindos.
Aprovechó para pedirle el libro que había leído Drew cuando estuvo ahí. Pensaba que si realmente iba a volver a ver a gente del reino de las rosas, quería poder superar algunas cosas primero aunque sólo le quedase un día para ello.
Harley se lo indicó muy de malas con soberbia de más y ella solo le pudo arrugar la cara al notar que no cambiaba ni porque lo habían ayudado en su casa, aunque su excusa era muy válida para contradecirlo: "Es su deber como líderes, si no lo hubieran hecho quedarían muy mal ante un pueblo que aún cree en ellos de pura suerte, renacuaja"
Y para tener que escucharlo demasiado prefería solo adentrarse en los libreros del terror hasta donde le había indicado, lugar en el que para su sorpresa y sensibilidad, encontró a un Absol conocido sacando el libro que buscaba, pero antes de poder llegar a él había desaparecido junto a celebi con el libro en el hocico y sin ninguno de los nexos, pero igual de mal herido como lo recordaba de hace dos años.
Y de nuevo Brendan había tenido razón, era perseguida por fantasmas que no sabía si podría superar alguna vez en la vida.
Regresó a su hogar y para no pensar en nada decidió salir a cabalgar con su caballo, y junto a su ya crecido Torchic que ahora se llamaba Combusken y parecía un pollo alargado y de grandes muslos, y un Butterfly, una mariposa gigante de alas multicolores, la consentida de la reina Caroline, dicho sea de paso. Hasta que el agotamiento le hizo volver a casa y caer en un profundo sueño a la hora de dormir.
Finalmente había llegado el día, y no había superado nada de lo que creía olvidado, por lo que en la tarde prefirió quedarse en su escondite detrás del castillo observando como el alto caudal del río arrastraba varias hojas caídas, ramas y una que otra roca colorida hacia el reino, hasta que una voz la sacó de su al fin logrado trance, haciéndola temblar en escalofríos y a maldecirse al sentir cómo sus ojos comenzaban a derramar lágrima tras lágrima sin piedad alguna.
— ¡Oye! — Escuchó a sus espaldas, se giró en ese momento y lo vió, mucho más alto que ella, un cabello bien peinado que parecía haber pasado horas frente al espejo para no dejar ni un solo mechón fuera de lugar. Su traje no dejaba mentir que se trataba de alguien de alta alcurnia, su camisa negra era simple pero contrastaba con la túnica morada de detalles dorados en pecho y hombros, acompañados de unos pantalones negros y zapatos lustrados del mismo tono. Su rostro sonriente la tomó de imprevisto, dejándola boquiabierta en los primeros segundos de contacto visual, para luego comenzar a tartamudear al no saber qué decir o cómo reaccionar, por un momento llegó a creer que estaba imaginando cosas, por lo que se dio a la tarea de comprobarlo aún con todo el peso emocional golpeando en su pecho.
— ¿Q-Quién eres, acaso un ladrón? — Preguntó con la voz quebrada, regresando la mirada al río, lejos de el chico tras ella.
— No sabría si un ladrón, un mago retirado o un verdugo mal pagado.
— ¿Cómo sabes eso? — Regresó a mirarlo exaltada, eso nunca lo había dicho en alto, por lo que podía empezar a creer que sin duda era su imaginación..
— Te lo dije antes, May, eres un libro abierto. — Le sonrió con calma poniéndose a un lado de ella y observando con atención a la corriente donde ella volvía a perderse con toda intención.
— Leer los pensamientos de una señorita es de muy mal gusto, que lo sepas. — Se cruzó de brazos, ofendida y tomando más aire del que sus pulmones le permitían.
— Parece que he ofendido a la princesa del Reino de Hoenn, estoy en problemas. — Suspiró aparentando preocupación. — ¿Qué debería hacer? ¿Hay alguna cosa que desee por el perdón de esta pobre alma perdida?
— ¿Desear…? — Quedó muda más de lo que hubiese querido, realmente tenía muchas cosas que quería, que sabía eran imposibles ya. — Sí, deseo algo, pero es muy difícil de cumplir, por eso si lo cumple puede que lo perdone. — Siguiendo su juego de buen trato, volvió a mirarlo a él y con una pequeña sonrisa le dijo: — Quiero ir a otro reino, pero no cualquiera debe de ser uno de altas montañas y bellos paisajes, además, tengo que llegar en una pieza.
— ¿Segura que es eso lo que quiere? No sería mejor, no sé… ¿Otro vestido? Traje algunos como obsequio.
— Tentador… Pero no, eso no es suficiente para que me olvide de la ofensa. Además, mi vestido, aunque poco práctico, está en perfecto estado.
— Entonces, creo que puedo hacer un intento. ¿Alguna vez escuchó hablar del Reino de las Rosas?
— Algo sé.
— Tuvo una época un tanto gris y polvosa, pero hoy gracias a todo el esfuerzo que se hizo por este ha regresado a su bello estado de antes. Aunque pensándolo bien, No, ahora es mucho más bello, además de poseer otro nombre en honor a sus líderes. — Se corrigió. — ¿Está bien ese pequeño pero muy bello reino?
— No puedo pensar en ninguno mejor. — Y por fin, volvió a mirarlo con una tierna sonrisa que el chico le regresó con una mirada cómplice misma que aún resplandecía con un leve destello de algo que siempre recordaría con cierto cariño y recelo: el brillo de una simple esmeralda.
Fin.
Faltan unos extras y un prólogo porque viva mi idiotez kajkdjsajksj pero en sí ya ese es el final. Bueno, el primero, hay un segundo "final" por decirlo así (?
Sigo sacándole jugo a algo que nadie lee lkjdjhjhsd
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